“La lucha de las mujeres y el trotskismo”

Intervención de Olga Viglieca en el 3° Evento León Trotsky, 24 de octubre de 2024.

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Yo soy Olga Viglieca, de Política Obrera, y no voy a hacer muchas referencias históricas, porque me parece que estamos en una situación inédita para toda nuestra generación, que estamos en declive terminal de un régimen social que nos pone ante una tercera guerra mundial impulsada por la OTAN. Que tiene una escala en Moscú, que tiene un destino final en Beijing y la esclavización masiva de la mano de obra a escala planetaria.

Si este diagnóstico es cierto, es imposible hablar del movimiento de mujeres, de la disidencia sexual o de nada que tenga que ver con la lucha de los pueblos, sin tomar en cuenta que la primera tarea es la lucha contra la guerra imperialista. Y, a nuestro criterio, la lucha contra la guerra imperialista significa la lucha en la propia casa. En la Argentina es la lucha contra Milei, que ha puesto al país, en la vereda de la OTAN, en la vereda de la masacre del sionismo contra el pueblo palestino, la masacre en el Líbano y camino a Irán.

Entonces, la guerra expresa el estallido de todas las contradicciones del imperialismo en su irrefrenable declinación. Eso es lo único que tiene para ofrecerle a la especie humana el régimen del capital.

¿Qué tenemos las y los troskistas, qué tenemos las y los socialistas para ofrecerle a la especie humana, para ofrecerle -me atengo al tono de la mesa- a las mujeres trabajadoras? Tenemos la invitación a construir un muro infranqueable que derrote a los genocidas, que derrote a los infanticidas y que arme, construya, trabaje en función de un nuevo régimen social sin explotados y sin explotadores.

Si tuviera tiempo, me detendría en la experiencia de las mujeres en la Primera Guerra Mundial y en la experiencia de las partisanas en la Segunda Guerra Mundial. Pero no tengo tiempo, así que voy a pasar directamente a otro punto que me parece importante.

En este contexto de barbarie hay una corriente, una poderosa corriente fascistizante que ha declarado la guerra a lo que ella llama la teoría del género, el movimiento feminista, y que yo voy a traducir: ha declarado la guerra al movimiento de mujeres y al movimiento de la disidencia sexual.

Esta guerra no tiene nada que ver con los odios. Tiene que ver con aniquilar a una de las fracciones más dinámicas de los explotados que es el movimiento de mujeres. Tampoco tengo tiempo de hacer el relevamiento de lo que han hecho las trabajadoras en las últimas dos décadas, pero a la rápida podemos decir las luchas de las polacas en defensa del aborto, las luchas de las iraníes contra la barbarie de los ayatolas, las luchas de las argentinas, del movimiento piquetero -que fue adentro del movimiento de mujeres el factor de clase- la que llegó a la metodología de la clase obrera, la que rompió la lógica consensual, la que cuestionó la deriva parlamentaria, la redacción de infinitas pequeñas leyes que no se sabía para qué diablos nos iban a servir, y puso la organización de las mujeres, la lucha callejera, la lucha contra la violencia, en el terreno de los métodos de la clase trabajadora. Por supuesto, las mujeres estuvieron en el Ele Nao contra Bolsonaro, las mujeres fueron vanguardia en la lucha contra Trump. Y hasta en Nigeria, seis etnias teóricamente irreconciliables, fogoneadas sus diferencias por el imperialismo, terminaron tomando los pozos petroleros de la Shell y Chevron, y arrancaron a las petroleras que habían destruido sus manglares, donde estaban sus cultivos, su economía de subsistencia y ganaron una batalla que parecía imposible.

En esta guerra contra las mujeres, contra el género, contra las disidencias -biologicista hasta el absurdo- muchos habrán escuchado a Cúneo Libarona, el ministro de Justicia.

En realidad vemos una hojarasca ideológica que esconde el anhelo de garantizar un férreo control del Estado, de estrangular al movimiento de mujeres. No estamos frente a un ataque que se limite a la cuestión de género. No es eso lo que le molesta a la derecha fascista, diga lo que diga. Es una cuestión social que busca un grado superior de explotación del proletariado.

Las mujeres, decíamos, hemos sido un factor político poderoso en estas últimas décadas.

