Sobre el crimen de Fernando Báez Sosa: pedagogía socialista y lucha de clases

Escribe Federico Cano

Una polémica con el artículo “Disparemos contra las masculinidades”

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"...recordar y olvidar todo al mismo tiempo, mientras giraba en la arena y tiraba patadas en el aire, sin que me importara el pelotazo en la cabeza que me tiraron los chicos, sin prestarle atención a sus risas ni a sus gritos, quedarme así, en la arena, tirando patadas en el aire así. (…) después el Oso quedó abajo y lo aplastamos, volvimos a aplastarlo y esta vez me tocó encima de todos, encima de Felipe, que me mordió el brazo sin producir dolor, sus dientes en mi carne de plastilina y el dolor que no llegaba, un dolor que se extendía hacia el horizonte de médanos y no llegaba a doler, dolor sin dolor, hermano querido, era eso, ser el brazo y los dientes que lo muerden, simplemente eso, nada más, se me ocurre que era simplemente eso"

Hernán Vanoli, Pinamar

Hasta que dejamos de militar juntos, a un compañero del partido, responsable, le gustaba pegarme pequeñas trompaditas en el hombro. Lo hacía cada vez que nos encontrábamos en alguna reunión y el chiste era siempre el mismo. Ese lugar, que han elegido por décadas los adolescentes para comunicarse corporalmente a través de la violencia, le servía al camarada para “sacarse la bronca” contra mi “pinta de rugbier” (quizás porque soy más o menos alto, morrudo, blanco). ¿Era, en alguna dimensión, su manera de mostrar autoridad sobre mí? Nada que me haya ofendido ni pretenda denunciar: es el trato habitual al que muchos varones nos acostumbramos –y practicamos- en los más diversos ámbitos de nuestra sociabilidad. Sin embargo, a la manera de una caldera que cede ante las presiones largamente acumuladas, el crimen del joven Fernando Báez Sosa a la salida de un boliche en Villa Gesell conmocionó los pilares más profundos de la sociedad, (des)ordenada en sus relaciones capitalistas: un estado de riesgo permanente, de atrocidad, de violencia, muerte y una descomposición que se precipita sobre la moral. Rosa Luxemburgo fue precisa: la barbarie. La escena, que vimos repetida infinitas veces desde ángulos precarios, es conmocionante: un grupo de pibes (palabra crítica aquí, que no pretende ser indulgente pero sí echar sal sobre el dramático “crimen entre pares” –o bien, vale pensar, ¿qué diferencias había entre Fernando y los otros diez?) mata a otro a trompadas y patadas. Ahora lo medios agregan otro video, grabado por los atacantes: “matalo, dale”, dicen que se oye. ¿De qué reían los diez pendejos del rugby? ¿De qué hablaban cuando volvían? ¿Cómo les cayó la hamburguesa del bajón? ¿A qué hora se durmieron?

Es muy importante el debate que abre en Política Obrera N°6 el compañero Emiliano con su artículo “Disparemos contra la masculinidad”, respecto de la enorme polémica social (manipulada espantosamente por los medios de comunicación, que hacen gala de un punitivismo fascistizante) abierta tras el crimen. Sin embargo, creo que el tratamiento sobre el problema de la violencia en su cruzada conceptual clausura el debate ideológico que se abre frente a la “agresión entre explotados”, esa que también destruye los lazos sociales bajo la forma aberrante de la violencia de género. El análisis de las condiciones concretas en que se desarrollan las relaciones entre individuos debe ser la estructura para indagar las particularidades que se anudan en determinadas circunstancias históricas, como la insignificancia de una puerta de boliche que dispara una polémica que haga, como afirma el autor, que “el debate sobre la masculinidad ocupe ahora las portadas de los diarios”.

La violencia capitalista, por un lado, y la violencia revolucionaria por el otro: en el trazado certero de estos dos campos, Emiliano parece olvidar las implicancias de la tozudez de quienes insisten en discutir “masculinidades”. ¿Hay, acaso, una forma de “ser varón” en las relaciones sociales capitalistas? Seguramente coincidiríamos en responder que sí, dado que ninguna categoría abstracta –como las de “masculinidad” o “femineidad”- puede evitar definirse “ligada a las relaciones concretas de los individuos sociales” pues “existe una relación dialéctica entre naturaleza e historia (sociedad), como también entre la producción y reproducción de la vida social”.

