Tiempo de lectura: 9 minutos
El cambio de nombre responde a una política de fragmentación del movimiento de mujeres que invisibiliza a las mujeres y a las clases sociales, y desresponsabiliza al Estado.
Un debate sobre el nombre del 34 Encuentro Nacional de Mujeres recorrió el año entero a la Comisión Organizadora y generó enfrentamientos como para dividirla en dos bloques aparentemente irreconciliables pero que -anticipamos- tienen más puntos en común de lo que se sospecha.
El desencuentro no fue sobre el modo de retomar la lucha por el aborto legal ni cómo enfrentar una debacle económica que arrastra a la miseria y al desempleo a las familias trabajadoras, ni cómo defendernos de la violencia femicida, que se cobra la vida de una mujer por día. Tampoco sobre cómo combatir a las mafias de la trata y a los narcos que secuestran a las chicas y destruyen a los chicos de las barriadas. Lo que se discutió en la Comisión Organizadora es si era legítimo o no cambiar “el nombre y el carácter” del Encuentro Nacional de Mujeres.
El bloque que tradicionalmente controla los encuentros -el PCR, el PJ, el kirchnerismo y Patria Grande (Malajunta)- simplemente respondió que la Comisión Organizadora no se pronuncia ni decide sino que hace un trabajo de coordinación. Mientras tanto, bajo cuerda, decidió unilateralmente la comunicación, el contenido de los talleres, la ubicación de la apertura y el cierre, etc. Y colocó mujeres con el pañuelo celeste de ‘las dos vidas’ en la comunicación institucional, un guiño desfachatado a la injerencia clerical en el movimiento de mujeres. La ausencia del derecho al aborto se ha cobrado esas dos vidas, con la muerte de la mujer en operaciones clandestinas.
El bloque plurinacional y diverso, que se pronunció “por el cambio de nombre y de su carácter, como un elemento básico, democrático e inclusivo” abarca desde las variantes de la disidencia sexual -muchas vinculadas a los K- hasta las ecofeministas, indigenistas, evomoralistas, esotéricas, el pleno del morenismo y (de forma más vergonzante) a la sección oficial del Plenario de Trabajadoras. Proponen como nueva denominación un “Encuentro Plurinacional de mujeres, trans, travestis, lesbianas, bisexuales y no binaries”.
El cambio de nombre serviría, en el criterio del PTS, “para dar lugar a compañeres de las comunidades indígenas, negras y de distintas disidencias de género; sectores oprimidos por este sistema capitalista y patriarcal” (La Izquierda Diario). No está muy lejos el PO oficial que entendió que el debate no fue una maniobra para sacar de agenda la discusión sobre el aborto o la crisis sino que “fue en el fondo un síntoma del repudio a la conducción del Encuentro”.
Para Prensa Obrera, el nombre del ENM debería ser Encuentro Internacional de Mujeres Trabajadoras, “por la estrategia que debiera seguir en términos de clase y por su integración, que efectivamente es el de la procedencia de mujeres de al menos diez países del mundo” (sic). Sin embargo, considera que “la plurinacionalidad es entendida en este caso (sic) como una forma de visibilizar la problemática de pueblos que han sido agredidos, desplazados, asesinados en el altar de un régimen capitalista que, muy lejos de significar un avance para los pueblos, lo único que hace es destruir las tierras y el medio ambiente en beneficio de un puñado menor de monopolios extractivos y latifundistas. Apoyamos la intención de visibilizar esta opresión” aunque eso no agote “el contenido del Encuentro y del movimiento de lucha que lo recorre”. (https://prensaobrera.com/…/65739-mujeres-nos-encontramos-pa…).
En el caso de la disidencia sexual, la insistencia en nombrar cada uno de sus múltiples modos parte del supuesto de que al nombrar “las visibiliza”, les da existencia y colabora a transformar el andamiaje cultural que las oprime, que sería sostenido por la dicotomía homosexual-heterosexual. Estos planteos ignoran o borran la especificidad histórica de la opresión de la mujer, que no es solamente un asunto de ‘discriminación’. La opresión de la mujer tiene su base histórica en la propiedad privada de los medios de producción y en una organización familiar que responde adecuadamente a la reproducción a ese régimen de propiedad y de la explotación social que resulta de él. La llamada cuestión de la mujer es histórica y social; la clase explotadora y en especial el clero ha perseguido y reprimido la diversidad sexual (en hombres y mujeres) en tanto la ha caracterizado como disruptiva de la familia, en tanto opresora de la mujer y de la niñez. La disolución objetiva de la familia bajo el capitalismo y aun en su fase de decadencia, ha abierto un campo amplio para el reconocimiento legal de la diversidad sexual. La ‘ideología de género’ constituye una tentativa de conciliar el derecho a la diversidad con el sistema capitalista, negando que “la historia de la humanidad ha sido hasta ahora la historia de la lucha de clases”. La relación homosexual, sin embargo, no ha podido evitar la reproducción de la organización familiar, ni la opresión en el seno de ella. Para la ‘diversidad’, el derecho al aborto no figura a la cabeza de la agenda.
