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Parte Dos: La derrota de la revolución.
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“¿Recuerdan 1919? Fue el año en que toda la estructura del imperialismo europeo se tambaleó bajo el impacto de la mayor lucha de masas del proletariado de la historia, y en el que esperábamos diariamente las noticias de la proclamación de la República Soviética en Alemania, Francia, Inglaterra, Italia. El término “soviet” se hizo muy popular, se organizaron soviets en todas partes. La burguesía estaba molesta. 1919 fue el año más crítico en la historia de la burguesía europea.”
León Trotsky, “Sobre la fallida revolución de septiembre de 1920” 20 de octubre de 1922
La Primera Guerra Mundial dejó como saldo una Europa desvastada, una enorme desestabilización política y una clase obrera sublevada. Distintos regímenes políticos de Europa se derrumbaron, comenzando por el imperio zarista ruso destronado por la revolución bolchevique. El Imperio Alemán cayó con la abdicación del emperador Guillermo II. El Imperio Austro-Húngaro se disolvió y fragmentó en numerosos estados. Lo mismo sucedió con el Imperio Otomano, que culminó con la declaración de la república de Turquía. En Hungría se proclamó la República Popular y, luego, la República Soviética. El primer ministro italiano renunció en medio de la guerra y se abrió un periodo de inestabilidad política duradera.
En todo el continente se desató una oleada de huelgas y manifestaciones contra la guerra encabezada por obreros, campesinos, soldados y marineros. En Gran Bretaña se puso en pie el movimiento Shop Stewards (“Delegados Sindicales”), organizaciones obreras de base que se originaron en las fábricas armamentísticas y que en 1917 realizaron una huelga de 200.000 trabajadores extendida en 48 ciudades. Ante la fuerza de la huelga, el gobierno británico se vio obligado a eximir del servicio militar a una cantidad de sectores de obreros de distintos oficios. El mismo movimiento fundó luego el Hands Off Russia (“Fuera las manos de Rusia”) contra la invasión de las naciones extranjeras para estrangular la revolución bolchevique. Llevaron adelante importantes huelgas, como la de los estibadores, que se negaron a cargar las armas que se dirigían contra la revolución.
En Alemania surgió un movimiento similar, llamado Revolutionäre Obleute, una organización de delegados sindicales de base. Ésta jugó un papel clave en las huelgas que pusieron fin a la guerra y, luego, en la Revolución de Noviembre de 1919.
En Italia, país que se encontraba en el bando vencedor, la situación económica era catastrófica. La guerra había dejado una extrema pobreza, una gran escasez (había dificultades con la importación de carbón y materias primas), un déficit en la balanza de pagos y una deuda pública impagable. El valor de la lira italiana colapsó y se inició un proceso hiperinflacionario. Esto desató una nueva oleada de huelgas por aumentos de salario. En 1919 hubo más de un millón y medio de trabajadores en huelga y se consiguió la jornada laboral de ocho horas.
El gobierno de Vittorio Orlando, asumido ante la caída de Paolo Boselli cuando el desastre de Caporetto, se derrumbó en junio de 1919. Su sucesor fue Francesco Nitti, que en menos de un año renunciaría varias veces a su cargo, el cual volvería a tomar ante la ausencia de un sucesor. Su gobierno no llegaría a durar un año y lo mismo sucedería con los tres gobiernos siguientes, que caerían en 1921 (Giovanni Giolitti), 1922 (Ivanoe Bonomi) y el último gobierno democrático (Luigi Facta) con la “marcha sobre Roma” que llevó al poder a Mussolini.
El período que va de 1919 a 1920 en Italia se conoce como “bienio rojo”. En julio de 1919 se lanzó una huelga general. Fue saboteada por la CGL y la derecha del PSI. En el ala izquierda se encontraban los “maximalistas” y los comunistas .
En este cuadro, el PSI realizó su XVI Congreso en el mes de octubre. El partido se encontraba dividido en tres tendencias: la derechista de Filippo Turati, la del centro de Serrati y Lazzari, y la izquierda de Bordiga. El Congreso significó un giro a la izquierda del partido: el viejo reformismo expresado en Turati, que dirigía el partido prácticamente desde su fundación, fue derrotado; el Congreso se identificó con la Revolución de Octubre, aprobó un nuevo programa que defendía la dictadura del proletariado y votó la adhesión a la Tercera Internacional (ya en marzo habían decidido su secesión definitiva de la Segunda Internacional).
La posición mayoritaria del partido quedó en manos del ala centrista. La izquierda de Bordiga propuso la expulsión del partido de los elementos derechistas que saboteaban las huelgas. El centro de Serrati y Lazzari decidió “defender la unidad” del partido y votó contra las expulsiones. Bordiga funda allí su fracción llamada “abstencionista”, que era enemiga de la participación en los procesos electorales.
