Escribe Jorge Altamira
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Caracterizar como un todo único los resultados de las elecciones al Parlamento de la Unión Europea, que finalizaron ayer, constituye claramente un error político. La UE no es un Estado nacional, ni ha absorbido las peculiaridades históricas nacionales de los países que la integran. El bloque de 27 miembros es sólo un aparato político-militar que responde a los intereses del gran capital financiero, localizado en cuatro o cinco Estados del continente, subordinado a su vez al imperialismo norteamericano y a la OTAN.
La posibilidad de que este aparato unifique a la economía y a la política europea es una utopía reaccionaria, porque constituye una forma extrema de contener la disolución de los viejos Estados nacionales, que provocó el estallido de la segunda guerra mundial. Bajo el paraguas de la unidad apenas se disimula la colonización financiera de la periferia europea por parte de su centro imperialista. Además de eventos nacionales separados y contradictorios, las elecciones de ayer tenían por propósito elegir una asamblea parlamentaria sin ninguna clase de poder, ficticia, una escribanía de la Comisión Europea, con jurisdicción limitada frente a los gobiernos nacionales.
Vista desde este conjunto diferenciado, los resultados finales de ayer se resumen fundamentalmente en lo siguiente: han constituido un golpe político durísimo contra las dos potencias promotoras de la guerra contra Rusia – el francés Macron y el alemán Scholz. A sabiendas de que corrían relegados en estas elecciones, ambos reforzaron una campaña belicista que concluyó en la decisión de escalar las acciones bélicas en el territorio de Rusia y en la península de Crimea. Macron brindó a la revista The Economist una entrevista maratónica para defender la necesidad de enviar tropas francesas y europeas a la retaguardia de Ucrania, con la perspectiva ulterior de desplegarlas en el campo de batalla. Con la tradición histórica bonapartista de Francia inflándole el cerebro, imaginó, cual un Napoleón, que un éxito militar en el exterior doraría los blasones de su autoridad interna. Como lo que ha ocurrido ha sido exactamente lo contrario, no demoró un instante en disolver la Asamblea Nacional y convocar a elecciones en tres semanas, como sólo se le podía ocurrir a un De Gaulle en miniatura. Olaf Scholz, el socialdemócrata alemán, que está organizando una economía de guerra en su país, siempre con el propósito de escalar la guerra europea, desechó jugar su destino a los dados, porque tampoco tiene un cargo presidencial que lo proteja, al menos en forma precaria, de una nueva derrota parlamentaria. A este dúo hay que sumar al británico Rishi Sunak, un ultra promotor de la guerra contra Rusia, que ya está resignado a perder por goleada las elecciones que tendrán lugar este mes en el Reino Unido. La troika europea de la guerra ha recibido un uppercut de lleno a la mandíbula.
A la bolsa de París no le gustó la derrota de Macron, pero menos aún la disolución de la Asamblea Nacional. Este síntoma financiero de la crisis política que se ha abierto es una muestra pequeña del impasse en que han entrado los regímenes políticos agrupados en la OTAN. Putin debe haber recibido complacido este giro de los acontecimientos. Macron aventura la posibilidad de que la derechista Le Pen gane las parlamentarias francesas de fin de este mes y que deba admitir un régimen de doble comando – presidencia, de un lado, jefatura de gobierno, del otro. Pero para llegar a ese punto, Le Pen deberá negociar una coalición con quienes están a su derecha, si es que llegan a reunir los votos suficientes. Francia podría enfrentar en días más un impasse política de larga duración. Un gobierno de doble comando podría también resultar en una renuncia de Macron y el adelanto de las elecciones presidenciales. La política francesa se balancea entre dos polos reaccionarios, pero esto le quita poco a la fractura política que se ha creado en una nación en guerra. El ‘accidente’ electoral de ayer ha hecho saltar los tapones de una instalación en decadencia y deteriorada. La navegación política del gobierno de Scholz, hasta las elecciones de 2025, también se encuentra escorada; en Alemania, un posible adelanto de las elecciones deberá ser votado por el Bundestag, el parlamento germano. La fragmentación política en Alemania es manifiesta, si se tiene en cuenta que, además, el ganador de ayer, la CDU, o democracia cristiana, obtuvo apenas el 30% de los votos, muy abajo de una mayoría de gobierno.
Los medios han puesto la atención en lo que llaman el avance de la ultraderecha o directamente del fascismo, y las consecuencias que podría tener para el parlamento europeo. Este parlamento ha quedado, luego de las elecciones, marginalizado, frente a las crisis de gobierno en Francia y Alemania. La ultraderecha, por otro lado, se encuentra dividida en dos o tres bloques, en especial frente a la guerra. Lo fundamental es que, en el episodio electoral de ayer, estuvo ausente por completo y como nunca la clase obrera y cualquier expresión de boicot a la elección y combate a la guerra (la segura victoria del laborismo británico no es esa representación, sino un relevo pseudo social de la política de guerra del imperialismo inglés). Las expresiones menores de la izquierda se dividen entre el ala pro OTAN, que encubren como un defensa de la autodeterminación de Ucrania, y el ala pro-rusa, que reclama la victoria militar de Moscú. Las huelgas obreras, muy importantes, en los últimos años, no han encontrado expresión o canal político, ni tampoco el creciente movimiento de lucha contra el genocidio palestino por parte del sionismo.
La convulsión política en Europa se acentuaría aún más en caso de una victoria del delincuente Donald Trump. De mayor impacto sería el fracaso de la escalada de la OTAN en Ucrania, el desgaste militar y político de Zelensky, y una ocupación de Járkov y Odessa por parte de Rusia. La repolitización de la clase obrera de Europa y el paso a una acción histórica independiente está estrechamente vinculada a una lucha contra la guerra imperialista – por la derrota de la OTAN y de la oligarquía capitalista de Rusia. A la sombra de esta crisis histórica, sigue operando la tendencia a una nueva bancarrota internacional, que es la consecuencia inevitable del fenomenal aumento de la deuda pública y privada, incluidos especialmente los Estados más desarrollados.
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