Intento de asesinato en la secundaria N°6 de Berazategui

Escribe Facundo Perales Noya

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El hecho ha sido levantado por los principales medios del país: un adolescente de 13 años fue golpeado, apuñalado en el cuello y abandonado en un contenedor de residuos a la salida de la escuela secundaria N°6 de Berazategui. Los atacantes eran compañeros suyos, tenían entre 13 y 15 años.

Ya con la víctima en el hospital, se conocieron audios que había mandado el principal agresor (quien lo apuñaló) a sus cómplices. En él se lamenta por no haber concretado la muerte de su compañero: "¿Cómo sigue vivo si me encargué de cortarle la yugular?" se le escucha decir.

La noticia impacta por la edad de los involucrados, por su extrema gravedad, por la indiferencia de un joven de 15 años que planeó e intentó acabar con la vida de su compañero de 13. Sin embargo, lo atroz del hecho no debe apabullar. Lamentablemente, no se trata de una excepción. Es un caso más (de gran gravedad) de los varios que acontecen diariamente.

Por ejemplo, el martes 19 de septiembre a la salida de la secundaria N°7 de Villa España, dos adolescentes se fueron a los puños y uno de ellos atacó al otro con una faca. Los padres y vecinos intentaron linchar al agresor, resguardado en el colegio. Intentaron derribar las puertas de ingreso y pasar por el edificio lindero donde se ubica un jardín. Un mes antes, un chico de tercer grado de la primaria N°53, pinchó con una jeringa a seis de sus compañeros. Se trataba, como suele ocurrir, de un alumno que ya había manifestado otras agresiones hacia compañeros.

En todos estos casos de Berazategui (y en la infinidad de casos que ocurren en otros distritos) hay una constante que es la agresión entre pares y entre familias y la comunidad educativa. Revelan la situación cada vez más crítica que atraviesan las familias y la sociedad.

La estructura social está cada vez más resquebrajada, y las familias se encuentran golpeadas por una situación económica desesperante; las consecuencias afectan a los más permeables: los niños y adolescentes. Se manifiesta —junto a otras causas— en problemas de adicción, depresión, ataques de pánico, hechos de violencia o una combinación de varios. Y la escuela, en donde pasan buena parte de su día, es el lugar donde mayormente tienen lugar. A eso también se suman las condiciones cada vez más degradadas en las que los jóvenes deben desarrollar sus estudios.

No se trata de negar las singularidades del comportamiento del agresor que comete un hecho aberrante, sino de ubicarlas en el ambiente social que otorga las condiciones para que se desarrollen.

La respuesta institucional pretende concientizar, abordar el tema interdisciplinariamente, charlar y mediar, para concluir en nada concreto. La otra respuesta es el pedido de la baja de imputabilidad, la mano dura y del control policial de las aulas. Una lleva a la desmoralización y al inmovilismo, la otra a la agudización de la violencia.

Frente a estos hechos es necesario advertir que los suscita un régimen social que a fuerza de contradicciones estalla por diversos flancos, de los cuales este es tan solo uno de ellos.

La pretensión de un justo presupuesto para educación y salud; la pretensión del bienestar económico de las familias y el reencauzamiento de una juventud constantemente golpeada y sometida a un futuro deplorable, choca de frente contra una sociedad orientada hacia el rescate de los intereses del capital. Una lucha contra tal cosa, la organización capitalista de la sociedad, es también una lucha —aunque en principio parezca que tales acontecimientos queden alejados— contra la violencia en las escuelas, que el pasado lunes en la secundaria N°6 de Berazategui encontró otro gravísimo hecho para sumar a la lista.

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