Escribe Michele Amura
El mileísmo y la educación.
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Ese “aforismo” de la diputada libertaria Lilia Lemoine concentra la visión del gobierno frente al sistema educativo. Fue tomada simplemente como una frase infeliz de una aventurera, la cual busca la posibilidad de una carrera política bien remunerada a través de la difusión de ideas marginales y reaccionarias. Es eso, pero la importancia de la frase trasciende la miseria espiritual de la autora. En el fondo, el mileísmo reivindica la privatización absoluta del sistema educativo y una sociedad donde la posibilidad de tener una formación cultural sea monopolio de la pequeña y gran burguesía. Podés estudiar en función de tu riqueza personal. Un modelo educativo que liberales y conservadores de todo el mundo defendieron y que imperaba en la sociedad capitalista, hasta que las luchas del movimiento obrero y la revolución rusa obligaron a los gobiernos burgueses a conceder el derecho al estudio a las clases trabajadoras. Esa reivindicación de privatización absoluta es parte de una tendencia internacional cuyo líder es Trump: es la forma con la cual la derecha burguesa quiere destruir el salario indirecto de los trabajadores y reducir los impuestos a las ganancias, garantizando una mayor tasa de ganancia a los capitalistas. Como se ve, es una cuestión estratégica para el capital internacional (el mismo que invierte en el carry trade de Caputo y que tiene bonos de la deuda nacional y que, por ende, se beneficia del ajuste mileísta).
La justificación ideológica del ajuste presupuestario y de una futura privatización del sistema educativo es “¿de qué sirve estudiar una carrera que no te permite encontrar trabajo en el sector privado?”. O sea, si no hay demanda de una determinada figura profesional no tiene que haber oferta formativa de esa misma figura. Al mismo tiempo, se propugna la idea de que las carreras “serias”, “de verdad”, son las Carreras Técnicas y de Ciencias Naturales, en la medida que sus saberes tienen una aplicación en la producción de bienes y servicios; mientras las Carreras Humanísticas y de Ciencias Sociales sólo sirven para alimentar ideologías izquierdistas y dar trabajo “a los ñoquis kukas y de la izquierda” (como todas las ideologías es la distorsión de algo verdadero, ya que la Universidad es una herramienta de la burguesía para cooptar intelectuales e izquierdistas). En esencia, para esa visión ideológica, la formación cultural tiene valor en la medida que tenga una utilidad para el mercado capitalista y tiene que ser regulada por la ley de la oferta y la demanda.
En la raíz de esa visión sobre la educación está un cierto modo de concebir la vida humana. La idea que la vida se tenga que reducir al aspecto económico, que lo único que tiene valor es el éxito laboral y profesional y el “life style” que tus ingresos te permiten tener. Efectivamente, el estudio de Platón, Weber o de Herman Hesse no sirve para nada si tu único objetivo consiste en tomar una birra artesanal en Palermo. Así como no sirve tener muchos médicos en un país donde la pobreza real supera el cincuenta por ciento de la población, o sea donde “no hay plata” para curarse en hospitales privados y alimentar la acumulación de capital en el sector de la salud. Como tampoco sirven demasiados ingenieros en un país sin industrias avanzadas tecnológicamente; así que la lógica del mercado afecta la formación cultural incluso en las supuestas carreras “de verdad”.
Empezamos a desmitificar la cuestión educativa. La producción social de bienes y servicios en la sociedad capitalista está determinada por la ganancia: los bienes y servicios que satisfacen tus necesidades son mercancías que podés comprar sólo en la medida que la venta genere una ganancia para el capitalista. El pan puede tener una gran utilidad para la población hambrienta de un país africano (un valor de uso), pero, en la medida que no es rentable vender pan a pobres que ganan menos de un dólar al día, ese mismo pan no viene producido y vendido (porque no tiene un valor de cambio, no tiene valor). Así que cuando una carrera es inútil para el mercado, no quiere decir que no satisface necesidades materiales o espirituales (el saber crítico y la expresión artística), sino que no encuentra una forma de ser rentable para las inversiones privadas. Nadie se atrevería a decir que la producción de alimentos básicos es inútil sólo porque no tienen mercado, así la formación cultural en las Ciencias Naturales y Técnicas o en las Ciencias del Espíritu tienen una utilidad para la sociedad independientemente de la lógica de la economía capitalista. A revés, la incapacidad cada vez mayor del capitalismo de satisfacer necesidades materiales y espirituales de la humanidad, incluso la más básicas, demuestra la escaza “utilidad” del capitalismo como modo de producción social.
Al mismo tiempo, la desocupación en general y la falta de perspectiva laboral conforme a los estudios universitarios son un problema social generalizado que afecta a cualquier carrera universitaria. La tentativa de la derecha mundial y de los grandes medios consiste en descargar sobre las personas las culpas de un régimen en crisis social y económica. Desde los años 60 hay una sobreproducción de universitarios que no encuentran un trabajo bien remunerado y estable luego de su carrera universitaria; la radicalización de la juventud en el ‘68 fue en parte un reflejo de esa crisis laboral. Para no hablar de la desocupación masiva que escapa las estadísticas oficiales. La falta de demanda laboral afecta también carreras más vinculadas a la industria y a los servicios privados por la simple razón que hay una crisis económica mundial: de un lado reducción del empleo por caída del consumo y de la producción; del otro, la agudización de la competencia, que determina nuevos modos de producción que buscan abaratar los costos ahorrando en fuerza laboral (por ejemplo, con la IA). Si todos los graduados en Filosofía o Literatura o Medicina (“Lemoine docet”) hubieran elegido Ingeniería o Ciencias de Datos simplemente habría una tasa de desocupación más altas en esas carreras. “Nadie se salva solo” diría un personaje icónico de esos días.
