Escribe Osvaldo Coggiola
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La represión a los militantes y organizaciones de izquierda anti-estalinistas en España y la persecución-asesinato de León Trotsky en México estuvieron unidas por más de un hilo. En noviembre de 1927, Trotsky fue expulsado del Partido Comunista de la Unión Soviética; en 1928, fue exiliado a Alma-Ata (Kazajistán); en febrero de 1929, fue expulsado a Turquía, donde residió hasta julio de 1933, en la isla de Prinkipo, cerca de Estambul. El desarrollo de la crisis revolucionaria en España, a partir de 1931, fue un elemento decisivo en la actitud de Stalin al respecto. Según Lilly Marcou, “si la decisión de matar a Trotsky se expresó en 1939, en la mente de Stalin empezó a madurar a partir de 1931, como testimonia un documento inédito de los archivos de ese período. En una carta enviada al Politburó, Trotsky aconsejaba a los líderes soviéticos que no se mezclaran en los asuntos internos de los comunistas españoles, es decir, ‘no impongan una escisión venida del exterior’. Furioso porque Trotsky todavía se atrevía a decir cuál debería ser la conducta del partido, Stalin escribió de inmediato: “Creo que Trotsky, ese locuaz menchevique desvergonzado, debería ser eliminado. De esa forma aprenderá a ubicarse en su lugar”.1
Para Pierre Broué, los intentos estalinistas de asesinar a Trotsky precedieron a su partida a México, en 1937: “[Ellos] siempre estuvieron entre las inquietudes de sus camaradas. En el primer período de su exilio, dos intentos merecen atención, ambos provenientes de ‘blancos’ manipulados por la GPU: el del grupo Turkul y el de Larionov. Nunca, hasta donde se sabe, pudieron localizar a su objetivo. Pero el grupo principal [de la GPU] en París apareció en 1935, el grupo de Efrom, que siguió a Sedov, preparó su secuestro en Antibes, asesinó a Ignace Reiss, y trató de envenenar a su esposa y a su hijo. Este grupo también tenía a Trotsky en la mira”.2
Los “blancos” anticomunistas, el bando contrarrevolucionario ruso de la guerra civil de 1918-1921, tenían todas las razones para odiar a Trotsky, el líder militar de sus vencedores “rojos”. Gérard Rosenthal, abogado de Trotsky en Francia, confirmó a Broué, con unos meses de diferencia: “A principios del verano de 1936, Serge Efrom formó una red de espías, integrada también por Marcel Rollin (Smirenski), el falso fotógrafo Louis Ducomet (‘Bob’) y François Rossi, es decir, Roland Abbiate, con otros dos o tres compinches no identificados. Esta red estaba dotada de una mensualidad regular”.3
Efrom estaba casado con la poeta rusa Marina Tsévátieva: el punto en común entre su grupo y el “grupo Turkul” era la presencia tanto de exiliados rusos “blancos” (incluidos ex oficiales del general zarista Wrangel) como de miembros del inframundo europeo (como Abbiate). Como revelaron diversos affaires luego desvelados, el servicio secreto soviético no vacilaba en reclutar entre los medios criminales, y prefería actuar a través de personas interpuestas, preferiblemente extranjeros.4
El asesinato de Trotsky, consumado en 1940, conmovió al mundo. Sin embargo, rápidamente desapareció de los comentarios y titulares, ahogado por los acontecimientos de la “guerra europea” (la Segunda Guerra Mundial), que comenzó con la invasión conjunta de Polonia por parte de los ejércitos de Alemania y la URSS, fruto del Pacto Hitler-Stalin celebrado en 1939 (compartir Polonia era una de sus cláusulas secretas), un pacto al que el asesinato de Trotsky estaba vinculado. A lo largo de los años, el hecho ha ido creciendo hasta convertirse en un momento clave de la historia contemporánea. Eric Hobsbawm se refirió al régimen estalinista y sus oponentes: “Pocos de estos centros disidentes contaban mucho desde un punto de vista político. Con mucho, el más prestigioso de los herejes, el exiliado León Trotsky, -colíder de la Revolución de Octubre y arquitecto del Ejército Rojo-, fracasó completamente en sus esfuerzos políticos. Su IV Internacional, destinada a competir con la Tercera Internacional estalinizada, fue prácticamente invisible. Cuando fue asesinado por orden de Stalin en su exilio en México, en 1940, la importancia política de Trotsky era insignificante”.5
En 1940, Trotsky ciertamente estaba aislado. La evaluación de Hobsbawm se basa en los siguientes supuestos: 1) Trotsky carecía de cualquier importancia política durante este período; 2) Su asesinato, por lo tanto, no tuvo conexión con los acontecimientos políticos contemporâneos, y ninguna influencia en ellos; 3) Habría sido fruto exclusivo de la venganza personal de Stalin. La hipótesis de que el asesinato fue resultado de una venganza de su archienemigo, el todopoderoso secretario general, no es sorprendente, considerando que el director del asesino ya había demostrado su falta de escrúpulos sobre la vida de los demás. Las características enfermizas y vengativas de Stalin ya habían sido señaladas por Trotsky (Stalin no buscaba “alcanzar las ideas de sus oponentes, sino su cerebro”). La interpretación de Hobsbawm tiende a borrar las diferencias políticas entre Stalin y Trotsky, y descarta que el asesinato fuera parte de una lucha entre fuerzas políticas y sociales contradictorias. La importancia del crimen se reduciría a la del testimonio de psicopatología elevado a la razón de Estado, donde solo la figura del asesino alcanzaría trazos históricos. En la medida en que esta interpretación se basó en elementos reales (la turbada psiquis staliniana), ella adquirió valor explicativo. Sin explicar por qué, a pesar de que Stalin lideró personalmente la caza del exiliado Trotsky, se transformó en un “asunto de Estado”, movilizando la diplomacia soviética, que presionó al gobierno francés de Laval para que no le concediera asilo político a Trotsky. La NKVD formó una “sección Trotsky”, con decenas de oficiales y militares dedicados a la persecución, y Stalin convirtió a Trotsky en el principal acusado in absentia de los “Procesos de Moscú”, sin desistir en el proyecto después del fracaso de la tentativa inicial de los estalinistas mexicanos.
El exiliado de Coyoacán no era una figura política insignificante en esos años. En la década de 1930, no escapaba a ningún buen observador la potencial inestabilidad política de la dictadura estalinista y el papel que, en ese cuadro, podía jugar el fundador, junto con Lenin, del estado soviético. La coacción con la que, en la década de 1930, media docena de gobiernos occidentales se libraron de Trotsky, contrariamente a las normas básicas del asilo, hasta que el líder fue aceptado en un país todavía gobernado por personas que de hecho habían luchado por la democracia, sólo pudo haber tenido razones ligadas al peso político internacional que aún tenía Trotsky. Según un exlíder alemán de la Internacional Comunista, “el gobierno francés le dio a Trotsky el derecho a residir en Francia en el mismo momento en que se aproximaba a Moscú. Cabe suponer que tenían información sobre la fragilidad de la situación de Stalin y del reagrupamiento de la oposición (en la URSS). Se consideraba posible un regreso de Trotsky a Moscú, y puede haber sido visto como una buena política, en 1933, darle a Trotsky un trato amistoso, con miras a una futura reorganización del Politburó ruso”.6
En la URSS, la influencia de Trotsky creció entre los opositores antiestalinistas. Pero los trotskistas organizados estaban casi en su totalidad deportados en Siberia, donde las ametralladoras acabarían con ellos. En España, los trotskistas y el POUM (Partido Obrero de Unificación Marxista) fueron perseguidos en la propia República en guerra contra el franquismo; el líder del POUM, Andreu Nin, fue secuestrado y asesinado por agentes de la NKVD. Entre los fusilados por la gran purga de 1937, cabe mencionar a los agentes de la NKVD Serguei Efron, Vadim Kondratiev y Roland Abbiate, que participaron en los primeros intentos de asesinar a Trotsky (coordinados, según Sudoplátov, por Spiegelglass): sin duda, menos que un castigo por su ineficacia, se trató de una garantía de discreción, la llamada “quema de archivos”.
