Escribe El Be
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El golpe militar de 1976 tuvo un objetivo contrarrevolucionario claro: clausurar la etapa de ascenso obrero inaugurada con el Cordobazo y bloquear una transición política en el interior de la clase obrera, que había realizado la más grande huelga general de masas contra el gobierno peronista de Isabel en el año 75. El golpe significó una derrota para la clase obrera, signada por la defección de toda la burocracia sindical, pero no implicó su aplastamiento. Por el contrario, la resistencia del movimiento obrero a la dictadura fue una constante desde el mismo 24 de marzo del 76 con paros y movilizaciones. El carácter de la dictadura, sus límites y su caída, sólo pueden entenderse a la luz de esta lucha de clases y de las contradicciones propias del régimen.
Desde el comienzo, Política Obrera caracterizó de esta manera la situación: “El golpe en frío del 23 de marzo ha desplazado en el tiempo una resolución más o menos estable de las relaciones políticas entre el Estado burgués y el proletariado, en crisis abierta desde el Cordobazo y desde junio y julio. Es inevitable, por lo tanto, una serie de enfrentamientos entre la Junta y la clase obrera, que en ningún caso serán generales, pero que irán minando la imagen de árbitro que intenta proyectar el gobierno. Debido a la no derrota directa de la clase obrera, debido a la situación de compromiso entre los altos mandos y debido al desquicio que provocará el plan de Martínez de Hoz (continuación de los de Rodrigo y Mondelli), es inevitable una crisis a corto plazo en el seno de la Junta Militar. El factor que irá quebrando el precario equilibrio actual es el plan económico.” (“El cambio de la situación política”, 14 de abril de 1976, Política Obrera-¡Adelante!).
Esta caracterización se proponía dotar a la clase obrera de una conciencia de la etapa. Al revés de los foquistas, PO volvía a sostener, como cuando el golpe de Onganía (1966), que la derrota de la dictadura pasaba por una acción de masas de la clase obrera. La diferencia era de método; el de Política Obrera, que mantendrá luego durante décadas, partía del desarrollo combinado (dialéctico) de la lucha de clases y de la crisis capitalista, como las fuerzas motrices reales efectivas.
El pronóstico esbozado se reveló acertado. La clase obrera no dejó de luchar bajo la dictadura de los ‘grupos de tareas’. Distintos movimientos por aumentos salariales se desenvolvieron desde 1976, pasando luego a grandes luchas de gremios como Telefónicos, Luz y Fuerza, la huelga del 7 de septiembre del 76 de la UOM y las huelgas del SMATA. Pero el giro definitivo se produce a comienzos de 1981. En marzo de ese año, el editorial de Política Obrera anunciaba el inicio de la cuenta regresiva de la dictadura a partir de la “mini” devaluación de Martínez de Hoz. Esta devaluación “puso de relieve toda la confusión, la incapacidad de decisión y la crisis de orientación que domina a los círculos de la dictadura” (“Bajo el signo de la catástrofe”, 10 de marzo de 1981, Política Obrera). El editorial cerraba con un llamado al movimiento obrero: “Hay que aprovechar el empuje que provocará la crisis para poner en pie de lucha a las organizaciones de masas, sindicatos y centros de estudiantes. Pasar a formar las comisiones internas con auténticos representantes, reclamar que se convoque a los congresos de delegados y que se lance un plan de lucha contra los despidos y por el salario. La clase obrera en movimiento pondrá a la orden del día la cuestión de terminar con la dictadura”.
La burocracia sindical buscaba aprovechar la crisis para rearmar su propio aparato y el del peronismo, luego de un lustro de entregas vergonzantes. A fines de 1980 se creó la CGT Brasil encabezada por el dirigente del gremio cervecero, Saúl Ubaldini, y apadrinada por la Iglesia Católica; otra señal de que “la crisis por arriba” era irreversible. Desde mediados del 81, esta CGT comienza a realizar llamados a distintos tipos de protestas, aunque sin garantizar su realización ni convocar al paro. Los reclamos de solidaridad dirigidos desde las distintas fábricas en conflicto (como el de la huelga de la Mercedes Benz) hacia este sector de la burocracia eran respondidos con dilaciones y desvíos. Se había establecido una “Multipartidaria”, como dirección patronal del recambio de la dictadura.