Lenin criticó la posición abstencionista de Bordiga en su texto “El izquierdismo, la enfermedad infantil del comunismo”, aunque rescata la lucha de la fracción de Bordiga contra el ala derechista del partido y denuncia el centrismo de Serrati y Lazzari. “Es indudable que el camarada Bordiga y su fracción de 'comunistas boicoteadores' (comunista abstencionista) no están en lo cierto al defender la no participación en el parlamento. Pero hay un punto en el que, a mi juicio, tiene razón (...) cuando atacan a Turati y sus partidarios, que están en un partido que reconoce el poder de los soviets y la dictadura del proletariado, (pero) continúan siendo miembros del parlamento y prosiguen su vieja y dañina política oportunista. Es natural que, al tolerar esto, el camarada Serrati y todo el Partido Socialista Italiano incurren en un error tan preñado de grandes perjuicios y peligros como en Hungría, donde los Turati húngaros sabotearon desde dentro el partido y el poder de los soviets. Esa actitud errónea, inconsecuente o falta de carácter con respecto a los parlamentarios oportunistas, de una parte, engendra el comunismo 'de izquierda' y, de otra, justifica hasta cierto punto su existencia. Es evidente que el camarada Serrati no tiene razón al acusar de 'inconsecuencia' al diputado Turati, pues el inconsecuente es, precisamente, el Partido Socialista Italiano, que tolera en su seno a oportunistas parlamentarios como Turati y compañía” (Lenin, “El izquierdismo, la enfermedad infantil del comunismo”, 1919).
En las elecciones de noviembre de 1919 el PSI obtuvo 1.800.000 votos (más del 30% de los sufragios), consagrándose como la fuerza con más bancadas parlamentarias (más de 150). La segunda fuerza electoral fue el Partido Popular (PP) que era el partido de la iglesia católica y, al igual que el PSI, era un partido de masas.
En 1919 se aplicó por primera vez un sistema proporcional. El objetivo principal de la reforma era contrarrestar la primacía electoral del PSI con una alianza del resto de las fuerzas políticas. En ese cuadro, la jerarquía católica decidió revocar la disposición Non éxpedit (no conveniente) que había promulgado el papa Pío IX en 1874, que prohibía a los católicos italianos participar de las elecciones. El Partido Popular contenía distintas tendencias. Su ala más radical tenía un planteo democrático y de reforma social, incluso de reforma agraria. Sus planteos los llevaron a tener un fuerte ascendente entre el campesinado, donde el socialismo tenía un trabajo escaso. La jerarquía católica toleraba a su ala radical, que llegaba a organizar grandes revueltas campesinas, por considerarlo un importante bloqueo para la influencia socialista. Cobra también en ese entonces importancia la central sindical fundada por el catolicismo, la Unión Italiana del Trabajo.
En esas elecciones hacen su debut los “Fasci di combattimento” creados por Mussolini. Luego de su fundación en la Plaza del Santo Sepulcro, que apenas logró juntar unas 300 personas, las bandas paramilitares de Mussolini siguieron actuando contra las organizaciones obreras y socialistas. En abril de 1919 llevaron adelante en Milán el asalto a la sede del Avanti!, el periódico socialista que Mussolini había sabido dirigir cinco años antes. El inmueble fue tomado por una de estas bandas armadas, para luego ser saqueado e incendiado. La ciudad de Milán estaba en ese entonces gobernada por un alcalde socialista. La policía municipal, que tenía la orden de defender la sede y evitar incidentes, dejó actuar. Según algunas versiones, la decisión de no reprimir a la banda de Mussolini fue una decisión autónoma del cuerpo policial presente, debido a que los fascistas estaban compuestos por veteranos de guerra y ex oficiales hacia los que sentían “respeto” y “subordinación”.
La respuesta del PSI a la avanzada fascista fue “mantener la calma”, no escalar el conflicto. El Avanti! lanzó una campaña de suscripciones que recibió un apoyo masivo de los trabajadores milaneses y, en sólo tres semanas, el periódico estaba nuevamente en las calles.
En Octubre de 1919, los Fasci di combattimento realizaron su primer Congreso. Mientras el PSI reunía en su XVI Congreso cerca de 70.000 delegados en Bologna, los fascistas reunían algunos centenares en el suyo en Florencia, que decidió participar en las elecciones sin alianza con los liberales . Los Fasci de combattimento no lograron armar una lista nacional y sólo pudieron presentarse en el distrito de Milán. Allí, el propio Mussolini encabezó la lista que sacó el 0,08% de los votos (poco más de 4000 sufragios ). Los grupos violentos encabezados por Mussolini tenían el aval de las fuerzas policiales y el financiamiento de algunas patronales burguesas, pero se mantenían aún en la completa marginalidad política.
