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Sin duda, y como se ha escrito en notas anteriores, en Política Obrera, el DNU y la ley Ómnibus de Milei atacan el derecho a la lectura de la población, a las bibliotecas populares, a los organismos de fomento de la escritura y el arte, y también a las empresas editoriales y librerías de menor envergadura. Comprende medidas que reducirán el acceso de parte de los trabajadores, -ya muy limitado-, a la lectura y la diversificación de publicaciones de otros autores, géneros y creaciones.
En primer lugar, hay que señalar que, con precio único y ahora sin él, el problema para los trabajadores es que los salarios están muy por atrás de la canasta familiar y cayendo brutalmente. Los aumentos de precios y el cuasi congelamiento de salarios aleja los bienes de las familias obreras. No sólo no hay tiempo libre para leer, es imposible comprar libros.
“A partir de la devaluación que llevó el dólar a más de 800 pesos, el precio del papel dio un salto del que cuesta encontrar un precedente cercano. Algunos editores cuentan que las imprentas están pasando presupuestos con un 80% de aumento, o incluso más.”, publicó Perfil, el 7 de enero de 2024. La burocracia de los sindicatos funciona como una pared frente a las iniciativas de lucha por el salario que van preparando los trabajadores. Podríamos señalarla, también como la fuerza imprescindible del estado, para mantener los libros separados de los lectores.
La lucha por un aumento de salarios del 100%, el salario igual a la canasta familiar, indexado por inflación es también la lucha por la cultura, la literatura y el arte. Las movilizaciones contra las medidas de Milei van en el sentido de la defensa de esta actividad y de los trabajadores de la cultura.
La política de Milei en este aspecto, es la “liberación” del “precio de tapa” a raíz de la derogación de la ley 25.542, que establecía un precio único en el país, para cada libro. Esto llevará a un aumento mayor en los precios bajo el dominio de las editoriales monopólicas que prevalezcan, Y tal como ha escrito la compañera Eugenia Cabral, a través de los canales de venta de los supermercados y las grandes cadenas de librerías podrán realizar ventas de best sellers o libros de autoayuda, a precios menores que las librerías más pequeñas. Las librerías, que son las que también venden literatura diversa y de nuevos autores, no se podrán sostener y con ellas caerán las editoriales más chicas, también.
Es así que la derogación de la ley de precio único despertó el rechazo de la mayoría de las empresas. La Cámara Argentina del Libro, que agrupa unas 400 Pymes, emitió un comunicado al respecto, señalando: “…son las grandes cadenas, plataformas y grandes superficies las que acaparan el mercado de venta del libro, eliminando a la competencia, concentrando el mercado, determinando qué se lee y, por consiguiente, qué se publica”. La Feria de Editores (FED) que agrupa a las llamadas “editoriales independientes” también se opone.
Este rechazo no cuenta con la firma de la Cámara Argentina de Publicaciones (CAP), constituida por los principales conglomerados dominantes, entre ellos, Yenny y Cúspide, como se observa en su directorio, además de Planeta, Penguin Random House y otras empresas multinacionales de origen español. En definitiva, Milei desde el estado, rescata a los monopolios multinacionales de la industria del libro, agravando la crisis que ya existía, con la muy posible quiebra de empresas más chicas y la imposibilidad del acceso a la lectura de literatura, de parte de la población.
La crisis de la industria del libro viene de hace varias décadas. aún con la ley de precio único, promulgada bajo el gobierno de la Alianza, cuando Domingo Cavallo era ministro de economía,
La concentración monopólica y extranjerización comenzó en la década de los años noventa y no cesó.
“…mercado de libros con una tendencia “bestsellerista”. Estas transformaciones marcaron el punto final en la lógica del negocio de tradición familiar, así como de las empresas editoriales nacionales que apuntaban además a exportar la literatura nacional hacia otras regiones. Con la importación de títulos y la imposición de nuevas formas de comercialización, los actores transnacionales desarrollaron una concentración en la edición y en la cadena de comercialización y una reestructuración del consumo con nuevas estrategias de venta y publicidad (Schavelzon 2002). Esto coincide con las características de la producción cultural a nivel global que, por un lado, se homogeneiza de acuerdo a patrones globales (como, por ejemplo, la proliferación de libros del género editorial de “autoayuda”, 2014, La Industrias Editorial Argentina. 1990-2010: Entre la concentración económica y la biodiversidad. Ezequiel Saferstein y Daniela Szpilbarg, CEDINCI–UBA–CONICET. text
Solo para mencionar un ejemplo, el grupo español, Planeta compró casi 20 empresas editoriales y librerías, entre 1998 y 2000.
Esto lejos de favorecer a la industria, la empeoró y enmarcada en la crisis económica “de 2015 a 2019, la producción de libros había caído en la Argentina sostenidamente, de 83 a 35 millones de ejemplares…Los cinco grandes grupos editoriales del país concentran, por otra parte, el 40 % de los ejemplares producidos por el sector comercial.”, Página 12, 5 de mayo 2022.
