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Este 26 de julio falleció por una enfermedad respiratoria –posible Covid- el poeta, editor, escultor y militante trotskista Alberto Arias (1954-2021). En la imprescindible entrevista de Rolando Revagliatti para su archivo (mayo, 2020) afirmó: “las palabras suelen constituir una gigantesca poquedad (si lo sabremos los escritores y poetas, ¿no?) a la hora de pretender describir y abarcar la totalidad de una experiencia de vida”. Pues bien, exactamente eso es lo que ocurre ahora con él mismo. Aunque también podríamos tomar de esa entrevista una definición que por sí sola basta para pintarlo:
„Nací en la ciudad de 9 de Julio, en la provincia de Buenos Aires, el 23 de febrero de 1954. Pero no tengo patria, soy internacionalista. Mi matria/patria deseada, que debería concretarse en este siglo 21, es la Internacional proletaria y socialista, que debería ser fundada, expandida e instalada en el mundo entero si queremos que sea auténtica y triunfante; es decir, si deseamos que la humanidad (a la fecha, más de siete mil millones de habitantes) tenga alguna esperanza de salir de su “prehistoria”. Mientras no exista, me sentiré inevitablemente “apátrida” y “amátrida”. Vale aclarar: esta Internacional jamás debiera ser un “aparato” sino la asociación más masiva, ágil, igualitarista y efectiva posible, en función de la humanidad deseable.“
Dos columnas sostuvieron sus actividades: el Surrealismo (que representó para él “la lucha irrenunciable por la libertad, el amor, la poesía, la revolución emancipadora, la superación de la prehistoria humana y de la ‘civilización bárbara’.”) y el Trotskismo. Impulsado en especial por su madre, comienza a leer poesía desde la pubertad, luego prosigue con Vallejo, Rimbaud, Hölderlin y otros. Entre 1972 y 1974 integra grupos teatrales experimentales en Capital Federal. En 1975, huyendo de la represión, se va a Pergamino, donde vivía su familia; participa en el Grupo Literario Pergamino -para el que redacta un manifiesto- y se relaciona con el Partido Socialista de los Trabajadores. En 1976 conoce a la artista Cecilia Heredia, con quien tuvo dos hijos y vivió hasta el último aliento. Regresa a Buenos Aires y de 1979 a 1987 integra el Grupo Surrealista Signo Ascendente -influido por “dos vertientes revolucionarias: la del surrealismo propiamente dicho, y la del marxismo (algunos éramos simpatizantes y otros militantes del Partido Obrero)”, por eso “en algunas paredes del centro de Buenos Aires se pudo leer la incitante consigna: ‘¡Fuera la dictadura! Movimiento surrealista’.-”. Dirige Poddema, publicación periódica para la actividad poética independiente, cuyos miembros (Silvia Guiard, Luis Morado, Alejandro Mael, Julio del Mar, Josefina Quesada, Carmen Bruna, Luis Mihovilcevic, Cecilia Heredia, Juan Andralis, Sonia Rodríguez, Carlos Marcaida, Gloria Villa, Juan Perelman y Alberto Arias) firmaban con seudónimo, debido a la vigencia del terrorismo de Estado. Intervenían en marchas, protestas y reuniones políticas, colaboraban con organismos de lucha por los derechos humanos y con familiares de detenidos-desaparecidos. A su salida del grupo, pasa “a formar parte, en 1988, del equipo de periodistas del periódico de las Madres de Plaza de Mayo”. Desde 1980 simpatizaba con el Partido Obrero y en 1989 se produce su incorporación plena en un círculo de “intelectuales y profesionales” cuyo responsable era Pablo Rieznik, un gran compañero. Lejos de ser “enviado a la célula del gas”, como cuentan los surrealistas franceses que les ocurrió en el Partido Comunista, los compañeros me invitaron a impulsar y formar parte del círculo de artistas. Por la sencilla razón de que el Partido Obrero, enemigo radical del stalinismo, tenía en ese momento, en lo fundamental, una línea opuesta al antiintelectualismo insustancial de algunas organizaciones de izquierda y al prointelectualismo oportunista de otras. Allí escribimos manifiestos y notas y editamos algunos números del boletín Arte y Revolución, de breve vida, pero muy interesante. Logramos cierta influencia en medios culturales, educativos y artísticos. Años después, hacia el 2000 y 2001, formé parte de la agrupación Lucharte y viví en forma intensa y militante el periodo del Argentinazo, incluidas sus asambleas populares.
Escribe para la revista del PO En Defensa del Marxismo (Nº 5 y Nº 18). Desde 2010 funda junto con Danara Borge el Espacio Rosa Luxemburg, para recopilar y difundir la obra y la acción política de la revolucionaria alemana. Consecuente con su visión revolucionaria, en 2019 apoya a la fracción disidente del PO y repudia la expulsión de Jorge Altamira, Marcelo Ramal y otros 1200 militantes. Este 24 de Marzo se había sumado “con orgullo a la columna del Partido Obrero Tendencia”.
En 2003 funda el Centro Jacobo Fijman. Desde 2006 participa del Colectivo Signos del Topo en redes sociales y dirige la revista homónima, con publicación de libros, plaquetas y afiches. Como escritor, publicó relatos (Las muertes) y poemas Himnosis, 1 (1985); Lo (19 poemas), (1987); Actas del Hoambre (1990); Primeros poemas (1974-79), (1993); Poemas de Lo (2014) y Gretel, un día un año (2019). Su obra reunida se iba a titular Margen meridiano.
Como editor, destaca la antología poética 80 vueltas al mundo de todos los días, de Alberto Luis Ponzo (1916, Buenos Aires-2017, Castelar), en 1996, y San Julián el Pobre (relatos, 1988) y un primer tomo de las Obras (1923-69) de Jacobo Fijman, en 2006, quedando a su muerte “muy avanzada la preparación del segundo tomo de las Obras (1923-69) de Fijman.
Alberto Arias: tus compañeros y compañeras nos quedaremos con el lema surrealista que habías elegido para vivir: ...“libertad, amor, poesía“... y en cada marcha y cada poema sentiremos que estás presente, ¡ahora y siempre!