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Parte Uno: el preludio.
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Hace 100 años, los días 28, 29 y 30 de octubre de 1922, las columnas fascistas de los “camisas negras” marcharon sobre la capital de Italia y llevaron a Mussolini al poder. Su gobierno, que se extendió por más de 20 años, fue el más largo de la historia de Italia y el más sanguinario. Los orígenes y la naturaleza de este movimiento, así como la estrategia socialista frente al fascismo, suscitaron debates que cobraron mayor alcance cuando el ascenso del nazismo y continúan teniendo enorme vigencia para el movimiento obrero.
Desde finales del siglo XIX, el capitalismo mundial avanzaba en su fase imperialista. Las grandes potencias, que se repartían el mundo, se encaminaban irrefrenablemente a una conflagración bélica sin precedentes. En esta etapa, las fuerzas del proletariado alcanzaron dimensiones masivas, como así también los sindicatos y muchos partidos socialistas.
Italia era la potencia de Europa más rezagada, aunque avanzando en un proceso acelerado de industrialización. Al igual que otras potencias emergentes, se había lanzado a la conquista colonial y semi-colonial. Pero en 1896 sería derrotada en la guerra contra Etiopía. Mejor resultado tuvo en la invasión a la actual Libia, en ese entonces territorio dominado por el Imperio Otomano. Italia ganó la guerra contra los turcos de 1911-1912, pero quedó debilitada, económica y militarmente.
A pesar de su desarrollo industrial y económico durante los comienzos del siglo XX, Italia seguía siendo un país mayoritariamente agrario y, sin dudas, menos industrializado que el resto de las potencias europeas. La desigualdad al interior de Italia se daba entre las ricas ciudades del norte, más industrializadas, y las zonas agrarias del sur (salvo por las grandes concentraciones de mineros en Sicilia). El peso del campesinado era socialmente grande, aunque políticamente débil. La pobreza y los levantamientos por el hambre eran moneda corriente. La huelga general, durante toda la primera parte del siglo XX, era una práctica regular del movimiento obrero italiano.
El anarquismo tenía un importante desarrollo, como así también el Partido Socialista Italiano (PSI), que estaba adherido a la Segunda Internacional desde 1892. Desde hacía décadas se encontraba dividido en varias tendencias. A partir de 1908 comenzó a ser dirigido por su ala más derechista, encarnada en el diputado Filippo Turati, quien será el principal dirigente de la izquierda durante gran parte de este período. Al igual que el partido Socialdemócrata Alemán, el PSI crecía en votos vertiginosamente desde finales del siglo XIX. En 1909 se consagró como tercera fuerza electoral obteniendo 41 bancas parlamentarias (en 1919 superarían las 150 bancas).
Hasta 1912 los diputados no recibían remuneración estatal, por lo que los parlamentarios socialistas provenían en su totalidad de las clases medias acomodadas. El partido tenía, sin embargo, un peso importante en el movimiento obrero. En 1914 contaba con más de 50.000 afiliados. En comparación, se trataba de un partido mucho más modesto que el Partido Socialdemócrata Alemán (PSA).
La situación política y económica se tornó propicia para el desarrollo del ala izquierda del PSI. En 1914 estalló lo que se conoce como la Semana Roja: una insurrección revolucionaria protagonizada por el movimiento obrero industrial, que se extendió por toda Italia y culminó en una gran huelga general. El levantamiento estalló en repudio al asesinato de tres manifestantes antimilitaristas en la ciudad de Ancona, donde protestaban contra la guerra en Libia y reclamaban la libertad de Augusto Masetti y Antonio Moroni (ambos conscriptos encarcelados: el primero, anarquista, encerrado en un manicomio por dispararle a su coronel; el segundo, socialista, enviado a una Compañía de Disciplina por sus ideas de izquierda).
La noticia de la masacre de Ancona se extendió por todo Italia, dando lugar a manifestaciones y huelgas espontáneas. Las instituciones de gobierno y las religiosas fueron atacadas y tomadas por asalto. En algunas ciudades se llegó a organizar por unos días una suerte de gobierno popular: se requisaron partidas de mercadería y se instalaron mercados populares de cereal, aceite y vino. El gremio ferroviario declaró una huelga general y luego lo hizo la Confederación General del Trabajo, con el fin de darla por terminada 48 horas después. La CGT (CGL en sus siglas en italiano) estaba conducida por Rinaldo Rígola, quien se encontraba afiliado al PSI, pero que se manejaba con total autonomía del partido, aunque estaba ligado principalmente a su ala más derechista.
