“El carácter de la situación nacional”

Escribe Jorge Altamira

Hacia la 2ª conferencia nacional del Partido Obrero (Tendencia)

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Reproducimos a continuación este artículo referido a los documentos del III° Congreso del MAS (abril-mayo 1988), que recoge el método de nuestra corriente para la caracterización de las situaciones revolucionarias y prerrevolucionarias. Este debate precedería al estallido del MAS. El artículo integra el libro “La estrategia de la izquierda en la Argentina”. En los días subsiguientes, publicaremos otros capítulos que desarrollan la misma cuestión.

La izquierda se caracteriza como democratizante cuando no opone, o ha dejado de oponer, la dictadura del proletariado al régimen burgués existente. La vigencia de la dictadura del proletariado como objetivo estratégico se deriva de la madurez que han alcanzado las relaciones burguesas de producción en su conjunto, es decir a nivel mundial, para la transformación socialista de la sociedad. Si lo consideramos en la totalidad de su desenvolvimiento, el imperialismo se caracteriza por una reversión de las tendencias dominantes del capitalismo en ascenso, favoreciendo el parasitismo y el estancamiento potencial y absoluto, y aún la destrucción, de las fuerzas productivas de la humanidad, y la reacción en materia política. El impasse en que ha entrado la sociedad bajo el capitalismo pone a la orden del día la revolución socialista y la dictadura del proletariado. Esta perspectiva no excluye a las naciones atrasadas que han entrado en un desarrollo capitalista, a partir de la incapacidad de la burguesía nacional para emancipar a la nación de la tutela extranjera.

La izquierda democratizante ha reemplazado el objetivo estratégico de la dictadura del proletariado, es decir de la destrucción del Estado burgués, por la fórmula política de "la democracia con justicia social". Los programas del Frepu y del Fral, que se encuadran en esta estrategia, plantean una serie de nacionalizaciones aisladas en el marco del régimen burgués y con los métodos constitucionales. De acuerdo con esto, la sociedad tendría una salida por una vía que no es la revolución proletaria. El Mas propone la reorganización completa del Estado, no por medio de la revolución y de la dictadura del proletariado, sino a través de una Asamblea Constituyente. Toda la izquierda democratizante, sin excepción, plantea el llamado "no alineamiento internacional" o lo apoya en su política corriente, y también plantea un Nuevo Orden Económico en los marcos capitalistas. El programa democratizante consiste, entonces, en la reivindicación de las posibilidades transformadoras de la legislación social, de la estatización económica, del sufragio universal y del pacifismo reformista nacional e internacional, en la época de la decadencia capitalista y de la democracia burguesa. A través de la consigna de la "participación", la izquierda democratizante en su conjunto, en particular el PI, propugna nada menos que la integración de las organizaciones populares al Estado actual, el cual es burgués y proimperialista en su contenido, y burocrático-militar con algunas características republicanas, en su forma.

El programa democratizante excluye por definición la categoría política de la situación revolucionaria, o a lo sumo la relega a un futuro indefinido. Más exactamente, ese programa supone la imposibilidad de las situaciones revolucionarias. Es que, en la época actual, una situación revolucionaria significa que el proletariado, incluso la mayoría de la pequeña burguesía, comienza a buscar una salida, no por la vía reformista, no dentro del orden existente, sino contra él. El programa democratizante descarta, por naturaleza, la posibilidad de un colapso o de una desintegración de la burguesía como clase dominante, toda vez que la realización de un régimen de "democracia con justicia social" supone, no la bancarrota del régimen burgués, sino la posibilidad de su transformación interna sin una ruptura de su continuidad.

Dentro de la concepción democratizante, las situaciones revolucionarias sólo podrían tener lugar como expresión de una anomalía en su desarrollo capitalista. En esta acepción, la situación revolucionaria podría surgir como resultado de la incapacidad de un Estado inmaduro para dar cabida a las transformaciones que permitirían su actualización institucional.

