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El desenlace de la guerra de Malvinas significó el reforzamiento de la injerencia militar, política y económica de la OTAN en el Atlántico Sur. Las islas Malvinas son consideradas hoy, más que nunca, un enclave estratégico para el imperialismo. Para la Argentina, plantea un desafío que ningún gobierno burgués es capaz de superar – pues exige una lucha anti imperialista consecuente y una estrategia de unidad socialista de todo el continente.
La OTAN se fundó en 1949 como resultado una alianza de mutua defensa entre potencias imperialistas, encabezada por Estados Unidos, para asegurar el Atlántico Norte. Sin embargo, en el marco de la Guerra Fría -y más aún luego de la Revolución Cubana- la mirada de los altos mandos militares yanquis se dirigió hacia el hemisferio sur. La entonces Unión Soviética había aumentado su presencia enviando buques y submarinos e instalado bases militares en Angola y Guinea.
El teniente General Daniel Graham, un oficial de inteligencia del Ejército de EEUU, asesor de campaña de Ronald Reagan (presidente norteamericano de 1981 a 1989), sostenía públicamente entonces que “la Argentina y el Cono Sur son de mucha importancia para la defensa de Occidente. Como los buques petroleros de Occidente (…) que llevan el fluido a Estados Unidos o a Europa, atraviesan el Atlántico Sur, la Argentina tiene una gran importancia estratégica por su posición geográfica” (https://megafonunla.com.ar/notas/2021-04-01_estados-unidos-provoco-el-conflicto-de-malvinas). La ruta marítima que conectaba el petróleo de Medio Oriente con Estados Unidos a través del Atlántico Sur era considerada “la yugular de Occidente”.
La crisis de la dictadura militar argentina presentó la oportunidad. La crisis económica y la creciente movilización obrera y popular la tenían acorralada. En ese marco, la dictadura se apropió de un proyecto permanente de la Armada, el de ´recuperar´ las Malvinas por medio de un desembarco, forzando una negociación diplomática y, finalmente, un compromiso con los ingleses tutelado por el imperialismo norteamericano, que había hecho saber a los militares argentinos que se mantendría prescindente. La ocupación de Malvinas fue un ensayo de relanzamiento internacional de la dictadura argentina bajo la forma de una iniciativa nacionalista. Las movilizaciones obreras del 30 de marzo de 1982 precipitaron todos los planes y la aventura militar cobró forma. La desesperación del gobierno era tal que éste desoyó a sus propios diplomáticos, quienes advertían que “la posición de los Estados Unidos es poco clara” y “no hay seguridad de que [Estados Unidos] apoye a la Argentina” (https://www.infobae.com/sociedad/2022/03/27/el-pedido-para-demorar-la-recuperacion-de-malvinas-y-la-decision-inamovible-de-la-junta-de-atacar-el-2-de-abril/) y decidió seguir adelante con las maniobras.
La ocupación de Malvinas por parte del gobierno de Galtieri y Anaya fue, según versiones recurrentes, incitada por los propios yanquis, que buscaban una excusa para militarizar la zona. La ocupación británica de las Malvinas estaba en franca decadencia. El gobierno conservador de Margaret Thatcher se encontraba en declive político en medio de una feroz recesión. En sus planes, estaba nada menos que el desmantelamiento de la Royal Navy, la flota marítima británica.
Según el relato del ex presidente Arturo Frondizi, en 1981 fue visitado por el General Vernor Walter, agente de la CIA, quién le reveló que desde el sector militar de EEUU se planeaba generar una crisis para que Argentina recuperara las Islas y luego ayudar a los británicos a retomarlas. “Walter le señaló al ex presidente que: “la Argentina es un país no confiable e impredecible, en cambio el Reino Unido es nuestro principal aliado; entonces vamos a producir una crisis que, si fuera necesario, lleve a una guerra, pero que va a cancelar el problema de la soberanía y a partir de ese momento se podrán instalar en las Malvinas las bases militares que necesitamos” (ídem anterior).