Los hechos de la Semana Roja fueron un ensayo general de la revolución italiana. La dirección mayoritaria del PSI y de la CGT actuaron para desactivar la insurrección, defendiendo un planteo reformista y parlamentarista. Se trataba de una tendencia mundial de la izquierda, que acarrearía duras consecuencias para el movimiento obrero. Dos semanas después de la Semana Roja será asesinado en Sarajevo el archiduque Francisco Fernando, dando inicio a la Primera Guerra Mundial.
La burguesía italiana tenía ambiciones imperialistas, pero la economía y el Estado italiano no estaban a la altura del conflicto. La Primera Guerra Mundial requería, como nunca antes, el involucramiento completo de la población civil y de la economía en la guerra. Italia tenía interés en dominar la zona del Egeo, parte de los balcanes y las costas turcas. Esos intereses chocaban con los de sus aliados en el tratado de la Triple Alianza: Alemania y, principalmente, el imperio Austro-Húngaro. Cuando estalla oficialmente la guerra, Italia decide mantenerse neutral y abandona la Alianza.
El gobierno italiano comenzó a entablar negociaciones secretas con las distintas potencias en conflicto. Finalmente, en abril de 1915, se firma el tratado secreto conocido como Pacto de Londres, donde las potencias de la Triple Entente (Gran Bretaña, Francia y Rusia) se comprometen a una serie de concesiones territoriales a Italia para que entre en la guerra en su bando. Casi un año después del estallido de la Primera Guerra Mundial, Italia entra en la conflagración.
La guerra sacudió a todas las fuerzas políticas y puso a prueba sus programas y sus direcciones.
Como se sabe, el estallido de la guerra significó la bancarrota de la Segunda Internacional. La mayoría de los partidos obreros que la componían, adaptados durante años al parlamentarismo, se aliaron a las burguesías de sus países y votaron los créditos de guerra de los gobiernos. El PSI fue uno de los pocos partidos socialistas que mantuvo su neutralidad. Más adelante, Trotsky dirá que el retraso del involucramiento de Italia en la guerra facilitó la política antibélica del PSI y agregaría que “el partido (PSI) no se dejó arrastrar por el patriotismo y conservó la actitud crítica con respecto a la guerra y al gobierno. Gracias a lo cual fue posible que participase en la conferencia antimilitarista de Zimmerwald, aún cuando su internacionalismo tuviese un aspecto amorfo”.
La entrada de Italia en la guerra creó un nuevo escenario en el tablero político nacional. Una tendencia en favor de la intervención ganó peso y su presión actuó en todos los terrenos. En el PSI se hizo sentir especialmente. Su principal periódico, el Avanti!, estaba dirigido en ese entonces por Benito Mussolini, el futuro líder del fascismo. Desde allí, luego de acompañar en un principio la posición neutralista del partido, se lanzó a una feroz campaña en favor de la intervención de Italia en la guerra, lo cual le valió la expulsión del periódico y del partido. El PSI acusó a Mussolini de haber recibido fondos del imperialismo francés para asumir la posición intervencionista, cosa que sólo fue comprobada muchas décadas después.
Aquel año de 1914, Mussolini fundó, junto con un contingente de intervencionistas expulsados del PSI, el movimiento Fascio d'azione rivoluzionaria, cuyo órgano de propaganda era Il Popolo d'Italia. El movimiento se disolverá con la entrada de Italia en la guerra, pero volverá a reunirse con la finalización de la misma.
Las disputas entre las distintas tendencias que atravesaban el PSI recrudecieron, con el ala derechista presionando por una posición intervencionista. Del otro lado de la fracción de Turati se encontraban Giacinto Serrati y Costantino Lazzari. Este último fue quien propuso un punto intermedio de definición sobre la guerra: “ne aderire, ne sabotare” (ni adherir, ni sabotear). Se trataba de una definición de compromiso entre las dos tendencias: el ala derecha no adheriría a la guerra, el ala izquierda no la sabotearía. Esta consigna ataba de pies y de manos al partido, ya que le impedía una intervención adecuada en un contexto de manifestaciones y levantamientos contra la guerra (por ejemplo, en Turín, donde se concentraba la Fiat, se movilizaron 100.000 obreros el 1 de mayo de 1915; el hecho se repetiría con más fuerza en el “motín de Turín” de 1917). El ala derechista, por el contrario, actuaba con total autonomía. Turati afirmaba en el parlamento que no firmaría ningún tratado de paz sin obtener los territorios que pretendía Italia.
