El Partido Obrero oficial descubre tarde y mal la rebelión popular en Colombia

Escribe Julián Asiner

Giachello vuelve del offside

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“Wanchope” Ábila, el ex jugador de Boca y Huracán, es conocido por liderar el promedio de “offside” por partido de los últimos 20 años. Quien quiere imitar el récord de Wanchope es Pablo Giachello, designado como vocero internacional del aparato oficial del PO. Hace dos años, el encargado de dotar de una base ‘teórica’ a la ofensiva contra Altamira de este aparato, escribía sobre el ‘refinamiento’ de la política burguesa y su capacidad de contención de las masas en especial en América Latina, sin límites a la vista. En un artículo en la revista En Defensa del Marxismo, Altamira había escrito que la izquierda revolucionaria enfrentaba grandes posibilidades, porque la crisis capitalista anunciaba rebeliones populares en un plazo relativamente breve.

A los pocos meses, Giachello fue sancionado ‘fuera de juego’ por el estallido revolucionario en Chile, cuando ya 1200 militantes habían sido expulsados en nombre de sus dislates. Ahora, este vocero internacional se topó con la rebelión popular en Colombia, a la que ‘saluda’, aunque, como era previsible, sin discernir su alcance. Los ‘saludos’ repetidos a cuanta rebelión se le ponga a mano, tienen el único propósito de borrar las huellas de los pronósticos fracasados y de las conductas políticas liquidacionistas, sin modificar un ápice la tesis central: o sea, que la burguesía comanda la situación histórica, incluso la pandemia provocada por la descomposición de la sociedad capitalista, mientras no exista un partido revolucionario -o sea el aparato de Giachello. Si para esta gente ese partido tuviera alguna importancia, nunca expulsarían a centenares de militantes, ni recurrirían a la intervención judicial de los comités provinciales.

Intentando desasnar los motivos de una rebelión que tenía fuera de su radar de posibilidades políticas, Giachello habla de los niveles de miseria social y de un ‘mal manejo’ (sic) de la pandemia como consecuencia del ‘fracaso del plan de vacunación’. Esto es como atribuir a las infidelidades de María Antonieta la Revolución Francesa, y a las de Rasputín la Rusa. ¿Qué sería, para Giachello, un ‘buen’ manejo? Chile, que vacunó a la mitad de su población, tiene sus terapias colmadas. La crisis económica ha arrasado con los niveles de vida del pueblo, como no podía ser de otra manera por parte de un régimen capitalista. Es lo que ha ocurrido en todo el mundo. Las vacunas han pasado los controles clínicos de emergencia, e incluso Pfizer pide ahora el reconocimiento definitivo, pero no han evitado la crisis de las vacunaciones, que se inscribe en el conjunto de las relaciones sociales capitalistas.

Giachello es el menos indicado para dar consejos a Duque, porque él forma parte de los ‘amigos curiae’ de la presencialidad escolar. El capital exige mantener en funcionamiento pleno el mecanismo capitalista, con el recurso de los ‘protocolos’, y en esto Duque es uno de los paladines, sin que le hubieran informado que un sector de ‘trotskistas’ opina lo mismo. Quienes tienen otro punto de vista son los jóvenes y trabajadores insurgentes. La rebelión colombiana tiene peculiaridades nacionales, pero no es un fenómeno local -es internacional. No existe un ‘mal manejo’ desprovisto de contenido social, sino un manejo capitalista de la pandemia, que es la expresión del paroxismo que ha alcanzado la contradicción entre el ser humano y su medio histórico-natural. Mientras las masas copaban las calles de Cali, Bogotá, Cartagena o Medellín, Colombia registró el récord histórico de ocupación de camas de terapia intensiva (Infobae, 8/5).

La tendencia del capitalismo decadente a convertir a las fuerzas productivas en fuerzas destructivas está en la base del surgimiento de la pandemia de Covid y de su transformación en una crisis humanitaria. Los regímenes políticos en todo el mundo se resquebrajan ante la impotencia para encontrar una salida en el marco social vigente. Biden ha caracterizado mucho mejor que Giachello la situación histórica presente: “estamos, dijo, ante un punto de inflexión”. Hasta Altamira fue más cauteloso en su artículo de hace dos años.

Colombia es la expresión más concreta de la tendencia a una intervención independiente de las masas ante la crisis histórico-humanitaria del capital. La pandemia, contrariando la caracterización de que todos estamos ahora en el mismo barco, dio lugar a una agudización de la lucha de clases. Los aspectos de ella son múltiples: de la rebelión que acabó con las posibilidades del gobierno ‘negacionista’ de Trump en los Estados Unidos, a la guerra civil que proponen Duque-Uribe y Bolsonaro, y la que se desarrolla en Myanmar, hasta la reciente rebelión popular que sacudió a Paraguay.

