El Partido Obrero y el peronismo

En ocasión del 75 aniversario del 17 de octubre de 1945, reproducimos el capítulo IX del libro El Partido Obrero y el Peronismo, publicado por Ediciones Prensa Obrera en octubre de 1983.

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El peronismo es un movimiento nacionalista de contenido burgués que ha logrado mantenerse en la dirección política de las masas durante casi 40 años. Se ha atribuido su surgimiento y desarrollo al genio único de un líder. Pero lo que los peronistas opinan de Perón, opinan los egipcios de Nasser, los indonesios de Sukarno, los hindúes de Gandhi. Es decir que los movimientos nacionalistas son un fenómeno común a las naciones atrasadas, en las que se plantea la resolución de las tareas democráticas y la independencia nacional.

En el período de ascenso de la burguesía mundial, movimientos similares tuvieron lugar en Europa con las banderas de la revolución democrático-burguesa. En la época imperialista, esas banderas se vinculan a la independencia o autonomía nacionales. El nacionalismo burgués está interesado en ellas como una forma de acrecentar su participación en la explotación del mercado mundial y de extender las bases de dominación sobre su propia clase obrera.

La burguesía nacional es una clase relativamente débil frente al imperialismo, y al proletariado, que explota. La necesidad de afirmarse como clase dominante, ante esta situación, la obliga a operar bruscos virajes políticos y a oscilar entre el coqueteo con las masas para resistir la presión imperialista y la contrarrevolución para aplastar las tendencias independientes de la clase obrera. La experiencia histórica muestra que cuando el movimiento de las masas intenta superar los tímidos planteamientos de la burguesía nacional, los movimientos nacionalistas burgue¬ses no titubean en abandonar su coqueteo con las masas para convertirse en instrumentos incondicionales del con¬junto de los explotadores, en primer lugar, el imperialismo.

Las diferencias entre los movimientos nacionalistas burgueses de los distintos países no responden a una doctrina particular, sino que son el reflejo de las distintas correlaciones entre las clases que componen la nación y en su distinta ubicación en la economía y políticas mundiales.

Reflejan combinaciones diferentes entre la supervivencia del pasado y la integración forzada al desarrollo capitalista moderno. Esos movimientos adoptan una forma distinta dependiendo del grado de agudización de la lucha de clases en el país, del grado de ligazón de la burguesía nacional con el capital extranjero, del nivel de organización independiente de las masas y del lugar que ocupe el partido revolucionario.

En cualquier fase del desarrollo de los movimientos nacionales, el proletariado debe luchar por su completa independencia del nacionalismo burgués y por disputarle la conducción de la nación. Para eso necesita organizarse en un partido propio. El proletariado debe partir de la convicción de que la opresión imperialista acrecienta, y no atenúa, la lucha de clases en el interior de la nación oprimida. La agudización de la crisis interior de la nación provocada por el imperialismo, moviliza a las masas y empuja tempranamente a la burguesía nacional al campo de la reacción. O el proletariado se convierte en la dirección de las masas de la ciudad y del campo e impone su propio poder -el gobierno obrero- o la burguesía, en alianza con el imperialismo, imponen un régimen contrarrevolucionario, contra la mayoría nacional.

Si se mira con atención, una de las diferencias del peronismo respecto a movimientos similares en otros países, es su carácter conservador. No tiene en su haber ninguna medida efectivamente antiimperialista, como tampoco de transformación agraria. La oligarquía no fue tocada aunque el peronismo gobernó por más de 12 años. A pesar de haber debutado vociferando contra los yanquis suscribió rápidamente el tratado imperialista militar de Río de Janeiro (1947). En cambio, se esforzó como pocos movimientos nacionalistas lo hicieron, por lograr la identificación de la clase obrera y por aparecer incluso como su representante, al punto que, para algunos, cumple la función que, en los países desarrollados, tienen los partidos obreros.

El peronismo no tuvo ante sí a una clase obrera que recién naciera a la vida política y sindical. El proletariado, en 1943-45, contaba ya con más de 60 años de historia y tenía la experiencia de toda clase de tendencias obreras (PC, PS, anarquistas, sindicalistas, etc.). El peronismo tuvo que disputar a esas tendencias la dirección y representación de los trabajadores, para lo cual no titubeó en propiciar desde el Estado la más amplia organización de los sindicatos y una frondosa legislación social. Las direcciones "obreras" de la época, es cierto, facilitaron la labor de Perón puesto que los anarco-sindicalistas y fracciones del PS se disolvieron en el peronismo, y el PC y el PS se emblocaron con el imperialismo y la oligarquía en la "Unión Democrática".

Otro rasgo conservador del peronismo es que no debutó en la escuela de la oposición, sino que nació en las alfombras del oficialismo. Fue un movimiento orquestado desde el Estado, de "arriba hacia abajo", producto de un golpe militar. El peronismo no protagonizó ninguna movilización de importancia hasta después de su derrocamiento en 1955. La excepción podría ser el 17 de octubre de 1945 pero, si se lo analiza bien, se verá que le fue impuesto desde afuera, y que gravitó, no por la fuerza de su acción directa, sino porque ayudó al desenlace de una prolongada crisis y división políticas en las clases domi¬nantes. Recién después del golpe de la "libertadora" comenzará una "resistencia" (nos referimos a las huelgas y ocupaciones de fábricas, no al terrorismo ni al putchismo en la época), que fue principalmente, una movilización semiespontánea de la clase trabajadora, con un peronismo disgregado luego que la mayoría de la dirección sindical peronista había pactado con Lonardi, líder del golpe.

