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Parte Tres: el ascenso del fascismo y la estrategia de la izquierda
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La derrota de la revolución italiana de septiembre de 1920 abrió un periodo de retroceso generalizado en el movimiento obrero. Este proceso, en realidad, era parte de una etapa de reflujo internacional inaugurado por la derrota de la revolución alemana. Al mismo tiempo, fue derrotada la república socialista húngara. La bancarrota de la Segunda Internacional planteó la necesidad de construir nuevos partidos obreros sobre la base de las ruinas de la socialdemocracia.
Durante el Bienio Rojo italiano, a la par que se forjaban numerosos comités y enlaces obreros, se inició también un proceso de formación de asociaciones burguesas. En 1919 la presidencia de la Confindustria (Confederación General de la Industria Italiana) fue asumida por Giovanni Pirelli (fundador de la firma que lleva su apellido) y traslada su sede a Roma para colocarse en el centro de la escena política.
El fascismo estaba lejos de contar con el apoyo unánime de la burguesía. Una parte de la ella apostaba por un gobierno del PSI, al estilo de la república de Weimar en Alemania, como medio para contener las luchas obreras. Es el caso de Camilo Olivetti (fundador de la empresa homónima), el cual incluso estaba afiliado al PSI y tenía una relación personal con Turati. El PSI era un partido verdaderamente de masas y su dirección reformista había dado sobradas pruebas de estar domesticada por el régimen político.
Luego de las ocupaciones de fábricas, el movimiento de Mussolini comenzó a despertar mayores simpatías en algunos sectores burgueses que sentían que durante ese período habían perdido el control de sus medios de producción. Los aportes financieros al fascismo provenientes de la burguesía comenzaron a aumentar progresivamente. El objetivo de la burguesía no era llevar a Mussolini al poder, sino más bien utilizar sus escuadrones contra los trabajadores en los conflictos obreros, para después desecharlos. Las patronales compraban la “protección” de sus plantas. Pero sus reservas con el fascismo eran grandes. A veces, las solicitudes de dinero para las “protecciones” eran verdaderos chantajes por parte de las bandas desclasadas del fascismo.
Por otro lado, a diferencia del PSI y del Partido Popular católico, el fascismo no era un movimiento de masas y no tenía inserción en el movimiento sindical. Las bandas armadas eran útiles para acciones anti-obreras en un sector determinado, pero eso no era suficiente para someter al conjunto del poderoso proletariado italiano. Además, la solución a los conflictos mediante acción violenta de los fascistas generaba serios obstáculos en el desarrollo normal de la producción y circulación de mercancías. Dentro del fascismo, Mussolini promovía una línea que presentara a su partido como un partido del orden y no uno del caos, como era visto. Comenzó a abrir el diálogo con el primer ministro Giovanni Giolitti y lo apoyó en el Tratado de Rapallo, con el que los nacionalistas más extremos estaban en desacuerdo. En 1921 firmó el pacto de pacificación con el PSI, con la promesa de detener la escalada de la violencia, pero fue repudiado por sus propios seguidores y el pacto se rompió.
Pero el viento favorable para el movimiento fascista no llegó primero de las ciudades, sino del campo. Durante los años de guerra se habían incrementado enormemente el número de pequeños propietarios agrícolas. La caída de los precios de las tierras y la escalada de los precios agrícolas permitieron numerosas compras de terrenos por parte de campesinos arrendatarios. Muchos veteranos de guerra fueron recompensados con la entrega de títulos de terrenos. En esos años se vivió un proceso de disminución del número de jornaleros y asalariados en el campo, entre los que las ideas socialistas tenían mayor penetración, y la cantidad de propietarios agrícolas se elevó a 5 millones.
Las grandes oleadas huelguísticas del Bienio Rojo de 1919-1920 que sacudieron las ciudades italianas generaron un enorme malestar y dificultades económicas entre los sectores propietarios del campo y hubo numerosas pérdidas de cosechas. Comenzaron a formarse amplias alianzas propietarias, que abarcaban desde latifundistas hasta pequeños y medianos campesinos, con fuertes ideas anti-obreras y anti-socialistas. En cuestión en pocos meses, el movimiento fascista en el campo comenzó a adquirir proporciones masivas. En 1920 llegaron a ser 250.000 hombres armados que recorrían largas distancias en el campo gracias a la provisión de vehículos por parte de la policía y el ejército. La masividad que había adquirido el fascismo le dio al movimiento fascista una realidad autónoma, con intereses propios, que hacía que la burguesía ya no puediera tomarlos simplemente como guardianes empleados a sueldo para “protección”.
