Los cien días de la cuarentena

Escribe Marcelo Ramal

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El anuncio de la nueva cuarentena no se animó a enfrentar una nueva conferencia de prensa. Ocurre que el nuevo aislamiento se destaca por sus flagrantes contradicciones. Aunque reducen a 24 las llamadas “actividades esenciales”, la descripción de cada una de ellas deja ´adentro´ a una parte sustancial de la gran industria. Es donde se están registrando casos de Covid19 entre sus trabajadores. Las limitaciones y controles que se imponen al transporte son de difícil cumplimiento, cuando se admite un funcionamiento económico relativamente amplio. La exposición de estadísticas fue mucho menos rigurosa a la hora de presentar avances en el equipamiento sanitario. Quirós, el ministro de salud de CABA, anunció a la prensa la incorporación de 50 nuevas unidades de UTI (terapia intensiva). A un ritmo de mil contagios diarios en la Ciudad, representa estadísticamente las necesidades de internación de un solo día.

Cien días

Al comienzo de la pandemia, la cuarentena “dura” fue presentada como el recurso para “achatar la curva”. Cien días después, la escalada de contagios y muertes delata las graves falencias en los testeos, la expansión de camas y la incorporación de equipos de cuidado sanitario. El temor ahora es, precisamente, el colapso de la atención hospitalaria.

Fernández dijo “la situación económica es grave”, como consecuencia de la pandemia. No: el Covid-19 se ha limitado a poner en evidencia los perjuicios de la ´economía de mercado´, como llaman los economistas a la anarquía capitalista. No hubo ni siquiera intención de producir una reconversión de la industria para atender a las necesidades sanitarias y sociales. Simplemente se adoptaron operaciones de rescate para mantener a la industria ociosa. El estado financió a la industria ociosa sin tomar a cargo la dirección de ella, sólo para evitar perjuicios a los capitalistas. Peor aún, volvió al sistema de Leliqs, que es una protección a los bancos a cargo del estado – en este caso el Banco Central. Tuvo que imponer restricciones al mercado de cambios, porque las patronales usaban el dinero para especular contra el peso, remitir utilidades al exterior o recomprar acciones. La cuarentena ha sido una operación capitalista, antagónica con las necesidades sanitarias. Habiendo destinado el 3% del PBI al rescate de las empresas - unos cinco billones de pesos-, el gobierno fue incapaz de imponer una reconversión industrial compulsiva, para asegurar la producción de respiradores mecánicos, equipamiento sanitario, unidades de terapia. Por último, y lo más importante, pagó intereses de la deuda externa por un monto igual a todas las ATP juntas, y pretende seguir por esta vía.

Fernández, Kicillof y sus socios macristas de la Ciudad despachan la situación económica con una frase. La dicotomía salud-economía es típicamente capitalista. Pone de manifiesto la importancia de una economía planificada, o sea que no atienda a intereses de lucro del capital, sino que destine una parte de los recursos acumulados a la atención de la crisis sanitaria. La “economía” tiene mucha tela para cortar en función de la emergencia sanitaria.

La pretendida “prohibición de suspensiones y despidos” resultó un fraude, porque el gobierno habilitó los acuerdos de suspensiones y rebaja salarial entre las patronales y la burocracia. Mientras tanto, el único subsidio directo a los trabajadores desocupados consistió en un “ingreso de emergencia” (IFE) de 100 dólares por cabeza, que muchos no llegaron a percibir.

Advertencia

Pero el señalamiento de Fernández sobre la “grave situación económica”, en momentos en que se discute la pandemia, tiene otro significado. El gobierno advierte que la clase capitalista no está dispuesta a más cuarentenas; los muertos no se contabilizan en el rubro de pérdidas de los balances. El palabrerío sobre el “fin de la paciencia ciudadana” o el “mal humor social” es un recurso para justificar la apertura de actividades, sin haber modificado antes las condiciones sociales que harían viable una actividad planificada, supervisada por los trabajadores en los lugares de trabajo. Quieren sobrevivir como lo hicieron cuando la ´gripe española´ (1918/9), a costa de más de cincuenta millones de muertes.

La crisis de la cuarentena tiene que ser vista en el cuadro de una crisis política. Durante la “Argentina en aislamiento”, el gobierno FF aspiraba a poner en caja la cuestión de la deuda externa, para pasar a arreglar la deuda local (u$s65 mil millones), con el FMI y otras instituciones (una cifra similar), la deuda externa de las provincias, los bancos públicos y la del capital privado – todo sumado, unos u$s400 mil millones. Pero la negociación de deuda avanza hacia un acuerdo gravoso para el país, que sin embargo aún no cierra. En estas condiciones, la tentativa de expropiación de Vicentin se ha convertido en una crisis de carácter político, mientras la cuarentena vuelve al primer día.

Ante el programa del capital, los trabajadores han ido desarrollando su propio programa. Por protocolos obreros, control de las condiciones de trabajo, incorporación urgente de trabajadores en hospitales, turno de 6 horas. Centralización de todo el sistema de salud, público y privado. Vigencia irrestricta de las paritarias, ningún recorte a salarios y aguinaldos.

La lección de esta crisis es que el capitalismo es un obstáculo para proteger la salud. Esta planteada la nacionalización integral de la banca, la gran industria y el comercio exterior; un plan único para atender, en principio, la emergencia sanitaria y la crisis social. Es necesario coordinar las luchas sanitarias y sociales, desarrollar plenarios y congresos de delegados, en primer lugar, de los sectores en lucha, como personal de salud, la industria de Santa Fe y el grupo Vicentin, los docentes, y extenderlo a todo el movimiento de los trabajadores.

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