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La ola nacional de huelgas que comenzó con la pandemia y atraviesa a todo Estados Unidos no se detiene. En las últimas semanas tuvo manifestaciones en los más diversos sectores de trabajadores y arañan las 2.000. Junto con la ola de sindicalización, que está empezando a manifestarse en varias ramas y se expande como reguero, conforman un único fenómeno.
Las huelgas de la misma sección perfilan una tendencia nacional, como ocurre con los enfermeros -8.000 huelguistas en Chicago y 1.700 en Michigan- o los docentes universitarios recién graduados - 2.500 en Indiana y 1.500 en Chicago.
Algunas huelgas han obtenido triunfos rápidamente -trabajadores agrícolas- mientras otras se prolongan por semanas -petroleros. La lista es larga y variada: obreros de la industria automotriz y de la construcción, conductores, periodistas, maestros, pintores, médicos, y otros, participan de este proceso.
Los trabajadores vienen tomando la iniciativa y sorteando todo tipo de escollos para realizar paros. Desde las grandes ciudades a los pequeños pueblos, deliberan por el medio que tienen a mano para no ser descubiertos por las patronales -por ejemplo WhatsApp o Zoom- u obligan a las direcciones burocráticas de gremios grandes y chicos a realizar medidas de fuerza, que temen ser desbordadas. Los piquetes y las movilizaciones, incluso en medio de la pandemia, fueron y son fundamentales.
Los motivos de las huelgas son, en la mayoría de los casos, la exigencia de aumento salarial -debido en gran medida a un pico histórico de inflación pero también a los salarios míseros- y la lucha contra los ritmos desquiciados de producción y las largas jornadas laborales. Algunos sectores, como trabajadores de la industria audiovisual y enfermeros, deben trabajar casi sin descanso -o tener 2 ó 3 empleos- y aun así no pueden pagar un alquiler, aumentan los desalojos y muchos utilizan su vehículo como vivienda. El sistema no tiene para brindarles otra cosa que una vida de enajenación y explotación extremas.
Asimismo, en ramas enteras, con la juventud a la cabeza, se está desarrollando un extendido proceso de sindicalización – esto en un país donde los sindicatos no llegan a afiliar ni al 11% de los trabajadores en actividad. Abarca desde grandes plantas, como las del gigante Amazon -hace poco se formó el primer sindicato de la empresa en un almacén de 8.000 obreros en Nueva York- a cadenas de tiendas minoristas, como Starbucks, Apple o Verizon Wireless. Los trabajadores deben luchar contra los aprietes de las patronales, que no quieren saber absolutamente nada de sindicalización. Si lo logran, en la mayoría de los casos, los nuevos gremios se encuadran en la principal central sindical de EE. UU., la AFL- CIO o en una "alternativa", la SEIU, ambas bajo el dominio de la burocracia afiliada al Partido Demócrata. Se ponen en juego dos tendencias: una, a la lucha, y otra, de la burocracia a encuadrarlas.
Biden ha tomado nota de este fenómeno y se muestra como el principal defensor del derecho a huelga y a la sindicalización. Sucede que tiene un ojo puesto en la necesidad de contener y detener la rebelión de las masas explotadas y el otro en la mayoría de las encuestas que dan al Partido Republicano como ganador de las elecciones legislativas de noviembre.
La crisis humanitaria de la pandemia abrió una transición en la clase obrera de Estados Unidos que está lejos de cerrarse.