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El miércoles pasado, Benjamin Netanyahu fue aplaudido de pie por los legisladores norteamericanos, demócratas y republicanos que, cerrando filas con el genocidio palestino, lo habían invitado a hablar en el Capitolio. “El primer ministro habló durante 52 minutos en su discurso ante el Congreso de Estados Unidos el miércoles, y 52 veces el público (al menos su componente republicano) le dedicó largas ovaciones” (Haaretz 28/7).
En las inmediaciones, varios miles de manifestantes fueron reprimidos por repudiar la barbarie sionista y el espaldarazo que los representantes le brindaban a su máximo ejecutor. Días antes, varios cientos de personas -mujeres y niños mayormente- habían sido asesinadas por los bombardeos en Al Malawi, el campamento a donde Israel exigió que se “refugiara” la población de Rafah. Eso aplaudieron.
El día después del discurso en Washington, el bombardeo sionista contra el hospital de campaña de una escuela de Naciones Unidas en Deir al Balah volvió a provocar decenas de muertos. Se repitieron las imágenes de cuerpos de todas las edades desmembrados, cadáveres esparcidos, traslado de heridos a hospitales que han sido desguazados por los sionistas.
La escandalosa bienvenida al carnicero de Tel Aviv se produce dos meses después de que Karim Khan, fiscal de la Corte Penal Internacional, anunció que impartiría una orden de arresto contra Netanyahu por crímenes de guerra. Y después de que la masiva rebelión de los estudiantes norteamericanos fuera reprimida brutalmente por la policía, en algunos casos junto con bandas sionistas toleradas por las autoridades universitarias.
Ante los legisladores, Netanyahu hizo desfilar a un soldado musulmán y a otro etíope del ejército israelí, “jactándose de cuántos palestinos mataron en un esfuerzo superficial por refutar la idea de que Israel es un Estado racista y de apartheid” (Mondoweiss 28/7).
En un tono provocador, el sionista llamó “idiotas útiles pagados por Irán” a los norteamericanos que luchan contra la limpieza étnica en Gaza y la ocupación de la Cisjordania, responsabilizó a Hamás por la masacre y se burló de su audiencia negando que existan víctimas civiles o que Israel impida el ingreso de la ayuda humanitaria: “Si hay palestinos que no reciben suficiente comida es porque Hamás se la roba”, mintió.
También apeló al cuento sobre bebés quemados vivos y decapitados el 7 de octubre, desmentido desde hace mucho tiempo incluso por medios israelíes.
Medio discurso fue dedicado a explicar que la “guerra” en Gaza forma parte de otra más amplia que abarcará todo el Medio Oriente y debe dirigir Estados Unidos. El objetivo del sionista en Washington fue reforzar el apoyo del Congreso a su deriva genocida, a la ampliación frenética de las colonias fascistas en Cisjordania y, básicamente, dar por sentado que Israel es la primera línea en la batalla de Estados Unidos contra el Islam.
Los disensos hacia adentro de Estados Unidos respecto de cómo cerrar la invasión sionista se expresaron en que un centenar de legisladores demócratas -la mitad de la bancada- se ausentó del recinto y en el acto solitario de la representante palestino-norteamericana Rashida Tlaib, sosteniendo un cartel que denunciaba al genocida.
Aunque asistió, el líder de la mayoría demócrata del Senado, Chuck Schumer -el judío con el cargo político más alto en Estados Unidos-, declinó presidir la sesión, lo que lo hubiera obligado a sentarse justo detrás de Netanyahu. Una foto que resta votos en el electorado demócrata, crecientemente crítico del apoyo militar y político de Biden a la invasión.
Schumer se opone a la ocupación permanente de Gaza y Cisjordania, el programa que defienden explícitamente los fascistas religiosos que integran el gobierno de Netanyahu y que exalta a los sionistas evangélicos encolumnados detrás de Trump. Schumer propone que Netanyahu convoque a elecciones, en sintonía con la oposición dentro de Israel y sectores del Ejército.
La candidata Kamala Harris tampoco quiso aplaudir al israelí en el Congreso, pero el jueves emitió una declaración condenando a los “manifestantes antipatriotas” que lo repudiaron. Harris y el sionista tuvieron una reunión a solas donde, si bien ella insistió con el cese del fuego y deploró el sufrimiento de los “civiles inocentes” en Gaza, dejó en claro que “siempre me aseguraré de que Israel pueda defenderse”.
Donald Trump calificó a la preocupación por los civiles como insultante, pero, pragmático, también reclamó que Netanyahu ponga fin a la guerra en Gaza “rápidamente” porque la reputación de Israel “está siendo diezmada”. En realidad, Trump quiere quedar como el más sionista de los sionistas, pero no enfrentarse a las corrientes dentro del partido republicano “que insisten en poner fin al apoyo financiero a gran escala a los aliados extranjeros, incluso a Israel” (Idem).
Para Netanyahu, acosado por movilizaciones de masas en Tel Aviv que piden su renuncia y lo acusan de abandonar a los rehenes, era fundamental el respaldo político en Washington. Los diarios israelíes, sin embargo, coinciden en recordarle que todos los problemas que dejó “en su semana de vacaciones en medio de la guerra” (Haaretz 27/7) siguen vigentes, el primero de ellos la situación de los rehenes y la denuncia a los obstáculos de su gobierno a las negociaciones de un alto el fuego que permita la liberación de los sobrevivientes.
Mientras tanto, los padres de los niños asesinados por un misil mientras jugaban al fútbol en la aldea drusa de Majdal Shams, en los Altos del Golán ocupado, expulsaron tanto a Netanyahu como al ministro Bezalel Smotrich del funeral: “¡Fuera de aquí, asesino, criminal de guerra! ¡Viniste aquí para bailar sobre la sangre de nuestros hijos!”.
Israel acusó a Hezbollah de haber arrojado el misil que mató a los chicos e hirió a una treintena de personas —versión que es respaldada por la Casa Blanca— y prepara una represalia. Sin embargo, la milicia chiita lo desmintió en el acto y en las redes circulan imágenes que parecen mostrar el momento en que un misil israelí de la Cúpula de Hierro fallido impactó contra el estadio en Majdal Shams y precipitó la masacre. No es la primera vez que Israel trata de acusar a los otros de sus crímenes de guerra.
La descomposición del régimen sionista avanza a pasos agigantados. El domingo, la policía militar israelí tomó por asalto la prisión de Sde Teiman, conocida por la ferocidad con la que torturan a los palestinos prisioneros. Pretendían detener a soldados sospechosos de haber vejado a un detenido que llegó al hospital con graves lesiones en partes íntimas y quedó paralítico de forma permanente. Pero los soldados de la prisión se atrincheraron y enfrentaron a la policía, rociando con gas pimienta al personal militar que llegó para detenerlos.
En un paso más del quiebre entre el gobierno y la jefatura del Ejército, el gobierno respaldó a los torturadores. El ministro de Seguridad, el fascista Itamar Ben Gvir, repudió “el espectáculo de los agentes de la policía militar viniendo a detener a nuestros mejores héroes” y exigió que las autoridades militares “respalden y apoyen a los combatientes y aprendan del servicio penitenciario: se acabó el trato ligero a los terroristas”.
En la misma línea, el jefe de la Comisión de Defensa del Parlamento anunció una interpelación al jefe de la policía militar y al jefe de los fiscales militares subrayando que los soldados “no son criminales, y esta despreciable persecución de nuestros combatientes no es aceptable” (Haaretz 29/7).