Acerca de una declaración del Centro Internacionalista Christian Rakovsky

Escribe Jorge Altamira

Sólo el proletariado puede terminar con la guerra imperialista – contra la OTAN y contra Putin.

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El centro de gravedad de la política internacional es indudablemente la guerra mundial que se desarrolla en Ucrania y Europa, entre la OTAN y Rusia; la lucha del pueblo palestino contra el Estado sionista, que involucra a Irán y todo el Medio Oriente; la confrontación política y militar entre la OTAN, de un lado, y Rusia y China, en África; y la preparación sistemática de la guerra de la OTAN contra China.

Una declaración reciente del Centro Internacionalista Socialista Christian Rakovsky llama la atención en este contexto político. El Centro ha sido fundado por iniciativa del EEK de Grecia, y reúne en la actualidad al PRT de Turquía (DIP) y a varias organizaciones de pasado stalinista en Rusia y algunos países de Europa oriental, con ostensibles tendencias chavistas. El DIP ha renunciado a la reconstrucción o refundación de la IV° Internacional, en favor de una reconstrucción de la III° Internacional, con organizaciones de pasado stalinista. En los años 30 del siglo pasado, la corriente trotskista había caracterizado que la Internacional staliniana había pasado definitivamente al campo de la contrarrevolución internacional. La justeza de esa caracterización ha pasado todas las pruebas de la historia. Las organizaciones que dejan atrás su pasado stalinista deben ser ganadas para la IV° Internacional. La III° Internacional -una antigüedad romana- no puede ser resucitada por medios discursivos o académicos. Lo prueba el apoyo que dan a la invasión de Ucrania por parte de la oligarquía moscovita.

La declaración del 1° de Mayo del Centro Rakovsky, bien que breve, ofrece la peculiaridad, precisamente, de que omite cualquier referencia a los regímenes restauracionistas de Rusia y China, o sea de Putin y XI Jinping. En el Día Internacional de los Trabajadores, excluye a la mitad del planeta. El texto no ofrece la menor crítica a la perpetuación de Putin en el poder, al carácter policial y de excepción del Estado ruso, que gobierna como representante de una oligarquía capitalista. China no le va a la zaga en cuanto a Estado policial: una reciente resolución del PC de China impulsa que las patronales establezcan milicias privadas para hacer frente al descontento social que ha desatado o simplemente profundizado la crisis económica y la quiebra del sector inmobiliaria, que representa el 35% de la economía. Los regímenes políticos de ambos países se han anticipado en varias décadas a los intentos de Trump, Bolsonaro o Milei por instaurar el estado de excepción y promover el fascismo. Por encima de las diferencias económicas y sociales de sus países, existe una convergencia de tendencia política en toda la geografía del capitalismo mundial.

En este marco, la declaración no tiene ninguna crítica a la invasión rusa de Ucrania. Esto significa que incluso si la guerra representara, para Rusia, una defensa de una autonomía política nacional históricamente progresiva frente a la OTAN, los métodos militares de la burocracia del Kremlin -que es una clase históricamente regresiva, o sea reaccionaria- no podrían ser de ningún modo el medio adecuado a los intereses de los explotados de la Federación Rusa, primero; al propósito de la unidad de la clase obrera de Rusia y Ucrania, segundo; y al freno de una guerra mundial, que objetivamente forma parte del arsenal histórico del imperialismo internacional, tercero.

Las conclusiones, al final de la declaración, reflejan estas agudas limitaciones políticas. No son un sistema de reivindicaciones sino consignas dispersas y por sobre todo abstractas. El planteo de una “Palestina libre, unida, democrática y socialista”, por ejemplo, omite la reivindicación palestina del derecho al retorno, o sea a la devolución de tierras y propiedades confiscadas al pueblo palestino ‘manu militari’, incluidas las masacres; es la reivindicación histórica que, solo ella, pone fin al sionismo. Esa consigna ‘unitaria’ reivindica, de hecho, una igualdad jurídica entre expropiadores y poseedores, de un lado, y confiscados y desposeídos, por el otro, no una revolución social. Una república democrática no sería socialista, porque la democracia formal supone la vigencia del derecho de propiedad; el socialismo, desde Marx, es la dictadura del proletariado. La declaración tampoco denuncia la colaboración de Putin con el Estado sionista, que bombardea alegremente a Siria, a pesar del control del espacio aéreo por la aviación de Rusia.

El punto nodal de la declaración es, sin embargo, la consigna “Por la derrota de la OTAN en su guerra por procuración en Ucrania”, o sea que aboga por la victoria militar de Moscú. No es esta, por supuesto, una consigna para movilizar al proletariado en forma independiente, sino para respaldar la política y los intereses de la oligarquía nacida de la disolución de la URSS y de la restauración del capitalismo. Las masas rusas huyen de los reclutamientos militares de Moscú. Rusia no ha invadido Ucrania con la reivindicación de la autodeterminación nacional del pueblo ucraniano, sino en función, alternativamente, de una partición de Ucrania o de su integración forzada a Moscú. La victoria militar de Rusia no es tampoco un planteo para poner fin a la guerra, en primer lugar, porque Rusia no tiene los medios militares ni políticos para derrotar a la OTAN. Esto sólo puede hacerlo el proletariado de los países de la OTAN –y la clase obrera de Rusia. La propuesta de llevar la guerra hasta la derrota de la OTAN equivale a prolongar la guerra y a coquetear con una hecatombe nuclear. Tanto la OTAN como Rusia se encuentran haciendo ejercicios militares con “bombas tácticas”. La invasión rusa ha puesto a gran parte de las masas europeas del lado de la OTAN, que por otro lado combaten a la misma OTAN cuando se trata del genocidio palestino. En el caso de la izquierda democratizante, la invasión ha servido de pretexto para transparentar su subordinación a la OTAN.

La única forma de acabar con la guerra es mediante la intervención de los trabajadores contra los Estados que han impulsado la guerra en función de sus intereses de clase –el capital financiero internacional, de un lado, y la oligarquía rusa, del otro, que ha tejido y aun preserva fuertes lazos con aquél. La OTAN no ha confiscado aún las tenencias financieras y los bienes de la oligarquía rusa en el exterior, por temor -afirma- a romper el orden jurídico capitalista internacional.

En Ucrania se desarrolla una crisis política y social, y una oposición creciente a la continuación de la guerra. Convertida en movimiento de masas golpearía a fondo a la OTAN y a Rusia. Pero la consigna de la victoria militar de Rusia es un obstáculo a ese levantamiento; lo contrario sería la consigna de la unidad de los trabajadores de Ucrania y Rusia por la independencia de Ucrania contra la OTAN y la oligarquía rusa. El apoyo a Putin socava el propósito de una nueva Unión de Repúblicas Soviéticas. La unidad del proletariado de Ucrania y Rusia es vital, así como la unidad de los trabajadores de todas las ex repúblicas soviéticas, por otra razón estratégica fundamental –porque sirve para alejar a las masas de la oposición pseudo liberal a Putin, que opera al servicio de la OTAN. El ‘chavismo’ internacional, si se puede hablar de esta manera, se presenta como una barrera contra la ultraderecha, en los respectivos países y a nivel geopolítico, para mantener subordinadas a las masas y llevarla por el camino de la derrota ante quienes decían servir de barrera. Los chavismos han pavimentado el camino para las Corina Machado, los Bolsonaro y Macri primeros y Milei después.

Es más válida que nunca para la clase obrera, frente a esta guerra mundial, la consigna que plantea que “el enemigo está en nuestro propio país”.

La guerra sólo podrá ser suprimida revolucionariamente.

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