Tiempo de lectura: 3 minutos
Evo Morales madrugó el domingo 10 para anunciar la convocatoria a nuevas elecciones, sin fecha en principio, y anular las que tuvieron lugar el pasado 20 de octubre. Disolvió, asimismo, al cuestionado Tribunal Electoral. Lo hizo después que se conociera un comunicado de la OEA, que denunciaba “irregularidades”en esos comicios. El gobierno le había pedido a la conocida agencia colonial de los Estados Unidos una auditoría no vinculante del escrutinio, que la oposición, sin embargo, denunciaba como una maniobra. En su lugar, reclamaba, en unos casos, nuevas elecciones y un nuevo tribunal electoral, y en otros la renuncia inmediata del gobierno.
Lo que detonó la anulación de las elecciones ha sido, antes que el comunicado de la OEA, el amotinamiento de la policía en Cochabamba, un bastión de la oposición, que amenazaba extenderse más allá de ese perímetro, pero por sobre todo el comunicado de la jefatura de las fuerzas armadas, que reclama una salida “dialoguista” a la crisis que desatara el desconocimiento de los resultados por parte de la oposición. Las movilizaciones y los ataques a edificios públicos por parte de quienes cuestionaban los comicios, esgrimían slogans del tipo “abajo el comunismo”, “Bolivia no será otra Venezuela ni Cuba”. Por las brechas abiertas por esta crisis se entrometieron los “centros cívicos” de la derecha del Altiplano, y en especial el de Santa Cruz de la Sierra – un bastión de la oligarquía agraria y financiera de Bolivia y de las corrientes fascistoides que reclaman poner fin al “gobierno del indio”, sin importar que Evo Morales ha gobernado por medio de un pacto de compromisos con la oligarquía sojera, a la que reconoció constitucionalmente sus intereses latifundiarios y la extensión de este monopolio agrario por medio de la quema de bosques. A pesar el apoyo que tiene el gobierno entre los campesinos y la población indígena en grandes centros urbanos, en ningún momento llamó a una movilización para derrotar a la derecha. En todo momento estuvo pendiente de una decisión militar.
El comunicado madrugador de Morales insinúa una maniobra política de vuelo corto, que de ningún modo resolverá la crisis política descomunal que se ha abierto. Dice que la convocatoria a nuevas elecciones habilitará la participación de “nuevos actores políticos”, o se que confía en imponerse mediante la división de la oposición. A primera vista, el único que podría anotarse es el fascismo cruceño, que no se presentó a las elecciones generales de hace tres semanas. Un tránsito indoloro a nuevas elecciones se muestra, sin embargo, poco probable; entre los “nuevos actores” que van a reforzar su presencia política en Bolivia, se encuentran Trump y Bolsonaro – y, eventualmente, a la retranca, el débil gobierno que formarán Alberto Fernández y CFK.
Obnubilada por la posibilidad de combatir al gobierno indigenista burgués, la izquierda ha rechazado la caracterización de un golpe de estado en desarrollo y se ha movilizado, incluso en forma ‘independiente’, en conjunción con la derecha. Casi un siglo más tarde, todavía no ha aprendido nada del episodio golpista del “presidente colgado”, en 1946 (Villarroel), montado por la rosca y el stalinismo, que instaló el gobierno de las mayores masacres de mineros.
La capitulación de Evo Morales ante la OEA y los militares, cancela la posibilidad de que pueda gobernar Bolivia por la vía de nuevas elecciones. No se debería descartar que otro “actor” político que podría hacer acto de presencia en este escenario convulsivo sea otro candidato del MAS, si es que pudiera llegar a un acuerdo con los elementos ‘moderados’ de la oposición.
Bolivia se ha metido como un tercer actor en la crisis de regímenes políticos en América Latina, con consecuencias inevitables para el resto de los países. Hasta hace pocas horas Chile y Bolivia se destacaban como oasis de estabilidad política, en un caso bajo la batuta ‘neoliberal’, en el segundo bajo la ‘populista’.
Es necesario que la izquierda haga un balance de sus caracterizaciones políticas y en consecuencia de sus planteos, para hacer frente a una situación que a través de virajes y giros de todo tipo, puede transformarse en revolucionaria.