En enero de 1921, con el movimiento obrero en pleno reflujo después de la derrota de 1920, el fascismo lanzó una ofensiva en toda Italia. Destruyeron innumerables locales de socialistas y anarquistas, así como sedes organizativas de los sindicatos. Se sucedieron los ataques armados y tiroteos. Los anarquistas atinaban a responder con atentados individuales, que luego eran respondidos con violencia por los fascistas. En el movimiento obrero se desarrollaba una verdadera contrarrevolución, con la complicidad del gobierno liberal. Ese año los asesinados por el fascismo se contaron de a miles.
El ascenso del fascismo significó un desafío para la izquierda, que se debatió acerca de la estrategia a aplicar ante este nuevo fenómeno.
Los dirigentes del PSI (partido que estaba afiliado a la III Internacional de Lenin y Trotsky) convivían en su organización con el ala reformista de Turati que era responsable directa de la derrota de la revolución en el mes de septiembre. La IC elaboró las “21 condiciones” para los partidos que querían permanecer adheridos a ella; entre las condiciones se encontraba la expulsión de los reformistas. En junio de 1920, Lenin escribió sus tesis para el II Congreso de la Internacional Comunista, en la que planteaba que “con relación al Partido Socialista Italiano, el II Congreso de la III Internacional considera que la crítica a ese partido y las propuestas prácticas presentadas al Consejo Nacional del PSI, en nombre de la sección de Turín de ese partido, en la revista 'El nuevo orden', el 8 de mayo de 1920, son correctas en lo fundamental y corresponden por completo a los principios fundamentales de la III Internacional. Por eso, el II Congreso de la III Internacional pide al PSI que convoque un congreso especial para discutir estas propuestas y también todas las resoluciones de los dos congresos de la Internacional Comunista, con el fin de rectificar la línea del partido y depurarlo, sobre todo a su grupo parlamentario, de elementos no comunistas”.
“El nuevo orden” era una revista de la fracción de izquierda del PSI que estaba dirigida por Antonio Gramsci y Palmiro Togliatti. Junto con Umberto Terreacini, ambos integraban la sección de Turín, una ciudad que era un importante centro de concentración obrera y epicentro de las ocupaciones de fábrica de septiembre. Las propuestas de la sección Turín a que hace referencia Lenin fueron escritas por Gramsci, donde exigía al partido la expulsión de los elementos reformistas.
En enero de 1921 se reunió en Livorno el XVII Congreso del PSI en el cual debían fijar una posición en relación a las “21 condiciones”. Al sexto día del congreso, el ala centrista de Serrati y Lazzari ganó la votación contra la expulsión, con cerca de 92.000 votos. El ala izquierda, que perdió pero aun así cosechó 55.000 votos, decidió entonces romper con el PSI y formar un nuevo partido: el Partido Comunista Italiano (PCI). La juventud del partido, la Federación de la Juventud Socialista Italiana, se fue en masa al PCI. La división se trasladó a los sindicatos. En el siguiente congreso de la CGT, delegados representantes de más de 400.000 trabajadores se pasaron al comunismo. La mayoría de los delegados, en representación de 1.400.000 trabajadores, se quedó en la CGT del PSI.
El congreso del PSI fue recibido favorablemente por la prensa burguesa por “deshacerse” de los elementos más radicales. El periódico burgués La Stampa festejó la salida de los comunistas y la decisión de la mayoría centrista como “la victoria de lo que es lógico, natural y normal”. El congreso se llevó a cabo en medio de la ofensiva fascista. Si bien no hubo un ataque fascista concertado al congreso, los delegados tenían que tomar medidas de seguridad (algunos dirigentes debieron contratar guardaespaldas). A pesar de esto, el Congreso no abordó la cuestión del fascismo.
El ala centrista que se quedó con el PSI, sin embargo, insistió en pertenecer a la IC, aunque sin firmar las 21 condiciones. El III Congreso de la Internacional comunista, reunido en Moscú entre el 22 de junio y el 12 de julio, abordó la discusión de “la cuestión italiana” y recibió tanto a las delegaciones del PCI como del PSI. La cuestión tenía un alcance internacional, en la medida en que distintos dirigentes de los PC de otros países (como Levi del Partido Comunista Unificado de Alemania, Strasser del Partido Comunista de Austria, y otros más) se pronunciaron en favor de la posición “unitaria” de Serrati, contra la división del PSI y, por tanto, contra la formación del PCI.
