Hasta la victoria, Nilda

Escribe María Negro

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En el año 2002, al calor del movimiento piquetero, Nilda Gallardo -en la imagen, primera desde la izquierda- se incorporaba al naciente Polo Obrero de Barrio UTA. Como tantas mujeres que migraron desde el interior del país en busca de trabajo, Nilda, además, había trasladado esa fuerza hacia la intervención política. Delegada de fábrica, delegada del barrio (cuando la desocupación hizo estragos en el conurbano), una organizadora de sus vecinos y madre de nueve hijos. La propia formación del Barrio Costa Esperanza, sobre tierras tomadas a fines de los 90, la encontró a la vanguardia aún dentro del PJ. Junto a sus vecinas (fundamentalmente mujeres) se enfrentaron a la misma patota del PJ que promovía la instalación de los narcos en la zona. Esta resistencia fue vencida por la misma barbarie que asola el cordón lindero al Ceamse, pero es preciso no olvidar y dejar el registro de esas mujeres capaces de correr (en total literalidad) a los narcos y a los violentos del barrio a palazos. El hambre del 2001 la encontró con todas sus contradicciones servidas en la mesa. La experiencia piquetera se transformó, para Nilda y para ese grupo de mujeres que llevaban adelante el comedor del Polo Obrero, en la posibilidad de considerar una salida propia, una organización genuina de trabajadores y trabajadoras (ocupados o no) resolviendo sus propias dificultades, sin punteros ni patrones.

El acampe que se realizó en diciembre del 2002 sobre la Plaza San Martín, frente al municipio, la tuvo como una de sus mayores organizadoras. Durante una semana, el acampe funcionó como un centro de reagrupamiento de todas las luchas obreras de la zona, donde Nilda y sus compañeras se educaron, y nos educaron, en ese “novedoso” proceso que era la lucha de los desocupados en la calle. La preocupación por la construcción de un partido propio no era menor a la preocupación por el sostenimiento de una olla que alimentara a nuestras familias. La lucha por que el Estado se hiciera responsable de paliar el hambre, no era discutida de forma distinta que aquella lucha que nos planteábamos denunciando a la OTAN que invadía los Balcanes.

Sus intervenciones en las asambleas, su compromiso, eran acompañados por una sonrisa y una fuerza envidiables. Tanto Barrio UTA, como Costa Esperanza, son vecinos directos de la posta del Ceamse que envenena (y alimenta) el cordón que va desde Puerta 8 hasta José León Suárez, en el partido de San Martín. Las mismas mujeres que acampaban frente al municipio, madrugaban con sus carros para juntar cartón o papel dentro del Ceamse, haciendo de la “changa” la posibilidad de alimentarse diariamente, mientras los 150 patacones cobrados por el Plan Trabajar eran destinados a la compra de materiales que les permitiesen una mejor calidad de vida, en ese abandono de ausencia de agua potable y cloacas en el que el municipio mantiene a sus barrios obreros.

En el 2004, la desaparición de Diego Duarte (de 14 años) bajo una montaña de basura dentro del predio Ceamse, la tuvo como una organizadora ejemplar. Una cantidad importante de asambleas dentro de Costa Esperanza la tuvieron como protagonista, poniéndose al frente de éstas, organizándose con las otras organizaciones piqueteras del barrio para cortar el Camino del Buen Ayre, o para tomar el Consejo Deliberante exigiendo la aparición con vida de Diego, en las tierras donde los pobres parecen ser invisibles, tanto en vida como en su muerte.

Las dificultades de la lucha política le brindaron otros apremios. De la defensa del comedor como espacio de organización de los vecinos, a la defensa del comedor como salida primera al hambre, hay un camino de conclusiones que Nilda intentó con todos sus límites y ese valor es preciso reconocerlo.

La educación “piadosa” y asistencialista a la que se somete a nuestra clase obrera en el conurbano tiene promotores precisos y bien pagos, que hacen de eso su arma para cooptar luchadores y luchadoras, sin vergüenza de ser conscientes que la asistencia no cambia las condiciones de vida, al contrario, se transforma en el impedimento humillante de analizar esas mismas condiciones en su contexto más complejo.

La enfermedad ha terminado con la vida de Nilda el pasado lunes. No es asunto de esta nota considerar los porcentajes de enfermos y enfermas con cáncer, patologías respiratorias o dermatológicas graves, que acompañan la supervivencia en el cordón del Ceamse; pero sería interesante incorporar este problema al debate, como cuchillito que rasgue la bolsa de polenta que ofrecen los punteros como remedio total.

Despedimos a una militante que, en este último período de su vida sufrió las consecuencias de presiones que la alejaron de nuestras filas; una luchadora que (con nosotros o enfrente) hizo todo su esfuerzo por madurar una conciencia propia. Su semilla queda en el barrio, es nuestra tarea alimentarla para que emerja la imprescindible rebelión de los explotados.

Compañera Nilda Gallardo, con todo el respeto por tu memoria, seguimos luchando, hasta la victoria.

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