Sería el caso de un Somoza, de un Batista, de un Duvalier, de un Stroessner o un Pinochet. La consecuencia de una situación revolucionaria dentro de los límites así definidos, sería el producir una "revolución democrática", que allanaría el camino al capitalismo reconstruyendo al Estado burgués con nuevos elementos políticos. La situación revolucionaria no es para los democratizantes un producto necesario de las condiciones del régimen capitalista, que en las naciones atrasadas pueden ser potenciadas en su proyección revolucionaria por el retraso histórico, sino que ella sólo puede aparecer ahí donde estas condiciones son insuficientes y, por lo tanto, inmaduras para una revolución proletaria. El democratizante admite excepcionalmente la revolución para construir la "democracia", pero de ningún modo contra ella. Admite la revolución para cabalgar sobre ella, cuando no tiene otra alternativa para frenarla.

La conclusión inevitable de todo esto es que la cuestión de la situación revolucionaria es una piedra de toque para diferenciar a la izquierda democratizante del marxismo.

El Mas se escapa por la tangente

Para quien repasa los pocos comentarios que se han publicado sobre el "Documento sobre situación nacional", presentado por la dirección del Mas al III congreso de la organización, la conclusión que se tendría que sacar es que el Mas caracteriza a la situación argentina como revolucionaria.

¿Pero es esto realmente así? Una lectura atenta del documento conduce a responder que no es así. El Mas carece, en realidad, de una caracterización de la actual situación política. La tesis política del Mas reposa sobre la más completa inconsistencia.

Esto se puede observar desde el párrafo inicial del documento. Allí se dice que a partir de la guerra de Malvinas "comenzaba una situación revolucionaría" que estaba "originada", a su vez, "en la crisis revolucionaria de 1982", y que "podía llevar a otra crisis o una sucesión de crisis revolucionarias superiores a la actual", Naturalmente, una caracterización tan ambigua y elástica se tuvo que "verificar como correcta", En este cambio conceptual, la "situación revolucionaria" es anterior a sí misma, pues la antecede una crisis revolucionaria, y se niega al mismo tiempo como tal, porque es convertida en preludio de "otras crisis revolucionarias". Decir, en estas condiciones, que la "situación es revolucionaria" es lo mismo que decir lo contrario y lo contrario de lo contrario.

Tal "situación revolucionaria" no solamente "tuvo (para el Mas), flujos y reflujos", sino que incluso, "por momentos, se acercó o se alejó". No sólo varió, entonces, de intensidad, sino que a veces llegó a desaparecer y otras veces ni siquiera llegó a conformarse. Pero también se afirma que "estas oscilaciones" de la situación revolucionaria se produjeron en el marco de "seis años de revolución argentina", con lo cual la situación revolucionaria se ha convertido, de premisa de la revolución, en su resultado. La situación revolucionaria es negada y afirmada en forma simultánea y excluyente, y se pierde toda distinción entre revolución y situación revolucionaria.

Incluso se llega al extremo de caracterizar al proceso democratizante de contenido proimperialista, encabezado por Alfonsín, como una revolución democrática". No obstante todo esto, se anuncia el estallido de "la nueva crisis revolucionaria", lo que significaría que por el momento no hay ninguna, conclusión que se desmiente enseguida al afirmar que "la situación revolucionaria es, así, cada vez más profunda, más allá de las coyunturas".

Como se puede apreciar, lo que el Mas ofrece como caracterización de la situación nacional es una ausencia completa de caracterización. En otro lugar de la tesis se dice que "el pacto radical-justicialista de gobernabilidad pudo... alejar momentáneamente el peligro de crisis revolucionaria", para consignar cuatro renglones más abajo "que la situación revolucionaria misma no ha variado".

Si se sigue con algún cuidado el esquema del documento se puede ver que existe en él una distinción, que no se explica, entre situación revolucionaria y crisis revolucionaria, sin percibir, lamentablemente, que quién demasiado distingue, mucho confunde.

Si lo que el Mas llama crisis revolucionaria reemplaza a la situación revolucionaria como condición necesaria para la revolución, o viceversa, entonces la situación revolucionaria dejó de ser tal y perdió todo su significado. En este caso la repetición constante de que la situación es revolucionaria querría decir que no lo es; sería solamente un taparrabos de otra caracterización que no se explica. Al principio del documento, el Mas presenta a la crisis revolucionaria como "un colapso total de las instituciones junto (sic) a grandes movilizaciones populares" pero esto confunde las cosas todavía más, porque esto sería ya sinónimo de revolución. El "viejo gobierno - dice Lenin (citado por el Mas)- jamás caerá, ni en las épocas de crisis, si no se lo hace caer", lo cual sólo puede ser el resultado de "la capacidad de la clase revolucionaria para llevar a cabo acciones revolucionarias de masas". El "colapso de las instituciones" sólo puede ser producido por la acción revolucionaria, y de ningún modo coexistir "junto" a las "luchas populares". Entre la situación revolucionaria y la revolución no hay ningún otro estadio intermedio; la noción de "crisis revolucionaria" del Mas cumple la función de vaciar de significado a la situación revolucionaria, de un lado, y a la revolución del otro.

