Escriben José Barraza y José Valente
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A lo largo del siglo XX la clase obrera ha dado a luz diversos organismos de coordinación que cumplieron el rol, con mayor o menor éxito, de centralizar su acción como sujeto des alienado del Estado. Desde los soviets rusos de 1905 a las coordinadoras interfabriles de 1975, el proletariado articuló su acción logrando constituir una intervención revolucionaria en períodos de crisis. En dichas experiencias, que analizaremos a continuación, existió una articulación entre clase y partido/s que determinó, en una relación dialéctica, sus alcances.
Existe un error en la izquierda argentina al rechazar la formación de coordinadoras que aglutinen al conjunto de los trabajadores. La argumentación compartida para oponerse a esta línea y discutir su pertinencia es que no estaríamos en una situación prerrevolucionaria que lo ameritaría: la experiencia histórica del ‘75 es analizada entonces como una experiencia fetichizada, originada en un marco de ascenso de la lucha de masas que en la actualidad no se estaría produciendo. De igual manera y sosteniendo la tesis de un reflujo de las masas, la fracción oficial del PO se niega a discutir la posibilidad de desarrollo de esta línea táctica priorizando los espacios de proselitismo y ombliguismo, como el Plenario del Sindicalismo Combativo (PSC) que ha demostrado su incapacidad de articular una intervención revolucionaria de la clase obrera. Por tales motivos, en este breve artículo pretendemos discutir dicha idea, puntualizando en lo oportuno de realizar un planteo estratégico que sirva al conjunto de la clase obrera para intervenir en esta coyuntura.
Las coordinadoras no son una invención nacional, como la identificación por huellas dactilares, el bypass coronario o la birome. A lo largo de su historia, la clase obrera se ha dotado de diversos elementos y organismos con el objetivo de establecer su unidad y evitar el aislamiento frente a la patronal y el Estado. Sin embargo, la cuestión más importante –y que se ignora-, es que dichos organismos la dotaron de un programa para alcanzar su victoria y, en ese proceso, se produjeron notables experiencias de elaboración y discusión política. De esta manera, en tanto laboratorios políticos, la existencia de coordinadoras o soviets (o como quiera llamárseles) ha dado a los partidos revolucionarios un escenario y marco de acción sumamente valioso.
El proceso revolucionario ruso, nos da la pauta de, al menos, dos formas que puede tomar el surgimiento de este tipo de organizaciones. Por un lado, la revolución de 1905 parió la forma soviética como una creación espontanea de las masas obreras urbanas, que venían de protagonizar grandes huelgas sectoriales y estaban empezando a experimentar la confluencia con otros sectores sociales. Los dirigentes revolucionarios se sumaron a la experiencia una vez esta se encontraba en marcha y, en algunos casos, llegaron a dirigir soviets, jugando roles significativos. Sin embargo, en la experiencia de 1917 encontramos a los partidos organizándolos desde el primer momento. En los meses de abril y mayo de 1917, los soviets se encontraban principalmente dirigidos por las fuerzas políticas mencheviques, los socialistas revolucionarios y el Partido Kadete que apoyaban al Gobierno Provisional de Kerensky. Frente a este escenario, Lenin, con una parte del CC bolchevique en contra, llamó a formar comités fabriles (organizaciones similares a los soviets, pero por lugar de trabajo) que dieron origen a una red alternativa de organismos de base que disputó la dirección de los soviets y logró establecer una situación de “doble poder” en las fábricas, donde se producía una encarnizada lucha contra los locks outs patronales y el desabastecimiento. El desarrollo de esta política allanó el camino a los bolcheviques para conquistar la mayoría en los soviets y, pese a su marginalidad inicial, poder concretar el desplazamiento del gobierno provisional.
En Italia de 1943, también se desarrollaron este tipo de organismos. En las principales ciudades del norte italiano (Turín, Génova y Milán) la clase obrera desplegó un movimiento huelguístico de tal magnitud, en el contexto de la lucha contra la ocupación nazi, que llegaron a conformarse Consejos de Fabriles. Estos organismos, que en la mayoría de los casos tomaron formas soviéticas, fueron el centro de la deliberación y organización de la clase obrera, cuyo principal órgano de dirección era el Comité de Liberación Nacional (CNL) impulsado principalmente por el Partido Comunista (PC) italiano. En 1944, cuando el nazismo fue derrotado, estos organismos encabezaron las ocupaciones masivas de las fábricas. Derruido el régimen fascista local, que cayó junto a Hitler, la burguesía italiana se encontró en una gran encrucijada: cómo recomponer el régimen político de dominación sobre las cenizas del fascismo y con una imparable movilización popular. Los acuerdos de Yalta y Postdam le dieron su salida y el PC italiano operó para desmovilizar a la clase obrera industrial, a un sector importante de la población rural y al estudiantado disolviendo todos los organismos de doble poder e incautando sus armas. Viniendo un poco más para acá, existió una experiencia de este tipo del otro lado de la Cordillera de los Andes. Los Cordones Industriales de Santiago de Chile (1972-1973) fueron una creación de las masas chilenas que rápidamente se convirtieron en organismos de doble poder y con posibilidad de dirigir al conjunto de las clases explotadas frente a la deriva de la vía pacífica al socialismo. Además de los planteos reivindicativos, en los cordones la deliberación popular se llegó a imponer la consigna de control obrero de la producción (incluyendo la minería) y la conformación de una “Asamblea de Trabajadores” para reemplazar al Congreso chileno. En tanto órganos de deliberación popular y organización obrera por lugar de trabajo, los cordones industriales lograron superar a la conducción de la central obrera chilena (CUT) abriendo un camino independiente de movilización obrera. El gobierno de Allende y el PC chileno consideraron a las acciones llevada a cabo por los obreros como “desestabilizadoras” y divisionistas –al “romper la organicidad” de la CUT–, razón por la cual desarrollaron acciones de presión y cooptación para lograr diluir su alcance político y propiciar su desarme. De esta manera, el reformismo preparó las condiciones para el golpe de Augusto Pinochet (1973).