Para Trotsky, los “Procesos de Moscú” y la represión en la Unión Soviética significaron el recrudecimiento de su persecución. Después de su estancia en Turquía, fue expulsado de Francia a Noruega, e “internado” en ese país en 1936 por el gobierno socialdemócrata de Trygve Lie, no sin antes ser quemada su casa y robado parte de sus archivos por un grupo nazi noruego. Trotsky vio en la acción una probable connivencia con la GPU rusa, consciente de la forma indirecta de actuar del servicio de Stalin, sospecha confirmada indirectamente por el comentario posterior del jefe de la Noruega ocupada por Hitler, el colaboracionista nazi Quisling (“Hubiera sido más sencillo entregarlo a la embajada rusa. Probablemente lo habrían enviado a Moscú en una urna...”). Trotsky enfrentaba, en realidad, una coalición estalinista-nazi con cobertura socialdemócrata: “Entre el ataque nazi y la salida de Trotsky de Noruega, la complicidad de la URSS y la Alemania nazi fue visible en las posiciones públicas adoptadas por ambas organizaciones políticas a ellas vinculadas. Ambos afirmaban defender Noruega y sus leyes: contra un revolucionario sin fe ni ley, para los nazis; contra un terrorista contrarrevolucionario, para la URSS. Ambos coincidieron en las acusaciones, las injurias y las amenazas, y también en la demanda de expulsión de Trotsky de Noruega, lo que plantearía la posibilidad de un secuestro por parte de la URSS, donde le esperaba un asesinato judicial”.7
La obtención del asilo político en México en 1936 le dio a Trotsky el tiempo extra que esperaba de la vida, por razones políticas: “El colapso de las dos Internacionales trajo un problema que ninguno de sus jefes es capaz de enfrentar. Las particularidades de mi destino personal me colocaron delante de este problema, armado con una seria experiencia. Ofrecer un método revolucionario a la nueva generación, por encima de las cabezas de los jefes de las II y III Internacionales, es una tarea que, aparte de mí, ningún hombre puede cumplir (...) Todavía necesito al menos cinco años de trabajo ininterrumpido para asegurar la transmisión de esta herencia”, escribió Trotsky en 1935.8
Tendría poco menos de cinco años de vida adicional. El “peligro Trotsky”, su potencial peso político en los acontecimientos, no se debía únicamente a su relevante papel en la fundación del Estado soviético, todavía vivo en la memoria. El asesinato de Trotsky fue parte de la aniquilación de una corriente política, que de cara a la guerra mundial apoyó una política similar a la de los bolcheviques durante la guerra precedente, proponiendo también una revolución antiburocrática en la URSS. Fue el aspecto central del intento, en gran medida exitoso, de liquidar esta corriente y su papel potencial frente a la catástrofe global. Las etapas previas y los hechos del asesinato de Trotsky son conocidos.
En la noche del 24 de mayo de 1940, aproximadamente 25 individuos disfrazados de policías lograron ingresar a su residencia de Coyoacán, secuestrando previamente a un guardia personal de Trotsky, Robert Sheldon Harte, quien estaba de guardia, y atando a los policías encargados de vigilar la casa. Dirigiéndose al dormitorio donde descansaban Trotsky y su mujer, comenzaron a disparar con ametralladoras contra las ventanas y las dos puertas. No afectados por los primeros disparos, el líder bolchevique y su compañera, Natalia Sedova, lograron arrastrarse hasta un rincón del cuarto. El fuego cruzado continuó, uno de los francotiradores entró en la habitación y descargó su ametralladora sobre las camas. Se marchó pronto, aparentemente creyendo cumplido su objetivo, y arrojando una bomba incendiaria en la habitación contigua, donde estaba el nieto de Trotsky, un chico de catorce años que se salvó de la muerte (resultó herido en el pie). Los francotiradores se alejaron cubriendo su retirada con fuego de ametralladora, en dos autos que luego fueron abandonados. Uno de ellos pertenecía al pintor Diego Rivera, ex amigo y anfitrión de Trotsky a su llegada a México, cuyo conductor fue detenido. Rivera huyó a Hollywood, de donde regresó al saber de que no lo involucraban en el atentado. Trotsky había roto todo tipo de relación con Diego Rivera en 1938, cuando éste apoyó al partido reaccionario del general Almazán; más tarde, se afilió al Partido Comunista Mexicano.9 Rivera justificó su intervención precedente con el presidente Cárdenas, para que se otorgase asilo político a Trotsky, diciendo que respondió al deseo de atraerlo para facilitar su eliminación física... Las investigaciones policiales, a pesar de un comienzo desconcertado, motivadas por la sospecha del jefe policial Sánchez Salazar de que se trataba de un “auto-atentado”10, se encaminaron. Triste papel le cabio a la prensa del Partido Comunista de México, dirigida por el abogado y dirigente sindical Vicente Lombardo Toledano, a quien Trotsky acusó ante la Fiscalía General de la República de ser cómplice moral del atentado. Sus vociferaciones anti-Trotsky demostraron que Toledano conocía perfectamente los detalles del atentado antes que la propia policía. En junio logró esclarecer la trama, probando la culpabilidad de varios miembros del Partido Comunista Mexicano, cuyas confesiones proporcionaron pistas para llegar a los principales organizadores: el pintor David Alfaro Siqueiros y su secretario Antonio Pujol; también participaron David Serrano Andonaegui, miembro del Comité Central del partido; Néstor Sánchez Hernández, quien, junto con Siqueiros, había servido en las “brigadas internacionales” de España, y otros miembros del PC mexicano.
No fue posible establecer, en ese momento, la identidad de un “judío francés” presente en el atentado y que, con toda probabilidad, era el agente directo de la NKVD. Julián Gorkin propuso que el hombre fuera Gregori Rabinovitch, presidente de la Cruz Roja Soviética en Chicago, institución que sirvió de cobertura de la GPU en Estados Unidos, y que se encontraba en México durante los hechos. Poco después del asalto del 24 de mayo, Rabinovitch regresó a Estados Unidos, pero en la capital mexicana cayó su colaborador más cercano, Vittorio Vidali (futuro diputado de la República Italiana por el PCI), un antiguo agente de la NKVD, conocido en la guerra civil española como “comandante Carlos Contreras”.11 El 25 de junio, el acusado confeso Néstor Sánchez Hernández condujo a la policía hasta una casa ubicada en Tlalminalco, en el desierto de los Leones, donde se encontró el cuerpo de Robert Sheldon Harte. La casa fue alquilada por los hermanos Luis y Leopoldo Arenal, cuñados de Siqueiros. Este y Pujol, prófugos, fueron finalmente detenidos el 4 de octubre de 1940, cuando Trotsky ya estaba muerto. En junio, Siqueiros había enviado una carta a los periódicos diciendo: “El Partido Comunista no buscó, al cometer el atentado, más que provocar la expulsión de Trotsky de México; los enemigos del Partido Comunista pueden esperar ser tratados de la misma manera”. Esta afirmación probablemente tendió, reconociendo una culpa ya innegable, a encubrir a la NKVD, provocando que el atentado fuera el resultado de un arrebato de ciega pasión política, por lo que se anunció “ingenuamente” que otros serían perpetrados.
Trotsky se salvó de ese primer intento con extrema dificultad. Pero sabía que el intento de asesinato se volvería a repetir y así lo declaró a la prensa mexicana. Se reforzó, entonces, la guardia policial en Coyoacán y se fortificó la casa, que llegó a parecer una fortaleza. En sus memorias This is My Story, el exdirigente del PC estadounidense Louis Budenz, convertido al catolicismo en 1946, relató que a fines de 1936, cuando se conoció la próxima partida de Trotsky hacia México, fue expulsado de su precario refugio en Noruega, el líder del PC estadounidense, Earl Browder, discutió con uno de sus asistentes, Jack Stachel, la posibilidad del asesinato. Budenz, quien reconoció que era uno de los agentes de la GPU que operaban en Estados Unidos, dijo que le pidieron que encontrara a una persona que simpatizara con el partido y que pudiera poner a un hombre de confianza en relación con los trotskistas estadounidenses. Budenz nombró a Ruby Weill, colaboradora de una publicación simpatizante del PCA, quien mantenía relaciones de amistad con una joven activista del Socialist Workers Party (SWP, el partido trotskista estadounidense), Sylvia Ageloff, de origen ruso, cuya hermana Ruth trabajaba como secretaria de Trotsky en Coyoacán.
