Escribe Jorge Altamira
Una crisis de gobierno y de régimen político.
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La pretensión oficial de 'enderezar el rumbo', anunciada por Alberto Fernández en la noche de la derrota electoral, ha tomado un sesgo ‘golpista’ al interior del gobierno – “un golpe de palacio”. No cabe otra etiqueta a la fila de ministros y funcionarios de todos los niveles que han `puesto su renuncia a disposición´ del Presidente – hasta Victoria Donda. Todos de cepa ‘cristinista’. Lo mismo ocurre en la provincia de Buenos Aires. No son, sin embargo, “renuncias indeclinables”, aseguraron los renunciantes que no renuncian. De qué servirá este renunciamiento que no es tal en la reversión de la derrota del gobierno en las PASO, nadie se ha tomado el trabajo de aclararlo. Porque en definitiva debería tratarse de esto, porque el ‘enderezamiento del rumbo’, si existe tal cosa, podría haber sido dejado para diciembre próximo. ¿No ha insistido Guzmán en que el gobierno tiene las cuentas controladas? Los Fernández corren ahora el riesgo de adicionar a la crisis de gabinete del día de hoy otra a fin de año, si en lugar de revertir los resultados electorales de hace tres días, los empeora.
Cristina Kirchner ordenó la oferta de disponibilidades de ministros, para sacarse a otros de encima, supuestamente los del charco albertista. Entre ellos la de Martín Guzmán, el ministro que estampó la firma en la reestructuración de deuda hace más de un año, y ha desarrollado un mercado de endeudamiento ‘local’, con la garantía de su sola firma. Es, por sobre todo, quien negocia con el FMI. Pero al final de la noche del miércoles nos enteramos que “el pibe” había enviado al Congreso el proyecto de Presupuesto de 2022, nada menos que “la ley de leyes”, con el aval de la vicepresidenta que aprieta el Presidente. Esto quiere decir que la jefa eterna no ha sacado los pies de la firma de un acuerdo con el FMI. ¿Cree el kirchnerismo que con este Presupuesto dará vuelta la derrota en las PASO? De ocurrir tal cosa, el electorado argentino merecería un premio Nobel en la especialidad de cuentas públicas.
Como es conocido desde hace tiempo, Cristina Fernández quiere la cabeza de Cafiero, el jefe de Gabinete. Se supone que es para copar la burocracia de gobierno, con el pretexto de ‘homogeneizar la gestión”. Pretende recuperar la adhesión de los gobernadores pejotistas y asegurar que su hijo arribe, finalmente, a la presidencia del PJ bonaerense. Con esto impondría un comando único a la campaña electoral del oficialismo. Que esto sirva para revertir la elección, es más o menos como “elige tu propia aventura”. Los maliciosos interpretan que quiere poner a Sergio Massa en lugar de Cafiero, lo que acabaría con la línea de sucesión presidencial, pues en caso de una renuncia forzada de AF, sólo quedaría la sucesión CFK o la Corte Suprema y adelantamiento de las elecciones presidenciales. Es una suerte de ‘yo o el caos’.
El afán de superar la derrota electoral cobra una dimensión desconocida, porque pone en crisis la línea de defensa de la Vice en casos de corrupción como el memorando con Irán, y hasta resucitar incluso la muerte de Nisman. Si la preocupación es esta, el kirchnerismo debiera haber ido a unas PASO del FdT, en todos los distritos. Como no tenía rienda para tanto, ahora ha sucitado esta crisis, que es un reverso de la triple alianza que tejió en 2019 para ganar los comicios de ese año. El cuento del que va por lana y acaba esquilado.
Para Alberto Fernández, una reorganización del gabinete debía esperar a la finalización de las elecciones generales. Suena razonable. Pero entretanto había que atravesar dos meses al acecho de una crisis de financiamiento y, por supuesto, de movilizaciones y luchas en el marco de un empobrecimiento enorme. Las cuentas que Guzmán tiene encuadradas han salido de cuadro, y podrían no soportar una nueva derrota electoral, que podría ser todavía mayor. Macri ya ha advertido que, en tal caso, el gobierno “se tiene que ir”. La fracción cristinista, que fue lenta en adelantarse a los acontecimientos, ahora se apresura en el propósito de prevenirlos. Al final, el golpe palaciego encuentra su raíz última en una crisis de conjunto, de características terminales. Una crisis terminal significa que involucra a la oposición, tan incapaz de ofrecer una salida sin choques como el oficialismo. Lo demostró en 2016. Vista en su conjunto y de forma dinámica, la victoria electoral de la derecha el 12 de septiembre, desata una crisis que la supera, o sea al régimen político como tal. Es lo que hemos advertido desde el lunes siguiente a las PASO: Argentina no ingresa a una etapa constitucional de renovación de representantes, sino a una transición de carácter político general – la campaña electoral de los participantes muta en una lucha política abierta ante un gobierno que tambalea.
Si la deuda externa, el FMI y el ajuste no los divide sino que los mantiene unidos, el golpe palaciego traduce un impasse de gran envergadura y una reacción ciega frente a las perspectivas. A la alternativa final de un gobierno de la Corte, la convocatoria a una Asamblea Constituyente soberana, que asuma el poder político, representa la única alternativa realmente progresista y concretamente revolucionaria. Esta consigna no debe faltar en ningún programa de la clase obrera.
Con esta política lanzamos nuestra campaña de propaganda y agitación, paralelamente a la campaña electoral que se inicia en octubre. No es el momento de una indicación de voto independiente del contenido de conjunto de la campaña. Esa indicación debe estar condicionada al desarrollo de la crisis y de las posiciones de unos y otros en esa crisis. La indicación de voto debe estar al servicio de reforzar la posición de lucha de la clase obrera contra el capital y el Estado. No puede comprometerse con la política parlamentaria que promete la izquierda democratizante, a la luz de la trayectoria que ha tenido en los parlamentos y del programa que esgrime. Los períodos transicionales son pródigos en crisis y giros políticos de todo orden. Es lo que ha aprendido el socialismo internacional a lo largo de la historia.