Escribe Patricia Urones
Avanza la privatización de los recursos naturales y el patrimonio cultural.
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Las discusiones en la COP 28 fueron divididas en tres grandes ejes: el problema de la transición energética y la emisión de gases de efecto invernadero cuyo principal -aunque no único- responsable es la quema de combustibles fósiles; el problema del aggiornamento de los sistemas económicos, sociales y ecológicos al cambio climático y el problema del financiamiento. En el discurso oficial, estas tres temáticas son abordadas como las cuestiones referidas a mitigación, adaptación y aplicación respectivamente. Aunque es cierto que el abordaje de las grandes problemáticas de la sociedad debe hacerse atendiendo a sus diferentes aspectos, la trampa de la separación de la crisis ambiental en estos “tres cajones” oculta a los interesados la unidad de la misma crisis, a saber, que la crisis ambiental responde a una lógica determinada de reproducción de la sociedad, la lógica capitalista. La separación del problema de la energía por un lado y el abordaje de la gestión y control de los recursos naturales y culturales de otro, no pueden ser entendidos en su totalidad si no se arroja luz acerca de la esencia depredadora de este régimen social. Al igual que el fracaso en los mal llamados “esfuerzos” para mantener los objetivos de temperatura por debajo de los 2° para las próximas décadas, las iniciativas en pos de “aumentar la capacidad de adaptación y resiliencia” son estériles en el marco de la creciente privatización de los recursos naturales. Diremos, además, que una dirección política mundial, como la que “debatió” en la COP, que hecha leña al fuego de la guerra y ha hecho, salvo pocas excepciones, mutis respecto de la masacre llevada a adelante por el ejercito sionista en Gaza, es incapaz de dirigir ninguna transformación positiva en el metabolismo entre la sociedad y la naturaleza.
Al igual que la fijación de objetivos para la mitigación (mantener la temperatura por debajo de los 2° para las próximas décadas) el acuerdo de París, en 2015, también fijo los objetivos para la adaptación: mejorar la capacidad de adaptación, reforzar la resiliencia y reducir la vulnerabilidad al cambio climático. A estos lineamientos generales del Objetivo Mundial de Adaptación, la conferencia de este año ha venido a darles carácter más concreto, estableciendo las temáticas y la metodología de trabajo. En su balance final, la COP ha recomendado el abordaje de la cuestión del agua; el uso del suelo; la salud; los ecosistemas y la biodiversidad; la infraestructura urbana; la pobreza y el patrimonio cultural. Cómo lo que esta en discusión, en última instancia, es cuál es la manera más sustentable de gestionar los recursos naturales y culturales, es notable que no se ponga en discusión un aspecto estratégico de este metabolismo, el proceso industrial propiamente dicho. La omisión responde a que nos acerca al punto estratégico de la crisis ambiental. En la industria capitalista no solo se quema combustible fósil a gran escala, también se desechan miles de litros de químicos contaminantes que, por medio de la escorrentía, arruinan la calidad de las masas de agua dulce. Se consumen también vidas de trabajadores que quedan totalmente inutilizados luego de 10 o 15 años de labor expuestos a estos químicos y a ritmos extenuantes para el cuerpo y la psiquis. Mirada de conjunto, la industria capitalista es una gran derrochadora de recursos naturales porque en su gran parte, se dedica a la producción de mercancías con escasa o nula utilidad para el desarrollo del individuo y de la humanidad: es lo que sucede con la producción de bienes de lujo o armamento. Del derroche, que es la producción a gran escala de todo, surge su rentabilidad y no de la utilidad de las mercancías que produce.
Respecto de la cuestión del agua y la utilización de los suelos, la COP 28, al igual que con la cuestión energética, ha sido el escenario de operaciones de grandes lobys como Bayer-monsanto, Cargill, el monopolio de aguas y saneamiento francés Veolia, Nestle o empresas de aguas norteamericanas. El balance exhorta a las partes a reducir la escasez de agua por medio de la eficientización de su uso. Como la industria es dejada afuera del problema, se entiende que esta eficientización se refiere al riego y el consumo doméstico. En su balance de principios de año sobre el agua, la ONU aconseja alianzas de los estados con privados para avanzar en esta eficientización, dada la escasez crónica del recurso. Es lo que ha aplicado en nuestros pagos Wado de Pedro, cuando estableció acuerdos de colaboración con la estatal israelí Mekorot, que ha expropiado al pueblo palestino sus recursos hídricos. Mekorot se autoproclama campeona en innovación tecnológica orientada al ahorro del agua en todos los procesos. La presencia de Veolia y otras empresas estadounidenses se entiende en este contexto. La eficiencia en la utilización del recurso es entendida como su privatización.