Ambos hicieron un viaje juntos a Francia en 1938, en el que Weill puso a su amiga en contacto con un joven, supuestamente belga, que decía ser hijo de un diplomático, rico, un gran viajero, que quería ser periodista: “Jacques Mornard” era su supuesto nombre. Este cortejó a Sylvia y se convirtió en su amante. En enero de 1939, ambos hicieron un viaje a México, donde conocieron a los viejos amigos e invitados de Trotsky, Alfred y Marguerite Rosmer, a quienes condujo varias veces en su auto hasta Coyoacán. Cuando Trotsky observó que era de mala educación dejar al marido de Sylvia en la puerta, lo invitó a entrar al jardín. Tres días después del ataque del 24 de mayo, Mornard llevó a los Rosmer en su automóvil a Veracruz; antes de irse, compartió su desayuno por primera vez con los habitantes de la casa. Desde entonces, ha podido entrar a la casa de Trotsky como una persona de confianza. Hacía breves visitas, Trotsky lo atendía por cortesía durante unos minutos en el jardín, mientras alimentaba a sus conejos. En junio de 1940, Mornard se fue a los Estados Unidos, de donde regresó en agosto, en un estado de nerviosismo y enfermedad extremos. Probablemente ya le habían ordenado realizar el asesinato, dado el fracaso del anterior intento de Siqueiros. Una semana antes del asesinato, Sylvia y su “esposo” hicieron una visita a Coyoacán, oportunidad en que ella discutió con Trotsky en favor de las opiniones de la minoría del Partido Socialista de los Trabajadores, encabezado por Max Schachtman. “Mornard”, que apenas participó en la discusión y no parecía muy interesado, escribió un breve artículo al respecto y se lo mostró a Trotsky, quien lo consideró básico. Luego escribió una segunda versión, que el 20 de agosto de 1940 llevó a Trotsky para pedirle su opinión.
Una vez en la oficina de este último, Mornard llevó a cabo su ataque, mientras Trotsky leía su texto, asestando un fuerte golpe en el cráneo del revolucionario. Cuando se aprestaba a repetir el golpe, Trotsky se lanzó contra él, logrando detenerlo. Con el grito de Trotsky, los guardias y su esposa vinieron a ayudarlo. Trotsky, con el rostro ensangrentado, sin lentes y con las manos caídas, apareció en la puerta. Indicó con dificultad que no se debía matar a “Jacson” (“Mornard” se le había presentado como “Frank Jacson”)12, sin conseguir que él hablara. El asesino, al ser golpeado por los guardias, gritó: “Tienen a mi madre... Arrestaron a mi madre. Sylvia no tiene nada que ver con eso... No, no es la GPU. No tengo nada que ver con la GPU”. “Ellos”, ¿quién, entonces? Un médico declaró que la herida de Trotsky no era grave, pero se dirigió a su secretario Joseph Hansen (líder del SWP, que se fracturó el brazo al golpear “Mornard” -Mercader) en inglés, diciéndole, señalando con el corazón: “Aquí siento que es el final... Esta vez ellos lo consiguieron”.
Tras una intervención quirúrgica, Trotsky falleció el 21 de agosto por la noche. En el bolsillo del asesino se encontró una carta en la que intentaba justificar su acto como el de un “trotskista desilusionado con su maestro”, que le habría exigido que fuera a la URSS para cometer atentados y asesinar al propio Stalin, además de prohibirle casarse con Sylvia; tanto los conceptos como el estilo eran típicos de las “pruebas” forjadas por la NKVD-GPU. Ya se habían encontrado cartas similares junto a los cuerpos de otras víctimas, como Rudolf Klement. La carta de “Mornard” repetía los “argumentos” del inspector Vychinsky en los Procesos de Moscú (Trotsky como organizador de atentados en la URSS, con el objetivo de eliminar a Stalin y a todos los dirigentes del país). La carta estaba mecanografiada, pero la fecha se había añadido a mano, lo que era otra indicación de su carácter (principal) falsificado. Cincuenta años después, el coordinador de asesinatos, Pável Sudoplátov, admitió el hecho: “Era importante dejar entrever una motivación que pudiese desprestigiar la imagen de Trotsky y desacreditar su movimiento”.13
El velatorio de Trotsky en la Ciudad de México duró cinco días. 300.000 personas vinieron a despedirse del revolucionario por última vez. El presidente Lázaro Cárdenas y su esposa, que se había abstenido de conocer personalmente con Trotsky, visitaron a Natalia Sedova y expresaron su indignación por el crimen, asegurando que entendían bien dónde se habían hecho cartas como la que se encontró en el bolsillo del asesino, y que ella no se debería preocupar por eso. La identidad de “Jacson-Mornard”, que logró ocultar durante años, a pesar de su origen belga y otras referencias claramente falsas, fue aclarada por un médico mexicano, el Dr. Quiroz, quien consultó en 1950 (durante un congreso médico en España) registros dactilares de la policía española, que coincidían con los del asesino en México. “Jacson Mornard” en realidad se llamaba Ramón Mercader del Río y era hijo de la agente española de la GPU, activa en la guerra civil, Caridad Mercader (una hermana de esta, actriz, se casó con el director y actor italiano Vittorio de Sica).14
Condenado a 20 años, el asesino tuvo, durante su estancia en la prisión de Lecumberri, abundantes fondos de origen desconocido, y se aseguró un trato de favor en el penal. También quedó demostrada su conexión con Siqueiros. En una ocasión, antes del crimen, cuando Sylvia Ageloff le preguntó por la dirección de su negocio, le entregó las de una oficina en el edificio Ermita, en el Distrito Federal, que resultó estar alquilada a nombre de Siqueiros. Mercader fue liberado en 1960, y se dirigió a Cuba, donde el recién instalado (año y medio) régimen de Fidel Castro le negó el asilo político. Mercader fue entonces a Checoslovaquia y de allí a la URSS, donde recibió la “Orden del Mérito” de Lenin. Olvidado más tarde, regresó a Checoslovaquia, donde, según algunos, murió de cáncer de estómago a fines de la década de 1970 (Sudoplátov sostuvo que murió en Cuba en 1978, luego de “trabajar como ayudante de Fidel Castro”, siendo transportado su cuerpo a Moscú, donde fue enterrado como “Ramón Ivanovich López”). En 1966, el diario belga Le Soir anunció la muerte del verdadero Jacques Mornard, cuya identidad Ramón Mercader “expropió” y quien, en vida, negó haber tenido alguna vez relación o conocimiento de Mercader. Sylvia Ageloff, su ex esposa “trotskista”, se mudó después del asesinato a Nueva York, donde nunca más volvió a hablar del tema.
Teniendo en cuenta que la Oposición de Izquierda ya estaba derrotada en la URSS, y los métodos habitualmente empleados por Stalin, puede parecer sorprendente que el asesinato de Trotsky haya demorado tanto y, sobre todo, que Stalin no lo hubiera arrestado y ejecutado cuando aún estaba en la URSS, optando por exiliarlo en 1929. Trotsky explicó por qué: “En 1928, cuando fui excluido del partido y exiliado en Asia Central, todavía no se podía hablar de un pelotón de ejecución, ni siquiera detenido. La generación con la que había compartido la Revolución de Octubre y la guerra civil seguía viva. El Politburó se sentía presionado por todos lados. Desde Asia Central, pude mantener contactos directos con la Oposición [de Izquierda]. Stalin, después de vacilar durante un año, decidió exiliarse como un mal menor. Pensó que Trotsky, aislado de la URSS y sin aparatos ni recursos materiales, sería incapaz de cualquier cosa. Además, pensó que después de desprestigiarme frente al pueblo, no tendría ninguna dificultad para obtener del gobierno aliado de Turquía mi regreso a Moscú para el golpe final. Los acontecimientos posteriores, sin embargo, demostraron que era posible, sin aparatos ni recursos materiales, participar en la vida política. Con la ayuda de jóvenes camaradas senté las bases de la IV Internacional... Los procesos de Moscú de 1936-37 fueron organizados para obtener mi expulsión de Noruega, es decir, para dejarme en manos de la GPU. Pero esto no fue posible. Logré llegar a México. Sé que Stalin reconoció varias veces que exiliarme había sido un gran error”.15
La represión contra Trotsky y sus seguidores no se limitó a la URSS, aunque fue especialmente fuerte allí. En 1938, en una carta a un fiscal francés, Trotsky denunciaba: “Yagoda llevó a una de mis hijas a una muerte prematura y a la otra al suicidio. Detuvo a mis dos yernos, que desaparecieron sin dejar rastro. La GPU detuvo a mi hijo menor, Sergei, con una acusación incomprobable de envenenar trabajadores, después de lo cual desapareció. Condujo al suicidio a dos de mis secretarios, Glazman y Butov, quienes prefirieron la muerte a hacer declaraciones contra su honor dictadas por Yagoda. Otros dos secretarios rusos, Poznansky y Sermuks, desaparecieron en Siberia. Hace poco, la GPU secuestró a otro exsecretario mío en Francia, Rudolf Klement. La policía francesa lo buscará, ¿lo encontrarán? Yo lo dudo. La lista citada no incluye más que a las personas más cercanas, no hablo de los miles que murieron en la URSS, a manos de la GPU, bajo la acusación de ser ‘trotskistas’”.
