La política epistolar y el FMI

Escribe Jorge Altamira

Tiempo de lectura: 6 minutos

¿Hemos vuelto al tiempo de las carretas? Los políticos que nos han tocado en suerte no discuten, como sus colegas en otros países, por las redes sociales – en especial Twitter. Han vuelto al intercambio de cartas, aunque ya no por el correo estatal sino el privado. La Vice llama a un “acuerdo nacional” mediante una misiva; los senadores del FdT despotrican, por medio de otra carta, contra el gobierno de Macri, para anunciar que van a votar a favor de un acuerdo con el FMI; y los de JxC replican a sus contrincantes, epístola mediante también, sin negar de modo alguno que darán la misma aprobación. Martín Guzmán, por su lado, declara, como si la palabra estuviera grabada en piedra, que los acuerdos a los que arribe con el FMI deberán ser aprobados por las dos cámaras del Congreso, y anuncia, con toda solemnidad, que quedará prohibido contraer deuda externa sin aval parlamentario. Guzmán parece ignorar que esto ya fue establecido en la Constitución de 1853 y violado desde el primer día. El default de los empréstitos contraídos por Argentina, en el siglo XIX, derribaron a la Bolsa de Londres y a Baring Brothers. Desde la primera a la última de las cartas, el propósito de sus autores es justificar la genuflexión ante el FMI con invocaciones de soberanía nacional.

La novela kirchnerista que responsabiliza al FMI por haber financiado una fuga de capitales mediante el endeudamiento abusivo de Argentina, es un poquito más compleja que ese relato, y no sólo compromete a los macristas sino también a los massistas y lavagnistas, y asimismo a los kirchneristas. Porque la historia real comienza antes de 2011 cuando Argentina se queda sin financiamiento, sea público y privado, y el gobierno de CFK intenta remediar la crisis cosechando un rotundo fracaso. El primero es el blanqueo de capitales de 2012, que no mueve un dólar, y el segundo es la devaluación de Kicillof, de febrero de 2014, que amenaza terminar en default. En este período de tiempo, la burguesía que había apoyado al kirchnerismo reclama un giro de política económica, que consiste en arreglar las cuentas pendientes de la deuda externa para obtener financiamiento internacional a tasas de interés diez veces más bajas de las que regían en Argentina. La igualación de las tasas de interés externa e interna se producía mediante una inflación creciente, que licuaban los dos dígitos que se cobraban en el país. La ruptura de Massa con los K, su presentación en las elecciones boanerenses de 2013, la frustración de la re-relección de CFK y el armado, finalmente, del acuerdo Pro-UCR-CC, responden a este cambio de frente de la burguesía nacional. De modo que el macrismo no es otra cosa que el instrumento del que se valió el conjunto de una clase social, nacional e internacional (FMI incluido) para imponer una política que entendía más ajustada a sus intereses. Es así que Sergio Massa acompañó a Macri al foro de banqueros de Davos. Mientras la burguesía argentina quería obtener financiamiento barato en el mercado internacional, la burguesía internacional quería endeudar a tasas de interés más elevadas a la burguesía y al estado argentinos. En 2011-14 se vino abajo un régimen económico, mientras que en 2018-20 se vino abajo el que pretendió reemplazarlo. En estos términos se configura la crisis que atraviesa Argentina.

La política de endeudamiento que siguió Macri fue la que le habían pedido – por eso tuvo el apoyo del Congreso a 120 proyectos de leyes del oficialismo. Las grandes corporaciones nacionales aumentaron su deuda externa a u$s100 mil millones, en parte refinanciamientos, en otra parte deuda adicional. Política y sociológicamente, el macrismo fungió como el intermediario entre prestamistas y prestatarios, por el cual sus funcionarios cobraban una comisión. Había que financiar el pago a los fondos buitres, ordenado por Griesa, que CFK y Kicillof intentaron arreglar en 2014, por medio del banquero Jorge Brito, y había que atraer dólares, mediante el incentivo de mayores tasas de interés. Esto explica el éxito del blanqueo de 2017, y por sobre todo la ilusión de una mayoría inmensa de la burguesía de que se había superado la crisis de financiamiento de Argentina. Los mejores analistas, incluso, de la evolución de la deuda externa argentina y de la perspectiva de su estallido omiten este análisis acerca de la lógica de este endeudamiento en el marco del impasse que atravesaba la acumulación capitalista, de un lado interna, del otro internacional.

