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El mundo comienza a transitar una fase explosiva. El desarrollo revolucionario debuta en una etapa más temprana de la guerra, en comparación con lo ocurrido en las dos guerras mundiales precedentes. La prensa internacional abunda en recriminaciones inéditas, denunciando que los perjuicios de las sanciones económicas contra Rusia y, por extensión, contra todo el tráfico internacional ligado a esas sanciones, han caído mucho más sobre los países de la OTAN, que sobre la economía rusa. Ya han eclosionado dos crisis políticas mayores: las renuncias masivas de ministros en Gran Bretaña y la crisis de gobierno en Italia. La una como la otra han sido detonadas por la inflación y por las primeras señales de recesión y depresión.
La crisis británica es un ‘remake’ de la de Argentina, con sus Guzmanes y Fernández. Por un lado tiene que ver, en lo superficial, con las festicholas de Boris Johnson en las cuarentenas, que tuvieron lugar en la residencia de Olivos, en Londres, conocida como Downing Street. También con desvaríos sexuales. Pero en las cartas intempestivas de los Guzmanes londinenses lo que resalta es una espectacular divergencia en materia económica. De cara a una inflación que los especialistas ya ubican en los dos dígitos, Johnson, como Larreta o Macri, quiere reducir el impuesto a las ganancias de las corporaciones del 25 al 19 por ciento. Al mismo tiempo, subir las tasas de interés para afectar el empleo de los trabajadores y reducir los salarios. La respuesta no se ha hecho esperar, con huelgas generalizadas en el sector público y una total de tres días en los ferrocarriles. Pero se trata sólo del comienzo.
Rishi Sunak, el ministro de Economía, la ve de otro modo. Conservador y neoliberal indiscutido, plantea aumentar las tasas de interés a las corporaciones, para hacer frente a una amenaza típicamente rioplatense, como es la magnitud alcanzada por la deuda pública británica y la perspectiva de una declaración de insolvencia. La libra esterlina, por de pronto, se ha venido abajo en picada. A Sunak lo desvela otra preocupación, el aumento de los alquileres, a tasas criollas, lo mismo que las tarifas de luz y de gas. Toda la prensa británica está discutiendo la forma de poner un tope al tarifazo, sin incomodarse por los Basualdo y los Martínez de nuestros pagos. Desde el congelamiento total a uno parcial, que consistiría en imponer subas de tarifas “en los márgenes”, o sea sobre el consumo adicional de los clientes. Las divergencias despedazan al partido conservador. Lo que sobrevuela es la amenaza de una ola de huelgas como ocurrió entre los 60 y los 80 del siglo pasado.
La política de aumentar las tasas de interés, hasta niveles que no se han visto en medio siglo, está fuertemente determinada por una guerra financiera entre Estados Unidos y la zona euro. Desde ya, se trata de un paso que llevaría a una depresión económica, porque la inflación no es el resultado de una expansión de la demanda, sino del abultamiento de las deudas públicas y privadas. No han crecido la inversión ni los salarios, pero sí el crédito y la valorización ficticia de activos, o sea que su valor de mercado supera por lejos su valor real. Lo fundamental, con todo, es que los precios suben por la alteración de los costos, determinados por una ruptura de las cadenas de producción, resultado de la guerra comercial, y por la guerra imperialista -con sus sanciones, embargos y bloqueos de toda clase de insumos fundamentales-.
Al iniciar la política de aumento de tasas de interés, el propósito de Estados Unidos es succionar capitales del resto del mundo hacia Wall Street. La unidad de la OTAN contra Rusia se desvanece ante estos enfrentamientos inter-democracias. La guerra imperialista –contrarrevolucionaria– tiende a crear situaciones revolucionarias, al convertir el propósito de conquista y dominación en una crisis interna de los países y bloques de países en guerra –en este caso, la OTAN. Este desbarajuste se manifiesta en una cadena de devaluaciones, en porcentajes de dos dígitos, como ocurre ahora en Chile y varios países latinoamericanos. El euro, que supo estar a 1.40 dólares, acaba de bajar a la paridad 1 a 1, con claro impacto inflacionario. El Banco Central Europeo ha abandonado su reticencia a aumentar intereses, por temor a una recesión fulminante, debido a la presión del ajuste norteamericano. El aumento de las tasas de interés golpea a la deuda pública corriente y dificulta refinanciaciones, por lo que no sorprende que la cotización de la deuda italiana haya entrado en pendiente y obligado al Miguel Pesce del BCE –en este caso una conocida de Macri, Christine Lagarde-, a salir a comprar bonos de la deuda italiana en moneda local. Con este procedimiento, la economía europea se convierte en “bimonetaria” (CFK, dixit), porque un euro para Italia o España no vale lo mismo que para Francia o Alemania. La divergencia de cotización, con la misma moneda, entre la deuda pública de un país y la de otro, tiende a producir la quiebra de la unidad monetaria.
Las sanciones contra Rusia son responsables del mayor dislocamiento inflacionario, al afectar los precios del petróleo, del gas, de los fertilizantes, de las materias primas y destruir las condiciones de vida de los países. Antes de la guerra, Estados Unidos había bloqueado la inauguración del gasoducto ruso-alemán NordStream 2 –uno de los factores que desató la guerra imperialista-. Ahora Rusia ha desactivado el 40% de la capacidad de transporte del NordStream 1, poniendo en peligro el abastecimiento de gas de Alemania y gran parte de Europa en el invierno boreal, dentro de tres meses. La inflación generada por las medidas de guerra ha desatado una fuerte huelga, por aumento de salarios, de los trabajadores petroleros de Equinor, la empresa de Noruega que abastece el 15% del consumo europeo de energía. Objetivamente, asistimos a un levantamiento obrero contra la guerra, porque una guerra no puede ser librada sin petróleo por causa de una huelga. Al mismo tiempo, varios países de Europa han entrado, en verano, en la séptima ola de Covid-ómicron, cuando todos los Estados han desmantelado las retaceadas medidas de salud, precisamente en nombre de la inflación y del ajuste.
La práctica última del dúo Pesce-Guzmán –comprar deuda pública local con emisión de pesos– es lo que han venido haciendo todos los principales Estados capitalistas durante un período extenso. Un dato: la Reserva Federal es el principal acreedor del Tesoro y de la deuda hipotecaria de Estados Unidos. Lo han hecho por años, en especial a partir de la crisis mundial de 2007/8, sin solución de continuidad, y aumentado en espiral con la irrupción del Covid. Lo que al imperialismo le sirvió cuatro o cinco décadas, al dúo ‘nacional y popular’ le duró un mes. Esta riqueza ficticia, apuntalada con ajustes contra los trabajadores, ha explotado. La salida ha sido la guerra, el cercamiento de Rusia y la invasión de Rusia a Ucrania. La guerra imperialista se presenta ya como una falsa salida, que va a llevar, a término, a guerras de mayor alcance.
Por eso es necesario, sobre el terreno de la presente crisis desatada por la guerra, desarrollar un movimiento revolucionario de la clase obrera y los trabajadores para abatir al imperialismo, mediante el concurso de los explotados de todo el mundo.