Escribe Jorge Altamira
Entre una hiperinflación y la depresión económica.
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En febrero de 1981, José Alfredo Martínez de Hoz -el Caputo del gobierno militar- se enfrentó al dilema de devaluar la moneda. Las ventajas de una tasa de interés ostensiblemente mayor a la internacional había aumentado en forma desmesurada la cotización del peso. Un excelente boletín financiero (Economic Survey) había caracterizado el impasse económico mortal de ese momento: si Argentina devalúa, quiebra la mitad del país; si no lo hace, quiebra la otra mitad. Si devalúa, quiebra a las corporaciones con una deuda externa elevada; si no lo hace, tendría lugar una furiosa fuga de capitales. Martínez de Hoz puso de manifiesto la enorme debilidad financiera con una semidevaluación que acabaría produciendo las dos cosas: la fuga de capitales y el default. Política Obrera de esa época anuncia en su tapa que comenzaba la ‘licuación’ y caída del gobierno militar.
En ausencia del Economic Survey, Ricardo Arriazu, un economista tradicional de las grandes corporaciones, acaba de advertir en La Nación que “Si [hacen saltar la mini-devaluación del 2 % mensual], suben los precios y el programa se va a la miércoles y lo corren a patadas al presidente…”. Presentado en estos términos, el gobierno liberticida ha convertido al dólar en su única ancla política. Como si la historia se empeñara en repetirse en Argentina, Milei y compañía resucitan la frase que inmortalizó a Lorenzo Sigault, el fugaz sucesor de Martínez de Hoz, cuando aseguró que “el que apuesta al dólar, pierde”. “Como es obvio”, el peso empezó a devaluarse al compás de la fuga de divisas. Argentina entró en default y el gobierno militar hizo las valijas, no sin antes cerrar un acuerdo político con los partidos de la futura democracia. Si el gobierno no devalúa, Milei corre el riesgo de que “lo corran a patadas”, igualmente, como consecuencia de una recesión que se está convirtiendo en depresión.
Para Luis Caputo “es obvio” (textual) que el peso se aprecie como resultado del superávit fiscal, del superávit comercial y de cuenta corriente, de la estabilidad de la base monetaria y del saneamiento del Banco Central. Pero todo esto no es más que superchería. El estado ha pagado un elevado déficit fiscal mediante la acumulación de deuda pública –en marzo aumentó en 16 mil millones de dólares y en el trimestre más de 20 mil millones de esa moneda-.
“La deuda que acumuló el Tesoro con las generadoras eléctricas y los productores de gas, señala Clarín (4/5), aumentó en 1.250 millones de dólares. La deuda flotante a abril subió 1.991 millones de dólares; la deuda sin registrar, otros 2.000 millones”. Por otro lado, incumple con los contratos de obra pública, que ha suspendido en un 95 por ciento. En cuanto al comercio exterior, ha pisado importaciones y ha emitido deuda cercana a 10 mil millones de dólares con los importadores (Bopreal). Acaba de anunciar la intención de hacer lo mismo con las utilidades y dividendos que se deben a casas matrices en el exterior. La deuda del Tesoro en pesos ha alcanzado el equivalente a 402 mil millones de dólares, al 30 de marzo pasado. El conjunto de la deuda pública supera los 600 mil millones de dólares. Como advirtiera aquel boletín, si devalúa quiebra medio país; si no lo hace, quiebra la otra mitad. El gobierno de la ‘libertad avanza’, no sólo quiere gobernar mediante delegación de poderes, o sea autoritariamente por decreto, y ‘protocolos’ propios de un estado policial, sino que se aferra como nunca antes a un cepo, para evitar una huida en masa de capitales. El mayor ‘ancla’ de estabilización, en estos momentos, es la recesión industrial y el pronóstico de una caída del 10 % del PBI (consumo e inversión). Quedan por delante todavía los mega aumentos de los servicios de gas y electricidad, como asimismo el de los combustibles, completamente dolarizados.
No hay ni puede haber una “base monetaria estable”, cuando el Banco Central continúa con una deuda bancaria equivalente a 65 mil millones de dólares, por los que paga un interés que ha reducido al 60% anual. La emisión por resultante es absorbida en calidad de nueva deuda. Gran parte de la deuda del Tesoro opera también como una base monetaria sustituta, porque está asegurada por el Banco Central, que debe emitir cuando el acreedor ejerce el derecho de venderla. La mejor prueba de que es una protobase monetaria es que, si se eliminara el cepo, se volcaría entera al mercado de cambios. Los economistas teóricos ya han admitido que el conjunto de bonos públicos y privados, a nivel internacional, sirven de garantía para la emisión monetaria secundaria (bancos privados) y primaria (bancos centrales). Es una de las razones de la actual inflación internacional y de la inestabilidad de las paridades de cambio entre las principales divisas. El ‘saneamiento’ del Banco Central es una impostura ignominiosa, cuando la institución tiene un activo de 100 mil millones de dólares, en letras intransferibles, que el Tesoro no podrá redimir nunca y por eso no valen nada. La magnitud de la bancarrota capitalista, en Argentina, es sencillamente extraordinaria.
La reducción de la tasa de crecimiento de la inflación (no hay “una caída”) y la inmovilidad del dólar constituye un golpe al bajo vientre de la deuda en pesos del Tesoro, que se ajusta por inflación y/o devaluación. La última licitación de títulos públicos no fue completada por la deserción de bancos y fondos comunes. Para conservar esta deuda, el Central debería aumentar la tasa de interés, pero ello redundaría en una desvalorización de la deuda corriente. Para varios observadores, este panorama anuncia que los acreedores ejercerán el derecho de venta al Banco Central, que deberá comprar los títulos con una mayor emisión. El dinero iría al mercado paralelo conocido como CCL, con la consiguiente suba del dólar y de la brecha entre el oficial y el llamado ‘libre’. También podía refugiarse en los títulos de deuda extranjera, aunque queda poco para aprovecharla.
El propósito explícito de toda esta política es, precisamente, revalorizar la deuda externa en dólares, legislación internacional, que ha subido un 300 %, para mayor beneficio de los fondos internacionales. La expectativa que esta reducción del “riesgo país” aliente el financiamiento internacional, es infundada o, en el mejor de los casos, distante. El desequilibrio financiero descomunal que han acentuado Caputo-Milei, limita esa revaluación de la deuda extranjera a una gran especulación de corto alcance. Es que, al mismo tiempo, la exportación agraria se ha retraído. “La demora de la cosecha afecta el volumen del mercado”, titula La Nación. Según las consultoras, “los 800 pesos por dólar (de exportación), de diciembre, valen hoy 1.480, en vez de 876”. El gobierno podría anular o reducir las retenciones a las exportaciones, pero ello derribaría la recaudación fiscal, que ya viene retrocediendo como consecuencia de lo que debería calificarse como una depresión económica.
Días pasados, Milei hizo un acalorado elogio de la deflación, en línea con lo que sostenía su maestro Friedrich Hayek, en la depresión mundial de los años 30 del siglo pasado. Para Hayek, la salida de una depresión debe tener lugar por medio de la quiebra de los sectores no rentables de la economía y la depreciación de la fuerza de trabajo. En el debate acerca de la devaluación, los acólitos de Milei ya han apuntado a varias industrias que deberían desaparecer. Este debate ha dejado expuesta una crisis política de proyecciones enormes, que amenaza con la expectativa de que a Milei “lo corran a patadas” (Arriazu dixit).
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