Sin embargo, ni la abnegada lucha de las mujeres, ni el acceso a la educación, ni el cupo parlamentario, ni las conquistas de los derechos reproductivos han podido evitar que nos hundamos en la más pavorosa miseria, en la destrucción de las condiciones de vida de las masas. Los hogares con jefatura femenina son los hogares que están invariablemente bajo la línea de pobreza y ese no es un fenómeno solamente en la Argentina sino en todo el mundo.

Este proceso que tiene características mundiales sucedió al compás del nombramiento de una miríada de mujeres dirigentes del movimiento feminista, tecnócratas de género, su ruta, que ocuparon infinitos lugares en el aparato del Estado y hasta en los clubes deportivos. Nadie se priva hoy de tener una secretaría de género que ya ni siquiera se llaman de la mujer. El nombre mujer ha quedado elidido. Estas secretarías de género -las hay hasta en el Banco Mundial- muchas veces han sido las ejecutoras de los programas que nos llevaron a la desesperación y a la miseria.

Entonces hay un balance indispensable que tiene que hacer el movimiento de mujeres, o por lo menos tenemos que hacer las socialistas, sobre la intervención dentro del movimiento de mujeres.

En los sindicatos, por ejemplo en ATE, para poder ser delegada o delegado hay que hacer un cursito de deconstrucción. Como si el enemigo no fuera el patrón sino el compañero que tenemos sentado al lado. Es un disparate y una política de fractura de la clase obrera..

Sin embargo, a la hora de luchar por las reivindicaciones de las mujeres, licencias más flexibles, lactarios, jardines, no los vemos tan dinámicos como a la hora de abonar el enfrentamiento sexo contra sexo.

Las socialistas repudiamos la idea del enfrentamiento sexo contra sexo porque sabemos que no hay revolución si no hay unidad del proletariado. No hay revolución si no hay la unidad de las trabajadoras y los trabajadores. Y esto no significa que neguemos las lacras de la opresión de las mujeres que también están dentro de la clase obrera. Este es un mandato inexorable de las y los socialistas luchar para tratar de extinguir esas lacras. La unidad de las trabajadoras y de los trabajadores es indispensable para llevar adelante nuestro programa.

En los sindicatos argentinos, a principios del siglo XX -anarquistas y socialistas- el programa de la mujer estaba incluido en el programa general de la clase trabajadora. A nadie se le ocurría que era el problema de la minas o que pasaba por la minas. Todas, la FORA, la UGT, en su programa tenían la lucha contra la trata, la lucha por el divorcio, la lucha contra la prostitución (¡ma qué trabajo sexual!), la lucha por el laicismo, la lucha por la educación. Los sindicatos que tenían un proyecto de construcción de un nuevo mundo, de un mundo diferente, habían hecho una síntesis perfecta de los intereses de hombres y mujeres de la clase proletaria. Es una lección a la que deberíamos volver.

La aportación del Estado, de las direcciones del movimiento de mujeres y del movimiento feminista se completó con la reivindicación de la multiculturalidad y la defensa de las peculiaridades identitarias. Las peculiaridades identitarias significan la imposibilidad de construir un programa de emancipación común a todas las explotadas. Jamás se han propuesto las corrientes queer o del feminismo transaccional construir un mundo diferente. Me refiero al socialismo.

Impugnan la necesidad de construir un programa emancipatorio común. Clara Zetkin -lo acaba de nombrar Juliana- tiene un texto maravilloso que es "Separación tajante". ¿Tiene vigencia aún un texto que fue escrito antes del siglo XX? Tiene vigencia, compañeras y compañeros, porque la emancipación de la mujer y la emancipación del hombre exigen la destrucción de este régimen social.

"Separación tajante", dicen las socialistas. Dentro del movimiento tienen que salir a buscar a las mujeres trabajadoras planteando la diferencia tajante entre el movimiento feminista, un movimiento policlasista, un movimiento de conciliación de clases, con las que queremos destruir el capital y construir un régimen sin opresores ni opresoras.

Desde ese punto de vista es hora que las socialistas reivindiquemos como suficiente nuestra definición política: las socialistas somos socialistas.

El socialismo feminista es un oxímoron porque uno es una teoría de la conciliación de clases y el otro es una teoría de la lucha de clases. No hay manera de confluir.