Lazzari y Serrati participarían en 1915 (junto con Angélica Balabanoff) de la comitiva del PSI en la Conferencia de Zimmerwald, que congregó en Suiza a los partidos socialistas que no votaron los créditos de guerra y de la que participaron Lenin, Trotsky y Zinoviev, entre otros. Allí, Lenin propuso la consigna de transformar la guerra mundial imperialista en una guerra civil contra la burguesía, moción que no ganó la mayoría. Unos años después, bajo la influencia de la Revolución de Octubre, Serrati y Lazzari fundarían la Fracción Revolucionaria Intransigente dentro del PSI; de ella también participarían Amadeo Bordiga, Umberto Terracini y Antonio Gramsci. Estos últimos tres fundarían en 1921 el Partido Comunista de Italia (PCI).
La guerra significó una catástrofe humanitaria mundial. En la mayoría de los frentes la guerra se empantanó en las trincheras y, lo que se pensaba como una guerra de corta duración, se extendió por largos años. Los soldados vivían en las trincheras en condiciones inhumanas, mientras que las batallas sangrientas parecían no arrojar avance alguno para ninguno de los bandos.
Para Italia, la guerra fue particularmente desastrosa. La batalla de Caporetto, que se desarrolló entre octubre y noviembre de 1917 (retratada años más tarde por Ernest Hemingway en “Adiós a las armas”) hizo colapsar al ejército en el frente y las fuerzas italianas debieron retirarse a toda velocidad, abandonando sus armas y equipos de combate. Esto hizo que el avance austro-húngaro fuera incontenible y hubo que evacuar a más de un millón de civiles de las ciudades del norte de Italia. La resistencia civil que se organizó entonces dio vida a las primeras formaciones partisanas. La derrota dejó cientos de miles de muertos y prisioneros, y provocó una crisis política que llevó en pocos días a la renuncia del jefe del estado mayor del ejército y del primer ministro, Paolo Boselli. La batalla de Caporetto marcó el punto de quiebre de la situación política y el ejército comenzó a sufrir deserciones masivas.
Luego de la derrota de Caporetto el gobierno redobló esfuerzos para recuperarse. El temor no era tanto la derrota en la guerra, sino la posible fusión de las fugas y motines en el ejército con los levantamientos obreros. A pesar de que la derrota pudo ser contenida y el frente de batalla reconstituído, los hechos de Caporetto reforzaron el chovinismo del ala derechista del PSI. Turati pronunció encendidos discursos en el parlamento en “defensa de la patria” y contra el enemigo extranjero. Lenin lo denunció violentamente en sus escritos. En “El estado y la Revolución” (1917) colocó a Turati “a la derecha de Kautsky” (el líder del reformismo alemán). Luego escribió “La revolución proletaria y el renegado Kautsky”, en 1918, en donde toma a Kautsky como el representante de una tendencia internacional: “Kautsky no es una unidad aislada, sino que representa una corriente inevitablemente nacida en el ambiente de la II Internacional (Longuet en Francia, Turati en Italia, Nobs, Grimm, Graber y Naine en Suiza; Ramsay MacDonald en Inglaterra, etc.)”.
A este cuadro se agregan dos hechos importantes. Por un lado, mientras se desarrollaba la Batalla de Caporetto, el estallido de la Revolución Rusa sacudió todo el tablero internacional y las noticias llegaron a los obreros que se encontraban sosteniendo la pesada carga de una guerra que había perdido todo apoyo popular. En segundo lugar, el gobierno obrero que surgió de la Revolución de Octubre abrió los archivos secretos del Zar y realizó una intensa propaganda difundiendo el acuerdo secreto de Londres, en el que los gobiernos se repartían los territorios a espaldas de los pueblos involucrados. La impopularidad de la guerra fue el terreno propicio para el avance del PSI y la agitación del movimiento obrero se acrecentó.
El final de la guerra no resultó en un alivio para la población italiana. El país se encontraba dentro del bando vencedor, pero las potencias no cumplieron su parte del Pacto de Londres. Ninguno de los territorios prometidos fueron cedidas a Italia, en lo que se dio a conocer entre los nacionalistas y veteranos de guerra italianos como la “victoria mutilada”. La victoria mutilada y el anhelo de conquista de los territorios prometidos se convirtieron en letimotivs del fascismo, así como la leyenda de que la batalla de Caporetto había sido perdida por la política de sabotaje del socialismo y las huelgas obreras.
