Escribe Julio Gudiño
Tiempo de lectura: 5 minutos
El jueves pasado, el gobierno de Kicillof anunció, por medio de una conferencia de prensa, una reforma del régimen académico en el nivel secundario. La misma tiene un alcance mucho más profundo para el sistema educativo que los objetivos formalmente declarados por el gobierno, es decir, bajar la tasa de deserción. Entre sus puntos sobresalientes tenemos la derogación de la repitencia y la reforma de los contenidos curriculares.
Esta reforma del nivel secundario se hizo completamente de espaldas a los protagonistas del sistema educativo: docentes, auxiliares, estudiantes y familias. Lo mismo sucederá con la derogación del Estatuto Docente y su reemplazo por un Convenio de Trabajo.
Efectivamente, la reforma del Régimen Académico fue cocinada y votada en forma unánime por el Consejo General de Cultura y Educación bonaerense integrado por kirchneristas, pejotistas, massistas, y cambistas (radicales y PRO). Este hecho deja en off side las “críticas” tribuneras de algunos dirigentes cambistas que, con pseudo argumentos pedagógicos, rechazaron la reforma porque “podría disminuir el nivel educativo y comprometer la formación académica de los estudiantes” (Parlamentario.com, 07/06/24).
Básicamente acreditar contenidos por materias y no por año. Esto implica que los estudiantes que no aprueben hasta cuatro materias o más pasan al año siguiente. Mientras cursan las materias correspondientes al año en curso, “intensifican” o “recursan” a contra turno las materias que no aprobaron. Pasar de un nivel a otro nivel con un cúmulo de materias no aprobadas implica un problema pedagógico mayúsculo: obviar que el proceso de enseñanza-aprendizaje es progresivo y que los saberes y destrezas superiores deben concatenarse necesariamente con saberes inferiores. Por ejemplo ¿Cómo asimilar y aprehender la multiplicación y la división sin haber aprehendido las operaciones de suma y resta? Este problema debería sortearse en el mismo tiempo que el alumno se introduce en matemáticas superiores y se enfrenta, a contra turno, a los contenidos de las matemáticas elementales. Algo que no sucederá y que redundará en que el alumno acumule los contenidos de una misma disciplina hasta el final del ciclo escolar.
En caso de “recursar” materias se podrían hacer a contra turno o en el mismo turno (relegando otra materia) y los periodos de “intensificación” serán 4 de 15 días de duración cada uno (al inicio y final de cada cuatrimestre y en diciembre y en febrero). Esto plantea un problema insalvable de organización de tiempos y espacios porque hoy las aulas existentes están superpobladas (con 30 alumnos en promedio para espacios que no admiten más de 20), además de que no cuentan con calefacción, refrigeración, mobiliario adecuado, etc.. Entonces, el nuevo régimen académico agravará el hacinamiento, con todos los problemas sanitarios que esto conlleva, porque se juntará a los “recursantes” con los alumnos de la cursada normal.
Por su parte la “intensificación” también agravará el hacinamiento con el agravante de que el docente deberá preparar sus clases en dos tiempos, para el alumnado que “intensifica” y para el alumnado que cursa por primera vez la materia. Si se quisiera evitar esto, el gobierno debería extender la jornada de trabajo durante los recesos de verano e invierno o a los días sábados, como se hizo bajo los programas FORTE y ATR.
Es decir, la reforma profundizará la extensión y la intensidad de la jornada laboral docente y extenderá la precariedad laboral existente que pretenderá ser “legalizada” con la derogación del Estatuto Docente.
La reforma del Régimen Académico viene con otra reforma más gravosa: nos referimos a la de los Diseños Curriculares. Como todas las reformas antieducativas, apunta a vaciar de contenidos científicos los programas de estudios, reducir asignaturas y su reemplazo por la ´generación de aptitudes y habilidades blandas´ tal como demanda el mercado de trabajo, donde impera la flexibilidad laboral. Por supuesto, promoverá las pasantías de los alumnos a punto de egresar para ´vincularlos al mundo del trabajo´, un viejo anhelo de la clase capitalista que exige fuerza de trabajo barata, flexible y con calificaciones mínimas.
El gobierno de Kicillof finge estar preocupado porque “en Argentina solo 22 de cada 100 chicos de 15 años transitan su escolaridad en tiempo y forma en el país, es decir, sin haber repetido ni abandonado la escuela y habiendo alcanzando el desempeño mínimo esperado -al menos el Nivel 2- en las pruebas PISA 2022 en lectura y matemática” (lanacion.com, 07/06/24). De un plumazo, el gobierno reconoce públicamente un hecho constatable por todos los que transitamos las aulas: la caída sistemática de la calidad educativa. Esta crisis educativa fue negada sistemáticamente por todos los gobiernos y direcciones sindicales kirchneristas y, ahora, es reconocida para promover otra contrarreforma educativa que agravará más la crisis.
Según Mariana Galarza, vicepresidenta primera del Consejo General de Cultura y Educación, la reforma “Está lejos de ser facilista. Este régimen académico exige más horas de clases, exige que los alumnos profundicen hasta llegar a obtener aquellos aprendizajes que no pudieron ser aprendidos”. De nuevo nos enfrentamos a otro pseudoargumento pedagógico, que sostiene que más horas de escolarización es igual a mayor cualificación y más y mejores aprendizajes. Este argumento guió la implementación de la 5º hora en el nivel primario sin resultado positivo a la vista en cuanto a mejoras en las habilidades de lectoescritura o al área de las matemáticas básicas. De todos modos, con esta reforma en el nivel secundario, incluso la carga horaria de las materias a recuperar será menor porque sostener la “intensificación” y la “recursada” se enfrentará al problema de la falta de espacio parar desarrollar las actividades pedagógicas y a la sobrecarga laboral del docente responsable de llevar adelante estas actividades. En conclusión: no existen las condiciones edilicias necesarias para implementar el nuevo régimen académico que los burócratas estatales decretaron.
Los kirchneristas entienden que esta reforma resolverá el problema de la deserción escolar y de la caída de la calidad educativa. Pero ni la reforma eleva la calidad educativa ni la deserción escolar es un problema de contenidos y régimen académico. Todos los gobiernos y burócratas estatales omiten exprofeso que la caída de la calidad educativa y la deserción escolar están determinadas por el empobrecimiento masivo de la clase trabajadora ocupada y desocupada de Argentina, que hoy abarca al 75 % de la población (pobreza e indigencia). No puede existir aquí ni en ningún lugar del planeta un proceso de enseñanza y aprendizaje virtuoso cuando quien aprende y quien enseña tienen la panza vacía y cuando se somete a quienes enseñan a jornadas de trabajo extensas y extenuantes para orillar la línea de pobreza. No se puede elevar la cultura de las masas sin resolver en simultáneo sus problemas materiales de existencia: el trabajo, la vivienda y la salud. Nada de esta contrarreforma aborda estos puntos críticos que inciden en la elevación material y cultural de las masas obreras.
El capitalismo en decadencia, contrariamente a lo que vociferan los alcahuetes a sueldo, tiende en forma irrefrenable a descalificar y a alienar la fuerza de trabajo y ésta y todas las reformas antieducativas refuerzan esa tendencia.
Peronistas, radicales y liberticidas vociferan a los cuatros vientos que ellos defienden a capa y espada la educación pública, gratuita y de calidad mientras defienden a rabiar los subsidios a la educación privada y el superávit fiscal para honrar el pago de la usuraria deuda pública externa e interna. Plata hay, el punto es con qué lógica social se orienta el gasto estatal: con la lógica del lucro privado o con la lógica del desarrollo material y cultural de las masas trabajadoras.