Las mujeres defienden sus derechos contra el régimen talibán

Escribe Vicky Medina

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Hace un año y medio los talibanes tomaron Kabul y, desde entonces, excusados en la religión islámica, someten a la población afgana a un régimen de opresión.

En principio, los mismos jefes del régimen habían “prometido” respetar los derechos de las mujeres, pareciendo que la vuelta al poder de los talibanes era un poco más flexible que en otros períodos. Pero, con el paso del tiempo, rompieron su promesa: primero avanzaron sobre su vestimenta y su vida pública, ahora sobre su educación.

En las universidades ya se observaba una segregación por sexos y, al igual que en el ámbito familiar, las mujeres no podían circular por los edificios sin la compañía de un tutor masculino. Pero, desde la semana pasada y por tiempo indeterminado, las mujeres afganas ya no pueden asistir a la universidad, ni como estudiantes ni como docentes. Lo mismo sucede con la educación secundaria; las adolescentes ya no asistían porque no puede darles clase un adulto mayor, sea hombre o mujer, lo que también limitaba luego el acceso a la educación superior.

Neda Mohammad Nadeem, el ministro de Educación Superior, declaró que esta decisión fue a partir de que las mujeres estudiantes no cumplían con el reglamento de vestimenta y no viajaban acompañadas a los centros de estudio de un varón. Los contenidos que se dictan en las aulas fueron otro motivo, ya que estos “no se ajustan a la dignidad y el honor de las estudiantes y tampoco a la cultura afgana” (Infobae, 22/12).

Ante este atropello, las y los estudiantes afganos no se quedaron quietos. Al menos 400 alumnos boicotearon un examen en solidaridad a sus compañeras y se movilizaron en las calles de Kandahar. Mahbooba Seraj, periodista y activista por los derechos humanos afgana, dio una nota a Naciones Unidas donde declaraba haberse quedado en el país para poder contar en primera persona el avance del régimen talibán (https://www.ohchr.org/es/stories/2022/10/we-are-erased). Seraj, al igual que otras activistas como Brands Kehris, denuncian que a las mujeres, niñas y adultas, se las priva de la vida pública, restringiéndose así sus libertades tanto individuales como colectivas.

Los círculos imperialistas, que sometieron a Afganistán durante casi dos décadas, no se quedaron quietos. El G7, que reúne a los estados líderes de la OTAN, no demoró en comunicar su repudio. Afganistán es un estado clave en la guerra que se desarrolla en Ucrania, la cual apunta al control del Asia Central. El dispositivo imperialista comenzó a movilizar las ONGs “defensoras de las mujeres”, que dejó plantadas en el país la ocupación militar norteamericana. El propósito es valerse de ellas para una campaña de desestabilización política; de ningún modo producir una movilización de mujeres independientes del imperialismo. Los talibanes han expulsado a estas ONGs, con argumentos islámicos, porque representan una amenaza política de intervención extranjera, no porque se pronuncien por el derecho a la educación de las mujeres, que no garantizaron durante el período de la ocupación. La sociedad afgana necesita ser sacudida por una profunda revolución para que las mujeres recuperen los derechos conquistados a lo largo de la historia, y ocupen el lugar central en la lucha contra el fascismo islámico. La lucha de la mujer afgana ha golpeado al conjunto de los protagonistas geopolíticos en la región, lo que explica la lucha por la dirección de ese movimiento.

Como ocurre en Irán, la lucha contra el fascismo teocrático es una codiciada presa para el imperialismo, que intenta, con dificultades, controlarla, para extender su propia dominación con un ropaje democrático. Por eso es necesario profundizar el carácter de clase y el carácter revolucionario de la movilización de las mujeres afganas e iraníes y de los trabajadores.

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