Otro aspecto de toda esta inconsistencia es extender a siete años (por ahora) la duración de la situación revolucionaria; como si la sociedad pudiera vivir en esas condiciones tanto tiempo, y como si, en el caso de poder hacerlo, ello no terminase privando de todo sentido al concepto de situación revolucionaria. La conclusión de todo esto es que el Mas carece de cualquier tipo de caracterización de la situación política, sea revolucionaria, no revolucionaria, o lo que sea. A partir de aquí, la dirección del Mas tiene las manos libres para realizar cualquier clase de política, menos (claro está) una política revolucionaria, la cual siempre exige una caracterización rigurosa de la situación política. Esto explica muchas cosas, y en particular el conjunto de conclusiones del documento del Mas, cuyos autores no ven ninguna contradicción en caracterizar a la situación nacional como revolucionaria y apoyar el programa antirrevolucionario del FP, o en sostener que la consigna de "gobierno obrero y popular", definida como la "primera y fundamental consigna", concluya siendo caracterizada como "abstracta y ultra propagandística"- con el agregado de que esto está subrayado en el original. Cualquier marxista, sin embargo, puede saber que si esto es así la situación es claramente no revolucionaria, por lo menos por el momento. Los dirigentes del Mas que han escrito que la situación es ahora revolucionaria, que en verdad lo será en el futuro y que sin ninguna duda lo fue en el pasado, pero que en todo caso hay que esperar el "derrumbe de las instituciones" o la "crisis revolucionaria", abortando así el trabajo teórico-político de caracterizar la situación política en forma concreta, no vacilaban en decir lo siguiente poco tiempo atrás: "Somos un partido minoritario y la causa fundamental es que el pueblo trabajador quiere mejorar su situación económica con el menor riesgo posible, sin lucha. La lucha no le gusta a nadie (¡sic!). No hay ningún pueblo en el mundo al que le guste pelear por conseguir algo" (¡sic! ¡sic!). Estas declaraciones de antología pertenecen a Silvia Díaz (El Periodista, 24/7/87). Sin mosquearse por la "situación revolucionaria", que exige la "acción histórica independiente" del proletariado, la dirigente del Mas le pasa la esponja a la tesis fundamental del Manifiesto Comunista y a la realidad cotidiana de la inmensa mayoría de la humanidad.

¿Declaraciones desafortunadas? Lo mismo había dicho Zamora, sin embargo, en el mismo semanario, tres semanas antes: "El pueblo argentino no es socialista, no cree como nosotros que se impone construir el socialismo para que haya menor mortalidad infantil, más vivienda, más justicia". Pero si esto es así, si Zamora no cree necesario presentar la conciencia revolucionaria o socialista de las masas ni siquiera como tendencia, entonces el que habla de situación revolucionaria es un impostor. En la campaña electoral del 85, el Mas justificó el FP y su encabezamiento por algún dirigente pequeño burgués o burócrata del peronismo (se cortejó a Pablito Unamuno y se llevó a Villaflor) con esta misma tesis de que el proletariado no quiere el poder, pero inventando para el caso la "categoría" del "movimiento independiente de los trabajadores peronistas". Esto es una prueba de que el Mas no entiende afirmar nada en concreto cuando habla de "situación revolucionaria", lo cual le deja las manos libres para realizar cualquier política, en especial los frentes únicos con la burocracia, la formulación de un programa democratizante, el Frepu, el apoyo político al programa de Ubaldini de los "26 puntos", el carnereaje al paro de la CGT, y por último pero no menos importante, privar a la lucha por una dirección revolucionaria de contenido programático, sustituyéndola por una política superestructural de penetración en las cúpulas sindicales en base a acuerdos oportunistas con la “nueva” burocracia sindical con el pretexto de luchar contra la “vieja”.

