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El cine silente es una parte fundamental de los orígenes y del ulterior desarrollo del séptimo arte. Popularmente, a ese período que va de 1895 a 1928, se lo conoce como cine mudo. Sin embargo, no era “mudo”, porque los personajes en esos filmes expresaban sus mensajes a través de placas de texto distribuidas cada cierta cantidad de fotogramas. Simplemente, era cine “silente”, por el hecho de que esas películas carecían de banda sonora, debido a que aún no se habían desarrollado los medios técnicos para que el público disfrutara de un relato con imagen y sonido.
Con los hermanos Lumière como los mayores exponentes del cine documental (que fue la primera expresión cinematográfica, con “La llegada de un tren a la estación de La Ciotat”, de 1895) y Georges Méliès, como el “maestro” del cine ficcional y de efectos especiales, con “Viaje a la Luna”, de 1902, como ejemplo de ello, se puede observar aquel “big bang” del séptimo arte. Fue recién en 1927, con el filme “El cantante de jazz”, que se pudo apreciar el primer largometraje con sonido sincronizado. Y a su vez, la primera vez que se proyectó un film completo en color fue en 1929, con la película “On with the show”.
Tomando todos los elementos previos como contexto, podemos ver que “Juan sin ropa”, una película argentina de 1919 de la etapa del cine silente, en la que se puede apreciar un relato que amerita difundirse y conocerse. A principios del siglo pasado, un peón rural se conchaba, mediante una carta que le llega a su casa, en la que alguien conocido le informa de un puesto de trabajo vacante, en un frigorífico para trabajar en la faena vacuna. Antes de partir, se despide de sus padres, en escenas cargadas de dramatismo. Posteriormente, se exhibe el trabajo de los laburantes (Juan incluido) en las distintas partes del circuito productivo que le corresponden a un matarife, en un frigorífico.
Luego y fuera del lugar de trabajo, se suceden imágenes de una asamblea en la que Juan interviene, como uno de los oradores. Todo marcha relativamente normal, hasta que una nueva placa de intertítulos, anuncia algo, para espectadores y personajes, que comunica la patronal. “Aviso: debido a la falta de medios de transporte, se suspenden las faenas y se liquidarán los salarios pendientes, con un 20% de rebaja”. Esto da pie a una asamblea masiva del frigorífico, en la que Juan tiene la voz más consciente, resolutiva y organizada, en comparación con otro orador que mocionará dialogar con los patrones, medida que se ve infructuosa. La respuesta insurrecta de los trabajadores, que apedrean las oficinas de los patrones, redunda en el llamado a los aparatos represivos, con quienes los peones llegan a tener enfrentamientos cuerpo a cuerpo.
La mayor virtud técnica de esta película es indudablemente su uso del montaje, algo vanguardista para esa época. Esto alcanza su máxima expresión en la escena en que el patrón más joven, en su casa, pisotea hormigas -cuestión ligada a la opresión que realiza sobre los derechos y conquistas de los trabajadores del frigorífico. En el uso del montaje, con contenido obrero, por esos años, se mostró como un maestro Serguéi Eisenstein, con películas como “Octubre”, “El acorazado Potemkin” (en la que destaca la escena de la escalinata, con el cochecito cayendo) o “La huelga” (que es cinco años posterior a “Juan sin ropa” y en la que se ven escenas de faena de vacas y luego, a trabajadores moviéndose con todo hacia la rebelión).
Esta película está protagonizada por Camila Quiroga, Héctor Quiroga, Julio Escarsela, José De Ángel y José Rubens. En 1927, para su reposición en las salas, se escribió un tango -con música de Antonio Cipolla y letras de Francisco Bastardi- que permitió que nuevos títulos fueron recreados para que el público pueda apreciar el conjunto de la trama que relata la película. Apenas comenzada la exhibición, el filme presenta una placa de texto que describe a “Juan sin ropa” como la “simbolización simbólica del vencedor de Santos Vega”. Esta referencia literaria alude al poema “Santos Vega”, una de las obras cumbres de la literatura argentina, escrito por Rafael Obligado, en 1885.
De hecho, existe un famoso payador criollo del cual se desconocía casi todo, excepto una leyenda que dio origen a uno de los duelos poéticos y musicales más famosos de la historia argentina. Ese gaucho popular, e idolatrado en “tuitas” las pulperías bonaerenses, era Santos Vega, quien fuera derrotado por un desconocido forastero. Un tal “Juan Sin Ropa”, oriundo de Mendoza, y cuyo verdadero nombre fue: Juan Gualberto Godoy (1793-1864); un enviado del mismísimo “Mandinga” (el diablo) según lo relata la mítica tradición campera nacional.
Tomando en cuenta estos elementos telúricos, la película “Juan sin ropa” tiene un desenlace con escenas campestres, con bailes folclóricos y otros elementos nacionales, sin ser por ello, un mensaje nacionalista, conservador, ni reaccionario. Esto, por todo el desarrollo centrado en las insurrecciones campesinas, obreras, rebeliones y de enfrentamiento abierto con la patronal, que fueron previas a la última parte ya mencionada. Juan, también tiene un romance con una mujer con conciencia de clase, amante de los animales, hija del patrón de mayor edad, con quien, posteriormente, quedarán interrumpidos los afectos. Ella tiene una mirada proletaria e intercede por los oprimidos, ante su padre y patrón, para apaciguar los ánimos de su afán represivo. Es una mujer “empoderada”, a principios del S. XX, con cierta perspectiva socialista (aun estando comprometida con el patrón más joven), matizada por el melodrama que anuda el hilo del relato.
Los contenidos folletinescos son elementos frecuentemente desarrollados en el relato del filme. Sobre ellos, diversas críticas que tuvo “Juan sin ropa” enfatizaron sus cuestionamientos en el melodrama, y hasta hubo alguna que lo hizo desde el ultraizquierdismo, mientras que otras la ensalzan, remarcando su “epicidad proletaria”. A 105 años del estreno de “Juan sin ropa”, dirigida por Georges Benoît, vale la pena verla, disfrutarla, para pasar a la acción revolucionaria.