El peronismo no nació en un terreno político virgen para el nacionalismo burgués, sino que lo hizo en las huellas del yrigoyenismo. Este también acaparó la atención política de las masas, pero sucumbió tempranamente porque se planteó atacar la superestructura política de la oligarquía sin atacar su dominación real, económica y social. El yrigoyenismo fue desplazado por un golpe militar que abrió la "década infame", el fraude patriótico y la supermiseria de las masas.

El peronismo bebió ideológicamente del nacionalismo de derecha y hasta fascista, oponiendo al liberalismo oli¬gárquico (el liberalismo burgués no tuvo vuelo) el planteamiento de integrar a las masas al régimen político y al propio Estado. Es decir, el disciplinamiento de las clases sociales por el Estado burgués. De ahí el enorme empeño de Perón por la regimentación de los sindicatos, que tuvieron a su frente siempre, en todos los períodos, a una corrompida burocracia sindical.

Su identificación con la clase obrera y su expulsión violenta del poder en 1955, llevó a que se proclamara la idea de que el peronismo era extraño a la burguesía y, por lo tanto, de esencia revolucionaria (por ejemplo, J. W. Cooke). La realidad lo ha desmentido, pero lo que importa señalar es que el peronismo fue un factor de estrangulamiento de la resistencia de las masas. No olvidemos que Perón la canalizó hacia el apoyo a Frondizi, quien a su turno aplicó el Plan Conintes contra el movimiento obrero.

También en 1973 esta izquierda creyó que arañaba el cielo con la victoria del peronismo y en realidad comenzaba un rapidísimo proceso político que iría hacia la exterminación física, ejecutada por el propio peronismo, de un sector de la vanguardia obrera y de esa izquierda peronista.

El peronismo no fue extraño a la burguesía, por el contrario, encarnó sus necesidades. Ese es el contenido de clase del nacionalismo, con independencia de los roces y choques políticos que pueda tener con fracciones diversas de la burguesía. Se retiró sin lucha en 1955 y ensayó todas las formas de apoyo político a los partidos gorilas. Frente a la crisis de la dictadura militar de Onganía-Lanusse y ante las insurrecciones obreras (1969-72) actuó como un relevo para salvar al Estado y desde esta posición atacar a las masas que se movían fuera del libreto peronista. Cuando se mostró impotente para proseguir ese curso, dejó paso al golpe militar.

No ha faltado tampoco el planteamiento de que en los países atrasados el socialismo lo encarnaría el movimiento nacionalista de contenido burgués. El socialismo se opone por el vértice al nacionalismo puesto que su realización sólo es posible a escala mundial y sobre la base de la acción común del proletariado mundial. El socialismo no es un complemento del nacionalismo; representan contenidos históricos diferentes y objetivos de clase distintos. El "socialismo nacional" es un intento de conciliar el igualitarismo social y los privilegios y fueros nacionales, en lo que se refleja la posición de clase de la pequeña burguesía; por momentos hostil al desenfreno del gran capital plantea reformas en el cuadro del Estado existente.

Como todo movimiento nacional, el peronismo proclama ser la dirección natural de la nación y hasta la nación misma. Para que esto fuese cierto, el peronismo debería encarnar las necesidades de emancipación nacional y de transformación social del país, y ser la expresión de la clase históricamente en ascenso. Pero el peronismo no hizo ni representa eso y, más aún, procura el reconocimiento político de la mayoría de la nación (los trabajadores) a la burguesía.

El peronismo carece de un programa y se ha caracterizado, en verdad, por un fuerte empirismo, adaptándose a los más espectaculares virajes, cuando se lo imponía la turbulenta situación política. Pasó de identificarse como izquierdista y socialista (Cámpora), hasta no titubear en organizar las AAA. Subió, en 1945, en alianza con un sector del clero (e impuso la enseñanza religiosa) y pasó a atacar a la Iglesia y a propugnar una legislación antirreligioso, en 1954-55. Por este ataque a la Iglesia, se basureó a Perón como a nadie y se suprimió su nombre de los diarios. Ni el más furibundo de los liberales laicos se había atrevido a ir tan lejos contra la Iglesia (cosa que los "izquierdistas" nunca recuerdan).

La reivindicación de ser la nación misma es una pretensión totalitaria, puesto que se adjudica haber superado o suprimido nada menos que los antagonismos entre explotadores y explotados. Como esto es una ilusión y los antagonismos se acrecientan, el peronismo tiene que subrayar sus peores rasgos totalitarios: las AAA sustituyen a la demagogia, el gangsterismo se refuerza y en general la alianza con las camarillas militares más reaccionarias (Onganía en 1966).

El peronismo dice ser la nación. Por esto mismo, se lo reclaman todos. El peronismo fue siempre un movimiento caotizado, expresión de la falta de programa y de cobijar clanes rivales, pero con un caudillo que actuaba como árbitro, con capacidad para disciplinarlo. Ahora, carece de ese caudillo en condiciones de una acelerada convulsión política en el país, lo que plantea su disgregación inevitable.

Es una evidencia que todos los partidos burgueses son tributarios del peronismo y sobre todo su caricatura. Alende, el MID, variantes socialdemócratas, viven de las migajas del peronismo. Ahora, la explosiva crisis del peronismo plantea, para un sector de los explotadores nativos e imperialistas, la posibilidad de capitalizar parte de esa crisis del peronismo. Esa es la función de la candidatura de Alfonsín, armada de pies a cabeza por los imperialistas "democráticos".

El stalinismo, por su parte, quiere arañar la disgregación peronista para dar lugar a un Frente Popular, es decir, a otra forma de sometimiento político del proletariado a la burguesía.

La crisis del peronismo plantea la independencia de los trabajadores y su transformación en dirección revolucio¬naria de la nación oprimida. Para eso es necesario un partido obrero de masas.

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