El Programa de Transición: un puente hacia el socialismo

Escribe Mariano Schlez

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El asesinato de León Trotsky, perpetrado por Ramón Mercader, agente de la inteligencia soviética, el 20 de agosto de 1940, en Coyoacán (Ciudad de México), coronó el prolongado esfuerzo de Stalin por aniquilar a la fuerza social revolucionaria que jaqueaba la dominación del Estado obrero por parte de una burocracia. En este sentido, la desaparición física del antiguo jefe del Ejército Rojo buscaba golpear, moral y organizativamente, a la recientemente creada IV Internacional, y su principal objetivo lo constituía la eliminación del programa político que ella corporizaba: popularizado bajo el nombre de Programa de Transición, fue redactado por Trotsky con el título de “La agonía mortal del capitalismo y las tareas de la IV Internacional”, presentado en su conferencia fundacional, en París, en septiembre de 1938, y publicado por primera vez en español en los números 3 y 4 de la revista Clave. Tribuna Marxista, entre fines de 1938 y principios de 1939. (1)

Aunque se han escrito cientos de libros y artículos sobre el tema, la lucha política que actualmente recorre al mundo, en general, y a América Latina y la Argentina, en particular, actualizan un debate en torno al método empleado por Trotsky para su elaboración, lo que implica un análisis de su teoría de la revolución. En esta oportunidad, analizaremos los elementos fundamentales tenidos en cuenta por Trotsky a la hora de establecer el programa de la Cuarta Internacional, teniendo en cuenta que constituye el resultado de una larga elaboración, llevada a cabo particularmente desde la crisis de la Internacional Comunista, a mediados de la década de 1920, con el objetivo de armar al nuevo partido de la revolución mundial de un programa para alcanzar el gobierno de los trabajadores y el socialismo a escala global.

La “estalinización” / “homogenización” de los partidos comunistas y la crisis de la III Internacional

Una de las cuestiones fundamentales que afrontaba la creación de una nueva internacional, es decir, de un nuevo partido mundial de la revolución, lo constituía el establecer un programa de carácter global, lo que implicaba una caracterización general del capitalismo en términos históricos, por un lado; y una política concreta, trazada a partir del conocimiento de la historia, la estructura de clases y la posición particular de las diversas regiones y naciones en el sistema, por el otro.

El planteo de Lenin, realizado durante los preparativos del IV congreso de la Internacional Comunista, a fines de 1922, en torno a que el programa general debía “establecer claramente los tipos históricos básicos de las reivindicaciones de transición de los partidos nacionales dependiendo las diferencias fundamentales de la estructura económica, como por ejemplo, Gran Bretaña e India”(2) , representa una manifestación de este objetivo. Asimismo, evidencia que las “reivindicaciones de transición” no constituyeron una novedad del movimiento “trotskista”, sino que hunden sus raíces en la tradición bolchevique.(3)

El rico debate que atravesó a la Internacional durante sus primeros cuatro congresos, fue golpeado por la muerte de Lenin, en 1924, y condujo a la cristalización de dos fuerzas al interior del Partido Comunista de la Unión Soviética (PCUS): la mayoría de la dirección oficial, en manos de Stalin, y la Oposición Bolchevique-Leninista, conducida por Trotsky. Su enfrentamiento, de carácter estratégico, se llevó adelante en cada uno de los aspectos particulares de la vida soviética, el partido y la internacional, y se condensó en torno al debate entre el “socialismo en un solo país” y la “revolución permanente”.(4)

No obstante, la burocratización del partido bolchevique condujo a que, en lugar de desarrollarse la polémica, Stalin y sus aliados apelaran a la represión política de la Oposición, logrando sancionar la persecución al despectivamente denominado “trotskismo” en el V Congreso de la Internacional Comunista, en 1924.(5) Este ataque tomó un alcance mundial con la denominada “bolchevización” de los partidos comunistas, que buscó una “homogenización” política a imagen y semejanza de la burocracia soviética y la eliminación de toda oposición a la línea oficial. En palabras del historiador Bernard Bayerlein, la bolchevización tuvo el objetivo de “homogeneizar y paralelizar las estructuras y aparatos de los partidos comunistas con el modelo del PCUS (…) para crear un aparato de personal profesional y dócil (y) se transformó progresivamente en una ‘stalinización’ sobre el fundamento de la nueva ideología del ‘socialismo en un solo país’ y la hegemonía incuestionable de la Unión Soviética”.(6)

De esta manera, la Internacional comenzó un giro en cuanto a sus objetivos fundamentales: ya no se trataba de concentrar los esfuerzos en llevar al proletariado mundial al poder, sino de defender al “socialismo realmente existente” por encima de todo. La internacional revolucionaria se estaba transformando en un apéndice del ministerio de relaciones exteriores soviético, y ello repercutiría directamente en su programa.

El debate en torno al grado de desarrollo capitalista, el programa y la estrategia en el movimiento comunista (con especial referencia a Latinoamérica)

En este contexto, comenzaron a desplegarse dos tendencias en el seno de los partidos comunistas a escala mundial, que no sólo cristalizaron en estrategias divergentes, sino que también se enfrentaron en el terreno teórico al momento de reivindicarlas: mientras que el estalinismo buscó justificar la alianza con burguesías “progresistas” (el Frente Popular) a partir del escaso grado de desarrollo capitalista en cada país tomado de forma autónoma, la Oposición de Izquierda señaló los límites de dicha estrategia posando su mirada en el desarrollo capitalista a escala global, señalando que el socialismo se presentaba en el horizonte inmediato. En ese sentido, el principal representante de la política estalinista en América latina, Vittorio Codovilla, aseguraba que “En muchos de estos países, con la excepción de Argentina, donde ya hay una burguesía industrial nacional que participa del poder, todavía estamos en la misma situación que existía en Francia antes de la revolución burguesa. No debemos olvidar que, en Brasil, solo hace 50 años se abolió la esclavitud; el feudalismo todavía existe, y domina en casi todas las regiones del país”.(7)

Por el contrario, el cubano Julio Antonio Mella -que pronto establecería contacto directo con la Oposición de Izquierda- planteaba que “Los revolucionarios de América que aspiren a derrocar las tiranías de sus respectivos países (...) no pueden vivir con los principios de 1789; a pesar de la mente retardataria de algunos, la humanidad ha progresado y, al hacer las revoluciones en este siglo, hay que contar con un nuevo factor; las ideas socialistas en general, que con un matiz u otro, se arraigan en todos los rincones del globo”.(8)