En cuanto a la utilización de los suelos, la conferencia llamó a una producción, distribución y consumo de alimentos resilientes al clima. A emplear métodos sustentables para la producción de alimentos. La “agricultura sostenible” fue incluso motivo de una declaración impulsada fuertemente por Francia y firmada por 134 países, que comprometió a las partes a incluir dentro de los planes de adaptación el punto de la agricultura y los sistemas alimentarios. También llamo a la Organización Mundial del Comercio a incluir la cuestión climática entre sus preocupaciones para “fortalecer el sistema de comercio multilateral basado en reglas”. En su alocución de la reunión plenaria de alto nivel, Macron llamo a crear mecanismos comerciales de sanción a los alimentos cuya producción consume carbono en exceso. También propuso tasas de interés más bajas para productos verdes (bajos en carbono) y más altas para productos marrones (altos en carbono). El presidente francés no solo siente la presión de los pequeños productores franceses que compiten en desigualdad de condiciones con los granos de Ucrania, Brasil o Argentina, Francia tiene importantes desarrollos tecnológicos en la agricultura regenerativa (“sustentable”). Pero nada dice la carta de la catástrofe que atraviesan los grandes países productores de alimentos relacionada a la contaminación de aguas, aire, tierra y seres humanos por glifosato. Macron no solo ha ocultado lo que amenaza transformarse en una crisis sanitaria, Francia, recientemente, se abstuvo en el debate de la Comisión Europea que extendió la autorización del uso del glifosato en la Unión. Un punto que se ha anotado Bayer- Monsanto, que se dio el lujo de presentarse en el foro de “empresas y filantropía” de la COP. La inclusión de la cuestión de la agricultura y la alimentación, ha sido introducida para legitimar las barreras arancelarias que Europa pone a la importación de estos productos, y para promover las “tecnologías” de los monopolios del agro.
Por último, pero no menos importante, el marco de los objetivos mundiales de adaptación ha incluido el punto de la salud. La COP 28 incluyó entre los temas a abordar por la CMNUCC la cuestión de la interacción entre el clima y la salud físico-psíquica de los seres humanos. El problema fue abordado desde la perspectiva de los “servicios”, llamando a las partes a reestructurarlos sobre la resiliencia al clima. Esto significa, preparar a los sistemas sanitarios y ofrecer productos en línea con las problemáticas de salud relacionadas al cambio climático (epidemias, pandemias, enfermedades físicas y mentales). La carta se refirió a la pandemia como una forma de aprender de la necesidad de observar la salud humana, animal y de los ecosistemas como “una sola”. Lo que omitió es que, el conocimiento elaborado en las ciencias de la medicina, por esa pandemia al igual que las soluciones a las que arribó (la vacuna) redundaron en el beneficio de unos pocos laboratorios y en la competencia, y no la cooperación, de unos países contra otros, para obtener la vacuna. También omitió la responsabilidad de la producción ganadera a gran escala y el avance de la frontera agrícola en la propagación de virus que, de otra manera, permanecería en su hábitat ecosistémico natural. El abordaje de la incidencia del cambio climático en la salud, abstraído de la responsabilidad de la lógica capitalista en ese mismo cambio climático, profundiza la medicalización de la sociedad y no un viraje hacia una medicina preventiva y “sustentable”.
Entendida como la capacidad de hacer frente al cambio climático y recuperarse lo antes posible de los efectos del mismo, la adaptación es imposible dentro de la lógica del capital. El abordaje de la crisis hídrica no solo implica una reconversión de la producción en general (agrícola-ganadera, minera, industrial) eliminando aquellos rubros carentes de utilidad para la humanidad y “recortando” en el mismo acto el consumo de recursos naturales como el agua. También requiere de la eliminación del negocio privado de las aguas y saneamiento para extender las obras a la población más vulnerable y no rentable para los grandes monopolios del rubro. En el caso de la agricultura es necesario un fuerte gravamen a la rentabilidad del capital en general porque hay que lastimar intereses para detener el avance de la deforestación y dar lugar a la conservación de sumideros de un lado y desarrollar las mejores tecnologías de uso del suelo, eliminando simultáneamente el uso de métodos contaminantes del otro. Lo mismo sucede con el negocio de la salud que, para tener una mirada basada en prevenir las enfermedades y no en hacer negocio con ellas, debe pasar a la órbita pública, mandando a la quiebra a los grandes laboratorios y las empresas de servicios médicos.
La lógica de la renta es contraria por naturaleza a las prácticas de ahorro de consumo de recursos naturales porque la producción capitalista es en esencia, derrochadora. Por el contrario, el aumento de la capacidad de “adaptación y resiliencia” al cambio climático, por medio de un consumo racional y planificado del agua y de los suelos o de un reforzamiento material y científico de los sistemas sanitarios, y todo esto con una “perspectiva inclusiva”, sólo es posible atacando al capital. En vez de esto, la COP utiliza la crisis hídrica, el desgaste de los suelos o la crisis sanitaria, para hacer de ellos un negocio. Pero la profundización de la privatización, aumentará las contradicciones entre la lógica del lucro y la supervivencia de la humanidad.