Acortamiento de la semana de trabajo: cómo hacemos para que no nos metan la “reforma laboral” de las patronales

Escribe Julio Gudiño

Tiempo de lectura: 3 minutos

Entre la ola de derogaciones de impuestos a la fuerza de trabajo ("ganancias", IVA) el gobierno “nacional y popular” ha colado la cuestión de la reducción de la jornada laboral legal. Kelly Olmos, Ministra de Trabajo, afirmó que “la jornada laboral semanal debería ir reduciéndose en forma escalonada” y alcanzar “en algunos años” las 40 horas (Infobae.com, 12/9).

En el Congreso hay proyectos que han perdido estado parlamentario. Yasky de la CTA-T plantea una semana laboral de 40 horas semanales y un máximo diario de 8 horas; hay otras combinaciones de lo mismo (5 días 7 horas diarias y el día 6 de 5 horas). Mariano Recalde, referenciado en la CGT, plantea pasar de 48 horas a 36 horas semanales en 4 días con 9 horas diarias. Hasta Losteau y Jacobitti admiten una reducción de la jornada laboral. El común denominador de todos estos proyectos es que la reducción del tiempo legal de trabajo debe estar acompañada de un aumento de la productividad laboral. Yasky, de la CTA-T asegura que “el rendimiento del trabajo realizado por el trabajador, si se reduce la jornada diaria probablemente aumente” (cta.org.ar, 12/9). Bajo la forma de un pronóstico, el burócrata disimula una normativa: el incremento de la explotación del trabajo avalada por resultados cronometrizados.

Para Recalde (CGT), la reducción de la jornada laboral permitirá "incrementar la productividad, mejorar la calidad de vida, disminuir los accidentes, reducir los costos empresarios, el impacto ecológico y sanitario" (Telam.com, 6/5).

Lousteau pone al descubierto la trampa detrás de toda esta 'caridad', pues propone discutir de “manera más integral” la reducción del tiempo laboral legal, atándola a una reforma completa “del mercado de trabajo" (Ídem). Por otro lado, todos los proyectos están asociados a llenar el salario conformado, o sea el tiempo extra de trabajo con ítems por productividad, de modo que el tiempo laboral no cambia, sino la proporción entre el tiempo obligatorio de ocho horas y el "tiempo voluntario" extraordinario. En ese caso, el salario de bolsillo se transforma en patrón de la medida salarial, lo que redunda, en el tiempo, en un retorno al salario de partida, antes de la reducción de la jornada legal u obligatoria. Un acortamiento del tiempo de trabajo debería estar acompañado de una cláusula de que el salario por esa jornada no pueda ser nunca inferior, por ejemplo, a la canasta familiar integral –que es de 600.000 pesos a septiembre de 2023, o sea, mil dólares-.

El FIT-U propone un límite semanal de 36 horas (de 6 horas por día). En relación a las horas extras, propone la contratación de trabajadores desocupados. De todos modos, la reducción de la jornada laboral no elimina la capacidad de imponer una tasa de explotación mayor en ese horario, por parte de las patronales, pues son ellas quienes monopolizan las condiciones de trabajo. Por otra parte, como ocurre con las otras propuestas, la jornada de trabajo legal obligatoria debe ir acompañada de un salario mínimo igualmente obligatorio, de lo contrario los obreros ocupados se opondrán a que el tiempo extraordinario se adjudique a un trabajador desocupado. Limitar el tiempo de trabajo no significa necesariamente limitar la explotación de la fuerza de trabajo, para eso el ritmo de producción debe ser pactado en un convenio con la organización sindical realmente representativa de los trabajadores.

Dicho todo lo anterior, Massa, la burocracia sindical y el peronismo quieren con estos títulos meter la “reforma laboral”, que macristas y pseudolibertarios reclaman con todas las letras. La respuesta “propositiva” del FIT-U establece una "coreografía de izquierda" a esta ofensiva del capital nacional e internacional, que se inscribe en la “reforma estructural” con la que se empaqueta toda la política capitalista, sea dolarizada, bimonetaria o simplemente devaluatoria y ajustadora. El mismo perro con otro collar.

La cuestión de la ´reducción de la jornada de trabajo´ es objeto de debate desde fines del siglo XX en el continente europeo. El PS francés, por ejemplo, picó en punta cuando logró que el Parlamento vote la reducción de la jornada laboral semanal de 39 a 35 horas sin reducción salarial. Enseguida, el mercado y el gobierno francés se encargaron de neutralizar la jornada legal de 6 horas imponiendo, por medio de varios mecanismos, una ´jornada de trabajo real´ de casi 37 horas y elevando ´la jornada de trabajo vital´ de 62 años a 64 años (edad jubilatoria).

En Chile se votó recientemente una reducción de la jornada de trabajo semanal de 45 a 40 horas que encubre una reforma laboral a lo largo de la próxima década. La reducción de la jornada laboral no puede ser nunca un trámite parlamentario, ni una lucha aislada. Debe ser parte de una lucha de conjunto, como lo fue la lucha por las 8 horas, abonada por huelgas generales y revoluciones, como las europeas después de la Primera Guerra Mundial y la Revolución de Octubre. Cualquier otra cosa es una explotación cínica de las aspiraciones humanas a la libertad y al disfrute social, para obtener una renta electoral.

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