El apoyo de todos los gobiernos de los países miembros de la OTAN, especialmente Estados Unidos, a Inglaterra, a partir del 2 de abril de 1982, fue macizo e inmediato. “Decisivo” en el desenlace de la guerra, según el ex jefe del Ejército argentino, Martín Balza. Los yanquis proporcionaron a los ingleses “oportuna, amplia, actualizada y eficaz información e inteligencia satelital, que contribuyó a una guerra electrónica que facilitó las operaciones británicas”; “el uso de la importante base aeronaval de la isla Ascensión, que fue determinante desde el punto de vista logístico y operativo para la flota” y la fuerza aérea británicas; le proveyó misiles Sidewinder (aire-aire) y misiles antirradar Shrike; y reemplazó en Europa las operaciones del Reino Unido en el marco de la OTAN (https://www.infobae.com/opinion/2020/05/09/malvinas-como-se-gesto-el-decisivo-apoyo-de-la-otan-al-reino-unido-durante-la-guerra/). Al día siguiente del desembarco argentino, el gobierno “socialista” de Francoise Mitterrand facilitó a los ingleses aviones y pilotos Mirage -similares a los que poseía la Argentina- para su entrenamiento en maniobras de combate y defensa.
De este cuadro resulta evidente la incapacidad congénita de la dictadura genocida de emprender una lucha consecuente contra la agresión inglesa – ni siquiera se lo habían planteado. El desplazamiento de Viola a manos de las camarillas de Galtieri y Anaya había sido bendecido por los yanquis, que encontraron en esos jefes militares a los instrumentos idóneos para llevar adelante sus maniobras. Galtieri había viajado a Estados Unidos para participar de la XIV Conferencia de Ejércitos Americanos en 1981, merecido el trato de “general majestuoso” y se había entrevistado con el entonces vicepresidente George H. Bush. Por otra parte, la Armada buscaba reinsertarse en la política argentina bajo un manto nacionalista, un anhelo del genocida Emilio Massera, que incluso pretendía poner a trabajar a militantes secuestrados en las mazmorras de la ESMA para su proyecto e iniciado contactos con la conducción de Montoneros.
Cuatro décadas más tarde, es claro que la cuestión de Malvinas se integra al escenario de una nueva guerra mundial. Como señala Jorge Castro en Clarín (27/3), “el Atlántico Sur ha dejado de ser el ´mar vacio´ que era en 1982, cuando los únicos protagonistas eran la Argentina y Gran Bretaña. Ahora es un ´mar lleno´, profundamente trasnacionalizado, con múltiples actores y creciente relevancia internacional”. El Atlántico Sur es la última gran reserva ictícola del planeta y aquí se encuentran también las principales reservas petrolíferas sumergidas del mundo – el “pre sal” brasileño. Sus aguas son surcadas por embarcaciones provenientes de todos los puntos del globo, especialemente por los buques pesqueros de origen chino, la principal potencia consumidora de pescado.
Desde la guerra a esta parte, Inglaterra ha reforzado su dominio sobre las islas, ha declarado ciudadanos británicos a los kelpers, establecido una base militar y desarrolla ejercicios militares regulares. Mantiene, además, un veto sobre la venta de armamento militar a Argentina. Los militares argentinos han establecido hipótesis “defensivas” frente al despliegue militar de la OTAN en las Malvinas y proyecta establecer un observatorio y una base militar en Tierra del Fuego para monitorear sus actividades.
La impotencia de la burguesía argentina es categórica. Los reclamos del gobierno fondomonetarista de los Fernández en el aniversario de la guerra son una impostura, en la medida que se han abrazado al FMI -el brazo financiero de la OTAN- como última carta de rescate para evitar su hundimiento definitivo y se han alineado detrás de la OTAN propiamente dicha en la guerra de Ucrania.
La OTAN representa al imperialismo, es su principal vehículo político y militar. Gran parte de la izquierda democratizante ignora esto. Hoy reproducen frente a la guerra imperialista en Ucrania las mismas posiciones que ensayó el izquierdismo durante la guerra de Malvinas - “ni Thatcher ni Galtieri, autodeterminación de los kelpers”. El partido comunista y el morenismo, por su parte, apoyaron la invasión de Galtieri, a pesar del carácter distraccionista de la maniobra de una dictadura en crisis. Para nosotros, en cambio, la lucha contra el imperialismo ´democrático´ no debe confundirse con ninguna clase de apoyo político a las dictaduras de los países oprimidos. Esa fue la posición que sostuvo Política Obrera en 1982, que denunció la aventura militar de la ocupación y asimismo convocó a la “guerra a muerte” contra Inglaterra si ésta enviaba su flota a las islas.
Cuarenta años más tarde, seguimos levantando las banderas del internacionalismo proletario – confraternización de los explotados de todos los países, abajo los gobiernos imperialistas y sus masacres.