Tiempo de lectura: 6 minutos
Gabriel Solano, dirigente máximo del aparato del PO, participó en un debate con Lilia Lemoine en el programa #NoLaVen en La RZ Radio, que dirige la diputada de Milei.
Solano arrancó con una justificación de su participación en el programa de Lemoine. Dijo que tenía un carácter distinto a los que mantuvo anteriormente con representantes de la corriente “libertaria, por ejemplo, Carlos Maslaton". La revista Noticias calificó en ese entonces a Solano como “el trosko liberal”, debido a su definición del socialismo como “anti-estatista”. Un planteo curioso cuando el socialismo revolucionario lucha por la toma del poder como condición de un pasaje al socialismo. Solano había criticado el cepo cambiario establecido por el gobierno de los Fernández porque coartaba la libertad de los trabajadores de vacacionar en el extranjero. Una gigantesca pavada si se tiene en cuenta que el socialismo reivindica el monopolio del comercio exterior como parte esencial de la planificación económica. Ese monopolio no es antimportador ni antiturístico, simplemente hace congruentes las prioridades socialistas con el intercambio internacional. León Trotsky, tremendo defensor del monopolio de comercio exterior, chocó con Stalin en cuanto a los acuerdos comerciales con los estados extranjeros (“Adónde va Rusia”, 1925). LN+ llegó a calificar a Solano como “un fiscal de la república”, debido a la campaña ‘anticorrupción’ en que se embarcó, junto a la derecha, contra Cristina Kirchner.
Con Lila Lemoine, Solano se mete en un enredo increíble: dice que “ya no es un debate como podría haber sido en el pasado”. Eso explica Solano en relación a los debates con Maslatón, que “eran debates sobre posiciones políticas e ideológicas. Esa era una etapa de un debate legítimo (!!!!). Ahora estamos viendo un gobierno, ya no estamos en un debate exclusivamente de ideas. Estamos viendo cómo esas ideas se materializan y las consecuencias sociales que tienen”. No dejamos de debatir con el gobierno ultraderechista y ultrarrepresivo, como corresponde a un socialista, pero ya no en términos ‘ideológicos’. Hablando, sin embargo, la gente se entiende.
Para Solano, la izquierda debe fijar una posición frente a las posiciones fascistas antes de que se materialicen en un gobierno, y otra muy distinta cuando ya están en el poder. En el primer caso, el debate sería 'abstracto', disociado de la realidad política concreta y, por lo tanto, es 'legítimo'. Con este curioso argumento, el dirigente del aparato del PO justifica su período “trosko-liberal”. Una vez que esta derecha llega al poder, deja de ser un debate “exclusivamente de ideas” (sic); un debate sí, pero no de ideas (un debate culinario). Lemoine dice que invitó a Solano luego de que leyó el libro que este publicó (“Por qué fracasó la democracia”, 2023) y encontró importantes coincidencias. No es para menos. Oportunamente hemos caracterizado que ese libro representaba un repudio al socialismo y al marxismo. Las idas y vueltas de Solano sólo arriban a una conclusión: no repudió la posibilidad de un debate con una corriente que tiene el objetivo de destruir a la democracia y ‘exterminar’ al socialismo.
El debate mismo arrojó, sin embargo, algo parcialmente sorprendente: una convergencia entre ambos contrincantes. Es que Lemoine demostró que no es una libertaria, sino una pseudolibertaria, y Solano ratificó que no es un socialista sino un pseudosocialista; en este marco, los desacuerdos son triviales. Ocurre que el libertarianismo no es solamente una doctrina económica; es, sobre todo, una doctrina que postula la atomización social, es decir la atomización de la clase obrera, la liquidación del proletariado como categoría histórica y como sujeto político. Es lo que manifestó Diego Spagnuolo cuando respondió a un chico autista que la discapacidad no era una cuestión social ni un tema de Estado, sino familiar. Es lo que reafirma Milei, cuando atribuye la miseria social a la libre elección individual. El capital, para los libertarios, no es una categoría social: los obreros son igualmente capitalistas, sólo que un capital humano. La explotación de clase, sin otro límite que la reproducción del trabajador, es la forma universal de la igualdad. Desde este punto de vista, si las retenciones a la exportación son o no convenientes (para quién y por qué) está fuera del debate; es circunstancial. Si fueran el eje del problema, como se empeñaron Lemoine y Solano, no se entiende por qué Milei y Caputo las han mantenido en vigencia, como lo haría cualquier ‘kuka’ en su lugar. Solano se enfrentó a una pseudolibertaria, reclutada por los Milei, como a tantos otros, sin ninguna consideración de principios. Algunos advenedizos habían sido massistas hasta el día previo.
