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Tras semanas de protestas callejeras por sus políticas económicas y el presupuesto 2026, que impone sacrificios a una población enormemente empobrecida, finalmente cayó el gobierno. El miércoles pasado, más de cien mil personas marcharon en las calles de Sofía, la capital, una ciudad de 1.300.000 habitantes.
El país balcánico estaba a semanas de cambiar su moneda nacional por el euro, sumándose como el Estado número 21 a la Eurozona. Pese a la retirada del plan presupuestario, las manifestaciones continuaron.
El gobierno que había asumido en enero estaba encabezado por Rosen Zhelyazkov del conservador GERB (Ciudadanos por el Desarrollo Europeo de Bulgaria), pro OTAN, y otras formaciones como el Partido Socialista Búlgaro con vínculos con Moscú. El caso búlgaro es una condensación de contradicciones. Desde el 2021 ningún gobierno se ha mantenido más de un año, sumando ocho gobiernos de transición, incluidas tres coaliciones breves. Sólo este año se presentaron seis mociones de censura. Zhelyazkov dimitió precisamente antes de que el Parlamento votara una de ellas.
Los pasos previstos de acuerdo con la Constitución para estas situaciones señalan que el presidente Rumen Radev iniciará consultas con los grupos parlamentarios representados en la Asamblea Nacional. Los escenarios probables no son alentadores. Los observadores coinciden en que es muy improbable que se forme un nuevo gobierno; el presidente nombrará un gobierno interino, “caretaker”, para gestionar los asuntos cotidianos. El escenario más probable es que se convoquen elecciones en 2026, hacia febrero o marzo. La adhesión de Bulgaria a la eurozona, el 1 de enero, puede quedar en el limbo.
Bulgaria es un país que no suele figurar en el radar de la zona próxima a la guerra que la OTAN y Rusia protagonizan en la cercana Ucrania. El país que bordea el mar Negro ha sido durante mucho tiempo el aliado más cercano de Rusia en Europa del Este. Comparten la religión ortodoxa, su escritura cirílica y similitudes lingüísticas.
Bulgaria se encuentra en la encrucijada de “guerra del gas”. El gasoducto “Corriente Turca” o TurkStream es la única vía actual para el transporte de gas natural desde Rusia hasta Turquía y, desde allí, a varios países de Europa del sur y sudeste. Consta de un tramo marítimo y otro terrestre. El primero discurre bajo el mar Negro y suministra gas directamente al mercado turco. La segunda línea continúa hacia Europa a través de extensiones terrestres: entra en Bulgaria (donde se conoce como Balkan Stream), pasa por Serbia, Hungría y llega a otros países como Grecia, Rumanía y Macedonia del Norte. Esta es una de las rutas alternativas que Rusia reforzó en el “frente sur” de la guerra del gas europea tras el cierre de Nord Stream 2, el enorme gasoducto submarino diseñado para transportar el gas directamente desde Rusia hasta Alemania a través del mar Báltico. Turquía, Azerbaiyán y Bulgaria se han vuelto actores clave en el frente sur del tránsito de gas. Bulgaria se encuentra, así, en el centro de una disputa de potencias que necesitan controlar esa zona estratégica entre continentes.
Protestas en Bulgaria hacen retroceder al gobierno Por Camilo Márquez, 03/12/2025.