El debate tuvo un momento álgido en el VI congreso de la Internacional Comunista, realizado en Moscú, entre el 17 de julio y el 1 de septiembre de 1928.(9) Entre sus conclusiones se destacaron las “Tesis sobre el movimiento revolucionario en las colonias y semicolonias”, presentadas por Otto Kuusinen, en tanto esbozaban el programa para la gran mayoría del planeta.(10) Respecto de las tareas correspondientes a América Latina, se sostenía que “los comunistas deben tomar parte activa y general en el movimiento revolucionario de masas dirigido contra el régimen feudal y contra el imperialismo, incluso allí donde este movimiento todavía está bajo la dirección de la pequeña burguesía”.(11)

Asimismo, la Internacional dedicó un punto específico de su programa al “período de transición del capitalismo al socialismo” y al papel de la dictadura del proletariado: a partir del desarrollo desigual del capitalismo, se plantea avanzar por medio de etapas ajustadas a coyunturas que, antes que combinadas, son presentadas en forma de desarrollos paralelos, e incluso con un grado relativo de autonomía.(12) De allí que se proponga como objetivo central de los países coloniales o con tareas nacionales pendientes “la lucha contra el imperialismo y la edificación de la economía capitalista”.(13)

El núcleo del programa en el que se refleja el vínculo orgánico entre la caracterización social de una determinada región y la estrategia política se observa en el punto “La lucha por la dictadura mundial del proletariado y los tipos fundamentales de revolución”.(14) Allí se presentan diferentes “tipos de revoluciones” (proletarias, “democrático-burguesas” que se transforman en proletarias; guerras nacionales de liberación; revoluciones coloniales) que “sólo en su etapa (subrayado mío, n. del a.) final conduce a la dictadura del proletariado”. Ellas se vinculan a una serie de gradaciones en la madurez de los diferentes países y regiones que crean “la necesidad (…) de etapas intermedias para llegar a la dictadura del proletariado y, por fin, la diversidad de formas de edificación del socialismo según los países”. De allí que el programa establezca tres tipos de tránsitos o sendas a la dictadura del proletariado: 1) Países de capitalismo de tipo superior (Estados Unidos, Alemania, Inglaterra, etc.); 2) Países de un nivel medio de desarrollo del capitalismo (España, Portugal, Polonia, Hungría, países balcánicos, etc.); 3) Países coloniales y semi-coloniales (China, India, etcétera) y Países dependientes (Argentina, Brasil, etcétera); 4) Países todavía más atrasados (como en algunas partes de África).

El criterio de esta división se encontraba en su capacidad para “la edificación independiente” del socialismo, tal como se expresa abiertamente respecto de América Latina: “con gérmenes de industria y, a veces, con un desarrollo industrial considerable, insuficiente, sin embargo, para la edificación socialista independiente; con predominio de las relaciones feudal-medievales o relaciones de ‘modo de producción asiático’, lo mismo en la economía del país que en su superestructura política; finalmente, con la concentración, en las manos de los grupos imperialistas extranjeros de las empresas industriales, comercial y bancarias más importantes, de los medios de transporte fundamentales, latifundios y plantaciones, etcétera. En estos países adquiere una importancia central la lucha contra el feudalismo y las formas precapitalistas de explotación y el desarrollo consecuente de la revolución agraria, por un lado, y la lucha contra el imperialismo extranjero y por la independencia nacional, por otro. La transición a la dictadura del proletariado es aquí posible, como regla general, solamente a través de una serie de etapas preparatorias, como resultado de todo un período de transformación de la revolución democrático-burguesa en revolución socialista; edificar con éxito el socialismo es posible -en la mayoría de los casos- sólo con el apoyo directo de los países de dictadura proletaria”.(15)

Es decir que, pese a incorporar la propuesta de conceptualizar a América Latina bajo la categoría de semicolonial y dependiente (es decir, diferente de las colonias), en lugar de señalarse el predominio de las relaciones capitalistas, tal como habían señalado gran parte de los delegados latinoamericanos, el programa concluye en lo contrario, es decir, en el “predominio de las relaciones feudal-medievales o relaciones de ‘modo de producción asiático’”, de la que se deriva una “lucha contra el feudalismo y las formas precapitalistas de explotación”.(16)

Y a partir de esta caracterización social, el programa de la Internacional habilita la realización de frentes con la burguesía en los países coloniales y semicoloniales, en su punto “Los objetivos fundamentales de la estrategia y de la táctica comunistas”: “el objetivo esencial consiste, en dichos países, en la organización independiente de los obreros y campesinos (…) y de la emancipación de las mismas de la influencia de la burguesía nacional, con la cual son admisibles los pactos temporales sólo en el caso en que no oponga obstáculos a la organización revolucionaria de los obreros y campesinos y luche efectivamente contra el imperialismo”.(17)

Asimismo, pese a las numerosas críticas y señalamientos, el programa sostuvo la tesis bujariniana en torno a las colonias y semicolonias como “campo” de la “ciudad mundial”, representada por los países capitalistas más desarrollados.(18)

A partir de estas coordenadas, el programa específico para los partidos comunistas de América Latina buscaría el “derrumbamiento del poder del imperialismo extranjero, de los feudales y de la burocracia al servicio de los grandes terratenientes”, el “establecimiento de la dictadura democrática del proletariado y de los campesinos”, y la “Independencia nacional completa y unificación en un Estado”.(19)

Desarrollo desigual y combinado: los fundamentos de la estrategia socialista global

A lo largo de este proceso de debate (y enfrentamiento) político, la Oposición de Izquierda comenzó a tomar la forma de una tendencia cada vez más definida por contornos teóricos que chocaban con la línea que emanaba desde la burocracia. En aquel entonces, el corazón de sus planteos provenía de Alma Ata, donde Trotsky -ya expulsado del Partido- redactó su crítica al programa de la Internacional.(20)

En términos programáticos, denunció que el objetivo de la Internacional ya no obedecía al impulso de la revolución mundial, sino a la defensa de la Unión Soviética. En este sentido, planteó una utilización errónea de la teoría del desarrollo desigual, que sólo buscaba justificar la posibilidad de la construcción del socialismo en un solo país, juzgando de forma unilateral, deformada e incompleta “las tendencias esenciales de la evolución del mundo”.(21)