Colombia está en el centro de este escenario. Desde el año pasado, sus maestros enfrentan el retorno “gradual y seguro” a la letal presencialidad escolar. La crisis social se agravó desde que, siguiendo el mandato de los acreedores financieros, el gobierno de Duque decidió poner fin a las ayudas a la población en el marco de los confinamientos. La prensa internacional ha pasado por alto la noticia más importante de estos mediados de 2021: el FMI ha suspendido el acuerdo de facilidades extendidas que había firmado hace poco más de un mes con Duque, como consecuencia de la rebelión contra la reforma fiscal. Avísenle a los Macri y a los Fernández.

El paro general que dio lugar a la huelga indefinida que quebró la reforma fiscal tiene sus antecedentes en la huelga general de noviembre de 2019, la primera en el país después de cuarenta años. La continuidad del levantamiento popular, expresa la conciencia de que el antagonismo entre las masas y el uribismo de Duque, es irreconciliable. El precario fiel del equilibrio son la Fuerzas Armadas, que no parecen estar dispuestas a adoptar la línea de repliegue de las chilenas, incluidos los Carabineros. Es lo que Biden, Merkel, Úrsula von Leyden, Almagro, Human Rights Watch y los Fernández les imploran que hagan. Las maniobras de los partidos del régimen colombiano que buscan una salida negociada e institucional a la crisis, preservando a Duque y colocando la mira en las elecciones presidenciales de 2022, responden a ese guion internacional.

Giachello destaca la vigencia de la consigna “fuera Duque”, con dos semanas de retraso -entra en el asunto con ticket vencido. Es lo mismo que hizo el aparato a partir del desplome político en abril de 2018, en Argentina: rechazar la consigna “fuera Macri” hasta que no se produjera una rebelión popular. Los aparatitos parlamentarios nunca sacan los pies del carrerismo electoral, hasta que las masas no dan la orden primero. A eso lo llamaban tener “los oídos pegados a las masas”, o sea esperar a que el peronismo reconstruyera sus fuerzas (Alberto-Cristina-Sergio) y recuperara un control que estaba perdiendo. El planteo de una “asamblea constituyente libre y soberana” era denostado como ‘incomprensible’ para los trabajadores según la lente de ese aparato, sin prever (nunca prevén nada) que sería el gran eje de las masas chilenas en los levantamientos de 2019/2020 contra el gobierno de Piñera.

Quienes reducen la pandemia a un accidente epidemiológico, lo cual supone una capacidad auto-regenerativa del capital, no vislumbran el camino que las masas colombianas están marcando para el conjunto de América Latina. Todo cambia, es cierto que todo cambia, pero el capital no puede retornar al período que precedió a la crisis humanitaria, sino a una etapa pródiga de explosiones mayores. Los tan mentados ‘instrumentos de contención’ de los trabajadores, que el aparato del PO aseguraba que se encontraban en el stock ilimitado de la burguesía, tienen que vérselas con las necesidades de la lucha en defensa de la salud y la vida.

Por de pronto en Colombia, donde el “Comité Nacional del Paro” perdió el control de las masas y la juventud desde casi el comienzo. En Argentina, las ‘coordinadoras’ y ‘autoconvocatorias’, que no tenían futuro en la perspectiva de la ‘realpolitik’ oficialista, son las ganaron las rutas de Neuquén, quebrando la pauta salarial del gobierno y el FMI; y son las mismas que volcaron a los gremios docentes a la huelga contra la presencialidad “segura”, que la burocracia sindical había oficiado junto a los gobiernos con la venia de la mayoría de la izquierda.

La consigna de un “gobierno de trabajadores”, desconectada de una caracterización de la etapa y del desafío histórico que implica la pandemia del capital, se convierte en un eslogan retórico para la autoafirmación de un aparato dedicado a las intervenciones judiciales, los quórums parlamentarios y las reyertas por las listas electorales.

En Colombia está planteada una pelea a fondo para desarrollar la auto-organización de las masas, en primer lugar con medios prácticos y para una agitación política, y en segundo lugar para federar a esas auto-organizaciones en un Consejo Nacional de Trabajadores. La consigna “fuera Duque” debe tender a ese objetivo. De acuerdo al curso que sigan los acontecimientos, puede cobrar importancia enorme la reivindicación de una Constituyente Soberana.

La ‘iniciativa estratégica de la burguesía’ que según el aparato del PO era el elemento central a la hora de “caracterizar la etapa y la coyuntura abierta en el subcontinente” (Giachello, 2019), se reveló la cáscara vacía de un aparato en camino de perder el rumbo que le trazó, históricamente, el Partido Obrero. La idea de que la clase obrera estaba ‘planchada’ o ‘contenida’ queda peor que un gigantesco offside. El VAR de la política socialista pide tarjeta roja.

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