Escribe Jorge Altamira
El impasse terminal del régimen de Putin.
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Para justificar la invasión a Ucrania, el presidente de Rusia, Vladimir Putin, señaló que las negociaciones para obtener garantías jurídicas internacionales de que Ucrania no sería incorporada a la OTAN habían llegado a lo que llamó “un punto muerto”.
Esto es, ciertamente, indiscutible. La OTAN, en toda esta crisis, ratificó de todas las maneras posibles su intención de continuar con el asedio militar a Rusia. Luego de la invasión a Ucrania ha dispuesto una inmediata movilización de la llamada Fuerza de Acción Rápida, unos 40 mil hombres, para responder a la invasión de Rusia con una ampliación del territorio de la guerra. Es lo que ha anunciado el general Jens Stoltenberg, el secretario general de la OTAN. Francia, Gran Bretaña, Canadá y Estados Unidos han desplegado nuevas fuerzas militares en Polonia, Rumania y los estados del Báltico. La prensa insiste acerca de la inminencia de un pedido de ingreso a la OTAN de parte de Finlandia y Suecia. En el Congreso de EE.UU. y en el parlamento británico se han levantado voces, a derecha e ‘izquierda’, en ese mismo sentido, para reforzar el envío de fuerzas militares a los países fronterizos de Rusia. La OTAN ha buscado y encontrado la oportunidad para escalar el cerco a Rusia. La finalidad de someterla a una dependencia semi-colonial o, alternativamente, a su desmembramiento nacional, quedó de manifiesto inmediatamente después de la disolución de la Unión Soviética y la rapiña que sufrió la inmensa propiedad estatal del país.
En lo fundamental, sin embargo, el que llegó a “un punto muerto” es Putín y el régimen oligárquico capitalista que representa. La Rusia capitalista y oligárquica pos soviética se encuentra en impasse terminal, no importa la importancia que atribuyen los ‘expertos’ a que ha acrecentado sus reservas internacionales de divisas a u$s 650 mil millones, o a la envergadura y tecnología de sus fuerzas armadas. Esas reservas está nominadas, precisamente, en una moneda que no se encuentra bajo la dirección de Rusia. La oligarquía gobernante tiene muchísimo más activos y dinero en Londres que en Moscú; para una clase social advenediza, que no podría justificar nunca su capital en los términos legales más primitivos, la protección social que le ofrecen las metrópolis de la OTAN son más seguras que las de Moscú. En cuanto a las fuerzas armadas, ellas no son un cuerpo inerte sino que, por el contrario, sufren al extremo el impasse del régimen del cual forman parte. Es la Rusia de los Putin la que ha llegado a “un punto muerto”, como consecuencia del fracaso histórico de la restauración capitalista. Rusia enfrenta el peligro de una implosión. Es un resultado inevitable del desmantelamiento de la URSS – víctima de otra implosión, su régimen burocrático, antiobrero y antisocialista. En un discurso reciente, Putín respondió al anuncio de represalias económicas por parte de la OTAN, que Rusia aspira a la mayor integración posible al mercado capitalista mundial y que le es ajena, por lo tanto, cualquier propósito de “sabotearla”. Cuando en forma simultánea reivindica la ‘gloria’ del imperio zarista, omite que ese régimen era una semi-colonia del capital francés, alemán e inglés, siempre al borde de la disolución.
La amenaza de una guerra mundial constituye una refutación clamorosa de la tesis acerca del carácter ‘pacífico’ de la restauración capitalista, producida “sin disparar un solo tiro’. Ocurre que esa restauración no se agota con la apropiación de la riqueza del país por una serie de aventureros y burócratas – es necesario, por sobre todo, que impulse un nuevo desarrollo histórico de las fuerzas productivas. La restauración del capital en el territorio que asistió a primera y mayor revolución proletaria de la historia, tampoco es un acontecimiento de alcance nacional, como no lo fue esa revolución. La restauración de la dominación capitalista significa, internacionalmente, la colonización económica y política por parte del capital internacional. Esta colonización es lo que se encuentra en el eje del cerco desarrollado por la OTAN desde hace treinta años y de la guerra actual. El mundo asiste a una nueva manifestación del carácter histórico contrarrevolucionario de la restauración capitalista.
Está claro, a partir de esta caracterización, no solamente el carácter reaccionario y contrarrevolucionario de la ocupación militar de Ucrania por parte de Rusia. Una guerra fundada en intereses capitalistas y planteos chovinistas e imperiales, constituye un ataque a la unidad internacional del proletariado contra el capital. La invasión a Ucrania ha sido deseada (algunos medios dicen “incitada”) por la OTAN y en especial por Estados Unidos. No cambia esta caracterización el hecho de que Putin diga no tenía otra alternativa, pues los trabajadores de todo el mundo no pueden hacerse cargo del impasse de un régimen sin salida – nos referimos al bonapartismo de Putin y al imperialismo mundial y sus estados. Este impasse, que lleva a una tercera guerra mundial, sólo puede ser roto por una acción revolucionaria internacional de la clase obrera.
