El asesinato de Trotsky

Escribe Osvaldo Coggiola

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La persecución política a Trotsky por parte de la facción estalinista del Partido Comunista comenzó en la Unión Soviética, pero su muerte, como veremos, comenzó a planificarse en España. La represión de militantes de izquierda y organizaciones antiestalinistas en España y el asesinato de León Trotsky en México están unidos por más de un hilo. En noviembre de 1927 Trotsky fue expulsado del Partido Comunista de la Unión Soviética; en 1928, fue exiliado a Alma-Ata (Kazajstán); en febrero de 1929 fue expulsado de la URSS a Turquía, donde residió hasta julio de 1933 en la isla de Prinkipo, cerca de Estambul. Mientras tanto, Stalin y sus aliados apelaron a la represión política a la Oposición de Izquierda, logrando sancionar la condena del “trotskismo” en el V Congreso de la Internacional Comunista. Este proceso adquirió un carácter global con la denominada “bolchevización” de los partidos comunistas, con el objetivo de eliminar toda oposición a la línea oficial. El V Congreso representó el inicio de un cambio en sus objetivos fundamentales: ya no se trataba de concentrar esfuerzos para llevar al poder al proletariado mundial, sino de defender la “Patria Socialista”, la Unión Soviética, de los peligros que podrían impedir su desarrollo y consolidación. Entre ellos se encontraban, por supuesto, todo tipo de oposición política, calificada como representante de intereses contrarios a la revolución, por lo que merecían (y exigían) una represión implacable. Desde entonces, la burocracia estalinista abandonó la convocatoria de congresos internacionales regulares.

Los ataques físicos contra los “trotskistas” en la URSS comenzaron a fines de 1927: el automóvil de Trotsky fue amenazado con armas de fuego; su esposa, Natália Sedova, fue agredida físicamente. Al día siguiente del décimo aniversario de la Revolución de Octubre, Trotsky pronunció su último discurso público en la URSS, en el funeral del opositor Abraham Ioffe (ex director de política exterior de la URSS, que se había suicidado el día anterior), antes de ser arrestado y deportado a Alma - Ata. Trotsky fue excluido del partido, junto con Kámenev y Zinoviev, sin que los militantes o el país fueran informados de las causas, ni de las propuestas de la Oposición (democracia interna en los soviets y el partido, industrialización basada en la planificación centralizada y vigilancia a los kulak, abandono de la estrategia internacional de la “revolución por etapas”). En el XV Congreso del Partido, en diciembre de 1927, se exigió la capitulación de los opositores: la mayoría cedió, con Zinoviev y Kámenev buscando (y consiguiendo temporalmente) su reintegración al partido. Trotsky, aislado, no cedió: exiliado en la propia URSS, reorganizó a sus partidarios para continuar una lucha que se desarrollaría en condiciones cada vez más precarias.

La represión masiva y la represión selectiva contra los opositores políticos han coexistido desde 1930 (300 opositores fueron detenidos solo en Moscú durante los primeros meses de ese año). El terror (que en 1936-1937 mató a un millón de los dos millones de miembros que tenía el PCUS a fines de la década de 1920) fue también una respuesta de Stalin a un posible movimiento de protesta social y a la creciente oposición dentro del propio partido (1). En 1932, la oposición “de Riutin” surgida en el aparato de gobierno, se vinculó a este estado de cosas. Su inspirador, Martemian Riutin (miembro suplente del Comité Central y secretario del partido en Moscú), escribió un programa de 200 páginas y lo difundió en secreto. Exigió, entre otras cosas, una disminución del ritmo de la industrialización y la colectivización, la destitución de Stalin (a quien presentó como el “espíritu malo” de la revolución, comparable a los peores déspotas de la historia), la reintegración de los opositores excluidos.

Stalin propuso que se ejecutara a Riutin. Riutin pertenecía a la dirección de la organización del partido en Moscú, lo que obligó al Politburó a pronunciarse. Stalin no obtuvo la mayoría. Kirov y Ordjonikidzé rechazaron darle el apoyo: una antigua disposición decía que la pena de muerte no podía aplicarse a ningún miembro del partido (Trotsky había ejecutado a un bolchevique, Panteleev, por desertar de un puesto de mando durante la guerra civil, lo que había provocado una crisis política). Riutin y su grupo fueron condenados a prisión. Para Stalin, esto representó una derrota que, según Margarete Buber-Neumann, nunca podrá explicarse (2). Según Victor Serge, “en 1932, iluminado por el curso de los acontecimientos, Riutin llegó a la oposición. Elaboró un borrador de programa en el que llamó a Stalin “el gran provocador, el destructor del partido”. La Cheka (policía política estatal) dijo que sus palabras incitaban al asesinato y lo condenó a muerte. Sin embargo, no se atrevieron a ejecutarlo. “Nadie sabe qué le pasó” (el texto es de 1936). De las 200 páginas de la “plataforma Riutin”, 50 se dedicaron a describir la personalidad de Stalin, caracterizada por la ambición personal y la sed de venganza. Recogió numerosas firmas, incluidas las de antiguos partidarios de Bujarin (3).

En 1933, se produjo el “caso Smirnov” (el veterano dirigente bolchevique Ivan Smirnov había propuesto la unificación de todos los grupos opuestos). Las purgas de intelectuales alcanzaron, en ese momento, proporciones importantes. En este clima, la segunda esposa de Stalin (Nadejda Svetlana Allelluyeva) se suicidó en noviembre de 1932. El XVII Congreso del PCUS, a principios de 1934, consagró un estado de ánimo mayoritariamente favorable a una “relajación”: se aceptó una autocrítica de algunos ex opositores (Zinoviev, Bujarin, Lominadzé), las granjas colectivas recibieron un estatus legal, muchos kulak perseguidos recibieron amnistía, la GPU fue reorganizada (convertida en NKVD) bajo el control de un “comisionado del interior”. Fue la calma que precedió a la tormenta. Se desarrolló un conflicto en el propio congreso: los secretarios regionales pidieron a Kirov que se postulara para el puesto de secretario general (Kirov se negó); según Roy Medvedev, se agruparon en torno a Kirov “los que pensaban que era necesario ejecutar la voluntad de Lenin” (es decir, sacar a Stalin del secretariado general). En la reunión de los secretarios regionales se destacó un grupo, con Anastas Mikoyan (futuro canciller de la URSS), el georgiano Ordjonikidzé, Petrovsky, Orachenlanchvili, encargado de presionar a Kirov para que se postule para el cargo. Stalin tuvo grandes dificultades para hacerse reelegir como miembro del Comité Central, pero mantuvo su puesto de secretario general.

Por primera y única vez en la “era staliniana” hubo una especie de consenso para la readmisión de los opositores a Stalin, con la excepción de Trotsky y los trotskistas, así como de Ivan Smirnov y sus amigos del “bloque de oposición”. La figura “conciliadora” del líder del partido en Leningrado, Kirov, fue la más votada para el Comité Central electo; en las elecciones, Stalin quedó último, con 270 votos en contra (4). Las palabras del informe inicial de Stalin sonaban más como una expresión de deseos o una amenaza que una observación objetiva: “Si en el XV Congreso, en 1927, todavía era necesario demostrar la corrección de la línea del partido y luchar contra ciertos grupos antileninistas; en el XVI Congreso, en 1930, fue necesario dar un golpe de gracia a los últimos partidarios de estos grupos, no hay nada más que demostrar en este Congreso, ni grupos que derrotar. Todo el mundo entiende que la línea del partido ganó. Los debates del Congreso demostraron la completa unidad de los líderes en todos los asuntos de la política del partido. No fue realizada ni una objeción al Informe”(5). Stalin, en tanto, se negó a pronunciar el tradicional discurso de clausura.

En el contexto de la crisis política que se extendió de 1932 a 1934 se produjo un episodio confuso: la entrevista, en París, entre un “miembro del CC del PCUS, enviado de Kirov”, y León Sedov, hijo y mano derecha de Trotsky, en la que Kirov, a través de su intermediario, habría mostrado su voluntad de reintegrar a todos los opositores del partido, incluidos Trotsky y los trotskistas (6). Jean-Pierre Joubert se basó en una declaración de Marcel Body (ex dirigente francés de la Internacional Comunista), “cuya honestidad es indiscutible”, quien “dice que facilitó el contacto con Leon Sedov (hijo de Trotsky, residente en París) con un emisario de Kirov, miembro del CC del PCUS y cuñado del Dr. Levin, enviado (a Francia) para informar a Trotsky de la intención de Kirov de reintegrarlo a él y a sus partidarios en el partido. Pierre Broué también señaló la existencia de un texto de Sedov, que confirmaría esta información, refiriéndose a las intenciones de ´compañeros bien posicionados´”. Esa información, de ser cierta, arrojaría nueva luz sobre el posterior asesinato de Kirov y el papel de Trotsky en la crisis del PCUS de 1934, y sobre los “Procesos de Moscú”, en los cuales Trotsky fue el principal acusado en ausencia.

El desarrollo de la crisis revolucionaria en España, a partir de 1931, fue un elemento decisivo en la actitud de Stalin hacia la actividad de Trotsky, en la URSS e internacionalmente. Según Lilly Marcou, “si la decisión de matar a Trotsky fue expresada en 1939, en la mente de Stalin empezó a madurar a partir de 1931, como lo atestigua un documento inédito de los archivos de ese período. En una carta enviada al Politburó, Trotsky aconsejaba a los líderes soviéticos que no se mezclaran en los asuntos internos de los comunistas españoles, es decir, "no impongan una escisión desde el exterior". Furioso porque Trotsky todavía se atrevía a decir cuál debería ser la conducta del partido, Stalin escribió de inmediato: “Creo que Trotsky, ese locuaz menchevique desvergonzado, debería ser eliminado. De esa forma aprenderá a quedarse en su lugar” (7).