Además de estos, en julio de 1937 había “desaparecido” en España el joven checo Erwin Wolf, exsecretario de Trotsky y uno de los principales organizadores de la IV Internacional, probablemente asesinado por Erno Gerö. También fue allí donde se forjaron los hombres que entrarían en Europa del Este con tanques soviéticos para crear las “democracias populares” de Europa del Este, después de la Segunda Guerra Mundial: entre el aplastamiento sangriento de la insurrección obrera en Barcelona y la brutal represión de los levantamientos obreros de Berlín, Budapest y Praga en las décadas de 1950 y 1960 hay un hilo conductor a lo largo de la historia. El asesinato de Trotsky comenzó a prepararse en España:
“Después de que Cárdenas le dio asilo político a Trotsky, Siqueiros y Vidali acudieron a una reunión del PCE, donde La Pasionaria [la dirigente comunista española Dolores Ibarruri] prácticamente abofeteó a los mexicanos en relación al caso Trotsky. Con su masculinidad revolucionaria cuestionada, Siqueiros dijo que él y otros miembros de la sociedad de excombatientes Javier Mina, de la que era miembro Vidali, se consideraron obligados a llevar a cabo el ataque y destruir la llamada fortaleza Trotsky en Coyoacán”.17
A principios de 1937, fracasó un intento de la NKVD de secuestrar a Leon Sedov, en Mulhouse (Francia), probablemente destinado a sentarlo en el banquillo de los acusados en el segundo juicio de Moscú.18 En el mismo año, según Pável Sudoplátov, fracasó el primer intento de eliminar a Trotsky, confiado personalmente por Stalin a uno de los líderes de la NKVD, Mikhail Spiegelglass.19 Pero en febrero de 1938, Leon Sedov murió misteriosamente, a los 32 años, después de una operación de apendicitis en una clínica parisina propiedad de un emigrante ruso blanco, probablemente vinculado a la NKVD. Las circunstancias de la muerte, así como el hecho probado de que el principal colaborador de Sedov, el ruso de origen polaco Mordchka Zborowski, fue desenmascarado en 1954, en Estados Unidos (donde era profesor universitario de antropología) como agente de la NKVD, con el nombre en clave “Mark” (en la IV Internacional, su nombre en clave era “Etienne”) -pero este hecho fue ignorado por Trotsky mientras vivió- lo llevó a pensar que Sedov fue asesinado por la NKVD.20 Esto nunca se ha probado.
Dmitri Volkogonov sostuvo que Sedov fue asesinado por la NKVD, lo que fue negado por Sudoplátov, quien afirmó no haber encontrado evidencias de esto en su proceso (en los archivos de la KGB rusa), y que “nadie fue condecorado ni reclamó ese honor”, por ese hecho.21 Volkogonov, un oficial militar de alto rango (antes de morir, era el asesor militar de Boris Yeltsin) debe haber tenido fuertes razones para sostener lo contrario. “Mark” o “Etienne” ya había despertado las sospechas de Victor Serge y Pierre Naville, quienes se dirigieron a Trotsky al respecto. En 1939, “Trotsky recibió una extraña carta anónima en Coyoacán. Su autor afirmó ser un viejo judío apátrida refugiado en Estados Unidos. Afirmó haber recibido de un alto jefe de los servicios secretos soviéticos, en tránsito a Japón, la confidencia de los brillantes servicios de un cierto Mark, cuya descripción coincidía con la persona de Étienne”.22
El “viejo judío apátrida” era Alexandre Orlov (nombre en clave de L. L. Feldbine, de hecho judío, pero ni apátrida ni viejo), uno de los principales agentes de la NKVD (o “espía de la URSS”, como se decía en los medios occidentales) en el extranjero, veterano no sólo de la guerra civil española, donde había dirigido el aparato montado por la policía política soviética y participado en el asesinato de Andreu Nin, sino también de la guerra civil en Rusia de 1918-21, en la que había servido en el Ejército Rojo al mando de Trotsky. En 1938, el “general Orlov” había desertado y “había enviado una carta personal a Stalin, desde Estados Unidos, explicando su deserción debido a su inminente arresto a bordo de un barco soviético. La carta decía que si Orlov descubría algún intento de los soviéticos de averiguar su paradero o indicios de ser vigilado, le pediría a su abogado que hiciera pública una carta que había depositado en un banco suizo, que contenía información secreta sobre materiales falsificados para el Comité Internacional para la No Intervención en la Guerra Civil Española. Orlov también amenazó con decir toda la verdad sobre el oro español, depositado en secreto en Moscú, y con proporcionar las listas de embarque. Esta historia hubiera significado una vergüenza para el gobierno soviético y para los refugiados de guerra españoles en México, porque el apoyo militar soviético a la causa republicana supuestamente fue otorgado en nombre de la solidaridad socialista”.23
En sus memorias, Orlov también afirmó haber intentado contactar a Trotsky por teléfono, para advertirle de la presencia de Etienne-Zborowski (a quien llamaba “Mark”) en su círculo, y de su papel en el robo de los archivos de Trotsky en la sucursal de París del Instituto de Historia Social de Ámsterdam, donde estarían al cuidado del historiador menchevique David Dallin (casado con Lola Estrine, Lilia Ginzberg, ex colaboradora de Leon Sedov en París). En ese momento, Orlov no pudo pasar del secretario de Trotsky en México (el holandés, futuro matemático y lógico prominente, Jan Van Heijenoort). Cuando se abrió la sección cerrada de los archivos de Trotsky en la Biblioteca de Harvard, Pierre Broué descubrió una copia de una carta de Trotsky (¿dirigida a quién?) sobre “Etienne” y otra carta del “viejo judío”, que desmiente la versión de que Trotsky hubiera hecho oídos sordos a las sospechas que pesaban sobre el antiguo colaborador de Sedov: “Es necesario seguirlo con discreción y eficacia. Me parece que deberíamos poner a [Boris] Nicolaievski sobre el tema.24 Crea una comisión de tres: Rosmer, Gérard [Rosenthal] y Nicolaievski, agregando dos o tres jóvenes para el seguimiento, de forma individual y en absoluto secreto. Si la información resulta ser cierta, asegúrate de poder denunciarlo a la policía francesa por el robo de los archivos, en condiciones de que no pueda escapar. Comunique esta información a Rosmer de inmediato. Lo mejor sería a través de [James P.] Cannon, si todavía está allí [París], o [Max] Schachtman, si va [a París]. Encontrarás los medios. Pido notificación de recepción”.
Al parecer, no se hizo nada, y “Etienne” solo fue descubierto en 1954, en los Estados Unidos, por el FBI, después de la confesión de "Soblen" (Sobolevicius), también un exespía estalinista. No hace mucho, había entrevistado a Gérard Rosenthal, enviando un cordial saludo “a los camaradas [trotskistas] franceses”. En Estados Unidos, Zborowski- “Etienne” recibió solo una sentencia leve, por perjurio en sus declaraciones sobre las actividades de los “hermanos Soblen”: en el interrogatorio al que fue sometido, muy minucioso, casi no se le preguntó nada sobre su larga relación. con Sedov como agente de la NKVD, ni sobre su posible implicación en su muerte, asuntos que evidentemente no interesaban a los servicios secretos estadounidenses (ni a la justicia de Maccarthysta).25 Zborowski - “Etienne” - “Mark” murió en la década de 1990 en los Estados Unidos, convertido en un anticomunista.