En 1920 continuaban las huelgas y los conflictos obreros. Llegaron a registrarse ese año más de 2000 huelgas y cerca de 2.300.000 huelguistas. La afiliación sindical ascendía, principalmente en la CGT. La burguesía reclamaba una acción más decidida por parte de un gobierno debilitado e impotente. La poderosa Federación de Obreros Metalúrgicos (que agrupaba a los obreros de las grandes plantas automotrices), llevó adelante una intensa lucha en lo que se dio a conocer como las “huelgas del reloj”, originadas en la fábrica FIAT en Turín.
La protesta de los trabajadores se refería al adelantamiento de una hora del horario de verano, que había sido impuesta durante la guerra para ahorrar energía. Llegado el invierno, los trabajadores debían salir a oscuras y con frío extremo de sus casas, por lo que llevaron a las patronales la petición de atrasar una hora el reloj laboral. La patronal respondió con una negativa, por lo que los delegados de fábrica tomaron la decisión, por iniciativa propia, de aplazar una hora el reloj de la fábrica. Lo que estaba en juego detrás del conflicto del reloj era el poder de fuerza de las comisiones internas frente a las patronales para decidir sobre el régimen de trabajo. La patronal de la planta FIAT respondió con tres despidos y los obreros fueron a la huelga, que involucró a todos los talleres metalúrgicos de Turín. Frente a esto, la patronal tomó la decisión de cerrar la planta; los obreros respondieron con la ocupación. La huelga general y las ocupaciones se extendieron a toda la provincia de Turín e involucró a más de 100.000 obreros, que pusieron en pie numerosos consejos y enlaces sindicales. Tanto la dirección del PSI como la de la CGT decidieron no dar su apoyo al conflicto, que terminó perdiendo fuerza.
Pocas semanas después estallará en Ancona la Revuelta de los Bersaglieri. A diferencia de los conflictos anteriores, la revuelta de Ancona estuvo encabezada por soldados y se transformó en un levantamiento popular armado. Los bersaglieri eran un tipo determinado de soldados de infantería italiana. El detonante de la revuelta fue su negativa a partir hacia Albania, donde el puerto de Valona era ocupado por el gobierno italiano. La resistencia se debía a las malas condiciones de vida en el lugar de destino y a la solidaridad con la población albanesa que resistía heroicamente la invasión italiana. El motín implicó el asalto de cuarteles y el apoderamiento de municiones, ametralladoras y carros blindados. En pocas horas el levantamiento se extendió y fueron saqueadas todas las instalaciones militares de la ciudad, desarmando a las fuerzas leales al gobierno. Las calles de la ciudad se convirtieron en verdaderos campos de batalla. La revuelta se extendió a toda la provincia, luego a otras provincias y a varias decenas de ciudades, en las cuales se declaraba la huelga general al llegar las noticias del motín. Los ferroviarios se declararon en huelga para evitar que el gobierno enviara refuerzos de tropas contra las ciudades amotinadas. En Roma estalló inmediatamente una huelga general indefinida y manifestaciones callejeras de masas, con la oposición del PSI y la CGT. Lo mismo sucedió en Milán. El gobierno logró sofocar la revuelta de Ancona varios días después mediante el bombardeo de la ciudad. A la semana siguiente de sofocada la revuelta, el gobierno declaró el retiro completo de las fuerzas italianas de Albania.
En agosto, el gremio metalúrgico impusó demandas por el salario en medio de una carestía generalizada y tomaron medidas de trabajo a reglamento. A finales de mes las patronales decidieron responder con el cierre de las grandes plantas de Alfa Romeo en Milán y los obreros con la ocupación de fábrica. Las ocupaciones de fábrica comenzaron a extenderse a otras plantas y otras ciudades, que llegaron a implicar a unos 400.000 obreros y alcanzaron los 500.000 cuando se extendió a otros gremios. Las tomas se realizaban manteniendo la producción con las plantas bajo control obrero. El control de las plantas y la producción exigían asegurar el transporte, las materias primas, la comercialización, etc. Fue en Turín donde la gestión obrera alcanzó mayor éxito, a través de la creación de comités de fábricas que controlaban la producción, el comercio y el abastecimiento al nivel de toda la ciudad. A la vez, se formó un comité de soldados para la seguridad que se autodenominó Guardie Rosse (Guardias Rojos), con su propio himno. La FIAT bajo gestión de sus trabajadores alcanzó un nivel del 70% de la producción que se realizaba antes del conflicto. Los ferroviarios, una vez más, organizaron el bloqueo de vías para impedir la intervención del gobierno en la ciudad.