Stalin utilizó el misterioso asesinato de Kirov a finales de 1934 para demostrar la existencia de un vasto complot para asesinar a todos los líderes soviéticos, supuestamente encabezado por Trotsky (8). Los tres procesos judiciales públicos resultantes, los “Procesos de Moscú”, que se extendieron de 1936 a 1938, sacudieron la opinión pública mundial y estuvieron acompañados de una represión política masiva (Vadim Rogovin menciona 4 millones de detenidos y 800.000 fusilados) sin precedentes en la historia moderna. Stalin no exageró sus intenciones cuando dijo que había llegado el momento de utilizar “métodos de guerra civil” contra la oposición interna. Rogovin dijo que, lejos de ser la expresión de “un ataque de violencia irracional y sin sentido”, el terror desatado por Stalin fue en realidad la única forma en que logró romper la resistencia “de las verdaderas fuerzas comunistas”. El mundo observó consternado las “confesiones” de gran parte de los líderes de la revolución de 1917. Kamenev dijo: “Estamos sentados aquí al lado de agentes del departamento de policía secreta extranjera... Servimos al fascismo, organizamos la contrarrevolución contra el socialismo. Este fue el camino que tomamos y este es el abismo de la despreciable traición en el que hemos caído”. Y Zinoviev, expresidente de la Internacional Comunista, confirmó: “Soy culpable de haber sido el organizador, apoyando a Trotsky en el bloque trotskista-zinovievista, de la propuesta con el objetivo de asesinar a Stalin, Vorochilov y otros líderes... Hicimos una alianza con Trotsky. Mi bolchevismo distorsionado se convirtió en antibolchevismo y, a través del trotskismo, llegó al fascismo. El trotskismo es una variación del fascismo y el zinovievismo es una variación del trotskismo”. Ninguna de estas "confesiones" les ahorró la perdida de la vida.

Desde el primer “Proceso”, en 1936, Trotsky fue denunciado como el alma del “bloque terrorista”, y el trotskismo, como agencia de la Gestapo y el fascismo, en el mismo momento en que el CC del PC italiano proponía una alianza con “nuestros hermanos fascistas”, sobre la base del programa (fascista) de 1919, y en el que Stalin sondeaba en secreto las posibilidades de un acuerdo con Hitler, que se materializaría tres años después. El fiscal del Estado denunció a Trotsky, Kamenev y Zinoviev utilizando sus apellidos judíos: Bronstein, Rosenfeld y Radominslyski. En enero de 1937 se llevó a cabo el Proceso de los Dieciocho (o “segundo Proceso”), en el que ex dirigentes bolcheviques fueron acusados de pactar con el nazismo y Trotsky, así como (al igual que los acusados en el proceso anterior) del asesinato de Kirov. Todos “confesaron”, siendo condenados y ejecutados, con la excepción de Radek (que exageró deliberadamente la “confesión”). En plena guerra civil española y del gobierno del Frente Popular en Francia, “los 18” (entre otros, Radek, Serebryakov, Piatakov, Muralov, Drobnis, Sokolnikov) fueron acusados y condenados de “constituir un centro de reserva trotskista”, ejecutando sabotaje y envenenamientos masivos, a cuenta de la Gestapo y Mikado. Como en los procesos anteriores y posteriores, los observadores legales oficiales de las “democracias” occidentales certificaron la “equidad” del proceso legal ante el mundo, lo cual fue una clara señal política del interés de los líderes del mundo capitalista en la “normalización” de la URSS. En marzo de 1938, finalmente, se produjo el Proceso de los Veintiuno: esta vez “confesó” el exjefe de la GPU, Iagoda, y los viejos bolcheviques Bukhárin y Rykov (jefes de la antigua “Oposición de Derecha”), y varios otros.

Uno de los acusados negó las “confesiones” obtenidas durante la investigación (mediante tortura); Bukhárin, por su parte, “confesó” en general (al por mayor), pero negó todos los cargos precisos (al por menor). Los cargos eran los mismos que en casos anteriores: espionaje para Hitler (o para Mussolini, o para Mikado), “bloque” con Trotsky y... asesinato de Kirov. Como en casos anteriores, Stalin observó y controló el desarrollo de las cosas entre bastidores. Los acusados fueron condenados y casi todos ejecutados. El fiscal del estado, Andreï Vychinski, se hizo famoso por su inclinación zoológica al referirse a sus enemigos bolcheviques de 1917, a los que ahora acusó en nombre del “bolchevismo”, como “hienas”, “chacales”, “serpientes”, “perros rabiosos”. En cifras globales, entre 1934 y 1940, 3.750.000 personas fueron enviadas a campos de prisión. En los años más represivos de 1937-1938, 1,6 millones de personas fueron condenadas y casi la mitad, 680.000, fueron ejecutadas. Con la masacre de la década de 1930, Stalin superó la crisis política anterior, el detonante de los Procesos. En la purga resultante, además de la mayoría de los remanentes de la vieja guardia bolchevique, fueron eliminados casi todos los miembros del Comité Central electos en 1934, la mayoría de los delegados al XVII Congreso, cuatro miembros del Politburó, tres de los cinco miembros del Buró de la Organización, todos perfectamente “estalinistas”. Fueron reemplazados por otros estalinistas, tan incondicionales como los anteriores, y ciertamente más aterrorizados.

El “monolitismo” de Stalin era, por tanto, el velo de un régimen de crisis, que exigió medios represivos permanentes y proximidad a la paranoia para mantener su estabilidad. La masacre paralela a los “Procesos” abarcó a todos los ex opositores y sus familias, el 90% de la alta dirección del Ejército Rojo, todos los líderes de la policía política antes de Ekhov, el reemplazo de Iagoda que dio su nombre a ekhovtchina, la mayoría de los comunistas extranjeros refugiados en la URSS: en total, hubo de cuatro a cinco millones de arrestos, un soviético por cada 17 fue detenido, uno por cada 85 fue ejecutado (9). En medio del terror, el oportunismo y la venganza personal florecieron a través del “soplón”. En la sociedad “soviética” se ha arraigado un sentido general de denuncia, con casos de padres denunciados por sus hijos. En todos los casos, las acusaciones leídas por el fiscal parecían ser producto de una imaginación delirante y enfermiza: la investigación habría demostrado “que, de 1932 a 1936, se había organizado en Moscú un centro unificado trotskista-zinovievista, con el propósito de perpetrar toda una serie de actos terroristas contra los jefes del PCUS y el gobierno soviético, con miras a tomar el poder. Que el centro unificado trotskista-zinovievista había organizado muchos grupos terroristas y adoptado una serie de medidas para proceder con el asesinato de los camaradas Stalin, Vorochilov, Zhdanov, Kaganovitch, Kirov, Kossior, Ordjonikidzé y Postychev (...) Que uno de los grupos terroristas, bajo las órdenes directas de Zinoviev y León Trotsky, y bajo la dirección inmediata del acusado Bakaiev, el 1 de diciembre de 1934 se había perpetrado el asesinato del camarada S. M. Kirov”.

En su sentencia principal, el Tribunal Supremo de la URSS concluyó que: “Los enemigos del pueblo, Trotsky, Lev Davidovitch y su hijo Sedov, Lev Ivovitch, expulsados de la URSS en 1929 y privados de la nacionalidad soviética por decisión del Comité Ejecutivo Central de la URSS si se encuentran en territorio ruso, deben ser detenidos de inmediato y puestos a disposición del Tribunal Militar del Tribunal Supremo de la URSS” (10). Respecto al supuesto “apoyo popular” a los “Procesos”, citemos el testimonio de Margarete Buber-Neumann, esposa del líder comunista alemán Heinz Neumann: “El 23 de enero de 1937 - esa misma mañana había comenzado el segundo Proceso de Moscú - Neumann y yo vimos la manifestación del pueblo soviético, tan ´odiado´ por los acusados. A decir verdad, esta manifestación no fue nada espontánea, fue organizada por el gobierno. Desde las fábricas, los trabajadores habían sido llevados directamente al lugar de reunión. Mirarla era obligatorio. También debían estar presentes los empleados y colaboradores de las “Ediciones de Trabajadores Extranjeros”. Una gran multitud se reunió en este ingrato viaje invernal. No se escuchaba ningún grito. Los hombres guardaron silencio, de pie sobre la nieve; las banderas y carteles que llevaban mostraban consignas espectaculares: ´¡Derribadlos como perros rabiosos!´, ´¡Muerte a los fascistas traidores!´. Sobre un cartel vi la imagen de un puño gigantesco armado con clavos, acompañado de la inscripción: ´¡Viva la NKVD, puño blindado de la revolución!´” (11).

Fuera de la URSS, casi todos los partidos comunistas organizaron mítines y manifestaciones para apoyar el fusilamiento de Bujarin, Rykov y otros antiguos líderes bolcheviques. Al tomar la palabra en una asamblea en París el 3 de junio de 1938, Maurice Thorez, líder del Partido Comunista Francés, declaró: “El juez de la Unión Soviética ha prestado un servicio invaluable a la causa de la paz, golpeando sin piedad a los traidores trotskistas-bujarinistas, estos asesinos y agentes de la Gestapo, elementos de la ´quinta columna´, espías que tenían a algunos llorando por ellos en Inglaterra, pero que fueron castigados con la severidad necesaria”. En la primavera de 1938, un “numeroso grupo de comunistas franceses” envió una carta a Ekhov, jefe de la NKVD, que decía: “Su firmeza y su voluntad indomable llevaron al desenmascaramiento de los infames agentes del fascismo [...] Confirmamos nuestra plena confianza en la justicia popular, que castigó a los traidores como merecían”. Un proceso separado “depuró” la diplomacia soviética (con Karakhan como principal acusado) y la secretaría ejecutiva soviética.

La represión cayó sobre cientos de miles de miembros del PCUS, que eran, sin embargo, fieles estalinistas. Paralelamente a los procesos públicos, se llevaron a cabo los procesos “a puerta cerrada”, probablemente por la imposibilidad de obtener confesiones de los imputados, o de presentarlas en público: en junio de 1937, la condena y ejecución de la cúpula del Ejército Rojo y sus jefes, el mariscal Tukhachevsky y el general Piotr Iakir (que había actuado en la guerra civil bajo el mando de Trotsky); en julio de 1937, el proceso, condena y ejecución de los líderes del Partido Comunista de Georgia (Mdivani y Okudjava, los comunistas georgianos que en 1922 apelaron a Lenin contra la "rusificación" staliniana); en diciembre de 1937, continuación del anterior, con la condena y ejecución de Enukidzé. Con los fusilamientos masivos de opositores de izquierda en Siberia en 1938, se completó la ekhovtchina estalinista.