La crisis mundial en desarrollo tiene su raíz en la lucha irreprimible del capital por mercado y oportunidades de lucro, o sea por una ampliación de la frontera de explotación de los trabajadores. Pero es indudable que esta tendencia se ha acelerado como consecuencia de la crisis humanitaria plantea por el Covid, y por la agudización de la crisis social en todos los países, especialmente Estados Unidos y otras potencias imperialistas, y Rusia, la patria de la Sputnik V. El capital ha sacrificado la atención de la salud a sus propios intereses, al extremo de que las fortunas de los grandes magnates del planeta han crecido en forma espectacular durante la pandemia. La pandemia desató, asimismo, una lucha feroz por los suministros de vacunas, respiradores y hasta mascarillas, y por sobre todo por los insumos para su producción. La guerra en Europa se ha desatado en el marco de un estallido excepcional de las contradicciones capitalistas.
Cuando aún no se ha consumado la ocupación de Kiev, la capital de Ucrania, la posición del régimen de Putin se ha visto considerablemente agravada por el distanciamiento de ella por parte del régimen de Xi Jinping. China no tiene ningún interés en el sometimiento de Ucrania a la Rusia de Putin. No es ni el método ni la vía con que encara la guerra económica desatada contra ella por parte de Estados Unidos. China tiene inversiones en Ucrania, y Ucrania ha firmado la adhesión a la ruta de la seda. Ucrania, después de todo, no ha sido beneficiada en nada por la apertura de su economía y el sometimiento al FMI. La deuda de Ucrania con el Fondo es considerablemente mayor a la que ha dejado Macri y dejarán los Fernández. Más de lo que ocurre en Rusia, se encuentra dominada por una oligarquía dividida en regiones; Vladimir Zelensky llegó a la Presidencia como el títere de una de sus fracciones, la que monopoliza los “medios hegemónicos”. Por los resquicios de esta crisis ha penetrado China, que ahora procura algo imposible – la reanudación de las negociaciones internacionales. Para la OTAN, la condición para esa alternativa es la cabeza de Putin. La posición internacional de China, como se puede ver, se encuentra ante una encrucijada estratégica, pues sería perjudicada por una derrota de Putin – y más aún por una victoria de la OTAN.
La invasión de Rusia violenta la independencia de Ucrania, pero no es la independencia de Ucrania lo que está en juego, sino una guerra entre las potencias en presencia. Hoy mismo, Ucrania es una dependencia semicolonial de la Unión Europea y del FMI, y, políticamente, de Estados Unidos. Zelensky ha trabajado metódicamente para recuperar por vía militar las regiones disidentes o separatistas del este del país, y en última instancia de Crimea, Sebastopol, cuya importancia estratégica reside en que es un acceso al Mediterráneo de la fuerza naval de Rusia. En los últimos días, Zelensky ha reiterado su enorme congoja por la invasión rusa, sin admitir, sin embargo, que ella es un resultado de su propia política – la política de la oligarquía ‘europeísta’ y la política de la OTAN. En la época de la decadencia del capitalismo y de guerras imperialistas, la independencia nacional sólo puede ser alcanzada por medio de una lucha revolucionaria internacional contra el imperialismo. Las culturas y las creaciones nacionales sólo pueden desarrollarse en una unión internacional de repúblicas socialistas.
En el curso de los últimos cuatrocientos años de historia, las invasiones de territorios ajenos y de países han desatado grandes y pequeñas luchas nacionales, algunas revolucionarias otras reaccionarias. ¿Cómo se plantea esta lucha en Ucrania, en medio de un envenenamiento nacionalista y chauvinista de uno y otro lado, y del imperialismo mundial? Es una cuestión que se ha venido planteando desde el bombardeo de Yugoslavia por la OTAN, y la serie de crisis políticas promovidas para incorporar a los estados del este de Europa a la OTAN. Esas crisis recibieron el nombre de ´revoluciones de colores´, una marca del plutócrata belicista George Soros. La cuestión se presenta de nuevo en el caso presente, cuando la OTAN prepara el armamento de una guerrilla interior que complemente la respuesta exterior del imperialismo. La inmensa mayoría de la “extrema izquierda internacional, plantea una independencia nacional de Ucrania -ni Washington y Bruselas, ni Moscú-, que hace abstracción de la guerra, o sea un retorno a la falsa independencia previa, que ha creado las condiciones de la guerra. Una lucha revolucionaria, en cambio, contra la ocupación de Ucrania, por parte de Putin, o sea una lucha armada contra el invasor, debería estar presidida por el objetivo de unir a los trabajadores de Ucrania y de Rusia; por el llamado a derrocar a las oligarquías gobernantes de Ucrania y de Rusia; por el llamado a las tropas rusas a unirse a la resistencia obrera y socialista; por el principio de la revolución socialista internacional.
Es, indudablemente, una tarea muy difícil -en extremo difícil-, debido al atraso político y a la confusión en el seno del pueblo, y al trabajo de envenenamiento ideológico de los estados, en primer lugar, y de una izquierda pacifista, democratizante y soberanista y nacionalista.