No es nuevo que el feminismo oponga a las diferencias de clase, las diferencias identitarias, de género, de orientación sexual, de etnia, las cuales son históricamente incomprensibles si no es en términos de lucha de clases. El equívoco de que la opresión básica es de orden sexual, convierte a la explotación de clase como una parte del un universo infinito de opresiones.
Es un perfecto modo, como dice la zamba, de invisibilizar al capitalismo. Que la destrucción del héteropatriarcado no necesita tocar un pelo a las relaciones de propiedad y apropiación lo deja muy en claro la teórica feminista Judith Butler, defensora acérrima de lo que ella llama “una democracia radicalizada y pluralista”. Habría un posible paraíso sin opresiones en los marcos del Estado burgués, de la democracia política, que no es sino una de las formas de dominación del capital.
Las socialistas opinamos que la “opresión básica”, que organiza toda las demás, es la opresión de clase, y que la solución de todas las opresiones exige la eliminación del régimen de la propiedad privada, del régimen de clases, del capitalismo.
Sostenemos que la fragmentación identitaria de los oprimidos cumple la función de fortalecer al capital por la vía de dividir y antagonizar a distintas fracciones de la clase trabajadora. Por ejemplo, en blancos y negros, locales y migrantes, heterosexuales y homosexuales, hombres y mujeres, mujeres y lesbianas, travestis y transgéneros, etc. Las identidades de género, sexualidad, etnia, todas las opresiones, se encuentran articuladas socialmente, concretamente bajo el dominio del capital. La definición posmoderna atomiza al movimiento de mujeres, atomiza a los oprimidos y pulveriza la comprensión de un programa común emancipatorio. Convierte a la opresión de la mujer y a la función opresiva de la familia en una abstracción.
Por otro lado, absuelve al capitalismo de la responsabilidad de las opresiones y convierte al patriarcado y a los hombres “cis” -blancos y heterosexuales, aunque uno sea un obrero y el otro su patrón- en los responsables de la opresión de todos los demás.
Cualquiera de los videos de la página de las diversas y plurinacionales ilustra sobre micromachismos, microrracismos y variopintas microopresiones en los que el responsable es el compañero de subte, la vecina o el novio, y nunca un régimen social que expulsa de sus tierras a los originarios, trafica a los migrantes, condena a las mujeres a la doble opresión y la esclavitud doméstica, entre muchas otras posibilidades.
El radicalismo del feminismo radical -al que ahora se suman las autodenominadas “socialistas feministas”- impulsa la invisibilización y desresponsabilización del capitalismo detrás de la cortina tan espesa como inasible del patriarcado. La versión anti-capitalista del feminismo no supera los marcos de las “políticas pública” y “redistribución de ingresos”; se desvincula del gobierno de trabajadores y de la dictadura del proletariado, que es la única transición histórica conocida hacia una sociedad comunista.
Es obvio que el Encuentro es “Nacional” porque no es ni provincial ni municipal ni internacional. Y por supuesto que en el ENM tienen lugar desde hace años todas las identidades que se reconozcan mujeres. Pero es un Encuentro de Mujeres y esto significa el reconocimiento de un colectivo social que comparte la doble opresión -de clase y de género- y adjudica las responsabilidades de esta situación al sistema social y al Estado encargado de protegerlo.
Indigenismo
Otro tanto pasa con el planteo plurinacional-indigenista, que convierte a los pueblos originarios en una pluralidad de nacionalidades, abandonando la perspectiva de una América India única. Esas nacionalidades desarrollan su propio régimen de explotación y de opresión, incluida la de las mujeres. La plurinacionalidad reivindica la coexistencia con el Estado ‘blanco’, o sea capitalista y semicolonial. ¿O en el mítico Abya Yala no hay opresores y oprimidos, propietarios y explotados y las mujeres no se encuentran sometidas? Véanse los videos de la página https://www.facebook.com/SomosPlurinacional/ donde se explica que “los argentinos” (sic) son responsables de la opresión del pueblo mapuches o los qom. ¿Y los terratenientes de cualquier nacionalidad? ¿Las multinacionales que les expropian las tierras? ¿Y los sojeros o las empresas petroleras? Los obreros que trabajan en Argentina no explotan a los aborígenes ni reciben las migajas de las ganancias de los capitales que sí lo hacen, como al conjunto del proletariado. La fragmentación a su interior de los estados de América Latina constituiría un gigantesco retroceso histórico en la lucha por la UNIDAD socialista de América Latina, es decir la alianza obrero-campesina a nivel continental.