La "poda" del Ejército Rojo fue importante para los destinos de la URSS: en junio de 1937, el mariscal Tukhachevsky, viceministro de Defensa, fue sometido a juicio secreto, condenado a muerte y ejecutado cuarenta y ocho horas después, junto a otros siete generales que constituían la flor y nata del Ejército Rojo. Pocos días antes, el general Gamalrik, comisario general del ejército, se había "suicidado". El 1 de mayo de 1937, el mariscal Tukhachevsky estaba junto a Stalin, en el mausoleo de Lenin en la Plaza Roja, pasando revista a los manifestantes. El 12 de junio, se anunció secamente la ejecución de Tukhachevsky y otros oficiales y generales conocidos. La sentencia de muerte de Tukhachevsky había sido firmada por los otros cuatro mariscales del Ejército Rojo: Vorochilov, Budienny, Blucher y Yegorov. Los dos últimos, poco después, también fueron barridos por la sangrienta oleada de terror.

Ese fue solo el comienzo de la gran purga que diezmó la oficialidad del Ejército Rojo. En cuestión de pocos meses y tras una farsa de juicio extremadamente breve --cuando este llegaba a realizarse-- todos los generales que comandaban distritos militares, incluidos reconocidos veteranos de la guerra civil de 1918-1921, como Uborevich e Iakir, fueron sucesivamente eliminados, como todos los comandantes de cuerpos de ejército. Pocos generales de división han escapado del pelotón de fusilamiento o del internamiento en campos de trabajos forzados en Siberia, al igual que más de la mitad de los coroneles en el estado mayor de comandantes de regimiento. En total, de un tercio a la mitad de los 75.000 oficiales del Ejército Rojo desaparecieron, entre los fusilados o deportados a los campos de trabajos forzados controlados por la policía secreta. Los generales fueron acusados de espiar a favor de la Alemania nazi y de preparar un complot con Hitler para favorecer una derrota soviética.

Los acusados eran héroes de la guerra civil: Piotr Iakir, comandante militar de Leningrado, comandante Uborevich del distrito occidental, comandante Kork de la Academia Militar y el jefe de caballería Primakov. El mariscal estalinista Vorochilov, ministro de Defensa, los acusó unos días después de confabularse con Trotsky. “El Ejército Rojo fue decapitado”, dijo Trotsky, cuando se enteró de las ejecuciones. Formado con él durante las guerras civiles, los consideraba, al margen de no tener especial afinidad política con ellos, los mejores cuadros del Ejército Rojo y, con mucho, los más populares y capaces. El proceso de los generales fue solo una parte de una purga que desintegró las Fuerzas Armadas Soviéticas. En agosto de 1937, según Leopold Trepper, “Stalin reunió a los líderes políticos del ejército para preparar la purga de ´enemigos del pueblo´ que podrían existir en el ejército. Esa fue la señal para comenzar la matanza: trece de los 19 comandantes del ejército, 110 de sus 130 comandantes de división y brigada, la mitad de los comandantes de regimiento y la mayoría de los comisionados políticos, fueron ejecutados. El Ejército Rojo, así desintegrado, estuvo fuera de combate algunos años” (12). La invasión de la URSS por parte de la Alemania nazi, en junio de 1941, mostraría la magnitud del daño causado.

Se calculó que más de 35.000 agentes fueron asesinados. La purga de oficiales del Ejército Rojo continuó hasta la invasión de la Unión Soviética por parte de los alemanes y su precio fue muy alto. En 1940, más del 10% de los generales de división, casi el 70% de los comandantes de regimiento y el 60% de todos los comisionados políticos eran oficiales recién ascendidos, sin experiencia en el ejercicio de sus nuevas funciones. Una encuesta realizada ese mismo año mostró que 225 coroneles al mando de regimientos habían sido promovidos sin cursos de estado-mayor. De ellos, solo 25 habían completado un curso de formación regular en academias militares. Una vez completada la depuración, se encontró que solo el 7% de los oficiales del Ejército Rojo habían tomado cursos de preparación superior, mientras que el 37% nunca había asistido a un centro de preparación para oficiales de carrera. Finalmente, entre 1939 (con la ejecución en Moscú de numerosos viejos bolcheviques, entre ellos Kogan, Nicolaiev y Novikov) y septiembre de 1941, cuando Stalin ordenó la ejecución de 170 detenidos, entre ellos Christian Rakovsky, Olga Kameneva (hermana de Trotsky y esposa de Lev Kamenev), V. D. Kasparova, se completó (incluido el asesinato de Trotsky en 1940) el exterminio físico de los restos de la vieja guardia bolchevique. (13)

En el marco de los “Procesos de Moscú”, el enfrentamiento entre Stalin / GPU (NVKD) y el Ejército Rojo era inevitable. En 1937, los mandos del ejército estaban formados por cuadros que surgieron durante la guerra civil, la mayoría de ellos bajo el mando de Trotsky, el fundador del ejército. Aunque no fueron opositores, la crisis permanecía latente. Los jefes del ejército tenían relativa autonomía y no debían sus posiciones a Stalin. La popularidad de ellos era muy grande, en particular la de Tukhachevsky, reconocido como el modernizador que había puesto al Ejército Rojo en un alto nivel técnico y estratégico (mecanización, paracaidismo). Tukhachevsky y los comandantes del Ejército Rojo veían la evolución de la Alemania nazi con preocupación y consideraron inevitable el conflicto militar con ella. Aunque Tukachevsky y Kirov no eran líderes políticos comparables a Trotsky y Zinoviev, la autoridad de uno sobre el ejército y el otro sobre la burocracia los convertía en rivales potencialmente peligrosos para Stalin. En el balance final de la represión del período, casi todos los “revolucionarios profesionales” de la era prerrevolucionaria y de la guerra civil, la mayoría de los camaradas de Lenin, fueron asesinados. Su lugar en el partido lo ocuparon hombres que se le unieron en el período estalinista: fue el comienzo de la "carrera" de Brezhnev, Kossyguin, Gromyko, que se unieron a los "hombres de Stalin" (Beria, Malenkov, Postrebychev). El "culto a la personalidad" de Stalin se desarrolló en el contexto de la destrucción de gran parte de los logros sociales de la revolución y el fortalecimiento sin precedentes de la disciplina del trabajo. El estalinista era un régimen de terror permanente, no solo de la burocracia sobre la población y las oposiciones políticas, sino también dentro de la burocracia misma.

Hubo resistencia, incluso en condiciones límite. En el otoño de 1936, después del primer “Proceso de Moscú”, los militantes exiliados en los campos de trabajo siberianos organizaron elecciones y manifestaciones de protesta, y luego una huelga de hambre, decidida por la asamblea general. Sus reclamos fueron, según Maria Ioffé [hija del ex diplomático soviético Abraham Ioffé y sobreviviente de los campos de trabajo, viva hasta la década de 1990]: 1) El reagrupamiento de los presos políticos, separando a los criminales de los derecho común; 2) El reencuentro de familias dispersas en diferentes campos; 3) Trabajar de acuerdo a la especialidad profesional; 4) El derecho a recibir libros y periódicos; 5) La mejora de las condiciones de vida y alimentación. El menchevique “MB” agregó la jornada de ocho horas, enviando a las regiones polares a discapacitados, mujeres y ancianos: “En el comité de huelga estaban GJ Iakovin, Sokrat Gevorkian, Vasso Donadzé y Sacha Milechin, todos ´bolcheviques-leninistas´(Partidarios de Trotsky), los tres primeros veteranos de las huelgas de hambre de 1931 y 1933 en Verkhneuralsk” (14). Menos de dos años después, todos estos huelguistas fueron exterminados.

Durante el “gran terror”, las purgas golpearon los dispositivos de seguridad de la URSS. Uno de sus cuadros dirigentes, Pável Sudoplátov, lo recordó a su manera: “Muchos de nuestros amigos, personas en las que confiamos completamente, habían sido arrestados por cargos de traición. Supusimos que esto era el resultado de la incompetencia de Ekhov. Quiero revelar un hecho importante aquí, que se pasaron por alto los libros dedicados a la historia de la policía política soviética. Antes de que Ekhov se hiciera cargo de la NKVD, no existía un departamento especial para investigaciones internas. Esto significaba que el oficial de enlace debía investigar personalmente cualquier delito cometido por su personal. Ekhov creó el Departamento de Investigaciones Especiales dentro de la NKVD [con ese propósito]” (15). Otro miembro del aparato clandestino internacional de la URSS, conocido mundialmente gracias a sus memorias, Jan Valtin (nombre en clave Richard Krebs), puede deber su vida al contacto con trotskistas fuera de la URSS, ya que se encontraba en una situación extremadamente difícil (simultáneamente buscado por la Gestapo hitleriana (Krebs era alemán) y por la NKVD en el momento de su ruptura con Stalin: “Después de tomar su decisión, Valtin fue a Anvers [puerto en Bélgica] donde, según el agente de la Gestapo ´König´, un grupo trotskista, liderado por un tal Jiske, lo ayudó a abordar un barco inglés con destino a Estados Unidos, adonde llegó en febrero de 1938” (16). El propio jefe de inteligencia soviético (“espionaje”) en Occidente durante la Segunda Guerra Mundial - la Orquesta Roja -, Leopold Trepper (17), reconoció, en sus memorias, el papel central de los trotskistas de la URSS en la lucha contra el estalinismo en los años treinta (18).