La delegación del PSI estuvo encabezada por Lazzari. Éste se encargó de intervenir y desarrollar las posiciones del centrismo contra la expulsión del ala de Turati. En su discurso sobre la cuestión italiana, Trotsky le respondió: “Turati dijo: 'en septiembre, el proletariado no estaba maduro'. No, no estaba maduro. Pero ¿quizás le explicaste al proletariado por qué el partido no lo estaba? Usted (Lazzari) puede haber dicho al proletariado: 'Sí, Turati tiene razón en este sentido, que ustedes, trabajadores italianos, no fueron lo suficientemente maduros para purificar su partido antes de lanzarse a la acción decisiva, para purificarlo de los elementos que paralizan la acción. Turati tiene razón en este sentido, que, dado que el proletariado italiano no lo había rechazado a él de su seno, mostró por qué no estaba lo suficientemente maduro en septiembre para una acción decisiva”.
Luego cerró su discurso con las siguientes palabras: “¿Cómo, camarada Lazzari, podríamos permanecer en la misma Internacional que Turati, que es miembro de su partido, y que llama a nuestra Internacional la 'Internacional fantástica'? Es su expresión. Carlos Liebknecht y Rosa Luxemburgo están muertos, pero siguen vivos para esta Internacional. Ahora bien, ¿cómo podríamos reunir a Carlos Liebknecht y Rosa Luxemburgo con Turati en las imágenes de nuestra Internacional? Turati dijo que nuestra organización es fantástica; cuando recuerdo que ayer todavía era miembro, pienso: ¡he aquí la certeza de la fantasmagoría de la Tercera Internacional!”
Lenin, por su parte, también lanzó encendidos discursos para derrotar la posición del centrismo italiano: “Lazzari dijo: 'nosotros conocemos la psicología del pueblo italiano'. Por mi parte, no me atrevería a hacer tal afirmación sobre el pueblo ruso. Pero lo que dice Lazzari es posible, no lo discutiré. Pero lo que no conocen es el menchevismo italiano, si se tienen en cuenta los hechos concretos y la tenaz resistencia a eliminar el menchevismo. (…) El partido italiano no fue nunca un verdadero partido revolucionario. Su mayor desgracia es que no rompió con los mencheviques y los reformistas antes de la guerra, y que estos últimos permanecieron en el partido. El camarada Lazzari dice: 'reconocemos completamente la necesidad de romper con los reformistas; nuestra única discrepancia es que no pensábamos que era necesario hacerlo en el Congreso de Livorno'. Pero los hechos dicen otra cosa. No es la primera vez que discutimos el reformismo italiano. (…) El camarada Lazzari dijo: 'estamos en período preparatorio'. Es la pura verdad. Ustedes están en el período preparatorio. La primera etapa de este período es la ruptura con los mencheviques, semejante a la que nosotros realizamos con nuestros mencheviques en 1903”.
El Congreso finalmente resolvió rechazar las posiciones del PSI y de Lazzari y excluirlo como miembro de la III Internacional, al no suscribir sus “21 condiciones”. El PCI quedó como el único representante de la sección italiana de la Internacional.
Pero el debate con el PSI no era el único, ni el principal aspecto de los debates sobre la cuestión italiana en el Congreso de la Internacional Comunista. La situación internacional había sido caracterizada en los informes de este Congreso como una nueva etapa signada por un reflujo del movimiento obrero, por la derrota de la revolución alemana y por la contrarrevolución italiana. El otro aspecto de la situación era la debilidad de los partidos comunistas, que en muchos casos acababan de fundarse y carecían de la influencia que tenían los partidos reformistas en el movimiento obrero. En base a esa caracterización, la IC aprobó la táctica del “frente único” elaborada por Trotsky, con el fin de hacer una experiencia con las masas y ganarlas a la influencia del PC.
La cuestión del frente único resultará clave para abordar la lucha contra el fascismo y cobrará un vuelo mucho mayor cuando sea retomada años más tarde ante el ascenso del nazismo en Alemania. El planteo del frente único tenía la intención de romper con el aislamiento relativo de los partidos comunistas en el movimiento obrero en un escenario de luchas defensivas. Sin embargo, a esta táctica se opuso la delegación del PCI, encabezada por Umberto Terracini, el cual planteaba la necesidad de ir a una lucha ofensiva sin compromisos con los reformistas. Comenzó así un período de fuertes debates políticos entre la dirección de la Internacional y el PCI.