Con el final de la guerra la revolución golpeó las puertas de casi todos los países de Europa. Los bolcheviques esperaban cada día la llegada de la noticia de la toma del poder, en Alemania en primer lugar, y luego en los demás países. Las huelgas y levantamientos obreros se esparcían con velocidad.
Pero la desmovilización de los soldados del frente también creó una enorme masa de veteranos que no se insertaban en la sociedad. La guerra había echado como residuos millones de ex combatientes defraudados y sin perspectivas laborales, abandonados por el Estado al que habían servido en el campo de batalla. Muchos se convirtieron en enemigos del movimiento obrero y del socialismo, a quienes hacían responsables de la derrota. De estos sectores comenzaron a brotar grupos organizados que actuaban como bandas paramilitares nacionalistas. Estos grupos violentos se formaban de manera más o menos espontánea, aunque solían contar con el aval del gobierno y el financiamiento de sectores de la burguesía que los veían como un freno a un movimiento obrero incontenible.
En Alemania se formaron los llamados freikorps (“cuerpos libres”) en 1918, con el objetivo de combatir el bolchevismo. En Italia tomaron el nombre de Squadrismo (“escuadrones”). Estos grupos estaban compuestos muchas veces por unidades especiales, con sus oficiales y suboficiales, que habían jugado un papel de tropas de asalto en la guerra. Eran los llamados “arditi”. Con la desmovilización, estas unidades especiales decidieron no disolverse y actuaron como bandas paramilitares en la vida civil. El caso más resonante fue el del grupo paramilitar encabezado por el poeta y veterano de guerra Gabriele D'Annunzio, el cual tomó la ciudad de Fiume (una ciudad de mayoría italoparlante que el Pacto de Londres dejaba en manos extranjeras).
Al regresar del frente, Mussolini se propuso reagrupar y centralizar a estas bandas dispersas y autónomas. Para ello, retomó la publicación de su periódico Il Popolo d'Italia, contando con el financiamiento de grupos de la burguesía industrial. Uno de sus financistas era César Goldmann, presidente de la Alianza Industrial (Goldman, un peso pesado de la burguesía italiana, financiará luego la “marcha sobre Roma”). La reunión se llevó a cabo en la sala de reuniones del Círculo de la Alianza Industrial del Palacio Castani, en la Plaza del Santo Sepulcro de Milán (motivo por el cual se conoció como “sansepulcrismo” al grupo que dio origen al fascismo). La convocatoria, sin embargo, contó con una menor concurrencia de la esperada: cerca de 300 asistentes. Lo que más tarde sería un movimiento de masas, por el momento se reducía a una secta de grupos violentos. Sus integrantes definían a su movimiento como un “antipartido”. Mussolini fue consciente de esta situación y su preocupación era salir de ese estado marginal.
La reunión sansepulcrista votó un programa, que fue una amalgama de elementos confusos, muchos de los cuales abandonarían tiempo después. Se declararon nacionalistas, corporativistas, anti-socialistas, anti-parlamentarios, anti-clericales, anti-monárquicos y anti-capitalistas. Afirmaron que “si la burguesía cree encontrar en nosotros un pararrayos, se equivoca”. Algunos de los fundadores del sansepulcrismo se pasarían luego al antifascismo. Otros, al ver que Mussolini adoptaba una línea de conciliación con la iglesia, la monarquía y los partidos centristas, fundaría más tarde el “fascismo intransigente”.
Más adelante, frente al impasse de la II y la III internacional ante el fascismo, Trostky dirá que “no hay razón alguna para ver la causa de estos fracasos en el poder de la ideología fascista. Mussolini nunca tuvo ideología alguna. (…) Que cualquier oposición significativa (al fascismo) se limite a los círculos clericales protestantes y católicos, no es el resultado del poder de las teorías semidelirantes y semicharlatanescas de la 'raza' y la 'sangre', sino el del terrible fracaso de las ideologías de la democracia socialdemócrata y de la Internacional Comunista”.
En la reunión en la Plaza del Santo Sepulcro Mussolini fundará el fasci italiani di combattimento, que luego pasaría a la historia como el fascismo. Sólo tres años después se llevará adelante la “marcha sobre Roma”. En el medio se desatará una gigantesca ola revolucionaria que pondrá a prueba a las direcciones los partidos de la clase obrera, por un lado, y a los grupos fascistas que serán cada vez más alentados por la burguesía, por el otro.
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