La “limpieza” también llegó a la Internacional Comunista: se ejecutaron direcciones enteras de varios partidos comunistas. Según Trepper, el 90% de los militantes comunistas extranjeros que residían en Moscú fallecieron. Stalin firmó listas de condenas que a veces contenían miles de nombres. Los PC de Ucrania y Bielorrusia, las Juventudes Comunistas (Komsomol), fueron “depurados”. El sindicalista y delegado de la Internacional Comunista en China, Lominadzé, se suicidó. Otros fueron fusilados a puerta cerrada, irreductibles o impresentables para un proceso público: Préobrazhenski, Slepkov, Riutin, Smilga, el general Dimitri Schmidt, Gaven (ex-secretario de Trotsky), todo el mando político del Ejército Rojo (Antonov-Ovseenko, Bubnov , Gamarnik), la antigua dirección de la Internacional Comunista residente en Moscú (Piatniski, Béla Kun, decenas de comunistas alemanes, el suizo Fritz Platten, compañero y amigo de Lenin). Direcciones enteras de los PCs extranjeros fueron convocadas a Moscú y ejecutadas (entre otras, las de los PCs de Yugoslavia, excluyendo a Tito, y de Polonia). La máquina ejecutora también se abalanzó sobre juristas, historiadores, educadores, filósofos, físicos, matemáticos, biólogos, científicos y artistas en general: el director de teatro Meyerhold fue ejecutado tras ser obligado a beber su propia orina, el novelista Isaak Babel fue fusilado (La Caballería Roja), símbolo literario de 1917...

Durante la “Era Ekhov”, alrededor de 600.000 personas fueron fusiladas, incluidos incontables militantes comunistas, con énfasis en los “trotskistas”, la vieja guardia bolchevique y altos oficiales del Ejército Rojo. Con la destitución y ejecución de Ekhov, Stalin intentó señalar que no estaba de acuerdo con los “excesos” ocurridos durante el Gran Terror (1934-1938). Por su pequeño tamaño, Ekhov se hizo conocido como el “Asesino enano”. Numerosos militantes y simpatizantes, dentro y fuera de la URSS, se alejaron del estalinismo horrorizados por la represión y el exterminio político. Cabe mencionar al galés Burnett Bolloten, corresponsal de la agencia United Press en España durante los primeros años de la guerra civil. Instalado en México con enorme documentación española (fue autor de un célebre estudio sobre la guerra civil), vivió una experiencia con sus amigos “comunistas” del país azteca, pero poco después del ataque del 24 de mayo de 1940 a Trotsky, Vittorio Vidali le pidió que escondiera a Tina Modotti, buscada por la policía por ese ataque. Pasó entonces a analizar su documentación desde un nuevo ángulo y a defender la revolución española destruida por el estalinismo. En 1961, publicó una de las denuncias más completas del papel del estalinismo en la revolución y la guerra civil españolas (19).

El más importante, sin embargo, fue el “caso Ignace Reiss” (nombre en clave del polaco Ignacy Poretski), uno de los agentes más importantes de la NKVD en Europa Occidental, que rompió con el estalinismo denunciando no solo sus crímenes, sino también su base política, y adhiriendo a la IV Internacional: “Se acerca el día en que el socialismo internacional juzgue los crímenes cometidos en el transcurso de los últimos diez años. No se olvidará nada, no se perdonará nada. La historia es severa: ´el líder genio, el padre de los pueblos, el socialismo sólido´ dará cuenta de sus acciones: la derrota de la revolución china, el plebiscito rojo [en Alemania], el aplastamiento del proletariado alemán, el social-fascismo y el frente popular, las confidencias al señor Howard, el idilio enternecido con Laval: ¡todas historias insólitas! Este proceso será público y con testigos, multitud de testigos, vivos y muertos: todos volverán a hablar, pero esta vez a decir verdad, toda la verdad. Todos esos inocentes destruidos y calumniados aparecerán, y el movimiento obrero internacional rehabilitará a todos, Kamenev, Mratchkovski, Smirnov, Muralov, Drobnis, Serebriakov, Mdivani, Okudjana, Rakovsky y Andreu Nín, todos esos ¡´espías y provocadores, todos estos agentes de la Gestapo y saboteadores´! Para que la Unión Soviética y el movimiento obrero internacional en su conjunto no sucumban definitivamente bajo los golpes de la contrarrevolución abierta y el fascismo, el movimiento obrero debe separarse de Stalin y del estalinismo” (20).

Reiss anunció su ruptura con Stalin en una carta al Comité Central del PCUS de julio de 1937 (citada más arriba) en la que adjuntaba la “Orden de la Bandera Roja”, condecoración que había obtenido en 1928, porque “sería contra mi dignidad llevarla a al mismo tiempo que los verdugos de los mejores representantes de la clase obrera rusa”. Víctima de una trampa de la NKVD, Reiss fue asesinado poco después en Lausana (Suiza). Trotsky concluyó que la ruptura de “Ludwig” (otro nombre de Reiss) fue, además de una actitud valiente, el claro índice de que “más de un miembro del aparato de Stalin flaquea”, aunque estos no sacaron la conclusión de Reiss: “Tengo la intención de dedicar mi humilde fuerza a la causa de Lenin: quiero luchar, porque solo nuestra victoria, la victoria de la revolución proletaria, librará a la humanidad del capitalismo y a la Unión Soviética del estalinismo. ¡Adelante a las nuevas luchas por el socialismo y la revolución proletaria! ¡Por la construcción de la IV Internacional!”.

Sudoplátov admitió el asesinato de Reiss por parte de la NKVD, incluidos los nombres de los ejecutores (el búlgaro Boris Afanasiev y el ruso Viktor Pravdin), pero buscó una coartada que no solo ignorara sus motivaciones políticas, sino que distorsionara los hechos: “Reiss, alias Poretski , era un espía afincado en Europa Occidental, que había recibido grandes sumas de dinero, de las que no había informado, y temía ser víctima de las purgas. Reiss decidió hacer uso de fondos operativos para desertar, y así depositó dinero en un banco estadounidense. Antes de desertar en 1937, Reiss escribió una carta a la embajada soviética en París denunciando a Stalin. La carta logró llegar hasta una publicación trotskista; fue un error decisivo. Del expediente de Reiss, estaba claro que nunca le había gustado Trotsky” (21).

Cuando se escribió esto, ya se sabía que no "la carta", sino su autor en persona, se había entrevistado con trotskistas, en particular con el holandés Henk Sneevliet (diputado en los Países Bajos, ex funcionario de la Internacional Comunista en China bajo nombre en clave "Maring") antes de escribir la letra. En su Trotsky, de 1988, Pierre Broué aún sostenía que los asesinos de Reiss pertenecían al "grupo de París" encabezado por Serguei Efron, con el mafioso Roland Abbiate y la maestra suiza Renata Steiner, que habían intentado secuestrar a Leon Sedov en 1937 (22). Sudoplátov aclaró esta imprecisión.

La brutal conmoción de la URSS en la década de 1930 fue el resultado del proceso de burocratización desarrollado anteriormente: “Entre 1936 y 1938, en un fenómeno sin precedentes en la historia, la dirección del partido llevó a cabo un gigantesco golpe de Estado: aproximadamente el 80% de los cuadros del partido fueron reemplazados, se levantó un nuevo partido, con Stalin a la cabeza, un nuevo conjunto de cuadros en la economía y en la agricultura, en el ejército (23)”. Consumada la gran purga, el 13 de noviembre de 1938 el Comité Central y el Consejo de Comisarios del Pueblo decidieron (en texto no publicado) un alivio de la represión. El 8 de diciembre se anunció que el jefe de la NKVD, Ekhov, dejaría su cargo; poco después sería fusilado. Miles, entre los torturadores más crueles de la NKVD, fueron torturados y fusilados. Fueron liberados algunos miles de personas, como los futuros mariscales Rokossovski y Meretskov, el futuro general Gorbatov, el físico Landau y Tupolev, el constructor de aviones. El número de nuevos arrestos estaba disminuyendo, pero no se detuvo. Eikhe, un ex miembro del Politburó, recibió un disparo en 1940. Numerosos oficiales que habían servido en España fueron arrestados y fusilados cuando regresaron. Este fue el caso de Antonov-Ovseenko (que había planeado la insurrección y la toma del Palacio de Invierno en 1917), el general Stern, Gorev y muchos otros. En estas condiciones se inauguró el XVIII Congreso del PCUS en abril de 1939. Millones de soviéticos seguían siendo deportados; tres ex miembros del Politburó, Tchubar, Eikhe y Postychev, estaban en prisión, a punto de ser fusilados. Iakovlev recibió un disparo cuando se estaba celebrando el Congreso. De los 1827 delegados al XVIII Congreso, solo 35 habían estado presentes en el XVII Congreso, en 1934 (es decir, solo el 2%) (24).

En el resto del mundo, los intelectuales de izquierda y los “compañeros de ruta” de los partidos comunistas sufrieron un profundo impacto. De ahí la importancia de las declaraciones realizadas, en medio de “Procesos”, por el novelista André Malraux, símbolo mundial de la “intelectualidad comprometida”, y amigo personal de Trotsky: “Trotsky es una fuerza moral en el mundo, pero Stalin le dio dignidad a la humanidad y, así como la Inquisición no alcanzó la dignidad fundamental del cristianismo, los procesos de Moscú no disminuyeron la dignidad fundamental del comunismo” (25). Trotsky, indignado, rompió relaciones con Malraux. La cantidad y, por así decirlo, la "calidad" de las muertes, admitía sólo una comparación con la monstruosidad delirante de las acusaciones.