II. ¿Hay en Argentina una situación revolucionaria?

En la primera parte, se puso en evidencia que el Mas carece de una caracterización de la situación política. Es cierto que el documento para el congreso del Mas hace una referencia reiterada a la existencia en Argentina de una "situación revolucionaria", pero vacía a este concepto de cualquier contenido. Es así que la "situación revolucionaria" no es para el Mas la premisa política de la revolución proletaria, o la situación concreta en la que se reúnen las condiciones políticas para la lucha revolucionaria por el poder. La define, por el contrario, como un período o paréntesis "entre dos crisis revolucionarias"; la primera habría estado constituida "por la guerra de Malvinas y la caída (sic) de la Dictadura", y la segunda sobrevendrá en el futuro cuando se produzca un "derrumbe de las instituciones". Pero una situación revolucionaria que no plantea la revolución como tarea, sino que se limita a un pronóstico sobre una crisis futura, no es una situación revolucionaria.

Otra evidencia de que el Mas carece de una caracterización de la situación política, lo constituyen las reiteradas afirmaciones públicas de sus dirigentes de que el proletariado no tiene ni tendencia ni aspiración a la lucha por su propio poder. En el propio documento se dice que la clase obrera está poseída de una "conciencia peronista", la cual significa, dice, "que la clase obrera no ve la necesidad de ejercer el gobierno ni por vía electoral ni mucho menos, por vía revolucionaria". ¿Se puede sostener, en estas condiciones, que existe una "situación revolucionaria"? Las contradicciones del documento son tan violentas, que luego de afirmar que la situación seria revolucionaria, dice sin pestañar que la consigna del gobierno obrero es "ultra propagandística y abstracta". Pero si no está planteada la cuestión del poder es una tontería hablar de situación revolucionaria.

La situación revolucionaria y la crisis revolucionaria no son dos categorías diferentes, como se esfuerza en presentarlas el Mas. Una situación revolucionaria significa al mismo tiempo una desintegración de la dominación política de los explotadores y una acción revolucionaria de las masas. Las instituciones no se derrumban solas, esto porque en la sociedad y en la política no puede existir el vacío; deben ser derrumbadas por la movilización de los explotados. Ello explica que ni la guerra de Malvinas, ni el desplazamiento de la dictadura hayan producido un "derrumbe de las instituciones", ni una "crisis revolucionaria", precisamente porque las masas siguieron dominadas por los partidos del orden capitalista, sea el justicialismo o el radicalismo.

No hubo una "caída" de la dictadura sino un recambio "indoloro" y "pacificó" en los marcos del Estado burgués.

¿Qué queda de la "situación revolucionaria" cuando, de un lado, se pone a la desintegración política del Estado burgués en el pasado (Malvinas) o en el futuro en tanto se insiste del otro, que la clase obrera sigue girando alrededor de la burguesía y del peronismo?

La ambigüedad en la caracterización de la situación política es un signo inconfundible de centrismo. La ambigüedad teórica es el reflejo de una posición ambigua entre las clases y, en especial, entre la vanguardia de la clase obrera, de un lado, y del otro, los agentes pequeño burgueses, burocráticos o stalinistas de la burguesía dentro del proletariado, del otro. El centrismo se caracteriza por la inestabilidad de sus posiciones políticas y se diferencia del reformismo en el uso que hace de la fraseología revolucionaria.

¿Hay una situación revolucionaria?

Está absolutamente fuera de duda que Argentina integra el pelotón de países cuyas condiciones económicas y sociales han madurado para el surgimiento de una situación revolucionaria. La producción nacional se ha estancado o incluso reducido en las últimas dos décadas; el peso de la economía nacional en la economía mundial declina sistemáticamente, el ingreso nacional ha disminuido; y el empobrecimiento de las grandes masas tiene características estructurales.

Esta brutal decadencia económica y social se refleja en el veloz agotamiento del régimen democrático. A pesar del inédito agotamiento del régimen militar como consecuencia de la derrota en Malvinas, y a pesar de la crisis y división excepcionales en las fuerzas armadas, la democracia ha fracasado para transformar democráticamente al Estado o para realizar la unión nacional dirigida por la burguesía, para romper la enorme hipoteca que el imperialismo tiene sobre el país. El régimen democrático ha capitulado, a través de todas sus instituciones, ante él militarismo en crisis, y se ha transformado en un mero instrumento político del Fondo Monetario y de los bancos acreedores.