Los principales “desertores” del “sistema de seguridad” internacional del aparato estalinista, durante la década de 1930, buscaron alguna forma de colaboración con Trotsky, con diversos grados de cercanía política. De hecho, se trataba de cuadros militantes en proceso de ruptura política, mucho más que “espías rusos pasados a Occidente”, como estábamos acostumbrados a verlo por la literatura y la mitología del “mundo libre” (capitalista) en la posguerra: eran los cuadros de la GPU-NKVD, y del aparato clandestino de la Internacional Comunista, reclutados durante la revolución rusa y la guerra civil.26 Ya hemos hablado de “Alexandre Orlov”27, famoso por reclutar y formar el “círculo de Cambridge” (Russell, Philby, MacLean, Burgess, Blunt y Cairncross), infiltrándose más tarde en el servicio secreto británico.28 Walter Krivitsky (nombre en clave Samuel Ginzburg)29, rompió con la NKVD en 1937, estuvo en contacto directo con Leon Sedov y, luego, con Jan Frankel, un trotskista estadounidense, “con la conciencia pesada, negándose dramáticamente a juzgar o ser juzgado, no queriendo ser otra cosa que un soldado dispuesto a obedecer, incapaz de reflexionar o pensar por sí mismo, proponerse sólo ser útil a Trotsky haciéndole conocer, a través de él, un tipo de hombre que Trotsky no conocía. Y Sedov, antes que él, hablándole en nombre de Octubre y de la revolución mundial, reivindicando y exigiendo una declaración política condenatoria del estalinismo, y pidiendo la defensa de la URSS”.30
Debe haber sido una situación embarazosa: los trotskistas sabían que Krivitsky y Orlov eran responsables del asesinato de varios de sus compañeros, principalmente en España... Pável Sudoplátov admitió la responsabilidad de la NKVD, en agosto de 1938, en el asesinato de Rudolf Klement, un joven trotskista alemán, exsecretario de Trotsky en Turquía, que había sido uno de los principales organizadores de la conferencia fundacional de la IV Internacional. El acto fue especialmente atroz, ya que Klement fue secuestrado en París, estrangulado y descuartizado en un apartamento de la NKVD por un tal “turco”: su cuerpo apareció flotando en el Sena unos días después. Klement había conocido personalmente (en París, en 1938) al futuro asesino de Trotsky, Ramon Mercader (entonces todavía “Jacques Mornard”): “¿Por qué la GPU atacó a Klement? No era una personalidad eminente de la IV Internacional. Pero la intimidad lograda con el extenso trabajo de secretario para Trotsky lo convertiría en un testigo valioso en juicios fraudulentos [en Moscú]. “¿Su coraje y resistencia convirtieron su secuestro en asesinato?”, se preguntó Gérard Rosenthal. La conferencia de fundación de la IV Internacional, en septiembre de 1938, tuvo lugar bajo la presidencia de honor de Leon Sedov, Erwin Wolf y Rudolf Klement, asesinados. Poco después, “el 15 de noviembre [de 1938] se encontraron las dos piernas atadas en el Sena, en Garganville. Los huesos habían sido aserrados. Las piernas se adaptaron perfectamente al tronco. La cabeza nunca fue encontrada. Así que desapareció en medio de París, sin que la policía descubriera nada, por ser el secretario de Trotsky, Rudolf Klement, fue descuartizado muerto o vivo”.31
Previamente, el 16 de julio, una carta dirigida a Trotsky, (falsamente) firmada por Klement , declaraba que se había convertido en un aliado del fascismo, por lo que su autor se retiraba de la IV Internacional, prefiriendo “desaparecer” de la escena. Después de que su cuerpo fuera descubierto, en agosto, Trotsky envió una carta a la madre de Klement, Ruthe, quien le había solicitado información sobre su hijo, informándole de todo lo que sabía sobre su vida, y agregando: “Estoy seguro de que la carta era falsa. Contiene declaraciones falsas e inútiles, emitidas por alguien que solo está informado de manera general e imperfecta sobre las actividades de Rudolf. La similitud de la escritura no es prueba de su autenticidad. No es más que similitud: los enemigos de Rudolf tienen los mejores especialistas del mundo, que han hecho cosas similares en varias ocasiones. Esto descarta la hipótesis de que Rudolf hubiera pasado voluntariamente al campo de sus enemigos. En ese caso, no habría necesidad de esconderse. Al contrario: se opondría abiertamente a sus compañeros de ayer, de lo contrario la deserción carecería de sentido. También en ese caso le habría dado a su madre un signo de vida. La situación es clara, no tengo ninguna duda de que Rudolf fue asesinado por sus enemigos”.
El asesinato de Trotsky aún no se había producido debido a la notoriedad de Trotsky y a los cuidados adoptados en relación a ello, y también por el asilo político otorgado por el gobierno mexicano, cuando la eliminación de Trotsky ya estaba en la agenda prioritaria de la NKVD: Sudoplátov admitió que Stalin encomendó la tarea a Spiegelglass en 1937 (lo que no le impidió afirmar que “en agosto de 1938 me enteré, por primera vez, de los asesinatos y secuestros de trostskistas y desertores ocurridos en Europa durante los años treinta”).32 El nazismo, el fascismo, el franquismo y el estalinismo acabaron físicamente con una generación de revolucionarios en las décadas de 1930 y 1940. En 1937, también, la investigación suiza sobre la muerte de Reiss estableció que el conocido “verdugo” de la mafia Roland Abbiate, y un tal “Martignac” había ido a México (en marzo de 1937) tras el rastro de León Trotsky. El asesinato de Trotsky se había convertido en un objetivo institucional del estado estalinista, es decir, relativamente independiente de las circunstancias políticas inmediatas. Era, también, estratégico, porque implicaba un gran riesgo diplomático: asesinar a un estadista -y también a una de las figuras políticas más conocidas a nivel internacional- en ejercicio de su derecho de asilo, en territorio extranjero. Esto significaba que la empresa solo sería posible si contara, no solo con los medios organizativos (el aparato internacional de la NKVD), sino también con los medios políticos, es decir, con complicidades “diplomáticas” al más alto nivel. No es de extrañar que el acto criminal se consumara en un período de relativo “ablandamiento” de la represión en la URSS, debido a la guerra.
Tras la llegada de Trotsky a México, también llegaron a ese país, abierta o clandestinamente, varios “hombres de acción” del aparato internacional de la NKVD, lo que se intensificó con la derrota del bando republicano en la guerra civil española: el excónsul de la URSS en Madrid, Lev Haikiss; el citado Eitingon, junto a Caridad Mercader, Vittorio Vidali con su (entonces) compañera Tina Modotti (“Maria Ruiz”), que controlaba las filas de las Brigadas Internacionales. También llegó el venezolano Enrique Martínez, el ex guardaespaldas de Gramsci, Carlo Codevilla, transformado en agente de la GPU, y el ítalo-argentino Vittorio Codovilla.33 Las cosas llegaron al punto de que, el 8 de septiembre de 1938, el abogado estadounidense de Trotsky, Albert Goldman, hizo una declaración a la prensa: tras la muerte de Wolf, Klement y Sedov, “la GPU [NKVD, en ese momento] está determinada a un desesperado esfuerzo para eliminar al propio Trotsky”. Advirtió que “la campaña la llevará a cabo el PC mexicano, con la ayuda de altos funcionarios del Ministerio de Educación, y de Vicente Lombardo Toledano, quien recibió las instrucciones necesarias en su reciente visita a Europa”.
Mucho antes de esto, según Sudoplátov, Stalin ya había dado personalmente la orden: “Trotsky y sus seguidores representaban una seria amenaza para la Unión Soviética al competir con nosotros por ser la vanguardia de la revolución comunista mundial. Beria sugirió que se me colocase a cargo de todas las operaciones antitrotskistas de la NKVD, con el fin de infligir el golpe decisivo al movimiento trotskista. Esa fue la razón por la que fui nombrado subdirector del Departamento de Asuntos Exteriores, bajo las órdenes de Dekanózov. Mi misión sería movilizar todos los recursos disponibles de la NKVD para eliminar a Trotsky, el peor enemigo del pueblo. ‘En el movimiento trotskista no hay figuras políticas importantes, aparte del propio Trotsky’, dijo Stalin. Con Trotsky eliminado, la amenaza desaparece’. Dicho esto, Stalin se sentó nuevamente frente a nosotros y comenzó a hablar lentamente sobre lo insatisfecho que estaba con el estado actual de nuestras operaciones, que, en su opinión, no eran lo suficientemente activas”.
La decisión tomada por Stalin se explica en el marco de la vigencia del pacto germano-soviético. Siempre según Pável Sudoplatov, durante una reunión de la máxima autoridad de la KGB (policía política de la URSS) con Stalin en la primavera de 1939, el líder habló claramente: “La guerra se acerca. El trotskismo se convirtió en cómplice del fascismo. Es necesario asestar un golpe a la IV Internacional. ¿Cómo? Decapitarla”. La NKVD, su máximo jefe, Lavrentiy Beria, sugirió que se utilizaran los contactos de Alexander Orlov para la tarea, y que “deberíamos hablar con él [Orlov] en su propio nombre [de Beria]”34. Ahora bien, Orlov ya había desertado el año anterior y, como hemos visto, se había puesto en contacto con Trotsky para advertirle de las amenazas que se cernían sobre él: si se hubiera seguido el consejo de Beria, probablemente Trotsky habría sido informado con mucha antelación de los planes exactos de su asesinato (Sudoplátov y Eitingon , evidentemente, no siguieron la sugerencia de Beria).