Su admisión pasiva por parte de los gobiernos e intelectuales occidentales constituyó, para Victor Serge, la “quiebra de la conciencia moderna”: “Leí en Pravda las truncadas reseñas de los procesos. Señalaba cientos de hechos improbables y contrasentidos, deformaciones graves, declaraciones irracionales. Pero el delirio también era un diluvio. Acababa de terminar de levantar un montón de imposturas, y llegaba un montón más grande, barriendo el trabajo de ayer. Esto fue más allá de todos los límites. El Servicio de Inteligencia se mezcló con la Gestapo, Japón, los accidentes ferroviarios se convirtieron en crímenes políticos, el gran hambre de colectivización [agraria] había sido organizada por trotskistas (¡todos arrestados en ese momento!), una multitud de acusados en espera de ser procesados desaparecieron en la oscuridad, miles de ejecuciones se llevaron a cabo sin ningún proceso, y en los países civilizados hubo juristas educados y ´avanzados´, que consideraron estos procedimientos normales y creíbles. Todo se convirtió en una lamentable quiebra de la conciencia moderna. En la Liga Francesa de Derechos Humanos había abogados de ese tipo: estaba dividida entre una mayoría que se oponía a cualquier investigación al respecto, y una minoría desanimada, que se retiraba. El argumento más común fue: ´Rusia es nuestro aliado´...”. (26)

Hubo voces que protestaron, minoritarias: el esfuerzo de Victor Serge, que formó en París, junto al poeta surrealista André Breton, el pacifista Félicien Challaye, el “poeta proletario” Marcel Martinet, veterano de la “izquierda de Zimmerwald”, escritores socialistas como Magdeleine Paz y André Philip, Henry Poullaille y Jean Galtier-Boissière, líderes pioneros del PCF como Pierre Monatte y Alfred Rosmer, militantes de izquierda (Georges Pioch, Maurice Wullens, Emery), historiadores como Georges Michon y Maurice Dommanget, un “Comité para Investigación de los procesos de Moscú y libertad de opinión en la revolución”. Leon Sedov intentó en vano establecer una comisión independiente en Suiza, con la ayuda de un abogado de Basilea.

El más importante fue el establecimiento de una comisión en Estados Unidos, que tomó el testimonio de Trotsky en México (después de intentar en vano obtener una visa para poder hacerlo en Estados Unidos). Entre sus miembros, solo un amigo de Trotsky: Alfred Rosmer. Los otros miembros eran de diversas tendencias, unionistas, radicales, anarquistas, comunistas, la mayoría de ellos políticamente opositores a Trotsky. El presidente de la Comisión fue el filósofo y educador estadounidense John Dewey. Después de meses de arduo y minucioso trabajo, cada ítem y cada hecho histórico había sido investigado y analizado, hasta eliminar toda sombra de duda. El veredicto de la Comisión Dewey fue la total y absoluta inocencia de los acusados: “Basándonos en todas las pruebas que tenemos en nuestro poder, afirmamos que los procesos llevados a cabo en Moscú en agosto de 1936 y enero de 1937 no son más que un fraude... Declaramos inocentes a Lev Davidovitch Trotsky y Leon Sedov”. Junto a John Dewey, Suzanne La Follette y Otto Rühle (ex diputado comunista en el Reichstag alemán) jugaron un papel importante en esta comisión, que tuvo un fuerte impacto en la opinión pública e intelectual de Estados Unidos. (27)

Los raros sobrevivientes de los “Procesos de Moscú” dejaron en claro el escenario. Vladimir Astrov, un “viejo bolchevique” que se afilió al partido antes de la Revolución de Octubre, periodista e historiador que perteneció al grupo de Bukhárin en la década de 1920, fue arrestado en 1933 y se convirtió en seksot, colaborador secreto de la NKVD; careado frente a Bujarin, dijo que la oposición “de derecha” había abogado por el terrorismo en general y el asesinato de Stalin en particular. Cuando escribió al respecto en 1989, a la edad de noventa años, dijo que había pensado que los investigadores eran representantes del partido y había acatado sus exigencias, que terminaron en el enfrentamiento con Bujarin; luego, en un caso excepcional, salió de la cárcel. La principal defensa política de Trotsky, en el momento de los Procesos, fue llevada a cabo por su hijo, Leon Sedov, quien no solo trabajó para la creación de “comisiones” en Francia y Estados Unidos (y en el frustrado “contraproceso” suizo), pero también publicó, a finales de 1936, el Libro Rojo de los Procesos de Moscú.

El libro desmantelaba la falsedad fáctica y jurídica de los procesos y analizaba su lógica política: “Cuando Trotsky todavía estaba en la URSS, en manos de la camarilla termidoriana, Stalin había pensado que una operación minuciosa terminada en el exilio era la mejor manera de deshacerse de un bolchevique irreductible. Estaba equivocado, y no es necesario ser muy perspicaz para ver cuánto le angustia ese error. Hoy, ante una oposición renacida y creciente, dispara fríamente contra los bolcheviques, viejos líderes del partido y de la IC, héroes de la guerra civil. Stalin quiere la cabeza de Trotsky, ese es su principal objetivo. Irá hasta el final para conseguirlo. Cualquier ilusión contraria fue disipada por el Proceso de Moscú. Stalin odia a Trotsky como un representante vivo de las ideas y tradiciones de la Revolución de Octubre, que atrae todo lo que queda de revolucionario en la URSS. Para entenderlo, Stalin se deshace de las peores intrigas en Noruega y prepara a otras en la Sociedad de Naciones [la URSS había sido admitida en 1933, NDA], preparando el escenario para la extradición de Trotsky. Por eso el gobierno soviético manifestó gran interés en la colaboración policial internacional contra los terroristas, con motivo del asesinato del rey de Yugoslavia”. (28)

Retrocedamos en el tiempo, para medir la importancia política de la persecución a Trotsky. El 20 de febrero de 1932, cuando aún se encontraba en la isla turca de Prinkipo, Stalin lo privó de la nacionalidad soviética, por decreto especial. La importancia del hecho es que, a partir de entonces, cualquier ruso que entrara en contacto con Trotsky se hacía responsable de mantener relaciones no solo con la oposición política interna, sino también con un traidor extranjero o, para usar las palabras de Stalin, “con el líder de la vanguardia de la contrarrevolución mundial”. La influencia internacional de Trotsky, especialmente dentro de la Internacional Comunista, creció con la victoria de Hitler en enero de 1933, ya que fue el primero - y, en ese momento, el único - que trató de evitar que los trabajadores y comunistas alemanes y el Komintern contra Hitler, instándolos a formar un Frente Unido de Trabajadores contra el nazismo: según el periodista Joseph Gorgerinski, “fueron palabras lanzadas al viento. En ese momento, nadie había predicho que Hitler establecería un régimen totalitario. Todos lo juzgaban apenas como un político ambicioso que quería crear un partido reaccionario cualquiera a su alrededor”. Stalin dijo que "el fascismo y la socialdemocracia son hermanos gemelos". Y Trotsky: 'Trabajadores alemanes, si Hitler llega al poder, no les quedará ninguna esperanza'. Y previó todo, todo lo que pasó después...". Los partidarios del "Frente Único de los Trabajadores" en el SPD (Partido Socialdemócrata Alemán) fueron excluidos: ellos, incluido Willy Brandt (futuro líder de Alemania Occidental y de la Internacional Socialista) formó el SAP (Partido Socialista de los Trabajadores), con miles de miembros, ese partido, en 1933 (después del ascenso de Hitler), firmó, junto con los partidarios de Trotsky (organizados en la "Liga Internacionalista Comunista") y dos partidos Socialistas holandeses, una declaración a favor de la IV Internacional, la “Declaración de los Cuatro”.

Trotsky, simultáneamente, mantuvo sus contactos con simpatizantes y partidarios de la oposición en la URSS, incluso en el aparato de seguridad, a veces con trágicas consecuencias, como en el caso del ex-socialista revolucionario Blumkin, miembro de la GPU y autor del asesinato del Conde Von Mirbach, embajador alemán en la URSS, en 1918: “Mientras pasaba por Constantinopla [Estambul], Blumkin se encontró con Leon Sedov (el hijo de Trotsky) en la calle. Ljova lo llevó a Prinkipo. Allí tuvieron una larga conversación con el Viejo y acordó llevar un mensaje a los opositores. Blumkin regresó a Rusia, donde fue arrestado y ejecutado. Se pensó que había confiado su reunión a su amigo Radek, quien lo habría entregado. Otros dicen que Radek, temeroso de la confianza, le había aconsejado desastrosamente que confiara en Ordjonikidzé, presidente de la Comisión de Control y amigo mutuo de ambos. Otros incluso hablaron de la traición de una mujer” (29). La ejecución de Blumkin fue la primera de una larga serie, que acabaría con la gran mayoría de los protagonistas relevantes del período de revolución y guerra civil de 1917-1921.

A principios de la década de 1930, la influencia de Trotsky, en la URSS e internacionalmente, comenzó a alarmar a Stalin. Según Sudoplátov: “Desde el exilio, sus esfuerzos [de Trotsky] para dividir y pronto controlar el movimiento comunista mundial estaban perjudicando a Stalin y a la Unión Soviética. El desafío de Trotsky a Stalin confundió al movimiento comunista y debilitó nuestra posición en Europa occidental y en Alemania durante la década de 1930” (30). Las organizaciones de la Oposición de Izquierda, que todavía afirmaban ser parte de la Internacional Comunista, fueron sumariamente excluidas de los partidos comunistas: en algunos países, eran numéricamente más grandes que las secciones “oficiales” de la Internacional: en Polonia (donde militaba el futuro biógrafo de Trotsky, Isaac Deutscher, que representó al país en el congreso fundacional de la IV Internacional), en Checoslovaquia, Grecia, España e incluso en dos países latinoamericanos: Cuba y Chile. Los partidos o grupos comunistas de estos países se adhirieron a las tesis de la Oposición de Izquierda. Sin embargo, en general, la oposición era extremadamente minoritaria.