En todo caso, como en cada batalla ideológica y conceptual (como la que con mucho tino abre Emiliano), en nuestra lucha para “superar la sociedad capitalista, que sobrevive mediante una violencia histórica sin precedentes”, confrontamos –bajo la disciplina de una moral socialista- con una “masculinidad capitalista”, la que por caso despilfarra Donald Trump mientras bombardea pueblos enteros para su sometimiento. A esta violencia debemos oponerle, efectivamente, la violencia revolucionaria, la de las milicianas kurdas o las compañeras chilenas que quemaron comisarías tras las denuncias de violaciones y abusos.

La mera afirmación –cierta- de que a la violencia del Capital debemos oponerle la violencia revolucionaria en un artículo que reconoce a la tragedia de Villa Gesell como puntapié de una polémica (contra la malversación ideológica de la burguesía) olvida dialogar con la preocupación inicial que moviliza un debate generalizado. Amplias capas de trabajadores discuten el crimen de Fernando; no han sido pocas las “marchas autoconvocadas” en cientos de puntos del país para exigir “Justicia”. El fundamento de la violencia social como un mecanismo de opresión debe ser el terreno para el análisis de los casos particulares que funcionan como emergentes sociales. Los compañeros y compañeras docentes, por caso, lidian diariamente con la violencia entre los jóvenes.

Los medios de comunicación, a los que se sumó la demagogia estatal, hacen gala de un punitivismo fascistizante. No sólo pretenden disolver los debates centrales de las y los trabajadores –referidos a la deuda externa, el salario, el trabajo- bajo el concepto “líquido” de la “masculinidad”, además criminalizan a la juventud, en un verdadero lobby para el reforzamiento de la represión. La justicia burguesa viola todos los derechos y garantías de los acusados. Sus declaraciones, sus chats y conversaciones se filtran a los medios. Largas editoriales reclaman el endurecimiento de las penas. Interesa pensar en la responsabilidad del boliche, del sistema que lo ampara, el efecto disciplinante de un uso de la noche dentro de lo general de un negocio gigantesco. La muerte de Fernando opera sobre los comportamientos de un espacio sagrado de la juventud, que es el ocio. El Partido Obrero ha producido textos excepcionales en crímenes sociales como los Cromañón o la fiesta electrónica Time Warp.

A los Trump debemos oponerle la más sentida violencia revolucionaria. ¿Debemos oponerle la violencia revolucionaria a la patota de rugbiers, agencias de la violencia sistémica de las relaciones sociales capitalistas? Definitivamente no. Debemos oponerle la más certera educación y pedagogía socialista, discutir cómo le oponemos una “masculinidad” libre, diversa, solidaria, que esté a disposición del desarrollo del sentimiento de camaradería. Oponerle la militancia y la organización como “formas de vida” que concentren los esfuerzos de todas las generaciones y todos los géneros e identidades de la clase obrera en la construcción del socialismo. Oponerle, a fin de cuentas, una ideología del amor socialista. En el complejo desarrollo de las relaciones sociales, Emiliano quizás simplifique cuando afirma que “muerto el perro, muerta la rabia”. El perro y la rabia deben matarse en la misma confrontación. Alejandra Kollontai, en mayo de 1923, hablando del amor en una “carta a la juventud obrera”, se preguntaba: “¿Cómo será posible establecer relaciones entre los sexos que contribuyan a hacer a los hombres más felices, pero que al mismo tiempo no destruyan los intereses de la colectividad? A la juventud trabajadora de Rusia se le plantea actualmente el mismo problema. (…) El amor es un precioso factor social y psíquico que la Humanidad maneja instintivamente según los intereses de la colectividad. La Humanidad trabajadora, armada con el método científico del marxismo y con la experiencia del pasado, tiene que comprender el lugar que la nueva Humanidad tiene que reservar al amor en las relaciones sociales. ¿Cuál es, pues, el ideal de amor que corresponde a los intereses de la clase que lucha para extender su dominio por todo el mundo?”. Kollontai termina la epístola afirmando: “La solución del problema están en manos del proletariados precisamente. Pertenece a la ideología y al nuevo género de vida de la Humanidad trabajadora la solución de este problema” (1)

(1) Alejandra Kollontai, “¡Abran paso al Eros alado! (Una carta a la juventud obrera)”, Traducción de Daniel Gaido, Marxists Internet Archive, agosto 2017.

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