En este sentido, frente a las etapas y las transiciones diversas a escala nacional de Stalin y Bujarin, advirtió la centralidad de un aspecto fundamental y distintivo del modo de producción capitalista, a saber, su forma específica de desarrollo, penetrando y subsumiendo formas diversas de producción, y constituyendo un mercado mundial unificado e interdependiente:

“Toda la historia de la humanidad se desarrolla en medio de una evolución desigual (…) Distinguiéndose en esto de los sistemas económicos que le precedieron, el capitalismo tiene la propiedad de tender continuamente hacia la expansión económica, de penetrar en regiones nuevas, de vencer las diferencias económicas, de transformar las economías provinciales y nacionales, encerradas en sí mismas, en un sistema de vasos comunicantes, de acercar así, de igualar el nivel económico y cultural de los países más avanzados y más atrasados. No se puede concebir sin ese proceso fundamental la nivelación relativa, primero de Europa y de Inglaterra, después de América y de Europa, la industrialización de las colonias, que disminuye la diferencia existente entre la India y la Gran Bretaña, así como todas las consecuencias de los procesos enumerados, en las cuales se basa no sólo el programa de la Internacional comunista, sino su propia existencia”.(22)

De esta manera, explicó que, sobre todo en la época del imperialismo, “sólo se puede examinar el destino de un país aislado tomando como punto de partida las tendencias del desarrollo mundial como un bloque en el cual este país, con sus particularidades nacionales, está incluido, y del cual depende”.(23)

Este principio histórico y teórico tiene, para Trotsky, consecuencias programáticas centrales, aseverando que, en la era del capital, un partido revolucionario no puede esbozar un programa circunscripto a su realidad nacional. En este sentido, critica la estructura del programa estalinista señalando que:

“En nuestra época, que es la del imperialismo, es decir, la de la economía y la política mundiales dirigidas por el capital financiero, no hay un solo partido comunista que pueda establecer su programa tomando sólo o principalmente como punto de partida las condiciones o las tendencias de la evolución de su país (…) La hora de la desaparición de los programas nacionales ha sonado definitivamente el 4 de agosto de 1914.

El partido revolucionario del proletariado no puede basarse más que en un programa internacional que corresponda al carácter de la época actual, la de máximo desarrollo y hundimiento del capitalismo. Un programa comunista internacional no es, ni mucho menos, una suma de programas nacionales o una amalgama de sus características comunes. Debe tomar directamente como punto de partida el análisis de las condiciones y de las tendencias de la economía. Y del estado político del mundo, como un todo, con sus relaciones y sus contradicciones, es decir, con la dependencia mutua que opone a sus componentes entre sí. En la época actual, infinitamente más que durante la precedente, sólo debe y puede deducirse el sentido en que se dirige el proletariado desde el punto de vista nacional de la dirección seguida en el dominio internacional, y no al contrario. En esto consiste la diferencia fundamental que separa, en el punto de partida, al internacionalismo comunista de las diversas variedades del socialismo nacional”.(24)

Partir de la totalidad del sistema, y no de cada “realidad” nacional específica conduce a Trotsky a criticar la división del mundo realizada por Stalin y Bujarin, acusándola de fuente de falsas deducciones, en tanto consideran como su elemento central la posibilidad de cada país para “construir por sus propias fuerzas el socialismo (…) haciendo abstracción de las riquezas naturales del país, de las relaciones que existen en su interior entre la industria y la agricultura, del lugar que ocupa en el sistema mundial de la economía”.(25)

Es decir que, para Trotsky, la construcción del socialismo no se vincula al grado de “madurez” industrial de un país -también desigual en su interior, en tanto cada espacio nacional cuenta con ramas de la producción altamente desarrolladas en convivencia con otras mucho más atrasadas-, sino establecer si está políticamente maduro para alcanzar la dictadura del proletariado.(26) Asimismo, los procesos políticos nacionales no representaban transiciones divergentes y, relativamente, independientes, con países y regiones en diferentes grados de avance (o atraso) en una escalera ascendente que llevaba al socialismo.

Por el contrario, su concepción parte de caracterizar al capitalismo como el único sistema de la historia que se desarrolla penetrando y subsumiendo formas diversas de producción, constituyendo un mercado mundial unificado e interdependiente que imposibilita cualquier evolución autónoma a escala nacional, determinando que las formaciones sociales se caractericen por un desarrollo desigual y combinado de diversas relaciones sociales, hegemonizadas o subsumidas -ya en la segunda década del siglo XX- bajo la lógica del capital.

Esta concepción se encuentra presente en toda su obra: en Resultados y Perspectivas, redactado luego de la revolución rusa de 1905, Trotsky señalaba que el elemento esencial en el derrotero histórico ruso se encontraba en la relación entre la base económica (atrasada) del Estado y la poderosa presión exterior ejercida por sus competidores (capitalistas) europeos:

“Es muy difícil decir qué dirección habría tomado la historia de la sociedad rusa si hubiera transcurrido aisladamente y si hubiese sido influenciada sólo por sus tendencias internas propias. Basta mencionar que ése no ha sido el caso. La sociedad rusa que se formaba sobre una determinada base económica interior estaba siempre bajo el influjo, e incluso bajo la presión, del medio sociohistórico exterior (…) El Estado ruso que se había formado sobre una base económica primitiva, entró en relación y llegó a tener conflictos con organizaciones estatales que se habían desarrollado sobre una base económica más alta y más estable (…) Lo esencial no es, por tanto, que Rusia estuviera rodeada de enemigos. Eso sólo no es suficiente. En principio eso vale para cualquier Estado europeo excepto quizás para Inglaterra; pero con la diferencia de que, en su lucha por la existencia, estos Estados se apoyaban en una base económica más o menos homogénea y, por esto mismo, el desarrollo de su estabilidad no estaba expuesta a una presión exterior tan fuerte”.(27)

Es decir que la particularidad de este desarrollo histórico no proviene de fuerzas inmanentes, sino de la forma en que el desarrollo capitalista mundial se realiza en la formación social rusa, lo que tendrá su expresión en un determinado tipo de Estado y en una correlación de fuerzas motrices clasistas específica. Este análisis sirvió como determinante para la elaboración de la teoría de la revolución permanente, que superaba el etapismo menchevique explicando que la combinación de procesos sociales divergentes fungía como el elemento central a la hora de posibilitar que una determinada formación social “salte etapas” de desarrollo, tal como había ocurrido en Rusia, donde “El capital europeo lanzó sus principales ramas de la producción y medios de comunicación sobre este país económicamente atrasado y lo esclavizó, saltando una serie de fases técnicas y económicas intermedias que, en cambio, en su patria no podía menos de recorrer progresivamente”.(28)