La mayoría del Congreso defendió la táctica de la “Carta Abierta” usada en Alemania. Se trataba de la “Carta Abierta del Comité Central del Partido Comunista Unificado de Alemania al PSA, PSIA, PCOA y a todas las organizaciones sindicales”, en la que se hacía un llamado a un frente único por las reivindicaciones obreras. Terracini rechazó esta táctica. Lenin respondió: “La 'Carta Abierta' es un paso político ejemplar. Así está expresado en nuestras tesis y debemos defender este criterio a toda costa. Es ejemplar porque constituye el primer acto de un método político para atraer a la mayoría de la clase obrera. En Europa (donde casi todos los proletarios están organizados) debemos conquistar a la mayoría de la clase obrera y cualquiera que no entienda esto está perdido para el movimiento comunista; jamás aprenderá nada si no aprendió esto durante los tres años de una gran revolución”. Luego agregó que: “Terracini dice que en Rusia nosotros triunfamos a pesar de que el partido era muy pequeño. (…) El camarada Terracini entendió muy poco de la revolución rusa. En Rusia éramos un partido pequeño pero, además, estaba con nosotros la mayoría de los soviets de diputados obreros y campesino de todo el país. ¿Tienen ustedes algo parecido? De nuestro lado estaba el ejército, que tenía entonces, por lo menos, 10 millones de hombres. (…) Nosotros no sólo hemos censurado a nuestros elementos reformistas, sino que los hemos expulsado. Pero si, como Terracini, la lucha contra los reformistas se convierte en un deporte, entonces debemos decir '¡basta!', de lo contrario el peligro es demasiado grande”.
Al final de su discurso, Lenin introduce un planteamiento dialéctico sobre el problema de la relación con las masas y el frente único: “He hablado por mucho tiempo, por lo tanto deseo decir solamente unas palabras sobre el concepto de 'masas'. Es un concepto que varía según sea el carácter de la lucha. Al comenzar la lucha bastaban varios miles de obreros revolucionarios para que se pudiera hablar de masas. (…) Cuando la revolución ha sido suficientemente preparada, el concepto de 'masas' es otro: unos cuantos miles de obreros no constituyen las masas. Esta palabra comienza a significar algo más. El concepto de 'masas' cambia en el sentido que expresa, no sólo una simple mayoría de obreros, sino la mayoría de todos los explotados. Para un revolucionario es inadmisible entenderlo de otro modo; cualquier interpretación distinta de la palabra sería incomprensible. (…) Pero aquí hay camaradas que afirman: es preciso renunciar inmediatamente a la exigencia de conquistar 'grandes' masas. Debemos oponernos a tales camaradas”.
Trotsky también pronunció discursos atacando la posición de los italianos: “el CC del PCI se dirige conscientemente contra estas tesis en el apartado 36, defendiendo el frente único sindical y oponiéndose a la formación de comités de dirección de lucha y propaganda, en el que los partidos socialdemócratas están representados junto con los partidos comunistas (...). Si el CC del PCI hubiera estudiado más detenidamente esta cuestión, habría entendido que querer limitar el frente único a los sindicatos no es más que un punto de vista sindicalista, porque sólo si se admite que los problemas de clase más importantes del proletariado se pueden resolver por medio de la lucha sindical, sólo en este caso se puede intentar eliminar los partidos políticos. Si no es así, si toda gran lucha económica se convierte en una lucha política, entonces el Partido Comunista tiene el deber de intentar la lucha por los intereses del proletariado junto con los demás partidos obreros, obligándolos a unirse al frente común. Sólo así el PC obtiene la posibilidad de desenmascarar a estos partidos, en el caso de que, por temor a la lucha, se nieguen a incorporarse al frente único.”
