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Un genocidio, una masacre de proporciones inimaginables, ejecuta el Estado de Israel en Palestina con el apoyo de Estados Unidos, Gran Bretaña, la Unión Europea y tantos otros gobiernos. Son dos semanas de completo asedio y bombardeos sobre hospitales, ambulancias, campos de refugiados, barrios populosos, templos y escuelas y refugios de Naciones Unidas.
Mientras Gaza está a oscuras y prácticamente sin agua, no cesan los ataques aéreos. La limpieza étnica apela a diversos métodos. Mujeres, niños y ancianos -familias enteras- son la inmensa mayoría de los muertos y heridos. Cifras del lunes a la mañana: 5.087 muertos, incluidos 2.055 niños, 1.119 mujeres y 15.273 heridos. El Ministerio de Salud calcula que hay 800 niños bajo los escombros y no tienen elementos para rescatarlos. Israel ha convertido a Gaza en un campo de exterminio vertiginoso.
Médicos Sin Fronteras advierte que la situación está fuera de control, que se están quedando sin combustible para los generadores de electricidad, sin agua y sin suministros médicos, ni siquiera analgésicos. Por lo menos 130 bebés prematuros morirán en las próximas horas porque no hay cómo sostener las incubadoras. Los heridos yacen en el suelo y no hay cómo operarlos.
“Además de los miles de heridos hay niños con infecciones, mujeres de parto, pacientes terminales, crónicos, que no pueden esperar más”, explica el cirujano Mohammed Abu Mughaiseed, coordinador médico MSF en Gaza, que contó que el domingo buscaron durante horas un poco de agua potable.
Israel, con la anuencia de Estados Unidos, excluyó de la ayuda humanitaria la provisión de agua potable, combustible, electricidad y los medicamentos indicados para una situación bélica. En la frontera egipcia, desde hace días, cientos de camiones aguardan que se les autorice el ingreso. La carga de los pocos que pudieron entrar solo puede ser distribuida en el sur. Sin embargo, esta mortífera burla se ganó conmovidos titulares occidentales que trataban de tapar la intensificación del bombardeo.
Desde el fin del shabat judío, hasta el cierre de esta nota, los sionistas intensificaron los ataques aéreos en el norte de la Franja de Gaza. Dijeron oficialmente que el objetivo es limpiar la zona para facilitar la invasión terrestre. El sábado el Ejército israelí envió un mensaje a miles de palestinos: “Su presencia al norte de Wadi Gaza pone su vida en peligro. Quien decida no abandonar el norte de Gaza hacia el sur de Wadi Gaza podría ser identificado como cómplice de una organización terrorista”.
Los ataques aéreos prosiguieron contra las caravanas de refugiados que se dirigen hacia el sur. La ONU, que calcula un millón de desplazados, dijo que la situación en el sur de Gaza es tan mala que la gente está regresando al norte, a pesar de las amenazas israelíes. Está en curso la limpieza étnica largamente prometida por los partidos de la ultraderecha supremacista del gobierno de Netanyahu, con la complicidad del resto de las formaciones sionistas.
Hasta la prensa occidental, insospechable de simpatías con la causa palestina, comienza a comparar el bombardeo sionista con una nueva Nakba, la expulsión en 1948 de 750.000 palestinos que nunca pudieron volver a su tierra y el asesinato de miles que terminaron en fosas comunes. Se calcula que más del 70% de los gazatíes son tercera generación de esos expulsados.
La masacre no es solo en Gaza: en los últimos días cerca de un centenar de palestinos, la mayoría niños o adolescentes, fueron asesinados en la Cisjordania, donde el ejército atacó campos de refugiados. El bombardeo de la mezquita de Yenin el domingo a la noche es un hecho sin precedentes desde la Segunda Intifada (2000-2005). Alrededor de un centenar de palestinos ha sido arrestado y llevado a las prisiones israelíes cada día desde el 7 de octubre. El Parlamento votó una ley que autoriza mayor hacinamiento en las horrendas cárceles de Israel.
Militares y colonos paramilitares actúan juntos. El jueves pasado, una patota de soldados y colonos arrestó durante horas a tres palestinos de la aldea de Wadi al-Siq. Los golpearon, desnudaron y se fotografiaron mientras los orinaban, les apagaban cigarrillos e incluso intentaron penetrar a uno con un objeto. La comparación con Abu Graibh es ineludible. También detuvieron y amenazaron de muerte a activistas de izquierda israelíes que se encontraban allí, incluido un menor.
Respecto de la frontera con El Líbano, Israel ordenó la evacuación de 42 poblaciones y de Kyriat Shmona, una ciudad de 23.000 habitantes. En una visita al cuartel del Comando Norte de las Fuerzas Armadas, Netanyahu ha advertido este domingo a Hezbolá que “cometerá el peor error de su vida” si entra en guerra con Israel y de que “las consecuencias serán devastadoras” para sus milicianos y para todo Líbano.
Dentro de Israel la persecución contra los palestinos residentes -que el sionismo llama árabes israelíes- y los judíos que osan compadecer a Gaza es implacable: los echan del trabajo, escrachan sus casas. El sionismo libra una lucha terrorista al interior de su territorio, no solamente contra sus vecinos. Si la guerra nacional contra el sionismo se transformara en una guerra civil en el conjunto del territorio histórico de Palestina, el mundo asistiría a un salto histórico sin precedentes.