Luego de su expulsión de la URSS, durante su estancia en Prinkipo, Trotsky profundizó su utilización del concepto de desarrollo desigual y combinado en su Historia de la Revolución Rusa: sobre todo en el primer capítulo, “Las características del desarrollo de Rusia”, señaló que los países atrasados se caracterizaban por una “amalgama de formas arcaicas y modernas”, describiendo la importancia de la presión jugada por el capital europeo sobre ellos.(29) Asimismo, en La revolución permanente (también redactado en Prinkipo, en noviembre de 1929) desplegó su explicación en torno a que la estrategia socialista de la revolución de octubre no encontraba sus fundamentos en las particularidades de la historia rusa, sino en el grado de desarrollo del sistema capitalista global (sobre todo, en Europa):

“Pero, ¿es que considera usted que Rusia está bastante madura para una revolución socialista? -me objetaron docenas de veces Stalin, Rikov y todos los Mólotovs por el estilo, allá por los años 1905 a 1917.

Y yo les contestaba invariablemente: -No, pero sí lo está, y bien en sazón, la economía mundial en su conjunto y, sobre todo, la europea”.(30)

El programa de transición al socialismo

Luego de que la Internacional Comunista mostrara los signos inconfundibles de su agotamiento, a principios de la década de 1930, Trotsky señaló la necesidad de organizar un nuevo partido mundial de la revolución que luche por la conquista del poder de la clase obrera y el socialismo a escala mundial. Al calor del avance fascista, el llamado a construir una Cuarta Internacional estuvo íntimamente ligado a la cuestión de la guerra. En 1934, comenzó a esbozar, preliminarmente, un programa que advertía que la cuestión nacional no constituía un problema exclusivo de los países atrasados, sino también de los europeos; que entendía la lucha por Estados independientes en Asia y África como “episodio de la revolución socialista mundial”; y que, para América Latina, auspiciaba un horizonte de lucha “Por los Estados Unidos Soviéticos de Sud y Centroamérica”.(31)

Pero las vicisitudes políticas retrasaron la fundación de la nueva internacional hasta 1938. En aquel entonces, mediante el Programa de Transición, Trotsky buscó dotar al nuevo partido de un arma que recuperase la tradición marxista y bolchevique, que la burocracia había abandonado en defensa de sus intereses de casta, elaborando un programa revolucionario de carácter mundial.

Su principal objetivo, entonces, era combatir a quienes planteaban que no existían condiciones objetivas para la instauración del socialismo a escala mundial. Su primer acápite, “Proletariado y su dirección”, expresa su disputa abierta con el estalinismo y el nacionalismo burgués, particularmente con la línea política de frente popular, que se había impuesto en el movimiento obrero a escala mundial.

El programa comienza por la delimitación principal, al señalar que, partiendo de la situación política mundial, “los requisitos previos objetivos para la revolución proletaria” están maduros.(32) No obstante, no se limita a esta consideración general, sino que presenta una clasificación global en el que los diversos países del mundo cumplen una determinada función en el sistema, de acuerdo al grado de desarrollo de las relaciones sociales capitalistas en intersección con relaciones sociales atrasadas, dando lugar a Estados de diversa índole política, dividiendo al planeta en países imperialistas, coloniales y semicoloniales. Mientras que los primeros serían aquellos en que las relaciones capitalistas se habrían desarrollado con mayor potencia, en el resto ellas se encontrarían, en términos relativos, atrasadas. Estos países coloniales y semicoloniales no se encuentran en un estadio pretérito del desarrollo social, ni el feudal ni en ningún otro tipo de sociedad precapitalista. Por el contrario, “reúnen al mismo tiempo las formas económicas más primitivas y la última palabra de la técnica y de la civilización capitalista”. Este elemento histórico-social, “determina la política del proletariado de los países atrasados: está obligado a combinar la lucha por las tareas más elementales de la independencia nacional y la democracia burguesa con la lucha socialista contra el imperialismo mundial. Las reivindicaciones democráticas, las reivindicaciones transitorias y las tareas de la revolución socialista no están separadas en la lucha por etapas históricas, sino que surgen inmediatamente las unas de las otras”.

Es decir que Trotsky ahonda en sus consideraciones previas en torno a que el sistema capitalista no evoluciona por medio de procesos nacionales estancos, sino que, por el contrario, la dominación mundial del capital imperialista le impone una lógica global, caracterizada por un desarrollo desigual y combinado.

En términos generales, Trotsky señala que “los problemas centrales de los países coloniales y semicoloniales son: la revolución agraria, es decir, la liquidación de la herencia feudal y la independencia nacional, es decir, el sacudimiento del yugo imperialista (…) tareas están estrechamente ligadas la una a la otra”, señalando la vigencia de la consigna de Asamblea Nacional Constituyente en países como China e India. Pero este programa “democrático” no funciona como impulsor de una alianza con las respectivas burguesías nacionales, sino como el medio para delimitarse de ellas, promoviendo la organización de una fuerza política independiente del proletariado, que establezca una alianza con el campesinado. Traspolando la experiencia rusa, Trotsky plantea la necesidad de favorecer la aparición de órganos de democracia directa y doble poder (como los soviets), que permitirán a los trabajadores superar la democracia formal burguesa y encaminarse a la toma del poder político, abriendo la etapa de la revolución socialista. Se trata de la extensión de la teoría de la revolución permanente del caso ruso al conjunto de los países coloniales y semicoloniales. No obstante, dado que la categoría de países coloniales y semicoloniales representa una enorme diversidad, que abarca la mitad del planeta, de formaciones históricas específicas y divergentes, este programa para la revolución mundial debe especificarse en cada región o país, teniendo en cuenta su propia historia y desarrollo político, económico, social y cultural, y su forma de inserción específica en el sistema capitalista global. Es decir que el programa general de la revolución permanente no representa una guía formal que debe ser aplicada automáticamente a los más diversos casos. Por el contrario, Trotsky plantea específicamente que

“El peso específico de las diversas reivindicaciones democráticas y transitorias en la lucha del proletariado, su ligazón recíproca, su orden de sucesión, está determinado por las particularidades y condiciones propias de cada país atrasado, en una parte considerable, por su grado de atraso”.

