El “realismo sucio” de Charles Bukowski

Escribe Alejandro Guerrero

El gran escritor habría cumplido 100 años.

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“Erecciones, eyaculaciones y exhibiciones” (1974). Así, desde los títulos, Charles Bukowski (1920-1994) fue un provocador de lenguaje soez, obsceno (“inefable”, diría Borges). Con esos recursos su literatura organizó situaciones tenebrosas, tétricas, que lo convirtieron, según la revista Time (1986) en “el laureado de los bajos fondos de los Estados Unidos”.

Eso fue Bukowski: un portavoz de los bajos fondos, y desde allí destrozó el “american dream” (el “sueño americano”). No hay sueño alguno para la clase obrera, y los trabajadores se ven arrojados del “american way of life” (modo americano de vida) y deben padecer, en cambio, un “american way of dead” (modo americano de muerte). No hay para el trabajador la movilidad social, el bienestar, la igualdad de oportunidades proclamados por aquel “sueño” y aquel “modo de vida”. La incorporación y la deserción, el sometimiento y la resistencia a un trabajo demoledor de la fuerza física contenida en un hombre están retratados particularmente, hasta casi rozar la atrocidad, en su cuento “Kid Stardust en el matadero”. En definitiva, relata el mundo del trabajo en sus peldaños más bajos y su lugar en la sociedad norteamericana. Bukowski retrata ese mundo sin lamentos, y sobre todo sin idealizaciones. Exhibe la miseria material y moral que producen las condiciones degradantes en las que se desenvuelve la vida de esa amplia franja de trabajadores, muestra la marginalidad en la que se movió él mismo, un alcohólico empedernido (“el alcohol es una de las mejores creaciones de la humanidad”, dijo alguna vez), habitante de tugurios, escritor underground aunque con sus escritos ganó buen dinero. Podría seguramente haber dicho como Roberto Arlt: “Quien idealiza los barrios pobres es un pequeño burgués que al único pobre que conoce es a su sirvienta”.

En esos barrios descriptos por Bukowski hay hambre, escasez de dinero, consumo desmedido de alcohol y de drogas, e incluso el sexo -muchas veces compulsivo, brutal- es una forma de evasión. En alguno de sus cuentos, incluso un estudiante que marcha al fracaso se prostituye con la dueña de una pensión a cambio de una pieza mísera. El abandono del empleo es una liberación transitoria: rápidamente, el trabajador debe buscar otro esclavista al cual someterse porque de eso depende su subsistencia.

Tenía casi 50 años cuando el editor John Martin, de Black Sparrow Books, le ofreció 100 dólares mensuales si dejaba su empleo de cartero y se transformaba en escritor a tiempo completo. “Debí elegir entre seguir toda la vida trabajando en el correo o morirme de hambre. Elegí morirme de hambre”, declararía mucho después. No se murió de hambre. Pero de aquellos tiempos en el correo fue producto su novela “Cartero”, en la que aparece por primera vez un personaje que se repetiría varias veces en obras posteriores: Henry Chinaski, un antihéroe alcohólico, misógino, en el que muchos vieron un alter ego de Bukowski. Fue, con mayor crueldad, lo que Raymond Chandler a la novela negra policial, con su detective Philip Marlowe. Sólo que la de Bukowski no es novela negra; es, como se lo llamó, “realismo sucio”.

Conocido por sus cuentos y novelas, fue, sin embargo, ante todo, un poeta prolífico, casi compulsivo, que escribía no menos de uno o dos versos por día. Según algunos críticos, se pareció más a César Vallejo, a quien le dedicó un poema, que a otro gran admirado suyo: Walt Whitman. Tal vez por esa cercanía con Vallejo, dicen otros, fue tanto o más conocido en América latina que en los Estados Unidos.

El protestantismo anglicano y fundamentalista lo persiguió y hasta logró hacer que lo censuraran por ateo y blasfemo; la progresía lo acusó, no sin razón, de machista y homofóbico. Pero, a su modo, aunque siempre rechazó cualquier vínculo con la política y sobre todo compromisos partidarios, fue un implacable denunciador del capitalismo norteamericano.

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