Un segundo aspecto es la importancia de la formación espiritual del hombre a través la cultura humanística, la ciencia social y el arte. Si la riqueza material no es lo único que tiene valor, entonces, ayude o no ayude la búsqueda de trabajo, la cultura tiene su importancia para el individuo. Una gran problemática actual es la falta de un sistema ético que permita al hombre actuar para su realización personal y para el bien de su comunidad política. La falta de una comprensión de los tiempos en los cuales vivimos y nuestra posición en ellos. Causa y consecuencia de ese desarrollo es la devaluación de la Filosofía moral, de las Ciencias Sociales y del Arte. Efectivamente, esa cultura obstaculiza el dominio de la producción capitalista y de su ideología. Un estudio de la ética aristotélica, por ejemplo, llevaría a la idea de que la “vida buena” (eudaimonia) de la persona consiste en la realización de sus aspiraciones espirituales y que ella es imposible sin un régimen social justo y equitativo. O sea que una persona apasionada por la historia o por la música no puede prescindir de sus pasiones para sentirse realizada, una idea escandalosa para las Lilia Lemoine de la vida: la idea de que el bien colectivo e individual estén en contradicción, que sólo el último tenga que ser perseguido y que eso se reduzca a lo material es un dogma de cualquier burgués. Así como la lectura de Memorias del Subsuelo te muestra cómo un inepto social que sistemáticamente es humillado y oprimido, lejos de solidarizarse automáticamente con otras víctimas de la sociedad, puede violar la única persona que lo trató con afecto, siendo ella, una joven prostituta indefensa; marginados e ineptos que son la base social de La Libertad Avanza. La lucha contra Milei representa una lucha contra esa barbarie de marginales que quieren emerger atropellando y desgarrando cualquier tipo de comportamiento moral. Se podrían dar otros ejemplos de cómo el saber crítico y el arte acostumbran a las personas a poner en duda un sistema de dominación y explotación y también las induce a movilizarse políticamente.
Más allá del arma de la crítica, nuestra tarea cotidiana es desarrollar la crítica de las armas. O sea, la promoción de la acción directa, de los cortes de calle, de las huelgas y de las luchas. El movimiento estudiantil y de los trabajadores universitarios del año pasado quedó atrapado a las ilusiones del parlamentarismo y la incapacidad de desafiar el protocolo de Bullrich. Eso por la dirección del radicalismo y del kirchnerismo por un lado y por la política renunciataria de la izquierda por el otro. La lucha obviamente tiene que enfrentar lo más inmediato y fundamental: la destrucción del salario de los profesores y de los investigadores y el apoyo del genocidio palestino por el gobierno lumpen de Milei. Pero la lucha política de la juventud por la posibilidad de formarse a nivel cultural y profesional y para realizarse como persona tiene que cuestionar la raíz de ese régimen decadente.
Roberto Finelli - profesor de Filosofía, estudioso de Hegel, Marx y Freud – en un libro reciiente que se llama Il dominio dell’esteriore plantea un análisis interesante de cómo hay una “catástrofe de la mente”. Una catástrofe cultural y psicológica que afecta la humanidad, y sobre todo a las jóvenes generaciones. De un lado, hay un proceso de “interiorización” donde las relaciones humanas son siempre más absorbidas por el capital y las lógicas mercantiles (sexualidad, afectos), del otro, un proceso de “exteriorización” donde la formación de una identidad de la persona, a nivel político, intelectual y artístico, es siempre más superficial e influenciada por las redes sociales, las fake news y los influencers. Una sociedad donde quien es “afortunado”, y no ahonda en la miseria total, vive una cotidianidad de relaciones frágiles y series televisivas triviales. Una “progresiva atrofia por parte del ser humano de su capacidad de reflexión y, junto con ello, de la conexión entre pathos y logos, entre sentir y conocer… una mente que se encamina a sufrir de indeterminación porque, priva de una base sólida de personalidad, [vive] pseudoexistencias según modelos sólo grupales e imitativos”. “Una subjetividad de masas entregada a un pensar sin profundidad (…) seducida por lo inmediato”.
Un nihilismo donde no hay proyectos de vida éticos y culturales que determinen la voluntad: a luchar por el bien colectivo, al estudio profundo de la sociedad o de la naturaleza, a la empatía con los sentimientos de los demás. Lo que queda es un hedonismo mediocre que reduce la vida a una triste repetición de un trabajo alienante y monótono que nos permite “disfrutar” de viajes, Netflix y nada más. Y donde, paradójicamente, los mismos placeres carnales están afectados por la epidemia de soledad y de crisis depresivas. Epidemia siempre mayormente en la óptica de las investigaciones de psicología.
Esa crisis está relacionada con la precarización del trabajo, el aumento de la explotación y de las jornadas laborales y la decadencia educativa y cultural de la Universidad. Así que la lucha revolucionaria en contra el capital incluye la batalla por una “vida auténtica” donde la cultura no sea solamente una herramienta útil para el trabajo, sino el medio para la formación de nuestra personalidad y de nuestra capacidad de vivir en común.
*(colaboración, Roma, 12.6.2025)
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