De hecho, señala específicamente que la estrategia socialista no puede escindirse de una cuidadosa planificación táctica, aunque dejando en claro que esta diversidad a escala global no expresa estrategias divergentes, sino momentos particulares de un proceso revolucionario global, en tanto “el objetivo estratégico de la IV Internacional no consiste en reformar el capitalismo, sino en derribarlo. Su finalidad política es la conquista del poder por el proletariado para realizar la expropiación de la burguesía”.

En un texto posterior, de 1940, la Cuarta Internacional clarifica su posición en cuanto a los estrechos límites de cualquier “independencia nacional” (presentando el caso de Turquía, China y la India) obtenida en el marco del sistema capitalista, advirtiendo que sólo puede desarrollarse si constituye un momento particular de la revolución socialista internacional.(33)

Volviendo al programa de transición, Trotsky señala la especificidad en los países fascistas, la Unión Soviética y los países más desarrollados, dedicando acápites particulares a los grandes peligros que acechaban a las organizaciones revolucionarias: el oportunismo, el revisionismo sin principios y el sectarismo. En síntesis, se trata un programa que coloca las bases para una revolución a escala global, con el objetivo de que las jóvenes generaciones de obreros y sectores oprimidos, principalmente las mujeres, se apropien de la experiencia acumulada de quienes los precedieron. Concluye, señalando sus principios básicos:

“La Cuarta Internacional (…) No tiene ni puede tener lugar alguno en ningún frente popular. Combate irreductiblemente a todos los grupos políticos ligados a la burguesía. Su misión consiste en aniquilar la dominación del capital, su objetivo es el socialismo. Su método, la revolución proletaria. Sin democracia interna no hay educación revolucionaria. Sin disciplina no hay acción revolucionaria. El régimen interior de la Cuarta Internacional se rige conforme a los principios del centralismo democrático: completa libertad en la discusión, absoluta unidad en la acción. La crisis actual de la civilización humana es la crisis de la dirección proletaria. Los obreros revolucionarios agrupados en torno a la Cuarta Internacional señalan a su clase el camino para salir de la crisis. Le proponen un programa basado en la experiencia internacional del proletariado y de todos los oprimidos en general”.

De esta manera, el Programa de Transición constituyó un esfuerzo teórico por presentar una política de alcance mundial que, partiendo de las características globales del sistema capitalista, responda también a las particularidades regionales y nacionales, resultantes de procesos históricos que cristalizaron en formaciones sociales que expresaron combinaciones desiguales de relaciones sociales capitalistas y precapitalistas.

Objetividad y subjetividad en el planteamiento del programa: las consignas transicionales

Como pudimos ver en las páginas precedentes, metodológicamente, el Programa de Transición no se construyó a partir de la subjetividad de las masas, sino del desarrollo objetivo de las relaciones sociales a escala global. Es decir que, poniendo en práctica la teoría materialista de la historia, Trotsky señaló, inequívocamente, el predominio de los factores objetivos sobre los subjetivos:

“La orientación de las masas está determinada ante todo por las condiciones objetivas del capitalismo en descomposición, y en segundo lugar por la política traidora de las viejas organizaciones obreras. Entre estos factores, el factor decisivo es, evidentemente, el primero: las leyes de la historia son más poderosas que los aparatos burocráticos”.

Este planteo fue repetido, sistemáticamente, en los debates que Trotsky mantuvo, en su casa de Coyoacán, con los dirigentes del Socialist Workers Party (sección de la IV Internacional en Estados Unidos), los que le presentaban dudas acerca de la pertinencia de plantear a los obreros norteamericanos una serie de consignas del programa de transición, debido a su estado de conciencia. Frente a ellos, aseguró:

“Decimos guiarnos por el marxismo, por el socialismo científico. ¿Qué significa ‘socialismo científico’? Significa que el Partido que incorpora esta ciencia social parte, como en toda ciencia, no de los deseos, inclinaciones o estados de ánimo subjetivos, sino de los hechos objetivos, de la situación material de las diversas clases y de las relaciones que éstas entablan. Sólo a través de este método podemos establecer las consignas apropiadas a la situación objetiva. Sólo a partir de él podemos adaptar estas reivindicaciones y consignas a la conciencia dada de las masas. Pero partir de esta conciencia, como si se tratara del hecho fundamental, no fundamentaría una política científica, sino coyuntural, demagógica o aventurerista”.(34)

Este planteo metodológico no es aislado, sino que se repite, insistentemente en cada polémica o intervención programática de Trotsky. Por ejemplo, al debatir en torno al supuesto atraso político de los obreros americanos, aborda la cuestión abiertamente, planteando “si el programa debe adaptarse a la mentalidad de los trabajadores americanos o a las actuales condiciones económicas y sociales del país. Ese es el problema más importante a dilucidar”.(35) A lo que responde, indefectiblemente (pido disculpas por la extensión de la cita):

“El programa debe expresar las tareas objetivas de la clase obrera antes que el atraso de los obreros. Debe reflejar la sociedad como es, y no el atraso de la clase obrera. Es un instrumento para superar y derrotar el atraso (…) ¿Qué puede hacer un partido revolucionario (…)? En primer término, dar una imagen clara y honesta de la situación objetiva, de las tareas históricas que de ella se desprenden, independientemente de si los obreros están hoy maduros para ella o no. Nuestras tareas no dependen de la conciencia de los trabajadores. La tarea consiste en desarrollar su conciencia (…) Debemos decir a los obreros la verdad (…) Si éstos serán capaces de guiar a la clase obrera, de llevarla al poder, no lo sé (…) Pero aún en el peor caso (…) si esta clase obrera cae víctima del fascismo, los mejores elementos dirán: ‘Este partido nos advirtió; fue un buen partido’. Y una gran tradición permanecerá en la clase obrera. Por eso, todos los argumentos de que no podemos dar a conocer semejante programa porque no corresponde a la conciencia de los obreros son falsos. Expresan solamente el temor ante la situación”.(36)

Esta respuesta se basa en un principio teórico fundamental del materialismo, a saber, que “el nivel de conciencia de cualquier clase social viene determinado por las condiciones objetivas, por las fuerzas productivas, por la situación económica del país”, aunque “esta determinación no se refleja inmediatamente”. Esta contradicción constituye el fundamento material para la apelación a un programa de transición que permita unificar la realidad objetiva (condiciones maduras para una revolución socialista) con la subjetividad obrera (en 1938, caracterizada por “la falta de madurez del proletariado y de su vanguardia”).

