Escribe Ariadna Gallo (Investigadora Independiente de CONICET)
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Sabemos que el CONICET fue uno de los primeros blancos a los que Javier Milei arrojó sus envenenados dardos durante su campaña presidencial, como parte de un plan de desfinanciamiento y destrucción del sector público y de desguace del Estado.
Este plan se puso en acción ni bien el libertario asumió la presidencia el 10 de diciembre de 2023. Como muestra de este ataque, Milei decidió eliminar el Ministerio de Ciencia y Tecnología, degradándolo a la categoría de subsecretaria (ahora, de Innovación, Ciencia y Tecnología) dependiente de la Jefatura de Gabinete de Ministros.
A menos de dos semanas de la posesión de mando, el presidente firmó el decreto 84/2023 que puso en cuestionamiento la continuidad de trabajadores del sector estatal que hubieran ingresado en 2023 (bajo la falsa premisa de que todos los contratos firmados durante ese período respondían a motivaciones político-electorales).
Al poco tiempo, el martes 16 de enero, se notificó a más de cincuenta empleados/as administrativos/as de su despido, sin que hubiera causal, justificación ni criterio racional alguno e infringiendo el derecho al trabajo garantizado en la Constitución Nacional. A esto se agrega el anuncio del recorte de horas extras de otros/as trabajadores/as y la situación de precarización de 1.250 administrativos/as con contrato hasta el 31 de marzo.
El mismo día, el Directorio de CONICET decidió posponer la publicación de los resultados de la convocatoria a Becas (de inicio y finalización de doctorado y posdoctorales) y Promociones de la Carrera de Investigación Científica y Técnica (en adelante CICyT) hasta tanto estuviera el presupuesto definitivo, encomendando al Presidente del CONICET (Daniel Salamone) que arbitrara los medios para realizar las adecuaciones necesarias al presupuesto.
En la medida en que no se ha aprobado la Ley de Presupuesto General de la Administración Pública Nacional, regirá el Presupuesto vigente del año 2023, con las adecuaciones que realice el Poder Ejecutivo Nacional. Al respecto, cabe señalar que el presupuesto actual sólo alcanza para afrontar los gastos existentes hasta junio de 2024. Esto deja en una situación de zozobra e incertidumbre a todos los miembros de la comunidad de CyT.
Ante la angustiante situación por los despidos de trabajadores/as y las indefiniciones mencionadas, inmediatamente después de haberse realizado los anuncios, fue convocada para el día siguiente, miércoles 17 de enero, una asamblea con ruidazo en el Polo Científico y Tecnológico (sede del ex Ministerio de CyT y del CONICET), exigiendo respuestas inmediatas por parte de las autoridades del organismo, de la jefatura de gabinete y del Presidente de la Nación.
Se trató de una movilización de amplia concurrencia: entre 1.000 y 1.500 personas (en su mayoría investigadores/as, becarios/as y también técnicos/as y personal de apoyo) se congregaron en la explanada del Polo Científico y Tecnológico y luego entraron masivamente a la sede de CONICET, reclamando ser recibidos por Salamone.
Al cabo de un rato de haberse hecho sentir el ruidazo al interior del edificio de CONICET, dos delegados de ATE CONICET fueron recibidos por una funcionaria sin poder de decisión y por ende sin poder dar una respuesta concreta frente a la demanda presentada. El dato curioso de la jornada fue que cuando nos empezábamos a desmovilizar, vimos entrar a Salamone, quien -sin haberse enterado de que los/as activistas aún seguíamos allí- logró entrar raudamente, custodiado por sus escoltas, en una escena que ilustra el nivel de improvisación y descoordinación del gobierno actual. Luego de esa escena dantesca y de la presión producida por la gran convocatoria de la movilización, el Presidente de CONICET prometió recibir a las delegadas gremiales, quienes aún esperan se concrete dicha promesa.
El CONICET es el principal organismo dedicado a la promoción de la Ciencia y la Tecnología en la Argentina. Alberga a casi 12.000 investigadores/as (formados/as, es decir todos con al menos un doctorado finalizado y extensos antecedentes en docencia e investigación) y casi 12.000 becarios/as o investigadores en formación (doctorales, postdoctorales). Más 3.000 técnicos y 1500 administrativos/as que desempeñan tareas específicas e imprescindibles para el funcionamiento integral del organismo.
El trabajo de investigación está agrupado en cuatro grandes áreas: Ciencias Agrarias, de Ingeniería y de Materiales; Ciencias Biológicas y de la Salud; Ciencias Exactas y Naturales; y Ciencias Sociales y Humanidades, repartidos en 300 centros de investigación a lo largo y ancho del país.