En la Argentina del post-Cordobazo, la clase obrera en lucha fue encontrando distintas formas de organización colectiva. De esta manera, en la Córdoba de julio de 1970, en el contexto de una huelga mecánica, los sectores activistas impulsaron la formación de un “Comité de Acción” que unificaba la actividad huelguística de las principales fábricas de la provincia. Pese a la derrota y el despido de 400 activistas de este comité, tal movimiento expresó un profundo cambio respecto a las formas de organización de la acción sindical que marcaría a fuego la recuperación del SMATA en 1972. Además, daría lugar al uso de violencia por los obreros para su defensa: la organización consciente del enfrentamiento, cuyo caso más cristalizado fue la experiencia de SITRAC-SITRAM. Estos sindicatos de fábrica, convocaron en agosto de 1971 a un congreso nacional de agrupaciones clasistas para votar un programa y, sobre todo, desarrollar la coordinación nacional de las organizaciones obreras antiburocráticas y clasistas. Ante la negativa de algunos sectores de votar el documento por contener expresiones como “gobierno obrero” y realizar una crítica al peronismo, el congreso culminó en un fracaso. Además, la iniciativa fue abiertamente boicoteada, algunos sectores como la JTP, el PC y los sectores independientes (Tosco) llamaron a no participar. El fracaso de este congreso marcaría el inicio del ocaso de la experiencia clasista de SITRAC-SITRAM, produciéndose la intervención militar y encarcelamiento de sus principales cuadros.
Una vez producida la vuelta de Perón, el movimiento obrero no detuvo su marcha ascendente. Pese a la política del Pacto Social, en abril de 1974 el comité de lucha compuesto por las principales fábricas metalúrgicas de Villa Constitución (provincia de Santa Fe) llamó a un Plenario Antiburocrático. Como tal, este plenario se inscribió en una coyuntura muy particular que determinó su carácter, empalmó con la lucha de los metalúrgicos de la ciudad, con la lucha por la revalidación de la Lista Marrón en la seccional del SMATA Córdoba y las luchas salariales en varios gremios. En dicho plenario fue donde Jorge Fischer (Miluz – PO) realizó la propuesta de impulsar una coordinadora nacional, al considerarla una tarea prioritaria para fortalecer la intervención política de la clase obrera. Pese al clima propicio, la propuesta fue rechazada por Salamanca, Piccinini y Tosco, con el argumento de que no estaban dadas las condiciones para organizarla. En esencia, esta negativa expresaba el rechazo a enfrentar a Perón y a impulsar una dirección clasista en el movimiento obrero, en oposición al nacionalismo burgués y a la política de conciliación de clases.