Desde esta perspectiva, el Programa de Transición representa un puente que busca unir, por medio de reivindicaciones transicionales, los intereses más inmediatos de las luchas obreras (salarios, condiciones laborales, duración de la jornada de trabajo), con los problemas más generales de la clase (el papel de los sindicatos, los comités de fábrica, la naturaleza de la alianza entre obreros y campesinos), el Estado (el control obrero de la industria, la estatización de la banca y el comercio exterior) y la revolución socialista (la lucha antiimperialista; la expropiación de la burguesía industrial y financiera; la unidad de la lucha huelguística y la acción de masas armada; el carácter del gobierno obrero y campesino):

“La tarea estratégica del próximo período -período pre-revolucionario de agitación, propaganda y organización- consiste en superar la contradicción entre la madurez de las condiciones objetivas de la revolución y la falta de madurez del proletariado y de su vanguardia (confusión y descorazonamiento de la vieja dirección, falta de experiencia de la joven). Es preciso ayudar a la masa, en el proceso de la lucha, a encontrar el puente entre sus reivindicaciones actuales y el programa de la revolución socialista. Este puente debe consistir en un sistema de reivindicaciones transitorias, partiendo de las condiciones actuales y de la conciencia actual de amplias capas de la clase obrera a una sola y misma conclusión: la conquista del poder por el proletariado”.

Es decir que el Programa de Transición no constituye una especie de “recetario” de consignas a la carta que deben esgrimirse, aleatoriamente, de acuerdo al humor de las masas. Por el contrario, constituye un programa que, por medio de una caracterización de las condiciones objetivas, establece el camino subjetivo que los trabajadores deben recorrer, siempre y sin excepción, para la conquista del poder político y la revolución socialista. En este sentido, las consignas evolucionan radicalmente, y tienen por objetivo “dirigirse cada vez más abierta y resueltamente contra las bases del régimen burgués”:

“La IV Internacional no rechaza las del viejo programa ‘mínimo’ en la medida en que ellas han conservado alguna fuerza vital. Defiende incansablemente los derechos democráticos de los obreros y sus conquistas sociales, pero realiza este trabajo en el cuadro de una perspectiva correcta, real, vale decir, revolucionaria.

En la medida en que las reivindicaciones parciales –‘mínimum’- de las masas entren en conflicto con las tendencias destructivas y degradantes del capitalismo decadente -y eso ocurre a cada paso, la IV Internacional auspicia un sistema de reivindicaciones transitorias, cuyo sentido es el de dirigirse cada vez más abierta y resueltamente contra las bases del régimen burgués. El viejo ‘programa mínimo’ es constantemente superado por el programa de transición cuyo objetivo consiste en una movilización sistemática de las masas para la revolución proletaria”.

Ya en su crítica al VI congreso de la Internacional, en 1928, Trotsky se había explayado en torno al carácter de las consignas transicionales, señalando que ellas debían impulsar a la clase obrera a desplegar el proceso hasta alcanzar una nueva situación revolucionaria para la toma del poder.(38) De hecho, señaló que “el simple criterio de la posibilidad de su realización no es decisivo para nosotros”, en tanto:

“no son las conjeturas empíricas sobre la posibilidad o imposibilidad de realizar cualquier reivindicación transitoria las que pueden resolver el problema. Es su carácter social e histórico el que decide: ¿es progresiva para el desarrollo ulterior de la sociedad? ¿Corresponde a los intereses históricos del proletariado? ¿Consolida su conciencia revolucionaria? (…) El hecho de que esta reivindicación no sea satisfecha mientras domine la burguesía, debe empujar a los obreros al derrocamiento revolucionario de la burguesía. De esta forma, la imposibilidad política de realizar una consigna puede no ser menos fructífera que la posibilidad relativa de realizarla”.

En síntesis, la inclusión de consignas democráticas en el programa tenía la función de servir como puente para superar el desfasaje entre los elementos estructurales maduros y subjetivos insuficientes; entre la sociedad y la conciencia de clase del proletariado.

El tratamiento de las consignas resume la divergencia entre la Cuarta Internacional y el estalinismo, y reproduce la antigua división entre bolchevismo y menchevismo: “las reivindicaciones democráticas, las reivindicaciones transitorias y las tareas de la revolución socialista no están separadas en la lucha por etapas históricas, sino que surgen inmediatamente las unas de las otras”.

Por medio de este programa, Trotsky no sólo negó la posibilidad y necesidad de una “etapa” capitalista para las sociedades “atrasadas”, estableciendo las condiciones y necesidad de una estrategia socialista, sino que advirtió sobre la imposibilidad de construir el “socialismo en un solo país” en el marco de un mercado mundial capitalista.

El Programa de Transición: la teoría como “realidad generalizada”

El programa de Transición constituye, probablemente, el documento teórico más importante e influyente de la vida de Trotsky, resultante de una actividad militante ininterrumpida. Su elaboración no tuvo un objetivo eminentemente teórico, sino práctico, es decir, orientar el accionar del recientemente creado partido mundial de la revolución, la Cuarta Internacional, cuyo objetivo se concentraba en superar la crisis de la Comintern, es decir, superar la crisis de dirección del movimiento revolucionario mundial.

Para ello, Trotsky no sólo retomó la experiencia programática de la revolución de Octubre, sino también la de los primeros congresos de la III Internacional: a partir de la situación objetiva del desarrollo capitalista a escala global, el programa señaló el objetivo socialista de las revoluciones proletarias, advirtiendo que las tareas específicas en cada país o región, así como las consignas transicionales, dependían de las características de su desarrollo (desigual y combinado), atendiendo particularmente a su grado de atraso en el desarrollo de las fuerzas productivas, las características de su inserción en el mercado mundial y, fundamentalmente, la madurez política de la clase obrera, vinculada a la evolución histórica de la lucha de clases.

En términos teórico-metodológicos, el programa esbozado por Trotsky se opone por el vértice al de la burocracia estalinista y a las diversas gradaciones de nacionalismos burgueses: en 1938, mientras que Stalin llamó a justificar los frentes populares a través de un análisis de los modos de producción a escala nacional, que “pruebe” el predominio de relaciones feudales (tarea que, en la Argentina, llevó adelante el historiador comunista/peronista Rodolfo Puiggrós); Trotsky advirtió que, en la era del capital, no existía posibilidad de desarrollo autónomo alguno, por lo que el punto de partida del análisis lo constituía el sistema como un todo, y no los casos nacionales, señalando que el desarrollo desigual y combinado del sistema constituía el fundamento para el establecimiento de una estrategia socialista a escala mundial, incluso en los países atrasados, enfrentando el etapismo reformista de la burocracia soviética, que limitaba sus objetivos al establecimiento de “capitalismos nacionales”.(39)

El programa de transición, entonces, parte de la situación objetiva del sistema capitalista en su conjunto, y lejos de constituir una carta de consignas aleatorias, constituye un puente que busca conducir a los trabajadores desde sus reclamos cotidianos hasta la necesidad de la toma del poder.