El CONICET cuenta con 65 años de historia y, además, ha sido considerado -según el ranking SCImago- la institución dedicada a la investigación más prestigiosa de América Latina, al tiempo que se encuentra entre el 2% de los organismos mejor calificados a nivel planetario.
Tras haber obtenido el primer lugar en las PASO en agosto de 2023, el entonces candidato presidencial Milei, anunció que cerraría el CONICET, argumentando que los/las trabajadores del organismo vivíamos a costa de los impuestos del pueblo argentino, que no habíamos producido ningún logro científico de importancia para el país y nos exhortó a ir a buscar trabajo al sector privado. Pocos días más tarde, la defensora de genocidas, en el debate vicepresidencial, trazó una división entre investigaciones presuntamente “serias” y otras “no serias”, a las cuales ejemplificó con la mención de un par de títulos de publicaciones aparentemente bizarros o no académicos, en los que se hacía alusión a personajes de historietas o dibujitos animados. A partir de allí, se desató una campaña de estigmatización y ensañamiento con los investigadores de CONICET, en particular de las Ciencias Sociales y Humanidades.
De este modo, se generalizó el falaz argumento de que, en un país pobre como el nuestro, el Estado no se podía dar el lujo de financiar investigaciones supuestamente irrelevantes y carentes de impacto y trascendencia. Así, comenzaron a circular ideas y conceptos que pasaron a formar parte del sentido común vulgar, a saber: estudiar problemáticas de la sociedad, la política, la literatura, la economía, la antropología o las artes -entre tantas otras disciplinas propias del área- no es una prioridad ante el elevado porcentaje de pobres.
A partir de entonces, los/as investigadores/as pasamos a ser objetos de burlas y descalificaciones de diversa índole: se nos calificó de “ñoquis”, se denominó al organismo “Ñoquicet”, se instaló un espiral de ciberbulling, ataques de odio e incluso doxeo* para con varios/as colegas. Todo esto, de más está decirlo, efectuado por personas que no tienen la menor idea de cómo funciona el sistema científico nacional ni internacional y actúan en base a prejuicios y a dogmas prefigurados.
De todos modos, si bien es cierto que esta campaña de desprestigio tuvo una clara intencionalidad y dirección, no es menos cierto que la abrumadora difusión de mensajes críticos (el término “CONICET” llegó a ser trending topic al finalizar el año) causó genuinas dudas en personas bienintencionadas, muchas de las cuales instaban a los/as investigadores “serios” a apartar a quienes ensuciaban la “noble labor” realizada. Lejos de propiciar una grieta interna en el sector, la comunidad científica en su conjunto (con algunas excepciones individuales, claro está) consideró necesario dar una respuesta colectiva y emprender una acción mancomunada.
En esa línea, para hacer frente a la campaña de desprestigio hacia la ciencia pública se subrayó que la mención a títulos bizarros o coloquiales (sin haber averiguado previamente de qué tipo de publicaciones se trataba ni haber accedido al contenido de las mismas) habían sido extraídos sesgadamente de internet, con el mero objeto de descalificar e impugnar in toto a la producción científica y académica realizada por los miembros del organismo nacional. Cabe aclarar aquí que las publicaciones a las que se había hecho referencia son textos, cuyos títulos fueron sacados del repositorio de CONICET, una plataforma en la cual los/as investigadores/as suben sus publicaciones. En consecuencia, estas publicaciones no son responsabilidad directa del organismo ni suponen un desvío de fondos adicional para las mismas. Algunos son artículos científicos, otros son capítulos de libro, libros, ponencias en congresos o artículos de difusión.
El CONICET no financia investigaciones. El CONICET financia investigadores, quienes suben al sistema su producción individual o colectiva. Como dijimos, parte de esta producción es propiamente científica y otra parte es de divulgación, en la cual se utiliza el conocimiento experto, con un lenguaje coloquial y sin la rigurosidad que exige la publicación académica con el objeto de difundir material valioso a un público más amplio.
Probablemente, los títulos burlescos y machaconamente repetidos en el mundillo digital libertario correspondan a publicaciones de difusión no académica. Pero, aun así, un título bizarro o coloquial no le quita mérito a una investigación científica. Es decir, si aborda una temática relevante dentro de la disciplina en la que se inscribe, posee un marco teórico sólido y presenta hallazgos significativos. No puede objetársele per se que utilice un título atractivo y polémico (que suele ir seguido de un subtítulo riguroso), para tener mayor llegada y alcance dentro del público especializado.