La CGT, estrechamente ligada al ala derecha del socialismo, aisló el movimiento de ocupaciones lo más que pudo. El PSI, moldeado por años de parlamentarismo, se orientó a reclamar la reunión del Parlamento (que se encontraba en receso) para votar medidas favorables a los trabajadores. Luego, arribó a un compromiso con el gobierno para que las ocupaciones se levantaran y las fábricas fueran devueltas a sus patrones. A fines de septiembre el movimiento de ocupaciones se levantó con algunas concesiones, en lo que era una clara derrota. Desde allí en adelante, el movimiento obrero comenzó a retroceder precipitadamente.
La derrota de la revolución italiana de septiembre de 1920 fue un golpe del que la clase obrera tardaría décadas en recomponerse. La traición del PSI precipitó rupturas en su interior y pocos meses después se formaría el Partido Comunista Italiano. En las elecciones de ese año, el PSI sufrió una importante caída de votos. La derrota de la revolución italiana se produjo casi en simultáneo con derrotas de la clase obrera alemana. La guerra civil en Rusia llegaba a su fin y se consolidaba en su propio terreno, pero quedaba aislada del resto del mundo. Fue entonces cuando los grupos fascistas en Italia comenzaron a levantar cabeza.
Años más tarde, a la luz del ascenso del nazismo en Alemania, Trotsky retomaría las lecciones de esta experiencia italiana: “El fascismo italiano ha surgido directamente del levantamiento del proletariado italiano, traicionado por los reformistas. Después del final de la guerra, el movimiento revolucionario en Italia continuó acentuándose y, en septiembre de 1920, desembocó en la toma de las fábricas y los talleres por los obreros. La dictadura del proletariado era una realidad, sólo faltaba organizarla y ser consecuente hasta el final. La socialdemocracia tuvo miedo y dio marcha atrás. Después de esfuerzos audaces y heroicos, el proletariado se encontró ante el vacío. El hundimiento del movimiento revolucionario fue la condición previa más importante del crecimiento del fascismo. En septiembre se detenía la ofensiva revolucionaria del proletariado; en noviembre se produjo el primer ataque importante de los fascistas (la toma de Bolonia)”. (Trotsky, “¿Y ahora? Problemas vitales del proletariado alemán”, 25 de enero de 1932).
Trotsky se refiere a la Masacre del Palacio de Accursio que tuvo lugar el 21 de noviembre en la ciudad italiana de Bolonia. El hecho es considerado un punto de quiebre en favor del ascenso del fascismo en su camino hacia el poder. La administración de la ciudad había sido ganada recientemente por el PSI. El día de la ceremonia oficial de toma de posesión del cargo de alcalde por parte del socialista Enio Gnudi, bandas fascistas armadas arremetieron contra la multitud congregada en el acto. El ataque arrojó once socialistas asesinados, incluido un concejal. El ataque se produjo con la ostentosa complicidad de la policía local, que se encontraba presente en abierta simpatía por los fascistas. La jura de Gnudi no pudo realizarse, y éste emitió un comunicado llamando a "la pacificación de las almas" y condenando la violencia. Luego, Gnudi presentaría su renuncia y el Concejo decide disolverse, dejando la administración del municipio en un vacío de poder (que, en los hechos, significaba dejarla en manos de las bandas fascistas armadas, a pesar de que el socialismo había ganado la elección con holgada mayoría).
Los sucesos de Bolonia sirven para retratar la política de la dirección del PSI frente al ascenso del fascismo, que pronto abrirá intensos debates en la Tercera Internacional. Trotsky, una vez más en relación a la cuestión alemana, retomaría las conclusiones políticas italianas de esos años: “A decir verdad, después de la catástrofe de septiembre (de 1920), el proletariado era todavía capaz de llevar a cabo luchas defensivas. Pero la socialdemocracia sólo tenía una preocupación: retirar a los obreros de la batalla al precio de continuas concesiones. Los socialdemócratas confiaban en que una actitud sumisa por parte de los obreros dirigiría a la 'opinión pública' burguesa contra los fascistas. Además, los reformistas contaban incluso con la ayuda de (el rey) Victor Manuel. Hasta el último momento disuadieron con todas sus fuerzas a los obreros de luchar contra las bandas de Mussolini. Pero todo esto no sirvió para nada. Siguiendo a la capa superior de la burguesía, la corona se puso del lado de los fascistas. Al llegar a convencerse en el último momento de que era imposible detener al fascismo por medio de la docilidad, los socialdemócratas llamaron a los obreros a la huelga general. Pero este llamamiento fue un fiasco. Los reformistas habían regado durante tanto tiempo la pólvora temiendo que se incendiase, que, cuando por fin acercaron con mano temblorosa una cerilla encendida, la pólvora no prendió”.
Con la derrota de la revolución italiana y la traición de las direcciones socialistas, el fascismo, que se expresaba en bandas bien organizadas y decididas pero políticamente marginales, conocería un desenfrenado ascenso al poder en sólo dos años.
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