Finalmente, es pertinente señalar que la metodología de Trotsky para elaborar el programa de transición no implica la cita de autoridad como forma sistemática de justificar sus puntos de vista. No procede a través de la exégesis y la hagiografía, sino por medio de un estudio original de la historia y las sociedades, apelando a la teoría del materialismo histórico y la experiencia internacional del proletariado, acumulada y expresada (en aquel entonces), por la teoría de Marx y Engels, en general, y por el bolchevismo y los congresos de la Internacional Comunista, en particular.

Es decir que, para Trotsky, la teoría no es otra cosa que “realidad generalizada”(40) , considerando que “El pensamiento revolucionario no tiene nada en común con la adoración de ídolos. Los programas y los pronósticos se ponen a prueba y se corrigen a la luz de la experiencia, que es el criterio supremo de la razón humana. El Manifiesto también requiere correcciones y agregados. Sin embargo, como lo evidencia la experiencia histórica, estas correcciones y agregados sólo pueden hacerse con éxito si se procede de acuerdo con el método que anida en las bases del Manifiesto mismo”.

Estas palabras de Trotsky confirman que ni siquiera Marx representaba, para él, una fuente infalible. De hecho, al cumplirse el 90 aniversario del Manifiesto Comunista, aseguró que su error más notorio lo constituía el haber previsto un inminente triunfo de la revolución socialista en los países europeos más desarrollados, resultante de un insuficiente tratamiento de la cuestión colonial y semicolonial.

Hoy nos corresponde, a 80 años del asesinato de su autor, no sólo publicitar, actualizar y poner en práctica el Programa de Transición, sino también explicar por qué Trotsky, al igual que Marx, fue demasiado optimista en sus previsiones, al asegurar, en 1937, que “cuando se festeje el centenario del Manifiesto Comunista, la Cuarta Internacional se habrá convertido en la fuerza revolucionaria decisiva de nuestro planeta”.

Antes que canonizar su figura, y fogonear el “autobombo”, la hoz del marxismo debe servirnos para ser implacables con nuestra propia historia, tarea ineludible para superar la crisis que atraviesa a la izquierda revolucionaria a escala mundial. Indudablemente, ello no será posible si vuelven a imponerse los viejos postulados estalinistas que pugnan por una “homogenización” política que, antes que impulsar los intereses más generales de la clase obrera, e interpelar a las masas en la lucha por el poder, se limitan a preservar mezquinamente una lógica de aparato.

NOTAS:

(1) Trotsky, León, “La agonía mortal del capitalismo y las tareas de la IV Internacional”, en Clave. Tribuna Marxista, México, N° 3, 1° de diciembre de 1938 y N° 4, 1° de enero de 1939, pp. 44-62. Puede consultarse una versión online en Trotsky, León, El programa de transición. La agonía mortal del capitalismo y las tareas de la IV Internacional (1938), disponible en https://www.marxists.org/espanol/trotsky/1938/prog-trans.htm

(2) Lenin, Vladimir I., “Borrador de resolución para el IV Congreso de la Comintern sobre la cuestión del programa de la Internacional Comunista”, 20 de noviembre de 1922, En Defensa del Marxismo, N° 43, diciembre de 2014.

(3) Al respecto, véase Gaido, Daniel, “Los orígenes del Programa de Transición en la Internacional Comunista”, en Izquierdas, Nº 23, 2015, pp. 191-214 (disponible en https://www.marxists.org/espanol/trotsky/1938/prog-trans.htm

(4) Un resumen del debate traducido al español en Trotsky, León; Bujarin, Nicolai y Zinoviev, Grigori, El gran debate (1924-1926). La revolución permanente, Tomo 1, Madrid, 1976 y Zinóviev, Grigori y Stalin, Josep, El gran debate (1924-1926). El socialismo en un solo país, Tomo 2, Madrid, 1975.

(5) V Congreso de la Internacional Comunista. 17 de junio – 8 de julio de 1924. Informes, Córdoba, Cuadernos de Pasado y Presente, 1975.

(6) Bayerlein, Bernhard H. “La Internacional Comunista y los Partidos Comunistas en la época de entreguerras (1919-1943). Una visión global a la luz de la “revolución de archivos”. Conferencia en el Centro de Documentación e investigación de la Cultura de Izquierdas (CeDinCI), Buenos Aires, setiembre de 2016.

(7) “Comission Coloniale”, 9/11/1926. Archivo Estatal Ruso de Historia Social y Política (RGASPI, por sus siglas en ruso, 495–79–12, Inventario 79 (original mecanografiado, en francés).

(8) Mella, Julio Antonio, “Imperialismo, tiranía, soviet”, Venezuela Libre, 1° de julio de 1925, reimpreso en Escritos revolucionarios, México D.F., Siglo Veintiuno, 1978.

(9) Un mayor desarrollo de la cuestión en Schlez, Mariano, “El hilo roto de la revolución. América Latina en la degeneración burocrática de la III Internacional”, disponible en https://politicaobrera.com/revista/410-el-hilo-roto-de-la-revolucion.

(10) VI Congreso de la Internacional Comunista. Tesis, manifiestos y resoluciones, Primera Parte, México, Pasado y Presente, 1977, pp. 188-242.

(11) Idem, p. 238.

(12) “Programa de la Internacional Comunista”, en VI Congreso…, op. cit., pp. 247-310.

(13) Idem, p. 277.

(14) Idem, p. 286-288.

(15) Idem, pp. 287-288.

(16) Un mayor desarrollo de la cuestión en Schlez, Mariano, “El hilo roto de la revolución. América Latina en la degeneración burocrática de la III Internacional”, disponible en https://politicaobrera.com/revista/410-el-hilo-roto-de-la-revolucion

(17) Idem, p. 306.

(18) “Las colonias y semicolonias tienen asimismo importancia en el período transitorio porque, con relación a los países industriales, que constituyen la ciudad mundial, pueden ser considerados como el campo, y la cuestión de la organización de la economía socialista mundial, de la combinación acertada de la industria con la agricultura, es en gran parte una cuestión de relación con las ex colonias del imperialismo”.

