"Puerta 7" y otro frustrado intento de hablar sobre las barras bravas

Escribe David Irribarren (San Martín)

Tiempo de lectura: 3 minutos

Una tarde de sol y fútbol como cualquier otra se ve interrumpida por un atentado contra la vida de “Lomito” (Carlos Belloso), jefe de la barra brava del ficticio Ferroviarios Fútbol Club, en el medio de la tribuna. Con intenciones de frenar la violencia que empaña la imagen de la institución en un año electoral, y con el equipo peleando el campeonato, el presidente del club contrata a Diana (Dolores Fonzi), una abogada progresista y “humanitaria”, descendiente de un viejo directivo, para recortar el poder de los barras. Así comienza la primera temporada de “Puerta 7”, la cual consta de ocho capítulos, es producida por Polka, dirigida por Adrián Caetano (“El marginal”) y guionada por Martín Zimmerman.

“Puerta 7” logra sintetizar las virtudes y méritos de los dos grandes ángulos de abordaje sobre las barras bravas que dominan las ciencias sociales y el periodismo.

Por un lado, hay una mirada que podríamos denominar policiaca/judicial, de mano dura, frente a los criminales. Esta mirada encuentra su expresión en Diana, acompañada por el leal Cardozo (Daniel Araoz), quien va radicalizando y oscureciendo más sus medidas contra “Lomito” y su gente, episodio tras episodio. Del mismo modo, muchos dirigentes revelan estar involucrados en esta trama de corrupción, negocios y muertes, debiendo Diana ampliar aún más el tamaño y el alcance de sus denuncias y acciones.

El otro ángulo de abordaje es la que dice oponerse al “reduccionismo” de la mirada anterior, buscando “complejizar” a los barras mostrando sus “códigos”, sus redes sociales de contactos, su vínculo afectivo y su relación de lealtad con sus “seguidores” y el barrio. El director busca explorar está mirada contando la triste historia de un joven trabajador, habitante del barrio del club, quien producto de la desesperación de su situación socioeconómica, termina trabajando para los barras. Así, el joven Mario (Ignacio Quesada), lleva y trae en coche a los muchachos que van a hacer los “trabajitos”, participa de apretadas, cobro de sobornos y espionaje, sino que también ingresa a la trama de relaciones que caracterizan el mundo barra. Se describe a “Lomito” como un sujeto paternalista que ayuda, es solidario, tiene códigos, da trabajo, pero que siempre termina en posición ventaja a en esta cada de dar-recibir-devolver favores. Mario establece vínculos afectivos con la gente de “Lomito”, obtiene beneficios y se le abren muchas puertas. Pero también es despedido de su viejo empleo, y su nueva vida es rechazada por su novia y padre, quien en todo momento actúa como la voz de su conciencia señalando los peligros de sus nuevas amistades. El padre de Mario representa el estereotipo del “gil laburante”, habitualmente primereado y abusado por los barras y sus aliados.

Sin embargo, el propósito de exhibir estos abordajes (y por qué no, hacer que dialoguen entre ellos) fracasa al eliminar un elemento fundamental para el real funcionamiento de lo que estos pretenden describir: el poder, la política y el Estado. No hace falta haber pisado una tribuna para saberlo. Todo aquel que conozca el funcionamiento de los partidos patronales y la burocracia sindical, conoce el rol que cumplen los barrabravas en el esquema de poder y amedrentamiento de la burguesía. Es el mismo que le costó la vida a nuestro compañero Mariano Ferreyra. Para el director de la serie, la riqueza e impunidad de los barras solo sería generada los fines de semana. El Estado solo aparece a través de su brazo represivo y judicial, que actúa de acuerdo a la pulseada de poder entre los protagonistas. El problema de los barras aparece como un problema auto-contenido y auto-explicativo en sí mismo, que genera comportamientos y prácticas que “irradian” hacia otros campos sociales. Lo mismo ocurre con el origen de sus negocios y la fuente de su poder. Por ello los derechos de admisión y medidas represivas contra los hinchas que suelen promover quienes abordar este problema desde esta mirada, están destinados al fracaso. Asimismo, en aras de realizar una descripción de la penetración del barra en el entramado social, al faltar el elemento político-estatal, esta es incompleta. Por eso, si el objetivo de la serie era situar el espectador en el submundo de las barras bravas, la misma, en su primera temporada, no cumple con su propósito.

El mensaje final es desesperanzador para todos los que amamos el fútbol de los fines de semana. Solo sería posible cambiar el club, recurriendo a las mismas artimañas que los criminales a los que “los buenos” decían combatir. Esto ocurre por la ausencia de una mirada de conjunto del tema, que permita localizar los puntos nodales del problema vinculándolo con otras problemáticas. Pero esto solo será posible el día que se coloquen los artículos sobre barras bravas no en la sección “policiales”, “deportiva” o “sociedad” de los diarios, sino en la sección “política”.

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