Según la Cámara Argentina del Libro, en el período 2016-2021 la tirada promedio de cada lanzamiento se redujo en más de un tercio (de 2,700 a 1,700). 38 % de los libros nuevos tiene una tirada inferior a 600 ejemplares.
En relación a la materia prima papel, Página 12 publicó el 4 de junio de 2023: “La concentración económica es uno de los rasgos del sistema de producción capitalista. Y la producción papelera no es la excepción. En la Argentina, este insumo clave es manejado por dos fabricantes: Ledesma, propiedad de la familia Blaquier/Arrieta, y Celulosa Argentina, dirigida por el salteño José Urturbey. La oferta local es completada por la provisión de tres firmas importadoras. Las editoriales nacionales denuncian una situación abusiva en este terreno con cartelización de precios, desabastecimiento y rentabilidad excesiva. Los aumentos desmesurados en el precio del papel (incluso en dólares) incrementaron la incidencia de este insumo en el costo del libro del 30 al 54 por ciento. En otras palabras, la materia prima cuesta más que el trabajo de autores, editores, diseñadores, imprentas y encuadernadores sumadas. En enero de este año, la CAL denunció aumentos en torno al 150 por ciento de papel obra, ahuesado y ecológico y del 300 por ciento para el papel ilustración para tapas de libros y para interiores de libros infantiles. Los típicos problemas de un mercado oligopólico se potencian por la reconversión a escala global de la industria papelera. El crecimiento del comercio electrónico incentivó a una mayor fabricación de papel de embalaje y cartones ondulados en desmedro de los productos gráficos” text
En este marco, el precio de los libros subió en 2023, más que la inflación.
Sobre el fenómeno de las “editoriales independientes”, los editores más pequeños manifiestan que la FED (Feria de Editores) solo se plantea como competidor de la Feria Internacional del Libro de Buenos Aires, y que cobra muy caro los stands, en su propia feria, impidiendo el ingreso a editoriales nuevas que son los que más promueven a autores que publican por primera vez, desconocidos hasta el momento. También reclaman el trato discriminatorio de parte de las librerías que reciben sus publicaciones en consignación, no informan de las ventas y no devuelven los ejemplares que indican como no vendidos. Además, aplican la ley de precio único para impedir que pueden acceder a sus libros a menor precio la población de localidades más humildes y del interior del país.
Nada que haga prevalecer la cultura. Es, simplemente, la vieja práctica del pez más grande que se come al más chico, es la ley del capital. Y sus partidos, que han gobernado todos estos años.
Antes de Milei y con Milei, el libro es transformado en una mercancía, un objeto comercial y no un producto cultural. Frente a la crisis capitalista internacional que golpea en Argentina, Milei rescata a los monopolios internacionales desde el estado, a través de medidas que les liberan las manos para la especulación y alejan a esta mercancía de la población.
En Latinoamérica, la revolución de 1959, en Cuba fue la experiencia más a fondo. La confiscación del capital logró un impulso enorme a la cultura. Volvieron los escritores a Cuba, recibieron salario por escribir y se desarrolló un programa para la edición de libros desde la imprenta estatal. Se publicaron más de 100.000 ejemplares de El Quijote, para 6 millones de habitantes, donde el 70% era analfabeto. Los motivos por los cuales se vive hoy un retroceso enorme en Cuba, aún en este terreno, tienen que ver con los límites de la dirección no socialista de esta revolución, pero es un indicador notable: ningún avance en el acceso a los libros vendrá sin afectar al capital, menos con su salvataje.
La apertura de las cuentas de los monopolios y la nacionalización bajo control obrero de la industria del libro, el salario para los escritores y artistas, sin la menor injerencia del estado en la creación, la selección de las publicaciones bajo decisión de las organizaciones de los propios escritores son medidas imprescindibles para que el libro no sea una mercancía, sino patrimonio real de los trabajadores. El ataque a la cultura forma parte del pinochetazo de Milei al que los trabajadores debemos frenar. La masividad de una actividad humana es la que permite su desarrollo real.
Hay que luchar por la derogación del DNU y la huelga general, en defensa de nuestra vida y nuestra cultura y del arte y luchar para que las mayorías tengan en sus manos, también, la producción y así, el acceso a los libros, a la lectura.
Cómo paramos y derrotamos el DNU y la ley ómnibus Nota de tapa de Política Obrera N° 86 edición impresa, 10/01/2024.
El impacto del DNU sobre las bibliotecas populares Por Sergio Escalas, 31/12/2023.
Lucha de clases, con todas las letras Por Sergio Escalas, 29/12/2023.
La “ley ómnibus” privatiza la cultura Por Eugenia Cabral, 28/12/2023.