Escribe Eugenia Cabral
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En los últimos años, el acto y el discurso inaugural de la Feria del Libro de Buenos Aires despierta expectativas como hecho político que trasciende la actividad literaria y editorial. Baste recordar los discursos de Claudia Piñeiro en 2018, cuando dio su apoyo al derecho al aborto y el acto debió suspenderse por el disturbio que suscitaron los que pretendían acallarla, y el de Guillermo Saccomano en 2022, quien denunció el oligopolio de la industria papelera y la relación desigual entre escritores y editores e, incluso, el propio hecho del emplazamiento de la Feria en el predio de La Rural. En 2024, los respectivos discursos de Alejandro Vaccaro y Liliana Heker han desatado la atención general, por sus críticas al Gobierno y el señalamiento de la acuciante situación económica actual.
Alejandro Vaccaro es un biógrafo y coleccionista de objetos de Jorge Luis Borges, que actualmente preside la Sociedad Argentina de Escritores (SADE) y la Fundación el Libro, que organiza la Feria, cuyo máximo auspiciante es el grupo Clarín. Su discurso parte de que la cultura está siendo “hackeada”, término que corresponde a un delito digital (el de los hacker), pero quizá haya un error en la transcripción y en realidad dijo jaqueada, es decir, puesta en jaque, por la desfinanciación de los organismos estatales del sector y la universidad pública, más la posible derogación de la ley N° 25.542 de Defensa de la Actividad Librera, que rige el PVP (precio uniforme de venta al público de los libros).
Vaccaro se opone a esas medidas del gobierno de Milei y advierte la imposibilidad de la compra de libros en las clases populares debido a “La abrupta pérdida del poder adquisitivo de amplias franjas de la población, 90 % aproximadamente, el excesivo aumento de los alimentos y de todos aquellos productos de primera necesidad”. La otra crítica directa se refiere al retiro del stand de la Secretaría de Cultura de la Nación y el “esponsoreo” del Banco Nación en nombre de que “No hay plata”. Vaccaro, entonces, le tira los perros a Milei de una manera que fue calificada de exabrupto por el periodista Juano Tesone, de Clarín, avisándole que si quiere presentar su libro en la Feria se va a tener que costear sus propios gastos de seguridad, porque la Feria tampoco “tiene plata” para sufragar la seguridad de un acto cuya probable asistencia se calcula de 5.000 a 6.000 personas.
De lo que Vaccaro no dijo ni una palabra es acerca de que el altísimo precio actual de los libros está fijado por los monopolios editoriales que hace 48 años pusieron en marcha esa Feria; tampoco que los autores de los libros que vende la Feria no van a percibir en su vejez una pensión nacional para escritores, porque la SADE que él preside nunca gestionó ni ese ni ningún derecho laboral para sus afiliados, en especial, frente a las grandes editoriales que lucran con esa Feria.
En definitiva, el discurso de Vaccaro puede considerarse el de una fracción de los capitalistas, el de las “industrias culturales” defensoras del “libro, la cultura y la democracia” que les permiten también especular con grandes negocios financieros, en contra de la fracción fascistoide-populista de Milei-Villarruel-Caputo empeñada en lograr una dominación más rotunda, inmediata y desvergonzada sobre los trabajadores y las clases populares.
Heker forma parte de una generación de escritores que debió desarrollar su actividad literaria bajo las dictaduras de Onganía-Levingston-Lanusse y, después, de Videla-Massera-Agosti. En su discurso tiene la honradez de admitir: “Mi tema hoy es la voz de los que sí tenemos voz. Los que tuvimos la oportunidad, y tenemos la decisión, de saber leer”. A este “saber leer” no solo lo relaciona con la alfabetización, de por sí imprescindible, sino a ser “capaz de interpretar la realidad”.
Analizando cómo este saber es obstaculizado por la falta de “igualdad de oportunidades” de los ciudadanos, señala entre otras injusticias la crueldad de las “filas de hambrientos” que hizo formar Petovello frente a Desarrollo Social.
Su cuestionamiento a la democracia argentina también es decidido: “¿Hemos alcanzado en los últimos cuarenta años esa meta mínima? Basta mirar un poco a nuestro alrededor para saber que no. Hay mucha miseria en nuestro país, y eso implica que parte del pueblo no es soberano, que no actúa por elección, sino por desesperación”. Plantea que el objetivo político de la ignorancia inducida por las condiciones económicas -no obstante, resistidas, en especial por la juventud- es “negarnos a los argentinos, la libertad de elegir”, pero predice que “como objetivo, esto de ‘ignorancia para todos’ no va a llegar muy lejos. (…) en momentos difíciles como el actual termina imponiéndose una lectura irrefutable de la realidad que no necesita de estudios previos: es la inducida por el hambre, por la angustia de haber sido despedido del trabajo sin razón y por cualquier otra injusticia que duele de cerca”. También indica que la única respuesta está en “La calle que, pese a la intención oficial de demonizarla, es la voz de los que no tienen voz”.
En cuanto a los escritores, nos convoca a que “demos testimonio de nuestra realidad y de nuestra historia”. Ciertamente, el rol político de la voz de los escritores es histórico y hasta épico. En nuestros días, durante la invasión de Israel a la Franja de Gaza algunos de ellos han sido asesinados con armas de puntería focalizada, como Refat Alareer. No obstante, en la Argentina las escritoras y escritores deberíamos comenzar por reclamar la defensa de nuestros propios derechos laborales, si queremos sumarnos a la lucha de los trabajadores (ya sean ocupados, desocupados o jubilados) y de todos los sectores oprimidos contra la miseria salarial, el hambre, la ignorancia, la falta de salud y de vivienda.