La lucha de clases, lejos de amortiguarse, se ha acentuado al extremo, lo cual es incompatible con el régimen democrático. La prematura descomposición del régimen democrático pone en evidencia los límites insalvables que le pone a éste el capitalismo en bancarrota, desnudando con ello su raíz clasista. Todos estos elementos demuestran el alto grado de desarrollo que han alcanzado los requisitos sociales y económicos de una situación revolucionaria.

Pero los requisitos no son todavía la situación revolucionaria. Para que el agravamiento agudo de las condiciones de existencia de la sociedad se transforme en un cuestionamiento de su sobrevivencia, es necesario que la conciencia de las diferentes clases sufra un cambio radical. Sin estas modificaciones subjetivas no podría surgir una situación revolucionaria, entendiendo al mismo tiempo que estas modificaciones subjetivas son enteramente objetivas, desde que se producen "con independencia de la voluntad (previa) de los grupos aislados y de los partidos, así como de las clases" (Lenin). De esta manera, el cambio en la conciencia de las distintas clases no está sujeto a ninguna clase de arbitrariedad ni queda librada al azar, sino que se produce bajo el imperio de una necesidad histórica. De la profundidad que alcancen esas modificaciones subjetivas (en términos de programa y de organización) dependerá, a su vez, que la revolución sea derrotada o que triunfe, alterando con ello el curso objetivo subsiguiente del proceso histórico,

Contra esta ley histórica nada pueden hacer las conciencias "peronistas", "laboristas" o "stalinistas", si es que existen o pudieran existir. En realidad, el proletariado existe "en sí" o "para sí", es decir, o acepta el orden existente o busca una salida fuera de él. No vemos la necesidad de enmendar esta tesis fundamental de Marx. No existe tal filosofía de vida como la "conciencia peronista"; ni tampoco es esta "conciencia" la que explica el seguidismo de la clase obrera al peronismo. Para mantenerla en el cuadro político del peronismo, la clase obrera ha debido sufrir tremendas derrotas, en las cuales jugó un papel fundamental la izquierda no revolucionaria. La "teoría" de la "conciencia peronista" sólo apunta a encubrir esta responsabilidad. Para convertir a la clase obrera en clase revolucionaria, en clase "para si", hay que luchar por un partido político independiente.

La teoría de la "conciencia peronista" se parece como dos gotas de agua a la teoría de la "identidad peronista" que esgrime el PC. Ambas son un pretexto para capitular ante el nacionalismo burgués, como ocurrió con las candidaturas burocrático-peronistas del Frepu, y como volverá a ocurrir, según se desprende del conjunto del texto.

Cómo surge una situación revolucionaria

Si arrancamos de la clase obrera, una situación revolucionaria sólo se puede desarrollar cuando el proletariado busca activamente una salida a su situación insoportable por la vía de la acción revolucionaria contra el Estado burgués. Esto es elemental. No cualquier lucha es una acción revolucionaria. Para que tenga este carácter debe oponer colectivamente a la clase obrera contra la burguesía organizada en el Estado, adquiriendo así un carácter político; los métodos de lucha deben ser los propios de la acción directa de las masas; y sobre esta base los trabajadores deben romper con los partidos burgueses tradicionales y la burocracia sindical, estructurando organizaciones adaptadas a su lucha y dando un viraje hacia los partidos revolucionarios, allí donde éstos existen.

Una parte de este camino se recorrió con el "cordobazo" y los "rosariazos" y "tucumanazos", así como con la huelga de junio y julio de 1975.

La segunda característica, de una situación revolucionaria es que la clase media no sólo luche cotidianamente por sus reivindicaciones, sino que también rompa con los partidos tradicionales y siga al proletariado en su giro revolucionario. Sin esta evolución de la mayoría de los estratos medios, el proletariado no podría luchar por la toma del poder -una señal que la situación no es todavía revolucionaria.

Por último es necesario un cambio subjetivo en la propia clase dominante, la cual comienza a desmoralizarse ante su propia incapacidad y ante la acción de los explotados.