Para Pierre Broué, los intentos estalinistas de asesinar a Trotsky precedieron a su partida a México en 1937: “[Ellos] siempre estuvieron entre las inquietudes de sus camaradas. En el primer período de su exilio, dos intentos merecen atención, ambos provenientes de ´blancos´ manipulados por la GPU: el del grupo Turkul y el de Larionov. Nunca, hasta donde se sabe, pudieron localizar a su objetivo. Pero el grupo principal [de la GPU] en París apareció en 1935, el grupo de Efrom, que siguió a Sedov, preparó su secuestro en Antibes, asesinó a Ignace Reiss y trató de envenenar a su esposa e hijo. Este grupo también tenía a Trotsky en la mira” (31). Los “blancos” anticomunistas, la banda contrarrevolucionaria rusa de la guerra civil de 1918-1921, tenían todas las razones para odiar a Trotsky, el líder militar de sus vencedores “rojos”. Gérard Rosenthal, abogado de Trotsky en Francia, confirmó a Broué, con unos meses de diferencia: “A principios del verano de 1936, Serge Efrom formó una red de espías, que también incluía a Marcel Rollin (Smirenski), el falso fotógrafo Louis Ducomet (´Bob´) y François Rossi, es decir, Roland Abbiate, con otros dos o tres compinches no identificados. Esta red contaba con una cuota mensual regular” (32). Efrom estaba casado con la poeta rusa Marina Tsévátieva: el punto en común entre su grupo y el "grupo Turkul" era la presencia en ambos de exiliados rusos "blancos" (incluidos ex oficiales del general zarista Wrangel) y miembros del inframundo europeo (como Abbiate). Como revelaron más tarde varios asuntos, el servicio secreto soviético no dudó en reclutar en los círculos criminales, y prefería actuar a través de personas interpuestas, preferiblemente extranjeros. (33)

El asesinato de Trotsky, consumado en 1940, conmovió al mundo. Sin embargo, rápidamente desapareció de los comentarios y titulares, enterrado por los acontecimientos de la “guerra europea” (Segunda Guerra Mundial), que comenzó con la invasión conjunta de Polonia por parte de los ejércitos de Alemania y la URSS, resultado del Pacto Hitler-Stalin celebrado en 1939 (partir Polonia era una de sus cláusulas secretas), un pacto al que el asesinato de Trotsky estaba vinculado por más de un hilo. A lo largo de los años, el hecho ha ido creciendo hasta convertirse en un momento clave de la historia contemporánea. Sin embargo, para Eric Hobsbawm: “Por mucho, el más prestigioso de los herejes, el exiliado León Trotsky, colíder de la Revolución de Octubre y arquitecto del Ejército Rojo, ha fracasado completamente en sus esfuerzos políticos. Su IV Internacional, destinada a competir con la Tercera Internacional estalinizada, era prácticamente invisible. Cuando fue asesinado por orden de Stalin en su exilio en México en 1940, la importancia política de Trotsky era insignificante” (34). En 1940, Trotsky ciertamente estaba aislado. La evaluación de Hobsbawm se basa en los siguientes supuestos: 1) Trotsky carecía de importancia política durante este período; 2) Su asesinato, por lo tanto, no tuvo relación con los acontecimientos políticos del momento y no tuvo influencia sobre ellos; 3) Habría sido fruto exclusivo de la venganza personal de Stalin.

La hipótesis de que el asesinato fue el resultado de la venganza de su archienemigo no es sorprendente, considerando que el director del asesino ya había demostrado su falta de escrúpulos. Trotsky ya había señalado las características enfermizas y vengativas de Stalin (Stalin no buscaba “alcanzar las ideas de sus oponentes, sino su cerebro”). La interpretación de Hobsbawm tiende a borrar las diferencias políticas entre Stalin y Trotsky, y descarta que el asesinato fuera parte de una lucha entre fuerzas políticas y sociales contradictorias. La importancia del crimen se reduciría a la del testimonio de psicopatología elevado a la razón de Estado, donde sólo la figura del asesino ganaría trazos históricos. En la medida en que esta interpretación se basó en elementos reales (la turbulenta psiquis estaliniana), adquirió valor explicativo. Sin explicar por qué, a pesar de que Stalin lideró personalmente la caza del Trotsky exiliado, se transformó en un “asunto de Estado”, movilizando la diplomacia soviética, que presionó al gobierno francés de Laval para que no le concediera asilo político a Trotsky, además de servicios de inteligencia. Se formó una “sección Trotsky” en la NKVD, con decenas de oficiales y militares dedicados a la persecución, y Stalin convirtió a Trotsky en el principal acusado en ausencia de los “Procesos de Moscú” al no darse por vencido en el proyecto después del fracaso del intento inicial de los estalinistas mexicanos.

El exiliado de Coyoacán no fue una figura política insignificante en esos años. En la década de 1930, la potencial inestabilidad política de la dictadura estalinista, y el papel que podría jugar el fundador, junto con Lenin, del estado soviético, no podía escapar a ningún buen observador. La restricción con la que, en la década de 1930, media docena de gobiernos occidentales se deshicieron de Trotsky, contrariamente a las reglas elementales de asilo, hasta que el líder fue aceptado en un país todavía gobernado por personas que realmente habían luchado por la democracia, solo podía tener razones ligadas al peso político internacional que aún tenía Trotsky. Según un ex dirigente alemán de la Internacional Comunista, “el gobierno francés le dio a Trotsky el derecho a residir en Francia cuando se acercaba a Moscú. Cabe suponer que tenían información sobre la fragilidad de la situación de Stalin y el reagrupamiento de la oposición (en la URSS). El regreso de Trotsky a Moscú se consideró posible, y puede haber sido visto como una buena política, en 1933, darle a Trotsky un trato amistoso, con miras a una futura reorganización del Politburó ruso”. (35)

En la URSS, la influencia de Trotsky crecía entre los oponentes antiestalinistas. Pero los trotskistas organizados fueron deportados casi en su totalidad en Siberia. En España, los trotskistas y el POUM (Partido de Unificación Obrera Marxista) fueron perseguidos en la propia República en guerra contra el franquismo; El líder del POUM, Andreu Nin, entre otros comunistas antiestalinistas, fue secuestrado y asesinado por agentes de la NKVD. Entre los fusilados por la gran purga de 1937, estaban los agentes de la NKVD Serguei Efrom, Vadim Kondratiev y Roland Abbiate, que participaron, como vimos anteriormente, en los primeros intentos de asesinar a Trotsky (coordinados, según Sudoplátov, por Spiegelglass): era, sin dudas, menos un castigo por ineficacia que una garantía de discreción, la conocida “quema de archivos”.

Para Trotsky, los “Procesos de Moscú” y la represión en la Unión Soviética significaron el resurgimiento de su persecución. Tras su estancia en Turquía, fue expulsado de Francia a Noruega, e “internado” en ese país en 1936 por el gobierno socialdemócrata de Trygve Lie, no sin antes sufrir la quema de su casa y el robo de parte de sus archivos por un grupo nazi noruego. Trotsky vio en esa acción una probable connivencia con la GPU rusa, consciente de la forma en que actuaba indirectamente el servicio de Stalin, sospecha confirmada indirectamente por el comentario posterior del jefe de la Noruega ocupada por Hitler, el colaboracionista nazi Quisling (“Hubiera sido más sencillo entregarlo a la embajada rusa. Probablemente le habrían enviado a Moscú en una urna...”). Trotsky se enfrentaba en realidad a una coalición estalinista-nazi con cobertura socialdemócrata: “Entre el ataque nazi y la salida de Trotsky de Noruega, la complicidad de la URSS y la Alemania nazi fue visible en las posiciones públicas adoptadas por ambas organizaciones políticas y las vinculadas. Ambos pretendían defender Noruega y sus leyes, contra un revolucionario sin fe ni ley, por los nazis; contra un terrorista contrarrevolucionario, por la URSS. Ambos coincidieron en las acusaciones, las injurias y las amenazas, y también en la demanda de expulsión de Trotsky de Noruega, lo que plantearía la posibilidad de un secuestro por parte de la URSS, donde le esperaba un asesinato judicial”. (36)

Obtener asilo político en México, en 1936, le dio a Trotsky el tiempo extra que esperaba de la vida, por razones políticas: “El colapso de las dos Internacionales trajo un problema que ninguno de sus jefes es capaz de enfrentar. Las particularidades de mi destino personal me colocaron frente a este problema, armado con una considerable experiencia. Ofrecer un método revolucionario a la nueva generación, por encima de las cabezas de las II y III Internacionales, es una tarea que, aparte de mí persona, no tiene nadie que pueda cumplirla. (...) Todavía necesito al menos cinco años de trabajo ininterrumpido para asegurar la transmisión de esta herencia”, escribió Trotsky en 1935 (37). Tendría poco menos de cinco años de vida adicional. El “peligro de Trotsky”, su potencial peso político en los hechos, no se debió únicamente a su papel relevante en la fundación del Estado soviético, aún vivo en la memoria colectiva. El asesinato de Trotsky fue parte de la aniquilación de una corriente política, que sostuvo frente a la guerra mundial una política similar a la seguida por los bolcheviques durante la guerra anterior, proponiendo también una revolución antiburocrática en la URSS. Fue el aspecto central del intento, en gran medida exitoso, de liquidar esta corriente y su papel potencial frente a la catástrofe mundial.

Se conocen las etapas y hechos anteriores del asesinato de Trotsky. En la noche del 24 de mayo de 1940, aproximadamente 25 individuos disfrazados de policías lograron ingresar a su residencia en Coyoacán, un suburbio del Distrito Federal de México, secuestrando al guardia personal de Trotsky, Robert Sheldon Harte, quien estaba de centinela y atando a los policías encargados de vigilar la casa. Al dirigirse al dormitorio donde descansaban Trotsky y su esposa, comenzaron a disparar con ametralladoras contra las ventanas y las dos puertas. Indemnes de los primeros disparos, el líder bolchevique y su compañera, Natalia Sedova, lograron arrastrarse hasta un rincón de la habitación.

