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El Primer Manifiesto del Surrealismo fue publicado por André Breton en la revista “La Revolución Surrealista”, que se editó en Paris desde 1924 hasta 1929, dirigida primero por Pierre Naville y Benjamin Péret y luego por Breton. La génesis de sus integrantes fue definida por el propio Breton como “jóvenes que la guerra de 1914 había arrancado a todas sus aspiraciones para precipitarlos a una cloaca de mugre, de estulticia y de fango”. Durante la Primera Guerra Mundial, literalmente, los soldados combatieron hundidos en el barro de las trincheras. Una guerra con 10 millones de soldados muertos y unos 20 millones de heridos. Era preciso manifestar las secuelas de una catástrofe como esa mediante un nuevo concepto literario, si bien el siglo veinte había comenzado con el desarrollo de vanguardias literarias y artísticas que, a su vez, reconocían precedentes desde el Romanticismo en adelante. Juan Larrea, un poeta vanguardista español, retrata así la secuencia: “...en el surrealismo parece concentrarse el espíritu de la época que se extiende desde la Revolución Francesa hasta nuestros días. Vésele surgir con admirable puntualidad, a su hora exacta: luego que el cubismo, pretendiendo romper la imagen de la realidad, ha destrozado el espejo. Por entre sus añicos, como una sangre fantasmal azogada y fría, se desliza esa sustancia de ultramundo que estimula el apetito en el cerebro de Occidente. Asociado con ese más allá del espejo brota el movimiento surrealista. Y brota cuando el infantilismo terrible de Dada, cuando sus risotadas de inmensas lunas rotas, hacen inevitable una reacción”. Al recorrido solo estético que Larrea describe no le falta razón pues el Primer Manifiesto todavía no plantea ninguna posición política. Además, Breton reconoce una genealogía de escritores que, a su manera, habrían sido surrealistas y que arranca desde el siglo dieciocho con Jonathan Swift y prosigue con el marqués de Sade, los románticos Young, Chateaubriand y Rabbe, el político suizo Constant, la poeta Marceline Desbordes-Valmore, los novelistas Adrien Bertrand, Víctor Hugo y Raymond Roussell. De Rimbaud afirma que es “surrealista en la vida práctica y en todo” e incluye en la nómina a Baudelaire, Mallarmé, Jarry, Nouveau, Saint-Pol-Roux. A Jaques Vaché lo considera el verdadero iniciador del surrealismo, legitima a Pierre Reverdy y asiente a Saint-John Perse. La nota humorística es que admite a León-Paul Fargue, que se oponía expresamente al surrealismo.
Breton expone la necesidad de respuesta y transformación que percibe: “… la actitud realista, inspirada en el positivismo, desde Santo Tomás a Anatole France, me parece hostil a todo género de elevación intelectual y moral. (…) Todavía vivimos bajo el imperio de la lógica...”. A fin de proceder contra esa “actitud realista” y contra ese “imperio de la lógica” propone mirar hacia la nueva perspectiva que ha abierto el psicoanálisis: “¿No cabe acaso emplear también el sueño para resolver los problemas fundamentales de la vida? (…) Creo en la futura armonización de estos dos estados, aparentemente tan contradictorios, que son el sueño y la realidad, en una especie de realidad absoluta, en una sobrerrealidad o surrealidad, si así se puede llamar.”.
El método de la asociación libre de imágenes y enunciados verbales aplicado por Freud es tomado por Breton y Soupault, haciéndolo ingresar en la creación poética. La propuesta era forjar “un monólogo lo más rápido factible (…) que sea, en lo posible, equivalente a ‘pensar en voz alta’”. Dicho monólogo revelaría necesariamente un “alto grado de ‘absurdo inmediato’”. Durante su tarea como médico en hospitales psiquiátricos en el transcurso de la guerra, Breton ya había experimentado con pacientes el método freudiano.
Parodiando el estilo de diccionario, Breton ofrece la siguiente definición: “SURREALISMO: sustantivo, masculino. Automatismo psíquico puro por cuyo medio se intenta expresar verbalmente, por escrito o de cualquier otro modo, el funcionamiento real del pensamiento. Es un dictado del pensamiento, sin la intervención reguladora de la razón, ajeno a toda preocupación estética o moral.”
El nombre del movimiento se eligió “En homenaje a Guillaume Apollinaire, quien había muerto hacía poco y quien en muchos casos nos parecía haber obedecido a impulsos del género antes dicho (…) Soupault y yo dimos el nombre de SURREALISMO al nuevo modo de expresión que teníamos a nuestro alcance y que deseábamos comunicar lo antes posible, para su propio beneficio, a todos nuestros amigos”. Este sencillo relato del despertar surrealista devela un rasgo esencial de esa corriente: nace con aspiraciones colectivas. No tiene espíritu de salón literario, sino de comunidad lingüística. Se concibe como política de la literatura, o de la palabra, no como blasón de una secta esteticista.
Aunque no tuviera aún posición política definida, Breton ya señala una ética: “El surrealismo, tal como yo lo entiendo, declara nuestro inconformismo absoluto con la claridad suficiente para que no se le pueda atribuir, en el proceso del mundo real, el papel de testigo de descargo.”
Las notas sobre efemérides habitualmente se suministran a los lectores como fármaco sedante, que les permita transitar por los hechos del pasado. Aquí, en cambio, he tomado la fecha para introducir un tema que asume actualidad en la Argentina: el uso de la palabra libertad.
Dice Breton: “Únicamente la palabra libertad tiene el poder de exaltarme. Me parece justo y bueno mantener indefinidamente este viejo fanatismo humano.” Ninguna de las vanguardias artísticas había formulado el sentimiento ni el valor ético de esta palabra tan clara, sucintamente y, al decir “este viejo fanatismo humano”, Breton subraya que se trata del eje más constante y universal del pensamiento y la acción. La libertad o su carencia, qué es y qué no es, su valor o su insignificancia son cuestiones que llenan millones de páginas en códigos de leyes, libros de filosofía y, sobre todo, en la historia de los movimientos sociales y políticos de cualquier parte del mundo.
Contrariamente, la apropiación de esta palabra a manos del partido La Libertad Avanza dirigido por Javier Milei es una expropiación política a las masas por medio del lenguaje, que enuncia la represión y la extirpación de los derechos de los trabajadores y el pueblo oprimido. Es el intento de consagrar prematuramente su derrota apropiándose de los símbolos del adversario. Por algo no se denominan libertadores, sino ‘libertarios’. En realidad, son ‘liberticidas’, genocidas de la libertad. Sabemos que solo están disfrutando de su “libertad” los grandes capitalistas nacionales y extranjeros y que para el pueblo hay palos, gases y comisarías… Por eso el concepto de libertad es un terreno forzoso de lucha lingüística y política. En eso, el Manifiesto Surrealista señaló un camino.