Todos estos elementos de una situación revolucionaria se están desarrollando, pero de ningún modo han llegado a su madurez. La clase obrera ha librado importantes luchas, pero ellas han podido ser contenidas por parte de la burocracia sindical. La clase media se ha despojado, en gran medida, de las ilusiones inspiradas por el alfonsinismo, pero aún está muy lejos de haber roto con la democracia burguesa y sus partidos. La confusión en los círculos superiores es cada vez mayor, pero de ningún modo existe todavía una desmoralización de conjunto. Aquí juega un rol fundamental el imperialismo, que sostiene por todos los medios al régimen, aunque lo haga como la soga que sostiene al ahorcado.

Las tendencias de descomposición de los dos partidos principales del centro político son muy agudas, pero todavía cuentan con las ilusiones de las grandes masas.

Existe una tendencia hacia la formación de una situación revolucionaria, pero ésta aún no existe. La política democratizante de la izquierda; la formación de frentes no revolucionarios, como el Frepu; la alianza con burócratas que paraliza a los sindicatos, como ha ocurrido en Sanidad; esto también ha jugado un papel de freno en la formación de una vanguardia obrera y por lo tanto en el desarrollo de una situación revolucionaria.

El documento del Mas se caracteriza por no hacer el balance de su política en los tres años que pasaron desde su congreso anterior. En estas condiciones da por constituida una situación revolucionaria sin poder explicar con qué política contribuyó a formarla. Pero es indudable que el partido revolucionario, si existe, es un factor de primer orden en el surgimiento de la situación revolucionaria, ya que tiene la función histórica de hacer conciente el proceso inconciente de las masas.

Si el Mas proclama, junto al stalinismo, que la tarea que se desprende de la situación revolucionaría es conquistar "la democracia con justicia social", es evidente que está enchalecando a los trabajadores dentro del orden existente.

Si dice que el gobierno obrero es abstracto, o que hay que apoyar una supuesta vanguardia peronista (Villaflor), ocurre lo mismo.

Si dice que hay que propugnar la "moratoria", como Sarney, le hace el juego al cobarde nacionalismo burgués. Declarar que la moratoria a la Sarney sólo sirve si conduce a la "expropiación de los capitalistas", es una monumental tontería. La moratoria, y aún a lo Sarney, significa, no la expropiación, sino el reconocimiento de la propiedad capitalista.

Una evidencia de que no ha madurado una situación revolucionaria es la ausencia de una polarización entre los extremos políticos, a pesar de la aguda "polarización social". La polarización política significaría que las masas rompen con el justicialismo y con el radicalismo, cosa que no ha ocurrido.

El crecimiento de la Ucedé no llega al nivel electoral de un Aramburu, en 1963, o incluso de la "federación de centro", de pocos años antes. Tomarlo como índice de polarización raya en el ridículo. Lo mismo vale para UPAU, si se lo compara con el peso que el clericalismo humanista tuvo entre 1960 y 1966.

La Ucedé, por otra parte, es el partido de la reacción en una situación democratizante, pero no podría serio en una situación revolucionaria, cuando el capital necesita al ejército, a las tres A o al fascismo. El Mas confunde primero la polarización política con la social, y en segundo lugar la describe, no en términos revolucionarios, sino electorales. Para el Mas, haber sacado el 1,6% de los votos en las elecciones del 87 es un síntoma de polarización; en 1973 había sacado el 2,2%.

La esencia de toda política democratizante, desde la derecha a la izquierda, consiste en combatir cotidianamente la posibilidad de una polarización política revolucionaria.

Esto explica el esfuerzo que ponen los partidos, la Iglesia, la burocracia y las fuerzas armadas en darle vida al parlamento y en subordinar todo a las elecciones. Para oponerse a una polarización de los extremos políticos se ha formado la "mesa de consenso" y se ha suscripto el "pacto de gobernabilidad". En las fuerzas armadas han aislado a Rico y puesto todo el apoyo en Caridi. El imperialismo no avala ninguna aventura extremista. Esta estrategia política procura reprimir un estallido de la polarización revolucionaria.

La ausencia relativa de una situación revolucionaria no significa de ningún modo la inviabilidad de una política revolucionaria. Al revés, una política revolucionaria es esencial para arribar a aquélla. Lo que si está completamente caduca es la política democratizante, pues las contradicciones del régimen actual conducen inevitablemente a una situación revolucionaria.

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