Escribe Ana Belinco
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La directora de Lucha contra la Violencia de Género del ministerio de Justicia bonaerense, Malena Rico, planteó los principales objetivos del Programa "Deconstruyendo Masculinidades", que se desarrollará en 30 de las 54 unidades penitenciarias de la provincia de Buenos Aires. La funcionaria planteó: “… esa violencia viene del mandato patriarcal que les exige a los varones… demostrar cierta hombría a través de la violencia”.
El programa fue creado por el ministro de Justicia provincial, Julio Alak en el marco del enfoque de Seguridad Democrática de Sabina Frederic. Tiene como eje “desarrollar e implementar dispositivos tratamentales respecto de las violencias de género, para un abordaje psico socio educativo dirigido al universo de varones privados de su libertad en las cárceles bonaerenses".
Los talleres van a ser desarrollados por psicólogos, trabajadores sociales, de la educación y otros profesionales del Servicio Penitenciario Bonaerense, que están asistiendo a clases de formación. Los mismos serán de carácter voluntario y confidencial y están destinados, principalmente, a los detenidos por casos de violencia de género, pero estarán abiertos para todos los internos detenidos.
Hace un mes y medio, la Procuración Penitenciaria de la Nación (PPN), hizo una denuncia. La misma planteaba la penosa situación de las personas privadas de su libertad en Argentina: las condiciones hacinamiento, la falta de comida, de elementos de higiene, de asistencia médica integral, de comunicación con familiares y la violencia de los Servicios Penitenciarios están a la orden del día. El 60% de la población carcelaria no tiene condena firme y está a la espera de juicio. El propio Estado reconoce que hay una sobrepoblación del 16%. En el caso de la provincia de Buenos Aires, más grave aún, la superpoblación equivale a dos veces la capacidad establecida. En 1995, había aproximadamente 25.000 presos en la Argentina. En el 2020, según datos del PPN, hay más de 100.000. Un crecimiento exponencial. Las cárceles son dispositivos disciplinarios clasistas habitadas por las clases bajas que no acceden a defensas privadas ni a pabellones VIP.
Con este Programa quieren atacar la violencia sin ir a las causas reales de la misma. Se lavan la cara con "perspectiva de género" y encubren el origen de la violencia. Estos planteos ¨progre feministas¨ actúan como manto para esconder el problema de clase que se da en tanto que el Estado que gerencia la vida social y económica representa los intereses de una minoría que vive de la expropiación del trabajo de la mayoría.
Las situaciones de violencia que sufren las mujeres y los hijos que van a visitar a sus familiares hombres en los penales no se resuelven con pensar ̈las masculinidades patriarcales¨. Travesías que empiezan a las cuatro de la mañana para llevarle alimentos cuando la plata no alcanza ni para alimentar a los hijos porque la comida de los penales es incomible, las requisas que buscan incautar comida para después ser comida por los penitenciarios adelante de la cara de las familias, lo tratos racistas y abusivos sobre las mujeres morochas y pobres que hacen interminables colas por horas no se resuelven desde el marco teórico deconstructivo que plantea este programa. No es más que impostura.
La agudización de la crisis capitalista global bajo la pandemia reaviva la discusión sobre la estrategia para terminar con "la violencia patriarcal": ¿revolución deconstructiva o cambio en las condiciones materiales (históricas) de existencia? Impugnar la violencia en general adscribiéndola a una “naturaleza masculina esencial e individual” lleva a la parálisis de los explotados que para liberarnos vamos a tener que recurrir a la violencia revolucionaria.
La causa de la violencia machista, la desigualdad y el delito no sería, en primera instancia, ¨el modelo hegemónico de masculinidad¨ como nos plantean desde este Programa o desde los tan mentados Ministerios de la Mujer. Este “modelo” parecería que puede ser desarmado por medio de la educación y la puesta en cuestionamiento de los micromachismos cotidianos y de los estereotipos. La vía de resolución para la alta tasa de femicidios y la violencia machista, o para la violencia dentro de los establecimientos penitenciarios, es planteada como una batalla cultural-ideológica. ¿Cómo se ‘desconstriiría’ la trata de mujeres, la prostitución en gran escala?
Profundizando en la cuestión queda en evidencia que, por más deconstrucciones individuales y lingüísticas que se promuevan, si no se atacan las condiciones materiales (históricas) de existencia que generan relaciones sociales basadas en la cosificación y mercantilización de los seres humanos, la violencia se reproduce como un factor inherente al sistema capitalista.
Para ir en camino al menos a una merma de la violencia, el Estado debería garantizar vivienda, trabajo y atención sanitaria para todos los trabajadores y dejar de punir la pobreza.
Sin viviendas dignas para cada familia trabajadora que eviten el hacinamiento, la violencia se reproduce. La exposición a la proliferación de enfermedades o a los abusos intrafamiliares en las situaciones de hacinamiento, la falta de trabajo que afrontan los reclusos cuando salen en libertad que lleva a frustraciones terribles que derivan en reincidencias, adicciones o en descargas violentas sobre la mujer y los hijos. El Estado debe garantizar bolsas de trabajo para una futura reinserción en la sociedad. Esto no se resuelve con programas idealistas.
Tiene que hacerse una mesa de trabajo con los reclusos y sus familias desde un marco científico interdisciplinario impulsando su organización para que los destinatarios del programa de violencia expliciten cuáles deberían ser las acciones a realizarse. Es el ABC de una pedagogía que se precie de querer actuar en la realidad y no sólo en el plano de las ideas.