Escribe Lucas Giannetti
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Los portales del mundo se han hecho eco sobre el retorno de enfermedades infecto contagiosas en el Reino Unido, calificándolo como un retorno a la era victoriana, es decir al siglo XIX, cuando estos padecimientos eran frecuentes como consecuencia de las condiciones materiales de vida de la clase trabajadora y las masas en general.
El derrumbe del sistema de salud pública en uno de los corazones del mercado financiero mundial, se evidencia en el resurgimiento de enfermedades que habían sido erradicadas, como el sarampión, la gonorrea, la sarna y la sífilis.
Así, en la Gran Bretaña moderna se conjugan un importante desarrollo de las ciencias aplicadas a la sanidad, con un desplome del sistema nacional de salud pública (NHS) y una pauperización creciente de su población.
Desde la Asociación de Dermatólogos han señalado recientemente que la sarna, una infección cutánea parasitaria se ha hecho presente con una tasa “inusualmente alta” (Clarín, 28/10). El dermatólogo Tess McPherson ratificó que los casos de sarna han aumentado de manera exponencial en los últimos años. “Los factores que explican las infestaciones actuales parecen ser los retrasos en el diagnóstico, los retrasos en el inicio del tratamiento y el no uso de los tratamientos con toda su eficacia, lo que puede conducir a una nueva infección”. La sarna, común en los asilos victorianos, se contagia a partir del contacto piel con piel y tiene su vector en las condiciones de hacinamiento y miseria.
Por otra parte, las infecciones de trasmisión sexual, como la sífilis, registra los niveles más altos desde 1948. En 2023, se detectaron 9.500 casos, un 10% por encima que en 2022. Según los especialistas esta alza se debe a los inconvenientes que tienen los pacientes de acceder a la atención sanitaria. La gonorrea, de la que comenzó a tenerse estadísticas desde 1918, registraron la mayor cantidad de casos desde entonces, con 85.000 personas que contrajeron la enfermedad.
Las enfermedades que afectan a la niñez, como el sarampión y la tos ferina, también han registrado los mayores brotes en una generación. En 2024 se confirmaron 2.601 casos de sarampión, la cifra más alta desde 1996. Se lo atribuye a la caída en las tasas de vacunación, como consecuencia de la interrupción de los servicios del NHS durante la pandemia, lo que arroja que solo el 85% de los niños estén inmunizados contra la enfermedad. Por su parte, y también debido a la falta de vacunación, la tos ferina se ha cobrado 10 muertes de bebés en lo que va del año y se han confirmado 12.000 casos contra los 856 casos del año pasado.
Las estadísticas del NHS además revelan un aumento del raquitismo, el escorbuto y la desnutrición, enfermedades vinculadas a la mala alimentación. En 2023, el 17% de los hogares británicos sufrieron lo que se denomina “inseguridad alimentaria”. La cifra aumenta al 23% en hogares con niños. La encuesta anual que realiza la Food Foundation confirma que un sector cada vez más amplio de la población se salta una de las comidas del día o, directamente, pasan hambre o no comen. Se liga al alza de la inflación, que brotó con fuerza desde el inicio de la guerra en Europa. La Fundación Joseph Rowntree define a la indigencia como “la incapacidad de las personas para satisfacer las necesidades básicas de mantenerse calientes, secos, limpios y alimentados”. Así, la precariedad habitacional hace mella en la salud de los trabajadores y las masas, debido a la caída vertiginosa de los ingresos.
El hito fundacional del régimen sanitario británico data de 1848, cuando a instancias del abogado Edwin Chadwick se sancionó la ley de Salud Pública.
Chadwick sostenía que, para hacer frente a las epidemias de la época victoriana, como el cólera, era necesario la construcción de canales, acueductos, recolección de residuos –que la salud publica era un problema de ingenieros más que de médicos. En pleno auge del liberalismo y por medio de luchas, el proletariado británico logró que se establecieran medidas administrativas por parte del Estado para mejorar las pésimas condiciones de salud de los trabajadores que se encontraban malviviendo en las ciudades industriales impulsando el desarrollo de la ingeniería sanitaria, los servicios públicos, la higienización de las viviendas, la limpieza de las calles, la recolección de la basura y la planificación urbana.
El actual sistema salud, gratuito y universal -el NHS- se fundó en la inmediata posguerra, hace 75 años. Todavía goza de un enorme prestigio entre la población británica y es la institución con mejor imagen pública, superando por varios cuerpos a la anacrónica Corona.
Luego de 13 años de políticas de recortes del presupuesto impuesto por los gobiernos conservadores, el sistema de salud público británico se encuentra quebrado. Esto ha desatado oleadas de huelgas de los trabajadores de la salud por condiciones laborales y salariales que vienen arrastrando desde la pandemia. Como señalan los medios británicos, cada vez son más miembros del personal de la salud pública que concurren a bancos de alimentos porque no llegan a fin de mes. La decadencia del NHS se refleja también en que más de 7 millones de personas se encuentran en lista de espera para recibir tratamientos, los cuales se demoran meses e inclusive años. Los números reflejan la quiebra del NHS: entre los 18 países más desarrollados, el Reino Unido tiene los peores índices de supervivencia de enfermedades oncológicas y de accidentes cardiovasculares, y al desglosar por regiones y sectores sociales, el problema se agudiza. El corolario de todo esto es que la expectativa de vida no ha mejorado en los últimos 10 años.
Bajo el thacherismo se llevó adelante una reorganización del NHS, basada en reformas tendientes a la descentralización de servicios hospitalarios y la licitación de prestaciones, lo que se tradujo en el cierre y la ´racionalización´ del sistema. Claramente las reformas de la década del 80 no respondían a las necesidades de los pacientes, sino a las de carácter financiero. El desenlace de la reestructuración fue el desarrollo de un amplio sistema de seguridad social privada para aquellos que podían pagar dichos servicios.
Recientemente la ministra de Economía, Rachel Reeves presentó el primer proyecto de presupuesto desde que el laborismo volvió al gobierno en julio de este año. El proyecto prevé un aumento de los impuestos que alcanzaría los 52.000 de dólares, con el supuesto objetivo de sanear las finanzas y recomponer los servicios públicos, precisamente, como el NHS. Según Reeves “el plan económico busca proteger a los trabajadores mediante medidas para aliviar el coste de la vida” (Infobae, 30/10). Claramente la ministra de Economía vende gato por liebre cuando el primer ministro Starmer se ha comprometido a profundizar la política de guerra de la OTAN, que insume una parte considerable del presupuesto del Reino Unido y que golpea de lleno sobre los trabajadores británicos y sus condiciones de vida.
En términos generales, la quiebra del NHS y el resurgimiento de las enfermedades victorianas son la expresión cabal de la decadencia económica y social del Reino Unido, como se manifiesta en la caída de su participación en la economía mundial.