El tema de las retenciones a las exportaciones, banal por donde se lo mire, se convirtió en central. De acuerdo a Solano, “cuando un gobierno decide reducir las retenciones agrarias incrementa los beneficios de un sector y agrava al otro, porque cuando vos reducís las retenciones se incrementa el precio de los alimentos”. Lemoine respondió que eso no era necesariamente así, demostrando un mayor conocimiento de la economía que el pseudomarxista. El objetivo del cristinismo, con las retenciones, no fue reducir las ganancias agrarias, sino reducir el costo salarial de la industria, porque los salarios hubieran debido aumentar con el aumento del precio de los alimentos. El otro objetivo era recaudar divisas para pagar la deuda externa. Esto lo sabía cualquier militante del Partido Obrero hasta fines de mayo de 2019, cuando el aparato expulsó a 1.200 militantes. Esta “crisis” comportó un viraje histórico del PO. El PO había denunciado a la 125, que establecía retenciones móviles, como funcional al pago de la deuda. La resolución la había redactado Martín Lousteau.
El razonamiento de Solano plantea una divergencia estratégica con el programa de la IV Internacional, que parece invisible a los ojos pseudosocialistas. ¿Bajar los precios o aumentar los salarios? Forzar lo primero es un operativo del Estado para aplacar una lucha de clases; aumentar los salarios requiere, casi siempre, una acción directa de los trabajadores. Los impulsores de la colaboración de clases eligen lo primero; los socialistas, lo segundo. Lila Lemoine, enemiga de la colaboración de clases, no quiere que el Estado reglamente al capital. Como nota al margen, hay que señalar que las retenciones a las exportaciones pueden servir para contener una caída de los precios internacionales (algo que a Solano no se le ocurrió), mediante una disminución de la oferta de alimentos. La “seguridad alimentaria” que defienden Solano y el FITU forma parte de la guerra capitalista internacional por la captación de mayores mercados. Solano refrita la vieja postura desarrollista que atribuía a los “alimentos en dólares y salarios devaluados en pesos (...) la fuente principal de creación de pobreza en el país”. No sería el capitalismo la base de la pauperización, sino el comercio sin retenciones.
El cuestionamiento de Solano al gobierno actual siguió la misma línea “estatista”, al plantear que “cuando un gobierno decide aumentar las tarifas [de los servicios], los empresarios ganan más plata”. Tomando nota inmediata de la fragilidad del planteo de Solano, Lemoine respondió que “antes se subsidiaban los servicios y los pagábamos con impuestos”; es decir, los empresarios también ganaban plata con el esquema anterior, por otra vía. La respuesta de Solano fue que la salida a eso es la “nacionalización integral” de los servicios, sin responder si la financiación de las empresas nacionalizadas será por medio de mayores impuestos. La nacionalización burguesa de los servicios es una medida capitalista de lo más común; ahora mismo Trump ha impuesto la intervención estatal en la United Steel y en Intel, la gran productora de semiconductores, y hasta ha impuesto una retención sobre exportaciones (15 %) a Nvidia y ADM. El Estado no interviene solamente para salvar empresas en quiebra, como ocurrió bajo Obama (2008/9), sino para centralizar la economía como herramienta de una guerra mundial.
El desbarranque ideológico de Solano fue notorio en la medida en que Lemoine lograba desarmar sin dificultad los planteos estatistas y keynesianos de Solano. Así fue cuando Solano se pronunció “en contra de que se hayan congelado los planes sociales” y Lemoine respondió que “no se tendrían que haber creado nunca”. Solano le dio la razón argumentando que debería haber trabajo genuino, a la saga del planteo de Lemoine. La 'libertaria' llevó así la delantera en un terreno en el que la derecha carece de cualquier fundamento. La debilidad teórica de Solano es la expresión del abandono completo del programa histórico del Partido Obrero. Sus giros ideológicos no salen de la adopción de medidas capitalistas, de uno u otro espectro ideológico, para dar salida a una crisis que es histórica.
No es suspicacia el interrogante de por qué tiene lugar esta invitación de Lemoine a Solano y la aceptación por parte de Solano, en este momento preciso: cuando el gobierno liberticida ‘pelea’ contra el naufragio. Si la nave se va a pique, Lemoine buscará otros espacios, mejor dispuestos a aquello de que “a la Argentina la salvamos entre todos”. El horizonte de Solano no es diferente... una banquita en el Congreso (de la mano de Bregman). Porque de lo único que no hablaron en el programa, la una y el otro, es qué plantean frente al derrumbe oficial y a una intervención de las masas mismas en la crisis, salvo cuando Lemoine le reprochara a Solano que quería “romper todo” y Solano respondió: “Yo no quiero romper nada. Yo quiero un país mejor”.
Punto.