En otra intervención, Trotsky señaló que: “es evidente la incongruencia de estos argumentos que surgen de una comprensión insuficiente de nuestra tarea principal, a saber, la necesidad de conquistar la vanguardia de la clase obrera y sobre todo de aquellos trabajadores, ni mucho menos peores, que permanecen en el PSI. Fueron estos trabajadores quienes trajeron a Lazzari a Moscú. El error de los 'izquierdistas' deriva de una auténtica impaciencia revolucionaria que les impide tomar en consideración las importantes tareas preparatorias, causando continuamente graves daños. Algunos 'izquierdistas' piensan: si la tarea inmediata es derrocar a la burguesía, ¿de qué sirve detenerse en el camino, negociar con los Serrati, abrir las puertas a los trabajadores que siguen a Serrati? Sin embargo, esta es precisamente la tarea principal ahora. Y no es una tarea sencilla: requiere negociaciones, luchas, momentos de reflexión y nuevas reunificaciones y, probablemente, nuevas divisiones. Pero algunos camaradas impacientes quisieran simplemente dar la espalda a esta tarea y, por lo tanto, también a los trabajadores socialistas: 'quien esté por la tercera internacional debe unirse directamente a nuestro Partido Comunista'. A primera vista parecería una solución muy sencilla al problema, pero en realidad lo que pasa por alto es con qué métodos los trabajadores socialistas tendrán que ser ganados para el Partido Comunista. (Los trabajadores) exigen, quizás no del todo conscientemente y sin formularlo claramente, pero en todo caso con mucha insistencia, que el nuevo partido, el comunista, se dé a conocer a través de los hechos, que sus dirigentes demuestren en la práctica que están hechos de una pasta diferente a la de los dirigentes de su antiguo partido, que están inseparablemente ligados a las masas en sus luchas, por difíciles que sean las condiciones en que se desarrollen. Es necesario con hechos y con palabras, con palabras y hechos, ganarse la confianza de miles de trabajadores que por el momento siguen en la encrucijada, pero que gustosamente se unirían a nosotros. Si simplemente les dieran la espalda, tal vez en nombre de un derrocamiento inmediato de la burguesía, la revolución sufriría un daño no menor (...)”. “Deben volver a ganarse la confianza de la clase obrera, ya que los trabajadores se han vuelto mucho más cautelosos, precisamente por esta traición. Repiten: 'Hemos escuchado las mismas frases pronunciadas por Serrati. Dijo prácticamente las mismas cosas y luego nos traicionó. ¿Qué garantías tenemos de que el nuevo partido no nos traicionará a nosotros a su vez?'. La clase obrera, antes de emprender la batalla decisiva bajo su dirección, quiere ver actuar al partido”.
Las intervenciones de Trotsky estaban animadas, además, por los primeros brotes importantes de organizaciones de autodefensa obrera en Italia contra el fascismo. Afirmaría que “los últimos acontecimientos en Roma muestran que el proletariado italiano no está completamente desilusionado, que todavía tiene un impulso revolucionario. Por estas razones, podemos permitirnos una táctica más audaz, una táctica que no se niegue a atraer a masas más grandes de trabajadores”. Estos últimos acontecimientos se refieren a la formación de los “arditi del popolo”, una organización fundada por anarquistas que agrupaban importantes contingentes obreros, marinos y ex soldados italianos antifascistas. Su aparición tuvo tal impacto que Lenin lo anunció en un discurso que luego será publicado en la Pravda: “en Roma se realizó una manifestación para organizar la lucha contra el fascismo, a la que asistieron 50.000 trabajadores, representantes de todos los partidos: comunistas, socialistas e incluso republicanos. Acudieron 5.000 excombatientes con uniforme militar y ni un solo fascista se atrevió ser visto en las calles”.
Los “arditi del popolo” comenzaron a protagonizar innumerables acciones callejeras contra los fascistas. La III Internacional se declaró en abierto apoyo a este reagrupamiento. La izquierda italiana tuvo más reservas. El sector liderado por Turati lanzó una fórmula que pasó a la historia: “hay que tener el valor de ser cobardes”, planteando que era necesario retirarse y no hacer frente al fascismo.
Los llamados “hechos de Parma” fueron una importante demostración de fuerza de la resistencia antifascista. En julio de 1922 se lanzó en esa ciudad una huelga general “contra la violencia fascista” y “la indiferencia del Estado hacia ella”. Los “arditi del popolo” se unieron a la Legión Proletaria Filippo Corridoni, una organización antifascista local. En conjunto se organizó una resistencia armada “de excelente calibre militar”, según afirmó el líder fascista de la región, Italo Balbo. Mussolini envió una misiva secreta a su partido planteando que, en caso de que el gobierno no logre desactivar la huelga en 48 horas, daba la orden de enviar fascistas de todas las ciudades cercanas para sofocarlos. 48 horas después 10.000 fascistas se dirigieron a la ciudad, pero se encontraron con una férrea resistencia. Las tropas de Mussolini no lograron atravesar las barricadas. Las mujeres de la ciudad jugaron un rol de primera línea en la resistencia. Por primera vez, los fascistas se encontraron desbordados e incapaces de tomar la ciudad. Entonces dieron la orden de retirarse y dejar la represión en manos del gobierno, que declaró el estado de sitio en la ciudad, así como en Ancona, Livorno, Génova y Roma.
El gobierno logró sofocar la revuelta, pero los fascistas sufrieron un revés político. La clase obrera daba muestras de sobradas reservas de lucha para resistir.
A 100 años de la marcha sobre Roma: el nacimiento del fascismo (II) Por El Be