El fuego cruzado continuó, uno de los francotiradores entró en la habitación y descargó su ametralladora sobre las camas. Se fue pronto, aparentemente creyendo que su objetivo estaba cumplido, y arrojó una bomba incendiaria en la habitación contigua, donde estaba el nieto de Trotsky, un chico de catorce años que fue salvado de la muerte (resultó herido en un pie). Los francotiradores se alejaron cubriendo su retirada con fuego de ametralladora, en dos autos que luego fueron abandonados. Uno de ellos pertenecía al pintor Diego Rivera, ex amigo y presentador de Trotsky cuando llegó a México, cuyo conductor fue detenido. Rivera huyó a Hollywood, de donde regresó al saber que no lo implicaban en el ataque. Trotsky había roto relaciones con Diego Rivera en 1938, cuando este apoyó al partido reaccionario del general Almazán; luego se afilió al Partido Comunista Mexicano: Natalia Sedova, esposa de Trotsky, dijo que “de todos nuestros ex compañeros, él fue el único que posteriormente se convirtió escandalosamente al estalinismo”. Rivera justificó su previa intervención con el presidente Cárdenas, con el fin de otorgar asilo político a Trotsky, diciendo que respondió al deseo de atraerlo para facilitar su eliminación física... (38)

Las investigaciones policiales, a pesar de un comienzo desconcertado, motivadas por la sospecha del jefe policial Sánchez Salazar de que se trataba de un “auto-atentado” (39), se encaminaron. Triste papel le cabio a la prensa del Partido Comunista de México, dirigida por el abogado y dirigente sindical Vicente Lombardo Toledano, a quien Trotsky acusó ante la Fiscalía General de la República de ser cómplice moral del atentado. Sus vociferaciones anti-Trotsky demostraron que Toledano conocía perfectamente los detalles del atentado antes que la propia policía. En junio logró esclarecer la trama, probando la culpabilidad de varios miembros del Partido Comunista Mexicano, cuyas confesiones proporcionaron pistas para llegar a los principales organizadores: el pintor David Alfaro Siqueiros y su secretario Antonio Pujol; también participaron David Serrano Andonaegui, miembro del Comité Central del partido; Néstor Sánchez Hernández, quien, junto con Siqueiros, había servido en las “brigadas internacionales” de España, y otros miembros del PC mexicano.

No fue posible llegar a establecer, en aquel momento, la identidad de un "judío francés" presente en el atentado y que, con toda probabilidad, era el agente directo, en el teatro de los acontecimientos, de la NKVD. Julian Gorkin propuso que el hombre fuese Gregori Rabinovitch, presidente de la Cruz Roja Soviética de Chicago, institución que servía como cobertura de la GPU en los Estados Unidos, y que se encontraba en México durante los hechos. Después del asalto del 24 de mayo, Rabinovitch retornó a los Estados Unidos, pero en la capital mexicana "cayó" su más próximo colaborador, Vittorio Vidali (futuro diputado de la República italiana por el PCI), antiguo agente de la NKVD, conocido en la guerra civil española como "comandante Carlos Contreras". (40) El 25 de junio el reo confeso Néstor Sánchez condujo a la policía hasta una casa situada en Tlalminalco, en el desierto de los Leones, donde se encontró el cadáver de Robert Sheldon Harte. La casa estaba alquilada por los hermanos Luis y Leopoldo Arenal, cuñados de Siquieros. Este y Pujol, fugitivos, fueron finalmente presos el 4 de octubre de 1940, cuando Trotsky ya estaba muerto. En junio, Siquieros había enviado una carta a los diarios, diciendo: "El Partido Comunista no buscó, al cometer el atentado, más que provocar la expulsión de Trotsky de México; los enemigos del Partido Comunista pueden esperar ser tratados del mismo modo". Esta declaración tendía, probablemente, y reconociendo una culpabilidad ya innegable, al encubrir a la NKVD, haciendo con que el atentado fuese considerado fruto de un arrebatamiento de ciega pasión política, para lo cual se anunciaba "ingenuamente" que se perpetrarían otros.

Trotsky se salvó de ese primer intento con extrema dificultad. Pero sabía que el intento de asesinato se repetiría, y así lo declaró a la prensa mexicana. Se reforzó entonces la guardia policial en Coyoacán y se fortificó la casa, que llegó a parecer una fortaleza. En su libro de memorias, el ex dirigente del PC de los Estados Unidos, Louis Budenz (41), convertido al catolicismo en 1946, relato que a fines de 1936, al conocerse la próxima partida de Trotsky para México, expulsado de su precario refugio en Noruega, el líder del PC americano, Earl Browder, discutió con uno de sus ayudantes, Jack Stachel, la posibilidad de asesinato. Budenz, que reconoció haber sido uno de los agentes de la GPU que operaban en los Estados Unidos, declaró que le fue pedido para encontrar una persona simpatizante del partido, que pudiese colocar un hombre de confianza en relación con los trotskistas americanos. Budenz indicó a Ruby Weill, colaboradora de una publicación simpatizante del PCA, que mantenía relaciones de amistad con una joven militante del Socialist Workers Party (SWP, Partido Socialista de los Trabajadores, el partido trotskista de los Estados Unidos), Sylvia Ageloff, de origen rusa, cuya hermana Ruth trabajaba como secretaria de Trotsky en Coyoacán.

Ambas hicieron juntas un viaje a Francia en 1938, en el cual Weill colocó a su amiga en contacto con un joven, supuestamente belga, que se decía hijo de un diplomático, rico, gran viajero, que deseaba ser periodista: "Jacques Mornard" era su supuesto nombre. Este cortejó a Sylvia y se tornó su amante. En enero de 1939, ambos hicieron un viaje a México, donde encontraron a los viejos amigos y huéspedes de Trotsky, Alfred y Marguerite Rosmer, a los que condujo varias veces en su automóvil a Coyoacán. Como Trotsky observase que era descortés dejar al marido de Sylvia en la puerta, lo invitó a entrar al jardín. Tres días después del atentado del 24 de mayo, Mornard condujo a los Rosmer en su automóvil hasta Veracruz; antes de partir, compartió por primera vez el desayuno con los habitantes de la casa.

Desde entonces, pudo entrar a la casa de Trotsky como una persona de confianza. Hacia breves visitas, Trotsky lo atendía por cortesía algunos minutos en el jardín, mientras le daba de comer a sus conejos. En junio de 1940, Mornard fue a los Estados Unidos, de donde regresó en agosto, en estado de extremo nerviosismo y enfermo. Probablemente ya le habían dado la orden de ejecutar el asesinato, visto el fracaso del intento previo de Siqueiros. Una semana antes del asesinato, Sylvia y su "marido" hicieron una visita a Coyoacán, oportunidad en que esta discutió con Trotsky a favor de los puntos de vista de la minoría del Socialista Workers Party, encabezada por Max Schachtman. "Mornard", que apenas participo de la discusión y no pareció muy interesado, escribió un artículo corto al respecto. , se la mostró a Trotsky, que lo consideró primario. Escribió entonces una segunda versión, que el 2 de agosto de 194 le llevó a Trotsky para pedirle su parecer.

Una vez en el gabinete de este último, Mornard llevó a cabo su atentado, mientras Trotsky estaba leyendo el texto, dando un golpe con una pica en el cráneo del revolucionario. Cuando se apuraba para repetir el golpe, Trotsky se lanzó sobre él, consiguiendo impedirlo. Con el grito de Trotsky, los guardias y su esposa vinieron a ayudarlo. Trotsky, con el rostro ensangrentado, sin lentes y con las manos caídas, apareció en la puerta. Indicó con dificultad que no se debía matar a "Jacson" ("Mornard" Había sido presentado a él como "Frank Jacson") (42) sin lograr que este hablase. El asesino, al ser golpeado por los guardias, gritó: "ellos tenían a mi madre... Ellos retuvieron a mi madre. Sylvia no tiene nada que ver con esto... No, no es la GPU. Yo no tengo nada que ver con la GPU". "Ellos" quiénes, entonces? Un médico declaró que la herida de Trotsky no era grave, pero este se dirigió a su secretario Joseph Hansen (dirigente del SWP, quien se fracturó el brazo pegándole a "Mornard"-Mercader) en inglés, diciéndole, apuntándole a su corazón: "Yo siento que es el fin... Esta vez ellos lo consiguieron".

Después de una intervención quirúrgica, Trotsky falleció el 21 de agosto por la noche. En el bolsillo del asesino se encontró una carta en la cual intentaba justificar su acto como siendo el de un "trotskista desilusionado con su maestro", que le habría exigido dirigirse para la URSS con el fin de cometer atentados y asesinar al propio Stalin, además de prohibirle casarse con Sylvia; tanto los conceptos como el estilo de la misma eran típicos de las pruebas forjadas por la NKVD-GPU. Ya se habían encontrado cartas semejantes al lado del cadáver de otras víctimas de los servicios secretos soviéticos, como Rudolf Klement. La carta de "Mornard" repetía los argumentos del fiscal Vychinsky en los procesos de Moscú (Trotsky como organizador de atentados en la URSS, buscando eliminar a Stalin y a todos los dirigentes del país). La carta estaba dactilografiada, pero la fecha había sido agregada a mano, lo que era otro indicio de su primario carácter forjado. Cincuenta años después, el coordinador del asesinato, Pável Sudoplátov, admitió el hecho: "Era importante dejar entrever una motivación que pudiera desprestigiar la imagen de Trotsky y desacreditar sus movimientos" (43).

El velorio de Trotsky en la ciudad de México duró cinco días. 300 mil personas fueron a despedirse por última vez del revolucionario. El presidente Lázaro Cárdenas y su esposa, que se habían abstenido de conocer personalmente a Trotsky, visitaron a Natalia Sedova y le expresaron su indignación por el crimen, asegurando que comprendían bien que las cartas como la encontrada en el bolsillo del asesino habían sido fabricadas, y que ella no debía inquietarse al respecto. La identidad de "Jacson-Mornard", que este consiguió ocultar durante años, a pesar de su origen belga y demás referencias siendo claramente falsas, fue esclarecida por un médico mexicano, el doctor Quiroz, que consultó en 1950 (Por ocasión de un congreso médico en España) fichas dactilares de la policía española, que coincidían con las del asesino en México. "Jacson-Mornard"" en verdad se llamaba Ramón Mercader (44). Una media hermana de Ramón Mercader, actriz, se casó, mucho después y sin vínculos con los acontecimientos relatados, con el director cinematográfico y actor italiano Vittorio de Sica.