En septiembre de 1939, los “enviados de Moscú” acusaron a algunos de los líderes del PC mexicano de “debilidad ante Trotsky”. En el Congreso del PC celebrado en los meses siguientes, se formó una comisión secreta especial, encargada de planificar “la lucha contra Trotsky”, dirigida realmente por Vidali, pero presidida “nominalmente”, según Pierre Broué, por Vittorio Codovilla quien, según el mismo autor, había sido agente de la GPU desde finales de la década de 1920. La cuestión del asesinato de Trotsky había sido planteada al PC mexicano, por los “enviados internacionales”, desde septiembre de 1938. Desde su llegada a México, Trotsky había sido violentamente atacado por la prensa del PC. La Voz de México, El Popular y Futuro protestaron contra el presidente Cárdenas por concederle asilo; continuaban pidiendo su expulsión. Esta campaña aumentó en virulencia a principios de la década de 1940; se llevó a cabo con las habituales palabras de moda: “Trotsky, el viejo traidor, demuestra que cuanto mayor se hace, más cobarde se vuelve ...”, “¡Qué pez resbaladizo es este pequeño traidor!”, “...El nuevo pontífice, León XXX, a la vista de las treinta piezas de plata del sucio Judas...”. Trotsky señaló: “Esta es la forma de escribir para las personas que están a punto de reemplazar la pluma por la ametralladora”.
El 1° mayo de 1940, una manifestación uniforme del PC marchó a través de la Ciudad de México (Distrito Federal), llevando pancartas que decían “¡fuera Trotsky!”. Poco antes, en marzo de ese año, en el congreso del PC mexicano, su dirección (aparentemente reticente a pasar de las palabras a los hechos) fue “depurada”: “Laborde fue excluido del secretariado, [Valentín] Campa del Buro Político, calificados de sectario-oportunistas, sectarios por no haber luchado por la unidad de las fuerzas populares, y haberse enfrentado en la CTM con Lombardo Toledano, y oportunistas por no haber mantenido la independencia del partido frente al cardenismo. A esto, los ‘enviados de Europa’ acrecientan las acusaciones de corrupción, provocación, complicidad con la masonería al trotskismo. La convocatoria al Congreso Extraordinario (La Voz de México, 25 de noviembre de 1939) pedía la exclusión de traidores, divisionistas, facciosos, trotskistas, enemigos del pueblo, agentes del fascismo, almazanistas, corruptos, infiltrados en el pasado en el partido”.
En sus memorias, el líder comunista mexicano Valentín Campa informó que Laborde “le había dicho que un compañero delegado de la Internacional Comunista le había expuesto la decisión de eliminar a Trotsky, y le pidió su colaboración como secretario general del partido, y la de un equipo adecuado para la eliminación... [Laborde] estaba convencido de que Stalin participaba en la eliminación de Trotsky y en el uso [para ese propósito] de la Internacional Comunista. Siempre había tenido un buen concepto de Stalin, pero, indignado por sus maniobras, llegó a decir que Stalin ‘era un cabrón’... Desde que salí de la cárcel, en 1970, insistí ante la dirección del PCM en la necesidad de esclarecer estas verdades históricas”.35 Campa reivindicó en el mismo texto la campaña antitrotskista del PCM en 1937-1940.
El 19 de mayo de 1940 la Voz de México, principal órgano del Partido Comunista Mexicano, dedicó un artículo al “viejo traidor”, como Trotsky era llamado por el secretario general de la central obrera (CTM), Lombardo Toledano. El artículo era extremadamente violento y exigía la expulsión de Trotsky de México por sus “actividades antiproletarias y antimexicanas”. El general Lázaro Cárdenas (entonces presidente de México) también fue blanco de ataques desde dos lados: la burguesía mexicana pro estadounidense y el PC. Cuando se produjo un intento de putsch de derecha, liderado por el general Cedillo en las montañas, los estalinistas acusaron a Trotsky de haberlo inspirado. La derecha vio, por el contrario, la “mano de Trotsky” en el hecho de que las petroleras euroamericanas fueran nacionalizadas: a la derecha, Cárdenas era un títere en las garras del “exiliado rojo”. Trotsky nunca conoció al presidente en persona durante sus años en México.36
El 24 de mayo de 1940 atacó el grupo encabezado por Siqueiros. El PCM intentó desprenderse de este (Siqueiros fue presentado como un “elemento incontrolable”) pero, cuando regresó en 1942 del “exilio” autoimpuesto en Chile (para escapar de las acusaciones y el juicio), fue recibido por el mismo PCM como un héroe. En el breve período que pasó en prisión, en 1941, el poeta chileno (vinculado al PC de su país) que se ocupó de su liberación fue Pablo Neruda, cónsul de Chile en la Ciudad de México, quien dijo: “David Alfaro Siqueiros estaba entonces en prisión. Alguien se había embarcado en un asalto armado a la casa de Trotsky. Lo conocí en la cárcel, pero, de hecho, también fuera de ella, porque salíamos con el comandante Pérez Rulfo, jefe de la cárcel, e íbamos a beber allí, donde no nos veían mucho. Ya tarde en la noche, volvíamos y me despedía de David, que estaba tras las rejas ... Entre salidas clandestinas de la cárcel y conversaciones de todo, Siqueiros y yo hablamos de su liberación definitiva. Munido con una visa que yo mismo sellé en su pasaporte, se fue a Chile con su esposa, Angélica Arenales”.37
Pablo Neruda hizo su contribución para ocultar la trama del crimen (el embajador chileno se vio obligado a pedir disculpas al gobierno mexicano por las reglas diplomáticas inconsistentes y violatorias de su cónsul-poeta). Trotsky fue el primero en concluir que el fracaso del ataque de mayo no resultaría en que sus perseguidores se rindieran, sino todo lo contrario. Incluso quienes creían en el único carácter “intimidante” de este ataque, lo admitieron: “No fue más que un derroche de fuerzas hecho no solo para asustar al exsecretario de Guerra, sino también para obligar al gobierno de Lázaro Cárdenas a decretar la expulsión de Trotsky del país, para no correr el riesgo de involucrarse en una cuestión internacional si el político ruso fuera asesinado en territorio mexicano. Esta estrategia del miedo había funcionado en Noruega. Pero Lázaro Cárdenas no era como el ministro de Justicia noruego, Trygve Lie, y los estalinistas solo tenían una forma de acabar de una vez por todas con el exilio soviético: matarlo”.38
Trotsky no se hacía ilusiones sobre ninguna reacción en las filas "comunistas" ante la persecución de la que era objeto: "el 90% de los revolucionarios que construyeron el partido bolchevique, hicieron la Revolución de Octubre, crearon el Estado soviético y el Ejército Rojo, dirigieron la guerra civil, han sido exterminados como traidores en los últimos doce años. En cambio, el aparato estalinista acogió a la gran mayoría de los que estaban al otro lado de la barricada en los años de la revolución durante este período... A través de exclusiones permanentes, presiones materiales, corrupción, purgas y ejecuciones, la camarilla totalitaria del Kremlin transformó completamente la Komintern [Internacional Comunista] en un instrumento dócil. Su actual camada dirigente, como sus secciones, está integrado por hombres que no se unieron a la Revolución de Octubre, sino por la oligarquía victoriosa que reparte altos títulos políticos y favores materiales”.39 ¿Qué precauciones tomó Trotsky ante esta perspectiva, además de la fortificación de su hogar? Este punto ha dado lugar a controversias.