Entre finales de 1974 y comienzos de 1975 comenzaron a surgir las coordinadoras en los principales centros industriales del Conurbano bonaerense y el Cordón industrial santafesino. La clase obrera y su vanguardia desarrollaban aquello que las fuerzas políticas conciliadoras con distintos sectores de la burguesía nacional habían rechazado. Muchas de ellas comenzaron a organizarse luego del plenario en Villa Constitución, impulsadas por agrupamientos minoritarios que habían sostenido dicha posición, sobre la base de articular las luchas salariales y sortear tanto la presión patronal como la persecución de la burocracia sindical y la Triple A. En tanto organismos semiclandestinos e, inicialmente, como una línea minoritaria en el movimiento obrero, las coordinadoras estaban compuestas mayormente por activistas de o vinculados a organizaciones de izquierda. Pese a esto, las coordinadoras jugaron un rol muy importante en la convocatoria y la movilización en las jornadas de junio-julio de 1975, aunque no llegaron a plantearse, salvo notables excepciones, la necesidad de una estructuración a nivel nacional, la recuperación de los sindicatos y la construcción de una alternativa de gobierno frente a la renuncia de medio gabinete y el vacío político que dejó la primera huelga política de masas a un gobierno peronista. Este aspecto es sumamente importante para diferenciar con el caso chileno. La dirección política de las coordinadoras se encontraba en manos de la JTP-Montoneros y del PRT que llamó a impulsar “el pleno respeto de la soberanía popular”, la defensa “de la unidad nacional” y no a constituir un polo de disputa al poder político peronista. Esta situación fue provocando el paulatino retroceso de la movilización de los trabajadores, dándole oxígeno a la burguesía nacional para preparar una salida en favor de un golpe militar que se concretará en marzo de 1976. Luego de casi veinte años, a fines de la década de los 90, volverían a aparecer, con otro carácter, organismos similares. En medio de la desocupación y las ollas populares surgieron coordinadoras de trabajadores desocupados. En muchas de ellas se puede observar el protagonismo de activistas sindicales que dirigieron las huelgas petroleras, telefónicas, ferroviarias y fabriles a lo largo de los 80 y los 90. En ese plano se produjo la unión práctica de obreros ocupados y desocupados que compartían el barrio como lugar de sociabilidad y de la que pasaron a formar parte las fabricas recuperadas. Dicho canal de organización marcó una tendencia nacional que se replicó por todo el territorio nacional y de la que participó activamente el Polo Obrero. De esta madera, la línea que se dio nuestra organización fue la conformación de las Asamblea Nacional de Trabajadores (ANT) como una herramienta para impulsar, a través de la deliberación y la acción directa, un espacio de deliberación y centralización de la clase obrera. La recuperación de la tradición de organización obrera y el combate de la burocracia sindical y las corrientes de colaboración de clases (como FTV de D´Elia) determinaron el carácter de la participación y movilización popular durante las jornadas del 19 y 20 de diciembre del 2001.
¿Pueden organizarse coordinadoras en el escenario actual?
Las elecciones nacionales reflejaron no solamente la crisis del macrismo sino que lo convirtieron en un cadáver político. Además, este proceso puso sobre la mesa que la “transición” es una etapa convulsiva a la cual la clase obrera no llega ni “planchada” ni “frenada”. Se han reflejado una serie de luchas que tomadas de conjunto expresan una importante tendencia a la movilización popular que no se proyecta como alternativa por la ausencia de un planteo estratégico de movilización política de clase. Por lo tanto, el primer motivo de la necesidad por impulsar coordinadoras debe ser el superar el estado del aislamiento, asegurado por la burocracia sindical, y constituir una red de unidad de clase con perspectiva política. En el mismo sentido, es primordial establecer, junto con los movimientos de desocupados, un pliego reivindicativo común que se base en la defensa de las condiciones de vida de la población laboriosa y tenga como eje rector la independencia política de clase.
Un segundo propósito, para conformar las coordinadoras, recae en que los sindicatos y comisiones internas clasistas tienen una autoridad ganada en el conjunto del activismo y la clase obrera movilizada que permitirá estructurar la coordinación territorial e, incluso, plantearse objetivos a escala nacional. Además, en este proceso, las direcciones clasistas pueden plantearse como un ámbito de formación de la vanguardia que tendrá como tarea recuperar los sindicatos de las manos de la burocracia. Sin embargo, en el desarrollo de esta situación de inestabilidad política y bancarrota del régimen en su conjunto, se podría dar una situación donde persista, por un lado, la dirección burocrática de los sindicatos formales y, por el otro, las coordinadoras o comités fabriles en los lugares de trabajo jueguen el rol dirigente y le arrebaten la representatividad obrera.
En relación a ello y como un tercer propósito, consideramos que la situación convulsiva incuba las condiciones para una irrupción masiva de la clase obrera argentina. Frente a esto, reviste una importancia excepcional estar a la altura de las circunstancias. Siendo la crisis nacional una forma de emergencia de la crisis de la dirección proletaria: consideramos central llevar al conjunto de la clase obrera una propuesta estratégica, que sirva de base para transformarla en un sujeto consciente que logre imponer su programa de salida a la crisis. Los albañiles no ven el mundo como los jardineros y necesitamos que los trabajadores cambien de oficio, transformándose en clase dirigente.
Las coordinadoras pueden ser un instrumento revolucionario para la clase obrera argentina en la medida que exista una dirección política que se coloque a la altura de sus tareas históricas. Esto es, preparar las condiciones para fusionar vanguardia revolucionaria y clase. Tomando el marxismo y el desarrollo histórico desde el método de la revolución proletaria destacamos la importancia de analizar el devenir de la situación política como un proceso vivo y no como un conjunto de datos empíricos sometidos a un esquema predeterminado. Esto último, en nuestra consideración, fue lo que permitió a Lenin y el Partido Bolchevique triunfar en octubre de 1917. Esta es la tarea que nos proponemos desde la Tendencia Pública del Partido Obrero.