Condenado a 20 años, el asesino dispuso, durante su permanencia en la prisión de Lecumberri, de abundantes fondos de origen desconocido, y se aseguró un trato de favor en la penitenciaria. Se demostró, también, su conexión con Siquieros. En una determinada ocasión, antes del crimen, en que Sylvia Angeloff le preguntara por su dirección comercial, dio las señas de una oficina en el edificio Ermita, en el Distrito Federal, que se comprobó estar alquilada a nombre de Siquieros. Mercader fue liberado en 1960, se dirigió a Cuba, donde el recién instalado (un año y medio) régimen de Fidel Castro le negó el asilo político. Mercader fue entonces para Tchecoslovaquia, y de allí para la URSS, donde recibió la "Orden al mérito" de Lenin. Olvidado después volvió para Tchecoslovaquia, donde, según algunos, murió de un cáncer en el estómago a fines de la década de los 70. Sudoplátov sustentó que murió en Cuba en 1978, después de "trabajar como asesor de Fidel Castro", siendo su cadáver transportado para Moscú, donde fue enterrado como "Ramón Ivanovich López", versión hoy aceptada y retomada por un escritor cubano en una novela célebre al respecto (46). En 1966, el periódico belga Le Soir anunció la muerte del verdadero Jaques Mornard, cuya identidad Ramón Mercader "expropiara" y que, en vida, negó siempre haber tenido cualquier relación o conocimiento de Mercader. Sylvia Angeloff, su ex mujer "trotskista", se mudó después del asesinato para New York, donde nunca más volvió a hablar del asunto.

Teniendo en cuanta que la Oposición de Izquierda ya estaba derrotada, en la URSS, y los métodos habitualmente empleados por Stalin, puede sorprender que el asesinato de Trotsky haya demorado tanto y, sobre todo, que Stalin no lo hubiese apresado y ejecutado cuando aquel todavía se encontraba en la URSS, optando por exiliarlo en 1929. Trotsky dio una explicación para este hecho: "En 1928, cuando fui excluido del partido y exiliado en Asia Central, no era todavía posible hablarse de pelotón de ejecución, ni mismo de detención. La generación con la cual yo había compartido la Revolución de Octubre y la guerra civil estaba todavía viva. El Politburó se sentía presionado por todos lados. Desde Asia Central, yo conseguí mantener contactos directos con la oposición (de Izquierda). En estas condiciones, Stalin, después de vacilar durante un año, se decidió por el exilio como un mal menor. Pensó que Trotsky, aislado de la URSS y sin aparato ni recursos materiales, sería incapaz de hacer cualquier cosa. Además de esto, calculó que después de desprestigiarme ante la población, no tendría dificultades en obtener del gobierno aliado de Turquía mi retorno a Moscú, para el golpe final. Los acontecimientos posteriores, en tanto, demostraron que era posible, sin aparato o recursos materiales, tomar parte en la vida política. Con la ayuda de jóvenes camaradas, establecí las bases de la IV Internacional... Los procesos de Moscú de 1936-37 fueron organizados para obtener mi expulsión de Noruega, esto es, para librarme a las manos de la GPU. Pero esto no fue posible. Conseguí llegar a México. Sé que Stalin reconoció varias veces que exiliarme había sido un error enorme"(47).

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Notas

(1) Vadim Rogovin. 1937. Stalin's year of terror. Londres, Oak Park-Mehring Books, 1998. (2) Margarete Buber-Neumann. Historia del Komintern. A revolução mundial. Barcelona, Picazo, 1975, p. 425. (3) Cf. Anna L. Boukharina. Boukharine ma Passion. Paris, Gallimard, 1989, pp. 275-6. (4) Roy Medvedev. Le Stalinisme. Origines, histoire, conséquences. Paris, Seuil, 1972. (5) Joseph Stalin. Rapport au XVII Congrès du PCUS. Paris, Éditions Sociales, 1934. (6) Jean-Pierre Joubert. L'affaire Kirov commence en 1934. Cahiers Leon Trotsky n 20, Paris, dezembro 1984. Nos escritos de Trotsky não existe nenhum indício nesse sentido: Kirov é qualificado como um burocrata, cujo assassinato foi usado por Stalin como pretexto para o terror e os “Processos de Moscou”. (7) Lilly Marcou. Stalin Vita Privata. Roma, Editori Riuniti, 1996, p. 132. (8) Amy Knight. Quem Matou Kirov? Rio de Janeiro, Record, 2001. (9) Pierre Sorlin. The Soviet People and Their Society. Nova York, Praeguer, 1970. (10) People's Commissariat of Justice of the URSS. Report of Court Proceedings in the case of the Anti-Soviet "Bloc of Rights and Trotskyites". Moscou, 1938. (11) Margarete Buber-Neumann. Op. Cit., p. 431. (12) Leopold Trepper. O Grande Jogo. São Paulo, Portugália, sdp. (13) Pierre Broué. Comunistas contra Stalin. Masacre de una generación. Málaga, SEPHA, 2008. (14) Pierre Broué. Les trotskistes en Union Soviétique. Cahiers Leon Trotsky n 6, Paris, ILT, 1980. (15) Pável e Anatoli Sudoplátov. Operaciones Especiales. Barcelona, Plaza & Janés, 1994, p. 71. (16) Jacques Baynac. Post-face. In: Jan Valtin. Sans Patrie ni Frontières. Paris, J-C Lattès, 1975, p. 708. (17) Gilles Perrault. A Orquestra Vermelha. Porto Alegre, Nova Época, 1985. (18) Cf. Leopold Trepper. O Grande Jogo, cit. (19) Burnett Bolloten. El Gran Engaño. Las izquierdas y su lucha por el poder en la zona republicana. Barcelona, Caralt, 1975. (20) Carta de Ignace Reiss ao CC do PCUS. In: Elisabeth K. Poretski. Nuestra Propia Gente. Madri, Zero, 1972. (21) P. e A. Sudoplátov. Op. Cit., p. 78 (22) Pierre Broué. Trotsky. Paris, Fayard, 1988, p. 871. (23) Martin Malia. Comprendre la Révolution Russe. Paris, Seuil, 1980, p. 219. (24) Cf. Robert C. Tucker. Stalin in Power. Revolution from above. Nova York, Norton, 1990. (25) Cf. Curtis Cate. Malraux. São Paulo, Scritta, 1995; e Maria Teresa de Freitas. Trotsky e Malraux: sobre o marxismo na literatura. In: Osvaldo Coggiola. Trotsky Hoje. São Paulo, Ensaio, 1994. (26) Victor Serge. Mémoires d'un Révolutionnaire. Paris, Seuil, 1978, p. 350. (27) Cf. Gérard Roche. Les intellectuels américains et la Commission Dewey. Cahiers Leon Trotsky n 42, Paris, ILT, julho 1990; e Alan Wald. La Commission Dewey 40 ans après. Cahiers Léon Trotsky nº 3, Paris, ILT, 1979. Em Moscou, a Comissão Dewey foi combatida através da “detenção” de um certo Donald L. Robinson, norte-americano, apresentado como “espião trotskista” vinculado ao Japão, aos trotskistas dos EUA e à própria Comissão. A reação nos EUA, em especial a investigação do jornalista Herbert Solow, demonstrou rapidamente que se tratava de uma montagem. “Robinson” nunca foi identificado. (28) Leon Sedov. Le Livre Rouge des Procès de Moscou. Paris, La Pensée Sauvage, 1981 [1936], pp. 9 e 123. (29) Gérard Rosenthal. Avocat de Trotsky. Paris, Robert Laffont, 1975, p. 103. (30) Pável Sudoplátov e Anatoli Sudoplátov. Op. Cit., p. 105. (31) Pierre Broué. Trotsky, cit., p. 925. (32) Gérard Rosenthal. Avocat de Trotsky. Paris, Robert Laffont, 1975, p. 227. (33) Por exemplo, os "cinco de Cambridge" (Kim Philby, Guy Burgess, Donald McLean, Anthony Blunt e John Cairncross), agentes duplos na inteligência britânica, recrutados pela espionagem da URSS (por Alexander Orlov, do qual falaremos adiante) quando eram estudantes na Universidade de Cambridge. Durante longo tempo se supôs que fossem apenas três, excluindo, além de Cairncross, Anthony Blunt, curador das jóias e coleções de arte da Coroa inglesa: o impacto que a descoberta dessa rede provocou na opinião pública deveu-se tanto ao seu caráter espetacular como a origem social elevada dos seus membros. (34) Eric Hobsbawm. Era dos Extremos. O Breve Século XX, 1914-1991. São Paulo, Companhia das Letras, 1994, p. 80. (35) Ruth Fischer. Trotsky à Paris, 1933. Cahiers Léon Trotsky n 22, Paris, junho 1985. (36) Pierre Broué. Op. Cit., p. 839. (37) Leon Trotsky. Diário do Exílio. São Paulo, Edições Populares, SPD, p. 53. (38) Luis Suárez. Confesiones de Diego Rivera. México, Grijalbo, 1975. (39) Cf. Leandro A. Sánchez Salazar. Así Asesinaron a Trotski. México, La Prensa, 1955. (40) El "judío francés", según Pável Sudoplátov, era Leonid A. Eitingon, con el nombre en código de Naum Iakovlevich Ettingon, que había "servido" en Francia como "Pierre", también como "Tom", y en España durante la guerra civil, como “General Kotov”. Sudoplátov niega que Eitingon fuera amante o esposo de Caridad Mercader, madre del asesino de Trotsky. Trabajó en México, según Sudoplátov, "con un pasaporte francés falso de un judío sirio que padecía una enfermedad mental". (41) Louis Francis Budenz. This is my historuy. New York, Mcraw-Hill, 1947. (42)“Mornard” le había explicado a Sylvia Ageloff que había comprado un pasaporte canadiense con el nombre de "Frank Jacson " para dejar Bélgica y deshacerse del servicio militar, un pasaporte que usaba en los Estados Unidos y México. (43) P. e A. Sudoplátov. Op. Cit., p. 115. (44) El establecimiento definitivo de esta identidad, basado en pruebas y documentos, fue realizado por Isaac Don Levine: L’Homme qui a tué Trotsky. Paris, Gallimard, 1960. (45) María de la Asunsión Mercader Fordada (1918-2011). Fue una actriz de películas española. Ella apareció en 40 películas entre 1923 y 1992. Fue la segunda esposa del director de cine Vittorio De Sica (María Mercader, la actriz catalana wue amó a De Sica, El País, Madrid, 30 de enero de 2011). (46) Leonardo Padura. El hombre que amaba a los perros. San Pablo, Boitempo, 2015. (47) Leon Trotsky. Oeuvres. Maio-agosto 1940. Vol. 24, Paris, ILT, 1987, p. 103.

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