El “sistema de seguridad” de Trotsky era amateur, él lo sabía y se lo declaró a un periodista: “Algunos periódicos dicen que 'alquilo' para mi guardia solo extranjeros, mercenarios. Esto es falso. Mi guardia ha estado presente desde mi exilio en Turquía hace doce años. Su composición ha ido cambiando según el país en el que me encontraba, aunque algunos me han acompañado de un país a otro. Siempre ha estado compuesta por compañeros jóvenes, ligados por la identidad de las ideas políticas, y elegidos por mis amigos más viejos y más experimentados entre voluntarios que nunca faltaron”. Además, continuó en la casa del revolucionario el desfile de líderes políticos, amigos, reuniones, etc. Esto sin duda facilitó la “infiltración” de quien finalmente sería su asesino, quien exhibió una conducta que, para Isaac Deutscher, debió haber levantado sospechas mucho antes: “Exhibía un desinterés tan completo por la política que su actitud parecía rozar la indolencia mental, algo muy sorprendente en el culto del 'hijo de un diplomático'. Tenía relaciones impenetrablemente oscuras en el comercio y el periodismo; y su origen familiar era enigmático. Las historias que le contó a Sylvia sobre él eran extrañas e incoherentes; y gastaba dinero en masa, como sacándolo de una bolsa de eterna abundancia, con fiestas y diversiones”.40 Para Pierre Broué, el riesgo de infiltración era inevitable dada la actividad política y los objetivos de Trotsky: “Estaba condenado a vivir los pocos años que le quedaban en plena conciencia de que había personas como los hermanos Sobolevicius, tomando las precauciones necesarias , pero sin dejar de correr los riesgos necesarios para la continuación de una vida militante y combativa. La conclusión era necesaria: en este contexto, los asesinos solo podían ganar”.41
En la década de 1970, un grupo trotskista inglés acusó a los responsables de custodiar a Trotsky (básicamente la dirección del SWP, el partido trotskista estadounidense, principalmente Joseph Hansen) de complicidad con la NKVD-GPU y con... la CIA, y, por lo tanto, con el asesinato. La acusación se basó en pruebas circunstanciales: la campaña en torno a ella no habría tenido ninguna trascendencia si no hubiera tenido como principal portavoz a la actriz inglesa Vanessa Redgrave, integrante del grupo de Healy.42 La otra pista, la siempre sospechada participación de uno de los guardaespaldas estadounidenses de Trotsky en el ataque del 24 de mayo, Robert Sheldon Harte (el padre de Harte era amigo personal del jefe del FBI, J. Edgar Hoover)43, quedó definitivamente deshecha en las memorias de Sudoplátov, quien aclaró que ese no era el caso, y también las razones del asesinato de Harte (que, de paso, le dio a Trotsky la razón póstuma, dado que sostuvo, contra la policía mexicana, que Harte nunca había sido un agente estalinista). Ramon Mercader hizo un trabajo a largo plazo (más de dos años), donde no faltaron errores y vacilaciones.
Desde 1938, según Sudoplátov, “siguiendo las instrucciones de Eitingon, se abstuvo de toda actividad política. Su papel era el de un amigo, que de vez en cuando daba apoyo financiero, pero sin jugar ningún papel político”. Su línea de acción general fue recordada por el último testigo vivo del crimen de Coyoacán, Seva Volkov, nieto de Trotsky: “El pseudo-belga, Jacson Mornard, comenzó a cultivar la amistad de los guardias. Era una persona muy generosa, amable y servicial. Llevó a los guardias a comer, los invitó a la boda de Otto Rühle, a veces también invitó a Charles Cornell, un maestro de escuela primaria estadounidense, y uno de los guardias. Cultivó la amistad de la pareja Rosmer. Incluso me dio pequeños obsequios y me llevó al campo, junto con Margarite y Alfred [Rosmer]. Pero nunca mostró interés en complacer a León Trotsky. A veces, casualmente, estaban en el jardín y Mornard simplemente lo saludaba. Una vez, presentó a su compañera Sylvia y nada más. Así se creó la imagen de un hombre que quería ayudar y ser amable con sus compañeros”.44
El 17 de agosto de 1940, Mercader tuvo una primera ocasión (estaba solo con Trotsky, en su despacho, en actitud nerviosa, lo que le llamó la atención a este) que no aprovechó: “Mercader o Mornard o Jacson, había dado señales de su angustia, se había enfermado; difundió pistas que podrían exponer su falsa identidad. Puede ser que, para sentirse más seguro para el asesinato, necesitara de un ensayo general. Los criminales y la policía, como había observado Trotsky, parecen necesitar de escenarios, como en las obras de teatro. O, frente a Trotsky, solo en la oficina, Jacson simplemente podría haberse sentido incómodo”.45 Aun así, Trotsky lo volvió a recibir tres días después, cuando Mercader consumó el atentado mortal. Sobre el escritorio de Trotsky quedó inconcluso su último escrito, cuyo párrafo final, el último que había escrito, se adaptaba al escenario: “Hubo más obstáculos, dificultades y etapas, en el camino del desarrollo revolucionario del proletariado, que el que preveían los fundadores del socialismo científico. El fascismo y la serie de guerras imperialistas son la terrible escuela a través de la cual el proletariado debe liberarse de las tradiciones pequeñoburguesas y de las supersticiones, desembarazarse de los partidos oportunistas, democráticos y aventureros, forjar y educar a la vanguardia revolucionaria, preparando así la solución de la tarea más allá de la cual no hay salida para el desarrollo humano”.46
Al día siguiente, antes de morir, pronunció sus últimas palabras: “Estoy seguro de la victoria de la IV Internacional. ¡Adelante!”, seguido de un “Natalia, te amo”, dirigido a su esposa. Poco después, murió. Dos días más tarde, el Pravda (“Verdad”) de Moscú simplemente anunció: "Habiendo cruzado aún más los límites de la degradación humana, Trotsky quedó atrapado en su propia red y fue asesinado por uno de sus discípulos". Una década y media después, en su Informe Secreto al XX Congreso del PCUS, Kruschev denunció los crímenes de Stalin (muerto en 1953)47, pero legitimó la eliminación de Trotsky. El asesino, por supuesto, no negó el crimen: lo atribuyó al “impulso repentino” de un discípulo desilusionado. El informe policial mexicano, sin embargo, no dejó dudas: además del bastón de montañismo utilizado en el crimen, en la ropa del llamado “Mornard” “había una funda de cuero color café, rematada en plata, con una daga de 35 centímetros de largo y tres centímetros de ancho, y el mango de metal cincelado (...) Además, el asesino tenía una pistola Star, calibre 45, matrícula P.195-264, con ocho balas en el cargador y uno en la tubería. Todas estas armas demostraron que el asesino estaba dispuesto a matar a Trotsky de todos modos. ¿Por qué no había usado la pistola en lugar del pico? Sin duda, para evitar el ruido de las explosiones. Evidentemente, tenía la intención de huir después de asestar el golpe mortal”.
En el primer parte policial, Mercader seguía siendo llamado "Raft Jakkson" (sic, seguramente insistiendo en su identidad como "Frank Jacson", así transcrito por el escriba mexicano).48 En las declaraciones posteriores a la policía mexicana, Mercader incurrió en todo tipo de contradicciones y falta de verosimilitud, negando siempre cualquier vínculo con la GPU-NKVD. Su declaración, en la carta apócrifa, de que Trotsky era un agente del imperialismo estadounidense (el pacto Hitler-Stalin todavía estaba vigente) cambió en menos de un año, después de la invasión alemana de la URSS, a “agente de la Gestapo”. A menos de dos semanas del crimen, el juez de instrucción encargado, Raúl Carrancá Trujillo, recibió una carta anónima en la que era amenazado: “Cualquier acción que tome en el proceso acusando a Jacques Mornard por el asesinato de Trotsky, que busque hacerlo declarar que es un agente de la GPU y como resultado esclarecer una cuestión internacional de profunda y seria trascendencia, usted lo pagará muy caro. Recuerde que la poderosa acción de una organización perfecta se ha infiltrado en una mansión que se creía inexpugnable. Limítese a buscar una causa ordinaria sin pretender, por mínimo que fuera, ir más allá de los límites del tema. No olvide, camarada juez, que puede ser recompensado o castigado según su desempeño. No olvides y ten siempre presente, durante el juicio, que hay mil ojos puestos en usted, de todas las razas, que vigilan sus acciones. Saludos, camarada".49
Durante los siguientes veinte años, en prisión, Mercader no rompió su silencio sobre sus vínculos con la GPU-NKVD, que lo hicieron famoso como un “hombre de acero”. Su vida en prisión -que parece haber incluido un romance con su directora, vinculada al PC mexicano, y que incluyó la celebración de un matrimonio con otra mexicana- no parece justificar su fama, ya que se parecía poco a una vida de sufrimiento. La revista italiana Oggi informó, el 23 de octubre de 1951, que “alguien sigue cuidándolo todos estos años; alguien, pagando generosamente, hizo los arreglos para que se le garantizaran todas las comodidades disponibles en una prisión (y en las cárceles mexicanas esas instalaciones son muchas y notorias). La celda número 27 de la penitenciaría de Juárez no está lejos de ser un buen departamento de hotel. Basta tener dinero para pagar esos lujos y, en el caso del asesino de Trotsky, ese dinero nunca falta”.