(19) Idem, p. 289.

(20) Trotsky, León, “¿Y ahora? Carta al VI Congreso de la Internacional Comunista (12/7/1928)” y “Crítica del Programa de la Internacional Comunista” (julio de 1928), ambos en La Internacional Comunista después de Lenin. Madrid: Akal, 1977.

(21) Trotsky, León, “Crítica del Programa de la Internacional Comunista”, Alma-Ata, julio de 1928, en La Internacional…, op. cit., p. 100.

(22) Idem, pp. 102-103.

(23) Idem, p. 124.

(24) Idem, p. 88.

(25) Idem, pp. 137-138.

(26) Idem, pp. 139-140.

(27) Trotsky, León, Resultados y perspectivas / Tres concepciones de la revolución rusa. Buenos Aires: El Yunque, 1975, p. 8. Aunque la presión del desarrollo capitalista sobre Rusia tomó diversas formas, Trotsky considera como determinante que “a causa de la presión económica de los países avanzados, la gran industria capitalista se apoderó enseguida de esta base, de forma que no hubo tiempo suficiente para que el oficio urbano floreciese”, lo que condujo a la conformación de una poderosa clase obrera. En este sentido, Trotsky señala que “Así fue impulsado el Estado ruso, construido sobre la base de la economía rusa, por la presión amistosa y, más aún, por la presión rival de las organizaciones estatales vecinas que se habían formado sobre una base económica más desarrollada. A partir de un momento determinado -en especial desde finales del siglo XVII- el Estado aspiró a acelerar artificialmente con un esfuerzo supremo, el desarrollo económico natural. Nuevos ramos de oficios, máquinas e industrias, producción en gran escala y capital parecen, por decirlo así, servir como injertos en el tronco económico natural. El capitalismo aparece como un hijo del Estado”, Trotsky, Resultados y perspectivas…, op. cit., p. 12.

(28) Ídem, p. 24.

(29) Trotsky, León, Historia de la Revolución Rusa, Madrid, Sarpe, 1985, p. 33 (1° ed., en inglés, 1932-33).

(30) Trotsky, León, La revolución permanente. Buenos Aires: El Yunque, 1973, p. 27 (1º ed., 1930).

(31) Trotsky, León, “La guerra y la Cuarta Internacional”, 10 de junio de 1934, en http://www.ceip.org.ar/escritos/Libro3/html/T05V225.htm#_ftn1 (consulta 19/1/2018).

(32) Trotsky, León, “La agonía mortal del capitalismo y las tareas de la IV Internacional”, en Clave. Tribuna Marxista, México, N° 3, 1° de diciembre de 1938 y N° 4, 1° de enero de 1939, pp. 44-62.

(33) “En los países coloniales y semi-coloniales la lucha por un estado nacional independiente, y en consecuencia la "defensa de la patria", es en principio diferente de la lucha de los países imperialistas. El proletariado revolu¬cionario de todo el mundo apoya incondicionalmente la lucha de China o la India por su independencia, porque es¬ta lucha "al hacer romper a los pueblos atrasados con el asiatismo, el sectarismo o los lazos con el extranjero […] golpea poderosamente a los estados imperialistas. Al mismo tiempo la Cuarta Internacional sabe desde ya, y se lo advierte abiertamente a las naciones atrasadas, que sus estados nacionales tardíos ya no podrán contar con un desarrollo democrático independiente. Rodeada por el capitalismo decadente y sumergida en las contra¬dicciones imperialistas, la independencia de un país atra¬sado será inevitablemente semi-ficticia. Su régimen político, bajo la influencia de las contradicciones internas de clase y la represión externa, inevitablemente caerá en la dictadura contra el pueblo. Así es el régimen del Partido "del Pueblo" en Turquía; el del Kuomintang en China; así será mañana el régimen de Ghandi en la india. La lucha por la independencia nacional de las colonias es, desde el punto de vista del proletariado, sólo una etapa transicional en el camino que llevará a los países atrasa¬dos a la revolución socialista internacional. La Cuarta Internacional no establece compartimientos estancos entre los países atrasados y los avanzados, entre las revoluciones democráticas y las socialistas. Las combina y las subordina a la lucha mundial de los oprimidos contra los opresores. Así como la única fuerza genuina¬mente revolucionaria de nuestra época es el proletariado internacional, el único programa con el que realmente se liquidará toda opresión, social y nacional, es el programa de la revolución permanente”, Buró Panamericano y del Pacífico, Sub-Secretariado de la Cuarta Internacional, “Manifiesto de la Cuarta Internacional sobre la guerra imperialista y la revolución proletaria mundial”, en Clave. Tribuna Marxista, 2da. época, N° 10-13, México, junio-septiembre de 1940, pp. 297-343.

(34) “Los movimientos obreros en Estados Unidos y Europa: una comparación”, 31 de mayo de 1938, en Trotsky, León, El programa de Transición para la revolución socialista. La Paz: Ediciones Crux, (s/f), p. 141.

(35) “El atraso político de los obreros americanos”, 19 de mayo de 1938, en Ídem, p. 129.

(36) Ídem.

(37) En aquel entonces, para el caso de China, defendió la convocatoria a una Asamblea Constituyente junto con todo un programa de reivindicaciones transicionales, tales como la jornada laboral de ocho horas, la confiscación de tierras y la independencia nacional, cuyo objetivo era mostrar la incapacidad del régimen para otorgar las medidas democráticas más elementales, ganarse la confianza de las masas, ampliar el marco de acción del proletariado y aproximar el momento de la creación de los soviets y la lucha directa por el poder. Trotsky, León, “La cuestión china después del VI Congreso” (4 de octubre de 1928), en La Internacional…, op. cit., p. 321.

(38) Idem, p. 337.

(39) Sobre el tema, véase Schlez, Mariano, “Modos de producción en América Latina. Un mapa para un debate permanente”, en Marchena, Juan; Chust, Manuel y Schlez, Mariano (Coord.), El debate permanente. Modos de producción y revolución en América Latina. Santiago de Chile: Ariadna Ediciones, 2020, pp. 27-140, disponible en https://ariadnaediciones.cl/images/pdf/ElDebatePermanente.pdf.

(40) Trotsky, León, “A noventa años del Manifiesto Comunista” (1937), en La revolución permanente…, op. cit., p. 20.

(41) Ídem.

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