Israel: la movilización más grande de la historia, gobierno resquebrajado

Escribe Norberto Malaj

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A fines de diciembre pasado Netanyahu inició su sexto mandato como primer ministro a la cabeza de una coalición de ultraderecha: por primera vez reunió al lobby más recalcitrante de los colonos proto-fascistas de Cisjordania y a los partidos religiosos que dominan sobre los sectores más explotados de los judíos israelíes, mayormente sefaradíes. Esta conjunción de fuerzas fue producto de una crisis sistémica del conjunto del *establishment *sionista, que en el curso de dos años atravesó cinco eventos electorales.

La victoria electoral de este bloque ultraderechista, y sobre todo sus planes reaccionarios que trascienden la llamada ´reforma judicial´ provocaron una reacción popular pocas veces vista en la historia. Si bien la oposición política a este bloque en la Knesset, el parlamento, es cobarde, sionista y antipalestina, la reacción de la calle israelí —limitada hasta ahora sólo a la población judía— no ha hecho más que crecer semana a semana. Esa oposición se catapultó como ´vocero´ del movimiento popular. A pesar de esta enorme limitación y de la no menor de la ausencia de la participación de la población palestina israelí, es necesario distinguir una de otra.

La reacción popular identifica en el nuevo gobierno al parasitismo del establishment *de los religiosos que viven a expensas de las finanzas del estado mientras está eximido del servicio militar, goza de privilegios de todo tipo y pretende un estado teocrático y homofóbico. Una de las principales medidas de la llamada ´reforma judicial´ es introducir una especie de ´per saltum*´ que salva a Netanyahu y a un ministro religioso —bajado ni bien asumido de un ministerio—, acusados de graves cargos de corrupción.

Este sábado “Tel Aviv, Be'er Sheva y Jerusalén se jactaron de sus mayores protestas desde que comenzó el movimiento hace 12 semanas. Se realizaron mítines en todo Israel, con manifestantes reunidos en Kiryat Shmona junto a la frontera con el Líbano, comunidades en la frontera con Gaza, Rehovot, Rishon Letzion, Haifa, Ashdod y el bastión del Likud de Or Akiva” (Haaretz, 26/3). Una de las expresiones más sintomáticas de este movimiento es que ha puesto en la calle en estado de rebelión a los “reservistas” de las Fuerzas Armadas, que amenazan con no concurrir a las prácticas periódicas a que están obligados.

Este sábado la derecha reaccionó intentando una contramanifestación que fue un monumental fiasco.

Frente a la movilización de este sábado el gobierno apareció por primera vez desquebrajado. El ministro de defensa, Gallant, un hombre del Likud, el partido del primer ministro, en reacción a la presión de los mandos militares y a la rebelión de amplios sectores de las FF.AA., especialmente en la fuerza aérea, demandó al gobierno frenar la reforma hasta después de mayo y le propuso a la oposición cesar con el movimiento popular, en busca de algún “consenso”. Los ministros de seguridad, Ben Gvir —condenado en su momento por apoyar al movimiento kahanista que asesinó al primer ministro Rabín—, y de finanzas, Smotrich —un homofóbico confeso—, cabezas de la ultraderecha le saltaron a la yugular, reclamándole a Netanyahu que lo eche.

“Edelstein, expresidente de la Knesset, apoyó el llamado de Gallant para detener el proceso e insinuó que si el proyecto de ley se somete a votación esta semana, él no lo apoyará. Edelstein, estuvo ausente en tres votaciones sobre proyectos de ley de reforma judicial adicionales, fue sancionado por el látigo de la coalición… sin Gallant y Edelstein, la coalición se queda con 62 simpatizantes en la Knesset : (pero) el sábado por la noche, otros tres miembros del Likud expresaron su apoyo al llamado de Gallant para congelar la legislación de reforma judicial” (ídem). Ni lerdo ni perezoso, el primer ministro ´borocotizó´ a uno de ellos, el ministro de Agricultura, Avi Dichter, a quien le ofreció el ministerio de Defensa a cambio de su apoyo.

La coalición tambalea bajo la presión yanqui y el temor a un quiebre mayor del estado. Por todo esto los ojos apuntan a algún tipo de compromiso entre el gobierno derechista, la ´diáspora´ israelí en EE.UU. (suman más de un millón) y la oposición sionista semi-laica.

La violencia de los enfrentamientos en el campo sionista expresan un choque profundo. Netanyahu hijo, asesor del gobierno, acusó a los manifestantes que se movilizaron ante la Knesset de actuar como la "Sturmabteilung", el ala paramilitar de la Alemania nazi que incendió el Reichstag en Berlín, en 1933. Sugirió también que la policía israelí está "cooperando con los anarquistas" (es decir, los manifestantes anti-reforma) —por no enfrentarlos como “se debe”— y denunció que su comportamiento durante las protestas antigubernamentales es parte de "una rebelión en toda regla de los altos mandos” (íd., 18/3).

Por sus características Israel es un país donde la centralización del poder es absoluta. Israel no tiene un sistema federal, ni elecciones regionales y el Ejecutivo rinde cuentas ante la Knesset. El único contrapeso a este régimen es la Corte Suprema, a la cual la derecha quiere degradar a la condición de una escribanía del Ejecutivo. De ahí que la calle denuncie los objetivos de la derecha de pretender dar “un golpe a lo Erdogán o a lo Orban”.

Según versiones, el primer ministro ´Bibi´ Netanyahu estaría operando como un ´componedor´ de la situación para lo cual bajo fuertes presiones estaría dispuesto a ´recortar´ ciertas reformas. Por lo pronto, contra las provocaciones fascistas de sus ministros de extrema derecha, “funcionarios de Israel, la Autoridad Palestina, Egipto, Jordania y Estados Unidos tienen previsto celebrar una reunión el domingo en Sharm el-Sheikh, Egipto, con el objetivo de promover la calma en Cisjordania y Jerusalén antes del mes sagrado musulmán del Ramadán … se espera que el grupo, que se reunió por primera vez en Aqaba el mes pasado, se convierta en un foro permanente que celebre reuniones puente periódicas para calmar la situación de seguridad entre Israel y los palestinos, bajo los auspicios de EEUU.” (Jonathan Lis, íd., 19/3).

Dos destacados intelectuales palestinos en el exilio, Jorge Bisharat y Jamil Dakwar, señalan correctamente: “Bloquear el asalto de Netanyahu al poder judicial no terminará con las décadas de subyugación de los palestinos. Esto explica la indiferencia y la falta de participación de los ciudadanos palestinos en el movimiento de protesta masiva liderado por judíos israelíes. Sin centrar la igualdad y los derechos humanos para todos, el llamado a proteger la democracia israelí seguirá siendo excluyente y vacío. Una señal pequeña, pero alentadora, es el creciente grupo de judíos israelíes que se reúnen en las manifestaciones masivas semanales en Tel Aviv contra el gobierno con carteles como ´La democracia y la ocupación no pueden coexistir´. Tienen razón, pero no van lo suficientemente lejos” (íd., 18/3).

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El estado sionista atraviesa algo más que una crisis política Por Jorge Altamira, 24/03/2023.

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