La figura del “hombre de acero” de Mercader, ensalzada en un poema de Nicolás Guillén, fue desmentida por Seva Volkov, quien presenció, siendo adolescente, los momentos posteriores al crimen: “Mucha gente en la puerta, policías, un auto mal estacionado... Rápidamente sentí una angustia interior. Sabía que había sucedido algo y, al mismo tiempo, el miedo de que hubiera sido algo grave. Se me ocurrió que la otra vez habíamos tenido suerte, pero ya era ir en contra del destino que habíamos esquivado en la primera ocasión. Aceleré mis pasos. Vi la puerta abrirse y entré en la casa. Inmediatamente encontré a uno de los guardias, Harold Isaacs, todo agitado y le pregunté qué estaba pasando. Lo único que pude oír, porque se había ido, fue "Jacson, Jacson...". No entendía qué tendría que ver esto con todo lo que estaba pasando. De hecho, cuando crucé el jardín, vi a dos policías deteniendo a un hombre que era, de hecho, el famoso estalinista que luego recibiría la Legión de Honor. Era un verdadero cobarde. Gritando, lamentñandose u quejándose de dolor. Tenía algunas manchas de sangre, porque lo habían golpeado. Su triste figura significó un marcado contraste con los trotskistas que fueron llevados a los campos de concentración y exterminio de la URSS, donde fueron asesinados. Este era el supuesto héroe estalinista, en oposición a los presos políticos trotskistas en los campos de Vorkuta, de Kolyma, que murieron sin claudicar y proclamando vivas a la revolución, a Lenin y a Trotsky”.50
En 1952, estando aún en prisión, Ramón Mercader hizo una declaración a La Nuova Stampa (18 de noviembre) sobre el crimen: “Se abrió la puerta y encontré a Trotsky en el patio, ocupado en alimentar a los conejos. Le dije que tenía un artículo estadístico muy interesante sobre Francia y me invitó a la oficina, tal como lo había previsto. Me paré a su izquierda. Dejé mi impermeable sobre el escritorio para sacar la púa de escalador de mi bolsillo. Decidí no desaprovechar la excelente oportunidad que se me había presentado, y en el preciso momento en que Trotsky comenzaba a leer el artículo que me había servido de pretexto, saqué el pico de la gabardina, lo sujeté con fuerza y le di un fuerte golpe en la cabeza. Trotsky se arrojó sobre mí, me mordió la mano y me obligó a soltar el pico. Peleamos, entró gente a la oficina y me golpearon. Le rogué a los secretarios de Trotsky que me mataran, pero no quisieron hacerlo”. De hecho, fue Trotsky quien les impidió hacerlo.
El único rasgo de personalidad de Mercader que se hizo visible durante su encarcelamiento fue una especie de esquizofrenia teatral: “Se volvió teatral y, al principio, exageradamente encantador para la gente que venía a verlo; luego, ante las preguntas difíciles, volvió a quedarse inmóvil, con los ojos fijos y las manos temblorosas; o hurgaba en cigarrillos y esparcía cenizas y chispas por la ropa. De repente empezó a hablar sin parar, de nuevo incoherente, antes de escapar y fingir que era sordo. Mostraba cierto desprecio por los psiquiatras. Se reía y les contaba historias de campesinos sureños que ‘no veían más allá de la punta de la nariz’. De vez en cuando hacía una especie de pantomima, interpretando varios papeles distintos, haciendo distintas voces”.51
Otros agentes de la NKVD cercanos a Trotsky manifestaron trastornos de conducta, como el mencionado Sobolevicius (“Soblen”), que se convirtió en psiquiatra en Estados Unidos y que, encarcelado, intentó suicidarse en 1957 tragándose casi “medio kilo de clavos y tornillos”(!) en la Penitenciaría de Lewisburg (finalmente se suicidó en 1962). Según Sudoplátov, "Mercader estaba preparado para tres alternativas: disparar a Trotsky, apuñalarlo o matarlo a golpes". Cuando Mercader, ya libre, se encontró con Sudoplátov en Moscú en 1969, confesó: "Yo, que había apuñalado a un guardia en la guerra civil española, quedé paralizado por el grito de Trotsky". Como resultado, "cuando apareció la esposa de Trotsky con los guardaespaldas, Mercader quedó paralizado y no pudo usar el revólver".52 El último grito y la última resistencia de Trotsky permitieron arrestar a su asesino, lo que ayudaría a desentrañar el crimen y su complot (si Mercader no hubiera sido arrestado, es probable que persistiese la tergiversación sobre su asesinato).
La fama de “hombre de acero”, por otro lado, parece haber existido sólo entre los “compañeros de ruta” de los PC, y no entre los profesionales del aparato de “seguridad”. Poco se sabe de la vida posterior de Mercader, libre y condecorado en Moscú, salvo que fue "infeliz" (aunque recibió, como muestran los archivos, "una pensión equivalente a la de un general de división retirado"), quizás por el motivo señalado por Jorge Semprún en una novela autobiográfica, relatando una conversación entre dos “agentes” sobre su célebre colega: “-Este invierno, en Moscú, me lo mostraron [Mercader ]. En el Bolshoi, dijo Walter. Un desamparo abyecto: así se podía calificar la expresión de este hombre. ¿Y qué hace ahí?, preguntó Herbert. Nada, dijo Walter. Tiene un datcha, una pensión de vejez. Nadie le habla. Walter rió. Actualmente, no se muere. A veces me pregunto si eso es mejor” (énfasis agregado).53 En 1977, Mercader pidió a Santiago Carrillo (líder principal del PC español y figura destacada del "eurocomunismo") en Moscú que interviniera con el gobierno español para pasar los últimos años de su vida en su Cataluña natal. Carrillo puso como condición que Mercader escribiera sus memorias contando quién había ordenado el asesinato de Trotsky. Se dice que Mercader rechazó la solicitud, diciendo: "A los míos nunca los voy a traicionar".
El asesinato de Trotsky no fue el "episodio final" de la caza antitrotskista. En vísperas del asesinato, los periódicos estadounidenses advirtieron del peligro de la "instalación de un gobierno revolucionario en el hemisferio norte" debido a la presencia del líder bolchevique en México. ¿Podría el Servicio Secreto Americano (FBI) desconocer los planes de asesinato, en un país que forma parte de su "área de seguridad", y donde sus agentes deambulaban libremente? La burguesía estadounidense odiaba explícitamente a Trotsky. El Departamento de Estado le negó el asilo político en 1933; la prensa estadounidense acosaba a México por haberle dado refugio; en 1938, la cancillería estadounidense rechazó su entrada temporal, incluso invitado por una comisión parlamentaria (la Comisión Dies). Tras la muerte de Trotsky, el Departamento de Estado prohibió la entrada de sus cenizas, solicitado por los trotskistas norteamericanos para realizar un acto público de homenaje.
En los años posteriores al asesinato, la viuda de Trotsky, Natalia Sedova, que seguía viviendo en México, recibió amenazas de muerte54, y se vio obligado a negar un supuesto “testamento” -falsificado- de Trotsky, en el que renunciaba a (y denunciaba a) la revolución socialista, resultando ser una nueva falsificación de la NKVD.55 Cuando la publicación de las memorias del exlíder del PC estadounidense y ex agente de la GPU, Louis Budenz, arrojó algo de luz sobre el complot de la conspiración para matar a su esposo, solicitó un nuevo interrogatorio de Mercader -todavía llamado “Mornard”- y publicó un artículo en el que concluía: “La responsabilidad del crimen de Coyoacán -y de tantos otros- recae directamente, mucho más que en miserables agentes secretos, sobre Stalin, quien los concibió, ordenó y pagó. Una investigación exhaustiva requeriría la extradición de Stalin y su puesta a disposición de los tribunales mexicanos. En cualquier caso, será Stalin quien responderá a la opinión del mundo, al futuro, a la historia”.56 Un silencio ensordecedor acompañó la lucha de su (físicamente) pequeña mujer, que perdió a su marido y dos hijos asesinados por el estalinismo.
La historia "oficial" nunca respondió: el régimen de Gorbachov se negó a rehabilitar a Trotsky, por no hablar del régimen "poscomunista" (la furia literaria contra Trotsky fue, en el régimen ruso posterior a la URSS, comparable a la del período estalinista).57 El asesinato de Trotsky no fue un episodio marginal, sino un evento en el ojo del huracán que arrasaría con el mundo en años sucesivos, los de la Segunda Guerra Mundial; en el centro mismo, por lo tanto, de la crisis histórica del siglo XX. La burocracia estalinista concluyó, a través de él, la destrucción física de la generación marxista que lideró la Revolución de octubre de 1917. Su aniquilación continuó durante la Segunda Guerra: los líderes de la organización trotskista belga (Abraham León y el líder sindical Leon Lesoil) fueron asesinados por los nazis; el exlíder del PC italiano, Pietro Tresso, “Blasco”, comprometido con el maquis francés, fue asesinado por sus “camaradas” del PC francés, lo que fue denunciado por el historiador Marc Bloch, un resistente fusilado en 1943 por los nazis.58 Stalin sobrevivió a su principal adversario político por trece años, tiempo durante el cual continuó persiguiendo a sus seguidores.
Traducción del portugués de Mariano Schlez