Por otro lado, en todas las disciplinas -y me atrevo a decir que, en las ciencias duras, se produce con más frecuencia- en algunos momentos, se publican papers que terminan siendo irrelevantes o poco trascendentes como tales. Pero en muchos casos, sirven como insumo para investigaciones posteriores. Justamente, así funciona el proceso de construcción y acumulación de conocimiento científico. No se trata de un proceso lineal ni unilateral. Ni tampoco sus resultados pueden medirse con criterios de utilidad inmediata ni de impacto específico.
Por otro lado, cabe mencionar también que los profesionales de CyT estamos muy lejos de ser “ñoquis” o empleados puestos a dedo. Por el contrario, para poder empezar nuestra carrera en el sistema (como becarios/as) tenemos que presentarnos a convocatorias sumamente exigentes, con criterios establecidos a priori. Para entrar luego a la carrera de investigador, se requiere como mínimo un doctorado terminado. Luego debemos someternos de forma regular a procesos de evaluación permanentes con trasparencia, trazabilidad y auditabilidad.
A su vez, para que a un/a investigador/a le aprueben un artículo científico o paper (exigencia fundamental para el desarrollo de nuestra carrera), este tiene que pasar por el visto bueno del Comité Editorial de la Revista (sea nacional o internacional) y luego someterse a la evaluación de pares (a través del mecanismo de “doble ciego”, es decir que no se sabe quién lo escribe ni quién lo evalúa para garantizar el examen y rigurosidad de contenido y no los antecedentes de las personas). Además, una revista académica de calidad debe estar indexada, con acceso a base de datos de indexación, lo cual implica someterse a reglas compartidas internacionalmente.
En suma, el CONICET no funciona en una órbita propia, sino que es parte del sistema científico internacional y, en consecuencia, los/as investigadores/as (formados y en formación) del organismo estamos sujetos/as a normativas, reglas y cánones internacionales sumamente exigentes.
A su vez, ante la falaz dicotomía entre “ciencias serias” y “no serias” y la presunta facilidad con la que los/las investigadores/as especializados/as en las mal llamadas “serias” (quienes, según la visión oficial, son los únicos capaces e idóneos en todo este escenario) encontrarían ubicación en el meritocrático sector público. Hay que afirmar de manera contundente que los/las investigadores/as no podemos ser arrojados y absorbidos por el mercado, ya que la lógica mercantilista de este se basa en la idea de maximizar beneficios y reducir costos y la ciencia no puede estar regida por el deseo ni por el afán de lucro.
En ese sentido, el conocimiento científico es ya una “empresa” pero colectiva e interrelacionada. No hay una diferencia jerárquica entre ciencias duras (presuntamente serias y con impacto) y ciencias blandas (supuestamente irrelevantes y no científicas). En efecto, las ciencias sociales son indispensables para que los hallazgos y resultados de las ciencias duras puedan transmitirse y ser divulgados públicamente.
Por otro lado, respecto del argumento de que, en un país pobre, el financiamiento a la ciencia no puede constituir una prioridad, hay que recalcar que la porción del PBI destinado a CONICET no llega al 1%. Con lo cual, claramente la pobreza en la Argentina, cerrando el CONICET y desfinanciando la ciencia pública, no solo no se eliminaría, sino que, por el contrario, se acrecentaría notoriamente. Más aún, la pobreza se sigue -y seguirá- incrementando vertiginosamente con este plan que implica una trasferencia extraordinaria de ingresos a los sectores más concentrados de la economía y un ajuste brutal para la clase trabajadora.
En suma, el gobierno nacional ha demostrado un profundo desprecio por el rol de la ciencia en el desarrollo nacional. Por tal razón, los/as trabajadores/as de la ciencia (investigadores/as, becarios/as y todo el personal técnico y administrativo) no bajaremos los brazos hasta tanto reincorporen a todos/as los despedidos/as y enfrentaremos a este plan criminal que atenta contra nuestra fuente de ingresos, como así también la de enormes sectores de trabajadores y de los grupos más pauperizados de la población. Nos movilizaremos el 24 de enero y continuaremos la lucha contra el vaciamiento y ruina del sistema científico nacional.
Porque sin ciencia pública no hay soberanía nacional y porque la destrucción de la ciencia es, en definitiva, la destrucción misma de la sociedad.
*Doxeo: acto de revelar intencional y públicamente información personal sobre un individuo u organización, generalmente a través de Internet.
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