En pleno idilio de gran parte de la izquierda latinoamericano con la experiencia zapatista en Chiapas y después con el MAS de Evo Morales -que culminó en el “Estado Plurinacional de Bolivia”-, la Conferencia Latinoamericana de la CRCI partió aguas con el indigenismo.
El indigenismo, se dijo entonces, no es en sí mismo revolucionario. “Expresa una defensa de relaciones precapitalistas y sólo puede jugar un papel revolucionario si es agente de la revolución agraria y aliado del proletariado. Un partido revolucionario es siempre socialista, o sea que critica el orden presente desde el punto de vista del socialismo internacional” (Resolución política de la Conferencia Latinoamericana de la CRCI). Y agrega: “Cuando se relaciona con masas precapitalistas, algo absolutamente imprescindible en nuestra América India, el partido se empeña en aliarlas al proletariado, no en cultivar sus prejuicios. Frente a la cuestión indígena levantamos la posición de la Revolución Permanente: liquidación del latifundio, dictadura del proletariado” (ídem).
El indigenismo es la base ideológica de movimientos pequeño burgueses declaradamente capitalistas, como Evo Morales, gestor además de la explotación de los minerales del Altiplano por las corporaciones internacionales. La experiencia “plurinacional” boliviana demuestra que el indigenismo es absolutamente compatible con el capitalismo e incluso con la subordinación al imperialismo. Los vínculos del zapatismo con el clero, más exactamente con Samuel Ruiz, obispo de San Cristóbal de las Casas, despojaron a las originarias de derechos ancestrales a regular su maternidad.
Es verdad que la masa campesina e indígena “suele tener un contenido social contradictorio: tendencias conservadoras e incluso históricamente reaccionarias en cuanto a su organización social y la defensa de la pequeña propiedad y, por otro lado, un fuerte impulso de lucha contra la gran propiedad agraria y los monopolios internacionales”. “Oponemos la unidad socialista de América latina -a la que se integran los explotados de todas las nacionalidades vs la fragmentación nacional de los explotados, aliados a sus explotadores de la misma etnia dejando intocadas las relaciones de propiedad”, concluye la CRCI.
El bloque indigenista y diverso no postula un ENM democrático, laico ni asambleario
En la misma línea de compromiso que los socios del papado, el bloque indigenista y de la diversidad ni siquiera es anticlerical. Se ha pasado un año despotricando contra “la burocracia de los ENM” pero silencia su política de subordinación del movimiento de mujeres al clero y su llamado explícito a abrir las puertas a los pañuelos celestes y a los aparatos clericales. En síntesis: no defienden el carácter laico de los ENM. La consigna de separación de la Iglesia y el Estado es un saludo a la bandera puesto que refiere exclusivamente a los subsidios y nada dice de la función de control social de las iglesias a través de la asistencia social, la educación, la salud, etc. No se denuncia el papel retrógrado de las religiones, su sexismo, homofobia y misoginia, su complicidad con el abuso sexual y la paidofilia. Ni tampoco la complicidad con las iglesias del Estado, los partidos patronales, la burocracia sindical, los movimientos de desocupados.
El bloque indigenista tampoco tiene una propuesta alternativa a la burocratización del Encuentro. No cuestiona su carácter “reflexivo y consensual”. La única manera de combatir a la “burocracia” y a las argucias del “consenso feminista” es adoptar los métodos de la clase obrera: darle al encuentro características democráticas y asamblearias, que lo conviertan en un multitudinario congreso de mujeres trabajadoras, donde se vote un programa, un plan de lucha, una dirección del movimiento de mujeres.
Nos pronunciamos por un ENM asambleario y resolutivo, que tome los métodos propios de la clase trabajadora. Pero sobre todo nos oponemos a los intentos de fragmentación de las y los explotados y abogamos por la unidad de las mujeres trabajadoras en un programa de emancipación social, el único capaz de abolir el conjunto de las opresiones –de clase, identitarias, étnicas, nacionales.