Como hemos escrito en el mismo diciembre de 2017, la reversión de tendencia fue determinada por dos factores. El primero fue el aumento brusco de la tasa de interés de la deuda norteamericana, a partir de anuncios restrictivos de la Reserva Federal. “La crisis viene de afuera”, escribimos en Prensa Obrera. El otro factor fue que la elevada tasa de interés interna, cuyo propósito era atraer crédito internacional, amenazaba con convertirse en recesiva. La crisis financiera internacional dejó al descubierto el default en que había incurrido el endeudamiento y la afluencia de dinero extranjero. Es así que, en mayo de 2018, escribimos: “Argentina se encuentra en defol, punto, este es el punto de partida de una caracterización política de conjunto" (”Frente a la catástrofe de un régimen acabado", 12/5/2018), que la redacción de Prensa Obrera publicó en una columna de Opinión, para expresar el desacuerdo completo del aparato partidario con esa caracterización. El FMI vino al socorro de todos los acreedores que tenían contratos en dólares con el Tesoro de Argentina, pero no podía hacerlo con la masa de dinero distribuida en Lebacs –deuda del Banco Central-, inversiones en fondos mutuos u obligaciones comerciales. El FMI no podía ni pudo detener la devaluación del peso, lo que produjo a los fondos internacionales una pérdida descomunal: según el calificadísimo analista Héctor Giuliano nada menos que u$s84.200 millones. En lugar del relato que describe a un ´estado bobo´ que se deja robar miles de millones de dólares, tenemos una realidad más completa, con quebrantos en todos los sectores capitalistas. Lo que distingue al saqueo del estado es que lo pagan los contribuyentes, o sea los trabajadores en forma inmediata.

Como se ve en esa historia, el financiamiento del déficit fiscal, al que el ´neoliberalismo´ atribuye todas las tragedias, es una parte de la crisis y tampoco la más significativa. Argentina no quebró como consecuencia de una “restricción externa” sino como resultado de lo contrario, de un diluvio de dinero internacional. El estallido resumió todas las contradicciones de un proceso nacional e internacional; la posibilidad de iniciar, con la victoria del macrismo, una reversión hacia la derecha del proceso político latinoamericano, añadió un factor estratégico a la euforia financiera. El año de gobierno frentetodista no pudo deshacer ninguno de esos entuertos, por cierto agravados por la pandemia. Pero la pandemia reveló la verdadera naturaleza de las cosas, porque los gastos del Tesoro y la inyección de moneda del Central han ido a la fuga de capitales y la devaluación nacional y popular, pues el verdadero dólar oficial es el que cotiza a 141 pesos – el ´dólar ahorro´.

La salida del FdT a este impasse ha consistido en patear la deuda y los intereses hacia 2023 en adelante, consolidando una enorme deuda externa en el tiempo, a tasas de interés elevadas. No resuelve la cuestión del financiamiento adicional. Las condiciones financieras internacionales se caracterizan por la incertidumbre, por eso el flujo de dinero es solamente de corto plazo. El FMI aduce que el enorme endeudamiento internacional de todas las naciones, debido a la pandemia, no representa un peligro porque las tasas de interés son bajas; ¡pero se han duplicado en las últimas dos semanas! El Fondo aplica a la crisis mundial el método del macrismo, que apoyó en 2016-19. Guzmán, mientras tanto, procura aumentar la deuda local, ignorando la advertencia de su tutora, CFK, acerca del bimonetarismo de Argentina, donde los pesos se van al dólar a la primera chispa de una crisis. Todo en este ministro es un contrasentido, porque incentiva deuda local cuando acaba de dolarizar esa deuda en manos, entre otros, de fondos extranjeros, para que no se saquen reservas al Banco Central. Al mismo tiempo, vende títulos en dólares en poder del Central y Anses, lo que es lo mismo que aumentar la deuda externa. Como Guzmán sabe que esto no cierra sino que va al abismo, se ha dado una política presupuestaria de ´ajuste´, contra salarios, jubilaciones, gastos de salud, educación, aumento de tarifas y aranceles. Todo junto, una perspectiva de explosión social.

A la conclusión que se llega al cabo de este balance sumario, es que el escenario decisivo pasa a ser la lucha popular y la lucha política. Las cartas de la manga, en materia económica, no existen, porque incluso las que aparezcan tendrán una vigencia más fugaz que la que vivió el macrismo en 2016 y 2017, con la característica adicional de las situaciones de virajes, que es sacudir la existencia social cotidiana y la conciencia política. Por el momento, con carta va y carta viene, el Congreso enfrenta el desafío de poner las huellas digitales en el acuerdo con el FMI – y pagar las consecuencias.

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