Termino con cuatro frases.

No es sexo contra sexo, no es reconstrucción cultural, no es conciliación de clases, no es sororidad. Luxemburgo y Zetkin hace un siglo y medio dijeron que la sororidad no era nada más que una trampa. Urge vincular política y explícitamente la lucha de las mujeres con la lucha del conjunto de la clase trabajadora.

Urge delimitar con la mayor claridad posible la posición de clase de las mujeres obreras y que esta delimitación cristalice en una organización autónoma, independiente de las corrientes burguesas y también de las corrientes pequeñoburguesas, por simpáticas que sean a veces.

Urge trabajar con la unidad de clase de los explotados, en el seno de la clase obrera, luchar contra la violencia y los prejuicios sexistas de la clase trabajadora.

Abajo la guerra imperialista, compañeros.

Abajo la masacre del Estado sionista contra la Palestina y el Líbano.

Por el derrocamiento de sus gobiernos y por la unidad internacional de la clase obrera y de las organizaciones de mujeres de la clase obrera también, muchas gracias.

Respuesta a una pregunta del público sobre el feminismo

Gracias compañera por su intervención. El movimiento feminista tiene una historia. Las mujeres socialistas también.

En 1917 entre la revolución de febrero y la revolución de octubre, que tanto nos conmueve, las feministas inglesas, la legendaria Emmeline Punkhurts y una delegación, más exactamente, viajaron a Rusia, financiadas por la corona británica para hacer campaña contra la política bolchevique que quería terminar con la guerra. Que si tomaban el poder, se iban a retirar de la guerra, que es lo que hizo después de la Revolución. Pero no es un problema, un error de 1917.

No hace tanto, las feministas norteamericanas, feministas españolas y de muchos lugares del mundo, han defendido las dos invasiones a Irak en nombre de los derechos de las mujeres bajo el yugo del Islam.

Es verdad que en un movimiento policlasista puede haber abnegadas luchadoras, nadie lo va a negar. De lo que estoy hablando es de programas políticos. Y son programas que se oponen por el vértice.

Cuando vos pensas que está buenísimo y que es una alternativa para las mujeres, que haya un curso como la ley Micaela, que tengan que hacer los funcionarios y las fuerzas de seguridad para que entiendan que no hay que ser violentos contra las mujeres, entonces ya tenemos un abismo de esta “agenda”.

Porque por lo menos, lo que a mi corriente corresponde, y aclaro que soy fundadora del Plenario de Trabajadoras en el marco del Partido Obrero, por ese entonces no se nos ocurrió que la manera que combatir la violencia contra las mujeres era, por ejemplo, la ley Micaela. Una ley para convencer a jueces y policías -garantes de un régimen de violencia y abuso- de que es incorrecto golpear o abusar de las mujeres.

Lo que hicimos durante años fue organizar a las compañeras en las barriadas, que por otra parte no necesitaban que nosotras las fuéramos a organizar porque había una larguísima tradición, sobre todo de las mujeres paraguayas, de organizarse para intervenir ante los actos de violencia. Para impedirlos.

Las compañeras, cuando escuchaban que había problemas en una de las casillas, agarraban el palo de la escoba y ¿saben qué? Iban a golpear hasta que cesaba la golpiza. Y si no cesaba la golpiza, se metían adentro. Y si el tipo hablaba, bien. Pero si no entendía, hemos aprendido a cambiar cerraduras, a echar golpeadores. Y de ahí, a exigir subsidios, trabajo, vivienda, al Estado.

Eso es la organización de las mujeres. Eso es empoderar a las mujeres. No tiene nada que ver con un protocolo para intervenir en casos de violencia. No está mal que exista un protocolo, pero el protocolo no resuelve nada sin una organización autónoma que enfrente al Estado.

No tenemos acuerdo con una estrategia que además ha construido a las mujeres como víctimas. Víctimas de la violencia. Víctimas de la discriminación. Víctimas de no sé qué. Las mujeres somos oprimidas. ¡Pero también podemos ser guerreras! No víctimas: guerreras. Enfrentaremos a nuestros opresores y a nuestras opresiones. Enfrentamos al capital y nos proponemos eliminarlo. No tengo más que decir.

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