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A medida que se flexibiliza la cuarentena se acentúa la crisis sanitaria y la crisis social. En esta situación emerge con mayor claridad que la peor parte de la presente crisis se la lleva la clase trabajadora.
Un conspicuo representante de la gran burguesía, Enrique Law, miembro del Departamento de Política Social de la UIA, arroja algo de luz para entender por qué los trabajadores se llevan la peor parte. Law plantea que la pandemia “visibilizó” la existencia de asentamientos populares donde la población vive en “condiciones no dignas” y que “solo en el conurbano bonaerense se registraron 1.726 barrios de estas características, en los cuales el 83% viven sin agua corriente, el 63% sin conexión eléctrica, el 98% sin gas y el 97% sin cloacas. Allí coinciden el hacinamiento, la violencia y la desnutrición” (Cronista.com, 17/06/29). El hombre se queda en la mera descripción y no reflexiona sobre algo fundamental: la estrecha relación que existe entre la posibilidad de contraer el virus y morir con la situación socioeconómica de cada individuo.
Una familia trabajadora mal alimentada porque se la privó de los medios de subsistencia, sea porque el salario está debajo de la línea de pobreza o porque carece de él, es una familia enferma. La salud es definida por la OMS como “un estado de completo bienestar físico, mental y social, y no solamente la ausencia de afecciones o enfermedades”. Es obvio que con el 45% de la población argentina debajo de la línea de pobreza y 10% de indigentes, no existe salud física y de ningún tipo. Un ser humano mal alimentado es un ser humano propenso a contraer diversos tipos de patologías porque su sistema inmunológico está debilitado.
Estas familias de trabajadores pobres viven en barrios que carecen de agua potable, cloacas y en completo hacinamiento. En estas condiciones de vida, es un milagro que el virus no se propague como reguero de pólvora.
Si luego asociamos pobreza y condiciones de vida, caemos en la cuenta de que los barrios populares, poblados de trabajadores pobres, son vectores de propagación del Covid-19. A su vez, esta situación incide sobre el conjunto de la sociedad en la circulación de casa al trabajo y en los mismos lugares de trabajo.
La peligrosidad del Covid-19 y de cualquier otra enfermedad en los barrios obreros pobres contrasta con las condiciones de vida de la burguesía y de sus barrios. Por tanto, la probabilidad de contagios entre la clase obrera y la clase burguesa es diametralmente opuesta.
Este enfoque analítico, aunque para otra época y país, ya fue abordado de manera profunda por Engels en su obra “La situación de la clase obrera en Inglaterra”. Allí, Engels expone, en base a un riguroso trabajo de campo, la relación estrecha que existe entre la alta tasa de contagios de una enfermedad infecciosa y las condiciones de vida paupérrimas de los trabajadores.
Otro elemento fundamental a la hora de entender por qué el Covid-19 hace estragos entre la clase trabajadora es un hecho elemental: los obreros no tienen otro medio de vida que su salario o las changas para conseguir un ingreso en el caso de los desocupados. No pueden optar por hacer la cuarentena porque si no salen a ganarse el mango no comen. Es así que el slogan “Quedate en casa”, para los trabajadores, no es más que un slogan porque si se quedan en casa no comen. En cambio, la gran burguesía sí puede “Quedarse en casa”, en hermosas y confortables casas, porque tienen los medios de subsistencia necesarios para vivir.
El relato del “virus democrático” no resiste el menor análisis. Las probabilidades de contagio y muertes por Covid-19 están determinadas por la condición de clase de cada individuo.