La crisis bancaria no es una tormenta de verano

Escribe Jorge Altamira

Publicado en DiarioAr, 15/3/23

Tiempo de lectura: 5 minutos

La Reserva Federal y el Tesoro norteamericano resolvieron tomar la custodia del Silicon Valley Bank cuando la fuga de depósitos ya había alcanzado la respetable suma de 41 mil millones de dólares. Contrariamente a lo que informa la mayor parte de la prensa internacional, este desenlace se fue desarrollando a lo largo de 2022. La percepción de que el banco enfrentaba problemas insolubles había desatado una ola de “ventas en corto” (shortsellers), que redujeron su capitalización en la Bolsa de 44 a 12 mil millones de dólares. El “Financial Time” lo calificó, hace cinco meses, como el mayor colapso de valor desde la explosión de la burbuja de las “punto com” en el año 2000. Con la venta a la baja, el especulador embolsa la diferencia entre la cotización presente y futura de la acción, considerablemente menor. En función de preservar la libertad de mercado, las autoridades no vieron en estos movimientos un anticipo de bancarrota.

Así como no fue un acontecimiento que hubiera debido sorprender a los reguladores bancarios, tampoco se trata de una crisis encapsulada. El SVB atiende a la mitad de los capitales de riesgo que financian a las tecnológicas norteamericanas y a las compañías de biología. Tiene sucursales en el exterior, en algunos casos en posición igualmente relevante, como ocurre en Israel, Singapur, Gran Bretaña y otros. Las inversiones en la industria alcanzaron su pico en el período inmediato posterior al levantamiento de restricciones por la pandemia, precisamente cuando comenzaba una tendencia descendente que no se veía en décadas. Las patronales de la tecnología se lanzaron a licenciamientos masivos de personal. El fenómeno es clásico en el capitalismo – la euforia inversora tiene lugar en vísperas del derrumbe. Esto explica, por otra parte, el fracaso de los pronósticos de actividad por parte de los organismos de estadísticas. Como organismo social, el capitalismo es un proceso de contradicciones que desafía las proyecciones más o menos lineales.

A pesar de su especialización en tecnología y en ciencias de la biología, el activo más importante del banco no eran los créditos al sector. Estos habían alcanzado, a fines del año pasado, los 74 mil millones de dólares, en contraste con los 121 mil millones que tenía en títulos de hipoteca respaldados por el estado y bonos del Tesoro. El flujo de fondos al banco se duplicó en 2022, sobrepasando por lejos la necesidad de la industria que además iniciaba el declive. Por otro lado, como consecuencia de las subas de tasas de interés decididas por la Reserva Federal, el valor de mercado de la cartera de títulos del Tesoro, o Treasuries, comenzó a caer. El banco sufrió una pérdida no registrada de 15 mil millones de dólares. Los rendimientos de los bonos, además, comprados cuando regían tasas más bajas, confrontaron negativamente con los intereses mayores que requerían los depósitos. El resultado fue una pérdida real, no registrada en libros, del valor de la cartera de bonos, y un flujo negativo entre intereses cobrados y pagados. Un punto adicional fue que el banco contrajo préstamos para hacer frente al déficit de ingresos, que llevaban a los Treasuries como colateral o garantía. A medida que el valor de mercado de ellos iba a la baja, el banco debía comprometer más colaterales u ofrecer la diferencia en dinero. El escenario típico de la quiebra.

¿Aventura aislada o tendencia de conjunto? La sobreinversión de la industria de tecnología se veía venir hace tiempo; sus récords bursátiles eran una burbuja de capital ficticio acicateada por la emisión de dinero de la Reserva Federal. La emisión no inflaba los precios corrientes sino los bursátiles, los residenciales y otros. El fenómeno se repite en el resto de la industria, con menos glamour. Es decir que el valor real de mercado de los activos de los bancos es considerablemente inferior al contable; probablemente la mayoría se encuentra en pre-quiebra. Se ha calculado que las empresas potencialmente insolventes representan el 33% del muestrario económico. Conocidas como “junks” (basura), sus ganancias no cubren la deuda por intereses. El mismo cuadro de situación se repite con la cartera de títulos de la deuda pública y de la hipotecaria respaldada por el estado. La llamada “teoría monetaria moderna”, para la cual el valor del dinero no es intrínseco sino determinado por la oferta y la demanda, no pasó la prueba: en lugar de prever la crisis, con el instrumento de la teoría del valor, sirve para justificar el hecho una vez consumado. Otros “reyes” han quedado al desnudo, como las plataformas de bitcoin, cuya caída y quiebras ha anticipado la emergencia actual, y ahora se ve arrastrada por la crisis bancaria. Se quebró el mito del distanciamiento del dinero público del “privado”.

Una parte de la prensa financiera atribuye los descalabros a la Reserva Federal, que ha venido aumentando la tasa de interés de 1,5% a 4,5% y pretende ir por más. La Fed se defiende esgrimiendo la necesidad de bajar la inflación de la canasta de precios de los consumidores , que se encuentra en el 6% anual. Lo hace, sin embargo, cuando se derrumban los precios de mercado de los capitales. La retirada de fondos de los bancos anuncia lo que ha comenzado a ocurrir con las diversas clases de fondos financieros. El objetivo de la Fed es inducir a un desendeudamiento de las empresas y de los estados, altísimamente endeudados. Una “desinflación” de activos es, sin embargo, lo que llevó a SVB a la bancarrota. Pretende, asimismo, que la suba de intereses atraiga financiamiento extranjero a Estados Unidos para compensar la disminución del financiamiento estatal. El riesgo de que desate una guerra financiera es elevado.

El gobierno de Biden decidió hacer frente a esta situación mediante la extensión del seguro estatal al ciento por ciento a los depósitos. Ha quedado comprometido a hacer lo mismo con cada quiebra bancaria que se presente. Mientras quiere reducir la circulación de moneda para frenar la inflación, se ve obligado a emitirla para detener la bancarrota. Ha ofrecido también facilidades de crédito a los bancos, tomando como garantía los títulos de deuda pública a su valor de face, no de mercado. Es otra fuente de emisión. La política de restricción monetaria de los bancos centrales ha quedado cuestionada, o incluso pulverizada. El proceso inflacionario de bienes, que hay que distinguir del de activos, obedece a que China ha superado su condición de bienes industriales de consumo a bajo precio, para competir en mercado de tecnología, más allá de la industria y de la inversión en infraestructura. Para volver a un proceso deflacionario, como el que tuvo lugar entre 2000 y la pandemia, será necesaria una depresión económica.

Todo esto ocurre cuando el capitalismo ha llevado a la humanidad a una guerra de alcance mundial, a una destrucción “metódica” del clima y la naturaleza y a una crisis de los sistemas de salud que deberán enfrentar nuevas pandemias, aún sin haber salido de la del Covid-19.

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