Pero la situación social y económica del movimiento obrero se iba degradando, con la misma intensidad que la presión de las bases. Para el 22 de julio del 81 la CGT convocó un paro nacional, que tuvo un acatamiento de un millón y medio de trabajadores en todo el país. Para el 7 de agosto del mismo año, la burocracia convocó una movilización con la consigna “Paz, Pan y Trabajo”, desde el barrio porteño de Liniers hasta la Iglesia de San Cayetano. La movilización, que no contenía ninguna consigna política, mucho menos la caída de la dictadura, tuvo una convocatoria que superó a los convocantes. Más que eso, la movilización desbordó a la burocracia en materia de consignas políticas, que se corearon en la marcha contra la dictadura militar.
La CGT-Brasil continuaba dilatando acciones decisivas, al tiempo que buscaba presentarse como oposición activa a la dictadura. Una misa convocada por la CGT en el barrio de La Matanza culminó con enfrentamientos físicos entre los dirigentes sindicales y el activismo. En una nueva acción para tratar de colocar bajo su ala los diversos reclamos obreros (se sucedían las luchas de estatales y portuarios, movilizaciones de jubilados, etc.), la burocracia convocó una nueva movilización para el 30 de marzo de 1982.
La marcha fue convocada hacia la Plaza de Mayo, nuevamente bajo la consigna “¡Pan, paz y trabajo!”. Pero esta vez, la burocracia hizo una referencia, aunque limitada, a la crisis terminal del régimen político; “decir basta a este Proceso (sic) que ha logrado hambrear al pueblo”. El despliegue represivo para impedir la llegada de las distintas columnas de los diferentes gremios fue descomunal y la represión fue brutal. Se vallaron la Plaza de Mayo y distintos puntos de acceso al centro, como el Puente Pueyrredón y otros.
Pero la dictadura militar se encontró con un movimiento obrero dispuesto a enfrentar la represión. La concurrencia reunió unos 50.000 obreros, que coreaban por el fin de la dictadura. Durante largas horas se desarrolló un impresionante combate callejero y se levantaron numerosas barricadas. Desde decenas de balcones de la ciudad se lanzaba una lluvia de elementos contundentes contra el aparato represivo. Las casas y comercios abrían sus puertas para refugiar a los trabajadores perseguidos por la policía. La movilización se replicó en todo el país, con grandes acciones de Córdoba, Mendoza, Santa Fe y Mar del Plata. En la provincia de Mendoza fue asesinado el dirigente textil José Ortiz y hubo más de 4.000 detenidos en todo el país.
A pesar de que la represión dejó más de 2500 heridos y de que fueron detenidos algunas de las cabezas más visibles de la movilización (como las Madres de Plaza de Mayo o el propio Saúl Ubaldini), la acción del 30 de marzo dejó una cosa en claro: la cuenta regresiva de la dictadura se aproximaba a cero. Cuando la dictadura da el manotazo de ahogado con la ocupación militar de las Malvinas, tres días después, queda claro que no sería la flota británica sino el proletariado el que había asestado el KO a la dictadura genocida.
Para entonces, distintos sectores del arco patronal ya se preparaban para iniciar una transición. La directiva de la CGT reclamaba, luego de la marcha del 30, “un gobierno de transición cívico-militar”, ante lo que veían como la “desintegración” y el “desbande” de la dictadura. Desde las páginas de Política Obrera se denunció abiertamente el rol de la burocracia sindical y de la “Multipartidaria”.
Tres días después de la invasión a las Malvinas, Política Obrera denunciaba el carácter distraccionista de la ocupación y llamaba a poner fin a la dictadura militar: “Llamamos a propagandear, agitar y, por sobre todo, organizar manifestaciones de masas y huelgas activas para imponer las reivindicaciones y acabar con la dictadura militar. La crisis de las Malvinas no cambia un ápice esta conclusión, porque la lucha por la liberación nacional empieza por la satisfacción de las reivindicaciones de los trabajadores y la extirpación de los agentes de la entrega nacional” (“La enseñanza de la gran movilización del 30”, Política Obrera N° 328, 5 de abril de 1982).
El resto del arco político entero saludó la ocupación de las Islas, y enseguida marchó a Puerto Argentino a celebrarlo. Ahí se encontraron con la Marina de Massera y luego de Anaya, el Milei de los 80, Alvaro Alsogararay, el presidente del partido de Balbín y Alfonsín, el PJ sin fisuras y hasta el PI de Oscar Alende, que se estaba convirtiendo en el refugio democrático de los seguidores de Gorriarán Merlo. Esta tropilla retiró el apoyo a la dictadura cuando la Flota pirata salió de Londres. Fue en ese momento que Política Obrera llamó a derrotar al imperialismo de la OTAN y a sus agentes nacionales.