Netanyahu se las tiene que ver también con los familiares de los rehenes. Durante este fin de semana hubo dos movilizaciones importantes, convocadas por familiares, para exigir que el gobierno abra negociaciones para que los liberen. Otros mantienen un acampe frente al cuartel general militar israelí en Tel Aviv. Reclaman a gritos la renuncia de Netanyahu.
El descrédito del gobierno es total. The Guardian cita a varios exfuncionarios militares, políticos y de inteligencia israelíes, incluido el ex primer ministro Ehud Barak, que discuten abiertamente la renuncia de Netanyahu “responsable de la peor derrota de Israel”. El escritor y diplomático Alon Pinkas escribió el domingo en Haaretz: “Netanyahu provocó una matanza en Israel. Ya debería haber dimitido (…).” Es una denuncia poderosa – las muertes provocadas por la operación insurgente de Hamas son adjudicadas a Israel, no al ‘terrorismo islámico’. “Cuando la guerra termine, añadió Pinkas, ya sea dentro de tres semanas o tres meses, se desatará el infierno político”. El escritor se opone al derrocamiento de Netanyahu mientras los combates prosigan. Son las contradicciones sin salida de un sionista.
El gabinete de guerra que formó apresuradamente Netanyahu para enfrentar la crisis política-militar en Israel, se reunió siete horas el sábado para discutir la demorada invasión terrestre y terminó sin conclusiones. El retraso refleja el debate en el seno del gobierno israelí sobre el tipo de guerra a librar y “una tensión creciente” entre Netanyahu y el ministro de Defensa Yoav Gallant, “quien apoya una operación militar amplia que también incluiría a Hezbollah” (NYT, 23/10). Netanyahu, dice The Economist, “se muestra crónicamente indeciso”. Netanyahu podría ser derrocada por el ala más guerrerista.
En un cruce insólito de desmentidas y rumores, Estados Unidos reconoció oficialmente y luego desmintió que le hubiera pedido a Israel que posponga la invasión terrestre. Según NYT, Biden le recordó a Netanyahu la desastrosa experiencia norteamericana en Irak y Afganistán y formuló la madre de todas las preguntas: cuánto tardaría la operación y quién asumirá el control de Gaza una vez finalizada la operación. Israel tuvo que huir en 2004 retirando el ejército y levantando las colonias implantadas a sangre y fuego.
La mayor incógnita es qué piensa hacer Israel cuando ponga sus tropas en Gaza. Gallant dijo que “ésta debe ser la última operación dentro de Gaza, por la sencilla razón de que después de ella ya no existiría Hamás. Llevará un mes, dos meses, tres, pero al final no habrá enemigo”, informa The Times of Israel. Antes había dicho que la superficie de Gaza se vería reducida, lo que implica una zona deshabitada bajo control sionista.
El imperialismo no se muestra tan entusiasta como Gallant. The Economist le dedica este lunes un elocuente editorial a la situación en Medio Oriente: “El margen de legitimidad de Israel en Gaza se reduce”. Israel “está sometido a la presión de sus aliados para que recalibre sus planes” y opte por “una campaña más moderada y prolongada”. Biden -que no podría apoyar más al gobierno de Netanyahu, agrega el semanario inglés- “también ha dejado claro que espera que Israel cumpla las leyes de la guerra y minimice las víctimas civiles”.
Explica que Gallant debería “limpiar laboriosamente un laberinto de 500 km de túneles y combates casa por casa”, además de eliminar a los operadores de cohetes, “que a menudo disparan desde edificios civiles”.
Sin embargo, una campaña moderada tampoco ofrece certezas: Eado Hecht, analista militar israelí, ha advertido de la existencia de 40.000 combatientes de Hamas y otros grupos que “llevarán a cabo un juego mortal de escondite con nuestras fuerzas durante mucho tiempo”.
La movilización prolongada, concluye The Economist, llevará como las otras veces al país a una prolongada recesión. Así las cosas, propone: “Gaza necesitaría una administración palestina creíble, con el respaldo de las naciones árabes, para reconstruirse y garantizar que Hamas no vuelva.”
Mientras el imperialismo discute con los sionistas cuál es la más eficiente manera de arrasar Gaza, la masacre de la que se jacta el gobierno de Netanyahu ha despertado una ola de indignación que echó a la calle a millones de personas en todas las latitudes sin diferencia de nacionalidad o religión.
“Guarda silencio mientras los niños duermen, no mientras los niños mueren.” El cartel cubre una de las tribunas de un club de futbol en Ankara. Banderas palestinas tiñen las tribunas de clubes en el país vasco, en Cataluña, en el Liverpool. Las marchas en favor de Palestina terminan en batallas campales con la policía en Berlín y moviliza a decenas de miles de personas en Francfort. También en Nueva York y en Londres y en Bilbao y en Rio de Janeiro y en Korea. En Detroit, San Francisco, Oakland, los estudiantes de docenas de escuelas secundarios votaron la huelga en defensa de Palestina. El viernes pasado, en El Cairo, miles de egipcios denunciaron a Israel, pero también la dictadura de El-Sisi.
Las democracias occidentales han fracasado en imponer límites o impedir esta respuesta. Los gobiernos árabes también se enfrentan a centenares de miles de trabajadores que denuncian no solo al sionismo sino también los acuerdos cada vez más aceitados entre sus gobiernos y el Estado de Israel.
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