80 años

Hiroshima y Nagasaki: el Holocausto de los Aliados

Escribe Jacyn

Hiroshima y Nagasaki: el Holocausto de los Aliados

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El 6 de agosto de 1945, a las 8:15 de la mañana, el B-29 “Enola Gay” arrojó su carga en el centro de la ciudad de Hiroshima. En una fracción de segundo, la temperatura alcanzó el 1.000.000 de grados centígrados. Aproximadamente 100.000 personas murieron en el acto y otro tanto fallecería durante las semanas posteriores, como resultado de las heridas y los efectos de la radiación. Tres días más tarde, el 9 de agosto de 1945, el bombardero B-29 “Bockscar”, que planeaba descargar la bomba sobre la ciudad de Kokura, debido a la alta nubosidad, se desvió hacia su objetivo secundario, Nagasaki. Allí, con mejor visibilidad lanzó su arma. La bomba explotó a casi 500 metros de altura y a 3 kilómetros de distancia del blanco planificado, en el valle Urakami, lo que protegió a la ciudad de su devastación total, lo que explica la menor cantidad de muertos: entre 35.000 y 40.000 personas fueron víctimas directas de la explosión. Hacia finales de año, el número de fallecidos se duplicarían.

Los bombardeos nucleares norteamericanos marcaron mucho más que “el fin de la guerra”. Se trató de una acción terrorista sobre la población civil. Los bombardeos sobre Hiroshima y Nagasaki -dos ciudades que se habían mantenido relativamente al margen de la guerra y de los bombardeos regulares de la aviación norteamericana que arrasaron Japón- fueron complementarios con la destrucción de la ciudad alemana de Dresde, donde los bombardeos lanzados entre el 13 y el 14 de febrero de 1945 aniquilaron a 135.000 civiles; y de la política de rapiña y destrucción del Ejército Rojo durante su marcha hacia Berlín. La “democracia triunfante” se propuso estratégicamente infundir el terror y la desmoralización entre la población. El proceso revolucionario mundial ganaba fuerza en China, Indochina. Indonesia, Corea, y los Balcanes (Grecia Yugoslavia, y Albania). Con el Ejército Rojo ocupando el Este de Europa, el presidente Truman aceleró la rendición de Japón para evitar la ocupación de esa potencia por parte de la Unión Soviética. El imperialismo norteamericano se preparó para una hipotética tercera guerra mundial, contra la URSS, cuando aún no había concluido la segunda.

Los bombardeos sobre Hiroshima y Nagasaki inauguraron un orden mundial basado en el terror (“disuasión”) atómico. La amenaza nuclear ha estado presente en todos los conflictos de envergadura de los últimos 60 años – desde la guerra de Corea, Vietnam y la “crisis de los misiles” con Cuba hasta la guerra de Malvinas, Ucrania, Irán.

La posesión de armas nucleares, como un disuasorio, se ha agotado. Lo que algunos llaman “la paz nuclear”. La aparición de las armas atómicas, ‘tácticas’, así como los drones y los proyectiles “deslizantes”, han inaugurado el uso del arma atómica sobre el terreno. Washington mantiene una política de patrullas permanentes con submarinos armados con misiles nucleares en función de guerras atómicas ‘localizadas’

No hay “tratados de no proliferación” que puedan contrarrestar las contradicciones mortales del capitalismo mundial. Lo prueba el temor a una guerra atómica entre Pakistán e India, o las 250 ojivas nucleares en poder de Israel para ser usadas en Medio Oriente.

Solamente el derrocamiento del capitalismo puede poner fin al peligro del aniquilamiento nuclear. La masacre de Gaza ilustra el desprecio del imperialismo por la humanidad y la condición humana -la única barrera contra el exterminio.

Revista EDM